viernes, mayo 25, 2018

¿Por qué llora esa mujer?Libro Colectivo. Testimonio Carmen Rivera Apela a una carta que nunca pudo hacerle llegar a Cristina Kirchner,

Apelo a una carta que nunca pude hacerle llegar a Cristina Fernández de Kirchner, por tratarse mi ex de una persona pública. 


La carta está fechada a fines del año 2014, porque fue ese el momento en que sucedió todo:



Estimada señora Presidenta de la Nación Argentina:

Soy la esposa legal, durante 35 años, de un asesor y encuestador kirchnerista, al que llamaré A.L. y me dirijo a Ud. porque por convicción personal (soy kirchnerista de la primera hora) no podría nunca enviar una carta de lectores al diario La Nación, por ejemplo, para “comidilla” de la oposición.

Mi intención es que Usted, Presidenta, esté enterada de los hechos que voy a denunciar, pero no he encontrado vía que me garantice que esta carta llegue solo a sus manos. Ninguno/a de los/las funcionarios/as, periodistas, militantes, etc., a quienes  les pedí se la envíen, siquiera me respondieron. Y eso los/as más respetuosos/as. Porque la mayoría me trató de “loca”, “macrista”, y utilizando irreproducibles insultos que recibí en el peor momento de mi vida.

Mi intención es, como antes dije, que sepa que acuso al señor A.L. de golpeador, hombre violento, y es por eso que realicé la denuncia el 30 de setiembre de 2014, en Lavalle 1247, y en el Juzgado civil 87, que pasó luego a la UFI de la calle Paseo Colón 1660. Por supuesto que no pasó nada al tratarse de semejante personaje público.

El caso es simple y muy común: al descubrirle una doble vida la reacción del señor A.L. fue la violencia: me dio palizas durante cuatro meses desde el 3 de enero de este año 2014, hasta que escapé con lo puesto de mi domicilio a fines del mes de abril, al ver seriamente amenazada mi integridad física y psicológica. Y me fui a vivir a la casa de una amiga. Porque, señora, el señor A.L. me hubiera matado, seguramente, sin importarle que en el año 2012 sufrí un infarto muy grave.

Pero la cosa no terminó allí. Porque el señor A.L. continuó acosándome por wasap, teléfono, mails, con amenazas tales como “la vida no vale nada en este país, te puedo hacer matar por ocho mil pesos…” ¿Pero, y por qué? ¿Por qué tanta saña contra alguien de quien, evidentemente, quería deshacerse? Bueno, la cosa quizás tenga que ver con que pude descubrir que, además del tema sentimental, A.L. me estaba estafando económicamente, a mí y a mi hija, claro está, a través de maniobras económico-financieras non sanctas, del tipo de esas que puede llevar a cabo un hombre con Poder y que me reservo mencionar por estar toda esa información relacionada con su actividad política y en manos de abogados. Descubrí, además, que, el señor A.L., usurpa un título que no tiene, porque no es sociólogo y esto será para Ud. muy fácil de comprobar.
Podrá Ud. tratarme de lo que quiera, pero aquí lo que importa son los hechos, estos hechos y otros que, más tarde o más temprano, saldrán a la luz y podrían perjudicarla a usted, Presidenta, ajena totalmente a estas acciones.

El señor A.L. es un personaje público, quien habla en nombre de su gobierno, identificado por toda la gente con el mismo, pero que en la intimidad distorsiona las convicciones, más legítimas de su presidencia, a mi humilde entender. Por eso, solo quiero que esté enterada, Presidenta, de quién es esta persona que fue 35 años amargos mi marido y con el cual tengo una hija, que está sufriendo y mucho las consecuencias de semejante estafa y defraudación a su propio grupo familiar. Una estafa no solo afectiva, que eso no se puede juzgar, sino económica. 

Muchas gracias por escucharme, si es que es posible que alguna vez exista esa oportunidad.

martes, mayo 22, 2018

VI Festival Internacional Va Poesía


Salió un nuevo número de La Guacha, Revista de Poesía


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miércoles, mayo 16, 2018

Pier Paolo Pasolini: AL PRÍNCIPE



Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida...
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.

*De "La religión de mi tiempo" 1961. Versión de Delfina Muschietti.



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Macedonio Fernández: Papeles de Recienvenido




El accidente de Recienvenido

Me di contra la vereda.
¿En defensa propia? indagó el agente.
No, en ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente.
La comisa de la vereda apuntó un reportero le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera circunvolución izquierda, asiento de la palabra...
Y del periodismo insinuó el accidentado.
Que ha recobrado en este momento. Y sigue redactando el periodista: El artesonado de la acera...
No se culpe a nadie, propongo... No, eso es para suicidarse.
De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal".
No hay necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del cráneo".
¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un suicidio?
¿Iban mal sus negocios?
Nada de eso: la única dificultad ha sido el cordón de la vereda. ¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?
Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía "un viejo resentimiento".
Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás para usted, avanzó resueltamente y desenfundando un cordón de la vereda ColtBrowing se lo disparó.
En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los increpa:
¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más anticipados! Voy a darles un resumen publicable:
"Yo caí. Fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo.
"Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.
¡Estaba yo! Y yo.
Y yo dicen los reporteros.
Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un vaso de agua que nunca llegó. Retardo de la Asistencia Pública anota un cronista.
Algo de delirio otro.
¿Me permiten? siguió Recienvenido. No obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia, pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado.
1922

Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio 1874 - 10 de febrero de 1952).

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sábado, mayo 12, 2018

Mónica Tracey: Hay que dejar de ser hermosa

Hilos Editora se complace en anunciar la salida del nuevo libro de la poeta argentina Mónica Tracey: Hay que dejar de ser hermosa. Muy pronto estará en librerías de todo el país.

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viernes, mayo 11, 2018

Luis Bacigalupo: Acerca de “El agua ardiente”, de Eduardo Silveyra





Psicodélico, nacional y popular


Entre la crónica lentitud de un velorio y el vértigo atemporal de una orgía inusitada, fui leyendo El agua ardiente por primera vez de tal modo que, por un momento, llegué a olvidar el objeto de mi lectura: escribirle un prólogo. Sin embargo, advertí que este relato de Eduardo Silveyra venía a confirmar lo que yo ya había escrito para la presentación de su anterior título: El baile de la yegua es una fiesta del triunfo del amor sobre la muerte, de las pasiones de los cuerpos solidarios con un sentido anárquico de la vida y la libertad. Sin saberlo estaba hablando entonces también de El agua ardiente. No podía ser de otra forma: siempre estamos hablando de lo mismo. Y, además, eso sí lo sabemos, la escritura no representa sino el afán inútil de evitarlo.
Aquí se dice, en boca de La Francesita, que al final, el amor vence al odio. Esta sentencia está justificando de algún modo su calentura por Cristina. El odio no cesa con el odio, el odio cesa con el amor. Esta es una ley muy antigua, puede leerse en el Dammapadha, las enseñanzas de Buda. Deseos a la vez eróticos, a la vez tanáticos nutren este personaje lúbrico de una desmesura a tono con las circunstancias, del orden siempre de lo político. Cristina no es una aguafiestas, sino un agua ardiente, la fiesta en sí. Todo pareciera lucir una pátina espesa, excesiva, pero amable en la voluptuosa extensión del término. No hay manera de deslindar una pulsión de otra, en la medida en que ambas constituyen la tensión de la vida. Los principios, según Empédocles (2500 años antes de Freud), que regían la naturaleza de las cosas: Amor y Discordia. Con todo, tentados estamos en dudar de que el amor venza al odio. La tensión de la batalla es incesante. En tanto amor, odio. En tanto odio, amor. Por lo pronto (o por las dudas) nosotros nos alistamos en las filas del bien, porque el amor garpa y, por citar una olvidable canción incidental, porque el amor es más fuerte. Ese es el lugar de El Pisto. Lo fue, es de pensar, el de Jorge Pistocchi, de quien algo oímos decir quienes hemos transitado un largo camino de leyendas, mitologías, sueños y pesadillas. A El Pisto, en cambio, lo conocimos en El baile de la yegua, y allí mismo crepó, tras un inopinado viaje de bajo vuelo y aterrizaje también incidental, fortuito y forzoso, sin solución de continuidad con eso que damos en llamar“mejor vida”,solo por evitar nombrar a la muerte por su nombre.
En la brevedad de El agua ardiente el narrador convoca (evoca e invoca)la viva presencia de la historia precedente de El Pisto, pero también la historia de otro cuerpo, de otro funeral, memorable, inconmensurable, el funeral de Juan Perón. Entre estos cuerpos yacentes (uno lejano pero fundante, otro cercano, pronto a convertirse en cenizas)el cuerpo travestido, ritual, de una figura que se contonea, de incógnito, despojándose de sus falsas ropas. Este cuerpo se revela en la verdad de su desnudez al batir de parches de África Ruge, como solo es capaz de hacerlo, en el falso campo de la derrota, una manifestación popular.
La orgía que se desata a partir de la aparición paradigmática de Cristina tiene un sentido iniciático vinculado a las celebraciones mortuorias y obra como su contrapunto: Decidimos partir y volver al velorio, para entregarnos a ese devenir desconocido de la muerte ajena imbricada como de sí en la propia, con sus festividades más ignoradas aun, pero a cuyo misterio íbamos a entregarnos como devotos sin piedad. Esta orgía tiene lugar más en un modesto “jardín de las delicias” a lo Bosch que en un “jardín de los suplicios” a lo Mirabeau. Nada más alejado aquí del sadismo, del goce por sometimiento y dominación: Sean libres... sean libres... había sido el legado del profeta del amor, del amigo psicodélico, nacional y popular  (reza la corona que Cristina le ofrenda a El Pisto con la firma CFK).
En tiempos en que las políticas públicas en materia de diversidad sexual se han puesto a la vanguardia en la conquista de derechos civiles, la opción carnal anarco peronista no puede sino ser orgiástica y movimientista, corporativa, antiliberal y libertaria. Ya en su corpus hermeticum el mismo padre del Movimiento lo había vaticinado, en franca referencia al amor carnal: “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. Era evidente que el General no consentía las prácticas sadomasoquistas extremadas por el capitalismo ya en su fase imperialista.
En el culto dionisíaco el erotismo está vinculado al conocimiento de la muerte. En este sentido El agua ardiente convoca ambas escenas: la tanática y la erótica. Hay un velorio y una orgía, pero todo es vivido como una gran fiesta. La misma es consecuencia de un velorio, que se comprende como una libre derivación o interpretación de la última voluntad de El Pisto. El fumo es parte inspiradora de un rito (siendo Dioniso además Dios de la vid y la ebriedad) que no se concibe sino en la exaltación de los sentidos bajo un estado de éxtasis místico-erótico y de una lúcida irracionalidad pagana. El narrador es un testigo ocular pretendidamente distante e imperturbable, que se impone observar la escena sobre la cual habría sido más fácil, si no sensato, actuar sin más. Pero estamos hablando de un narrador, un cronista de los hechos que se propone contarnos asistido (provisto de la apatheia y la ataraxia estoicos) por la objetividad contemplativa del ojo y la prudente contención de una mano impulsivamente consoladora.
Luego de El baile de la yegua, Silveyra persiste en la tesitura: la ficción literaria, el arte, la vida en sí y la política incluso (y, sobre todo) debieran responder más a las pulsiones de Dioniso, ese dios de la transgresión y la fiesta, según Bataille, que al cálculo de una razón apolínea.
Hay libros que en sus incorrecciones políticas resultan más reveladores, políticamente hablando, que tantos otros que pretenden salvaguardar jirones de verdades de pacotilla. El agua ardiente es un libro político, por polémico, paródico y pasional. Hay también aquí una bufonesca provocación a la pacatería progresista y a las hilachas de la política de todo género. Hay un amplio espacio de libertad y anarquía, de festín orillero y popular. Hay también memorias robadas y memorias recuperadas, tiempo perdido y tiempo recobrado. Y personajes, claro, siempre los hay, cuyas almas poseen la gravedad de aquello que, incluso, merece ser tomado en serio porque alcanza a rozar, sin proponérselo, cierto estatuto de broma.
Sí, definitivamente hay que decirlo, El agua ardiente  es la continuación de El baile de la yegua por otros medios, pero en una relación inversa respecto de la guerra y la política.


Luis Bacigalupo,

8 de mayo de 2018

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domingo, mayo 06, 2018

Hilda Guerra: Allegro ma non tanto




Leviatán invita     LUNES 7 DE MAYO  a las 19.Stand 322 Pabellón Azul TAND 322 PABELLÓN AZUL.
LECTURA Y BRINDIS

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sábado, mayo 05, 2018

Horacio Castillo: Tren de ganado*







TREN DE GANADO 

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

* Poema tomado de la antología del autor La casa del ahorcado (obra poética 1974-1999) (Musarico Poesía Colihue, 1999).

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Hilos Editora: Libros que no pueden faltar en tu biblioteca

Selección, traducción y Prólogo: Rodolfo Alonso


Selección, traducción y Prólogo Mercedes Roffé



Selección, traducción y Prólogo: Hugo Gola

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miércoles, mayo 02, 2018

Libro recomendado: Daniel Gayoso: Los signos de la presencia





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martes, mayo 01, 2018

Mercedes Roffé: Presentación de Glosa Continua. Ensayos de poética

Este jueves a las 19:00 se presentará Glosa continua. Ensayos de poética en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924. Con la presencia de  Mercedes Álvarez. ¡Y habrá un brindis! 


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