LO QUE SE SOSTIENE EN EL BORDE - "BLUES DEL AMASIJO Y OTROS POEMAS" Por Beatriz Vignoli
Somos un caos irisado. Con estas palabras definía Paul Cézanne, a principios de siglo, su relación con un cuadro en el momento de pintarlo. Y leer un poema de María del Carmen Colombo -Buenos Aires, 1950- hace pensar en aquella poética del caos organizado (el caosmos) que imprimió su vitalidad al arte moderno. Ya desde el título, su libro Blues del amasijo y otros poemas evoca un género musical tan rigurosamente pautado como rico en pasión. En él Colombo logra mantener, verso a verso, grados extremos de tensión narrativa y de tensión lírica que amenazan todo el tiempo con desorganizar y hasta desintegrar no sólo el mundo representado, sino también la racionalidad y la sintaxis. Este naufragio está siempre a punto de suceder, pero nunca sucede del todo. El poema se sostiene así en el borde, en lo que parece un umbral de lo inteligible y de lo soportable, en una especie de tempestuosa zapada, donde fragmentos de imágenes emergen como golpes de swing. Enseguida surge el recuerdo de Juan Gelman en los años sesenta, y sus Poemas de Sydney West, donde la palabra extranjera irrumpía como un puro color sonoro en la trama de una lengua materna exiliada de sí mediante ficticios efectos de traducción. O el de César Vallejo vanguardista en Trilce; o del Indio Solari, de Los Redonditos de Ricota, para el caso. Blues del amasijo fue publicado por primera vez en 1985 y, desde entonces, ha obtenido un logro poco común para un libro de poesía: una segunda edición en 1992, y una tercera que acaba de salir en la Colección Boulevard Octavo de Alicia Gallegos Editora. La primera parte del libro se abre con tres poemas que llevan un título en inglés: "To see I", II y III. La segunda, Bailanta, desarrolla ideas musicales. To see, que significa "ver", alude a la imagen recurrente del espejo, pero también a la relación entre exhibicionista y voyeur en el rito del strip-tease. Los poemas sugieren más de lo que muestran: es posible leer en ellos la escena del camarín de la diva (decadente o no, marginal o no; ¿acaso importa?), y leerla en la clave de una estética queer, donde coinciden ciertas fantasías femeninas con las de cierta región más o menos infernal del imaginario transgénero. Allí -suponiendo la improbable existencia de un aparato de representación queer--, la protagonista es casi siempre "ella", un desdoblamiento del "yo" que está puesto en escena y extrañado de sí, para que ese otro en el que el yo se ha convertido mientras tanto se dedique a mirarla desde el otro lado del espejo. "En cámara" ella puede decir de sí "yo", pero en pasado, y siempre desplazándose a través de sus nombres con minúscula: maría-márilin..., pero el que la nombre es él, y el sí es otro. En Blues del amasijo la metonimia es constitutiva de la anécdota misma del poema. El complejo juego de espejos descripto, más una exquisita dislocación temporal, fusionan el yo y el mundo, el relato y el acontecimiento, lo real y la fantasía. "To see II : del espejo/ a su cuerpo/ los ojos caen como frutos/ dormidos/ en su cuna de sangre no verán/ dónde arroja la piedra/ en qué tiempo penetra su imagen/ o quién/ (por favor quién)/ la llama desde un pozo". Colombo gusta de puntuar la intensa musicalidad de estos poemas con imágenes de gran síntesis que tienen la belleza de lo feo, el encanto nostálgico de lo triste; la vida, en suma, de los pobres: " La voladora Hotel: paisajes/ hay que ver/ como la virgen pudre/ naranjas/ en el techo pintado/ de trapo japonés/ el ojo donde/ dios se desvirgue/ frente al reino/ animal/ a horas un querubín/ / empapelado té por/ margaritas de plástico/ resbale y no/ la orgía de zapatos o/ tules que nunca/ detendrán amarillos/ bajando en/ escalera/ alguna/ luz escasa para gitano/ tornasol que toque/ chamamé se emborrache/ de miedo/ llame a vieja/ medalla con rodete/ peinarse mientras pasan/ serpientes de orín/ por su pelambre".
* Comentario publicado originalmente en Rosario/12, domingo 26 de julio, 1998.
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