Taller de Lectura de Poesía
Marzo 2021
Autora elegida: Susana Thénon
Comienzo: jueves 11 de marzo, a las 18
Frecuencia: cuatro reuniones
Modalidad: online
Coordina: María del Carmen Colombo
Interesades escribir a: cotocolombo@gmail.com
el blog de coto
Taller de Lectura de Poesía
Marzo 2021
Autora elegida: Susana Thénon
Comienzo: jueves 11 de marzo, a las 18
Frecuencia: cuatro reuniones
Modalidad: online
Coordina: María del Carmen Colombo
Interesades escribir a: cotocolombo@gmail.com
Taller de Escritura de Poesía 2021
Modalidad: grupal-virtual
Frecuencia: una vez por semana, dos horas
Coordina: María del Carmen Colombo
Interesados escribir a: cotocolombo@gmail.com
Una acuarela móvil (1985)
Una
acuarela móvil
a
Roberto Borja
Campaña
subtropical y acuática del norte de Corrientes,
con
primitivo gauchillaje, hombres de a caballo o de canoas,
poetas
anónimos y en estado natural, bárbaros de la belleza
de la
intemperie y de las más ardiente bondad, que son los
primeros
que influyeron en mí.
Llanura gateada, celeste, colorada, verde y
amarilla, que
se
vive probando en sangre contra las condicionesde la
nada,
entre un reverberar de ondas solares y lunares, con
sangrías
flotantes de degollaciones, en esterales, de antiguos
guerreros
criollos o de bandidajes.
Una
región aislada, recargada de lagunas con arenas de
oro
anaranjado y de grandes ríos-esteros, circulares o
alargados
como frutos tropicales, que se estrangulan de
su
propia belleza autonómica, y duermen –detenidos o
móvilmente-
una lujosa anacronía de todos los olores y
colores;
planos bajos de antiquísimos mares retirados, con
las
orillas cargadas de palmeras celestes, coloradas, verdes,
penetrando
o saliendo de las aguas.
Tierras
morenas-claritas o rojas-rubias como las dos
clases
de lechos, de cabellos y de piel de las primitivas
hadas
contrabandistas de tesoros para el amor, que por allí
peinaban
sus cabellos.
Resplandor
de mis bárbaras (1967-1985)
Joäo Guimaräes Rosa en la
muerte
A Lila Mora y Araujo y
Octavio Mora
Joäo
Guimaräes Rosa,
¿te
acordarás algún día de mí?
Cuando
los entendidos descomponen
novelas,
sertanejo,
¿me
recuerdas a mí?
Cuando
no huye el yacaré amarillo,
y el
agua del buritizal,
llena
de flores,
es muy
pesada,
¿me
recuerdas a mí?
Y
cuando la serpiente
la
especial,
cuando
desliza su corazón en la caliente
agua,
rememore
mi amor,
¿te
acordarás de mí?
Tú, y
yo, y el hada sexual de la naturaleza,
los
tres,
seres
sencillos,
dormimos,
alguna vez, sobre el
apero,
¿y el
agua?: no se nos escondía,
ardiendo,
terriblemente, en su leve
sexo.
Palmares
colorados
1
Te
evoco, palmar colorado del unílico
corazón
del hombre, esta noche.
Ven a
salvarme de las lianas del
Comercio.
De las
imbéciles Senadurías de la
tierra.
¿Tierra
que se desnuda en la tiniebla y
huye
para el centro?
¿El
centro solo obstaculizado por la
humedad?
¿O en
el invierno universal de los
sueños,
a la
sombra de las salvadoras realidades?
¿O en
el ataúd varado y balanceado por el
terror
en el infierno?
¡Oh,
no, yo te respondo, resplandor de mis
bárbaras!
2
A
veces, las brumas inemocionales,
las
del horizonte del País Mercantil,
velan
las lejanías de palmeras vestidas
de
corales.
Yo no
estoy entre estas gasas sombrías,
en
este humo de rosales podridos de la
ignorancia;
estoy
entre los vientos del cielo o del
contraamparo,
y nado
contra la corriente de vuestros
quebrantos,
pequeños
mercaderes unidos a la
fragancia
de los
nuevos poseedores de las
tierras:
en
cuyos despachos se alojan las sardinas
y el
verano meado por los cerdos.
3
No
podré salir nunca del hechizo natal
hasta
no haber terminado con las cóleras
y los
resplandores de los asesinatos
y las
miserias artificiales del
desamparo,
reverberando
en los paisajes aún más que
naturales.
Si no
logro quebrar estas desnutriciones,
estas
fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas
y desenterradas frente al
copuleo
acuático de las esperanzas,
que no
me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones
de este
paisaje:
que me
recuesten en el lejano este uruguayo,
donde
cante una barra de laguna que desemboca
en el
mar.
4
Aterrorizado
por los paisajes de la
poesía,
vuelve
a sangrarme la poesía por la
boca.
Yo ya
no escucho más que el retumbar
de los
negros del sol.
Viaje
estival con Lucio
-Aquí
ya empiezan a haber caballos-
me
decía.
Y el
viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre
los colores del agua de la infancia.
Estábamos
ya muy lejos de los bronces, los
mármoles
y los floreros pintados "al gusto de
la
familia" en los cementerios municipales.
Todo
aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren
casi fluvial nos envolvía.
Mi
pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las
manos las ramas de las estrellas y
el
resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde
sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías
y las antiguas guerras.
Era el
primer viaje solos en el tren marrón que
no
quiere morir.
Criollo
del Universo (1998)
Viaje
al Paraguay con Oliverio
Brillan
todos los pájaros y estamos viajando al
Paraguay.
Lejos
van quedando las costas del Plata y del
Atlántico,
Las
estaciones de andenes con aliento a zorrino
De la
Provincia de Buenos Aires,
y la
laguna del Tordillo.
A nuestro
costado una franja de todos los colores
de la
Cuenca del Plata aborda a nuestro barco.
Mi
padre y un changador alcohólico, de barbas
rojizas,
nos
saludan desde la brillante costa correntina.
Una
laguna se ha colocado –como sombrero celeste-
sobre
el camposanto donde viven.
El Río
de la Plata se le ha salido del sombrero,
Oliverio,
y
desborda en su camarote.
-Pero,
che, Madariaga, usted se ha meado todo un estero.
-No,
es el agua que usted recogió en la Bahía de
Samborombón,
y la
tenía guardada en su sombrero.
Derecho,
allá, donde el crepúsculo tiene volteada a
una
palmera,
está
mi rancho con techo de hojas de palmeras.
Al
regresar, entraremos en esos palmares, en una
volanta
celeste y negra:
la
misma que manejaba Anastasio Jenuario –un negro
rengo-,
conduciendo
a mi abuelo en 1881.
Aquel
es mi pedazo de recuadro del mundo recibido
Antiguamente
por las fieras.
-Che,
camarero.
El
paquebote se dirige a los esteros paralelos a la
costa.
Quiere
vararse en la parte florecida, colorada, verde
y
cremosa del estuario.
Hemos
varado, pero conozco algunos canoeros que,
Botando
con tacuaras rosadas y amarillas, nos
bajarán
en una costa firme.
Nos
haremos de montados para llegar a algún
puertecillo
natural.
Nuestro
barco recuperará la marcha.
Ya
estamos frente al puerto de Corrientes, y el postre
de la
tiniebla entera ya ha llegado.
Durmamos
una medianoche, hasta que los monos nos
devuelvan
la luna,
y no
habrá más peligro de vararse en un estero.
Asunción
baila ya su galopa del encuentro,
Arden
las mulatas verdes de ojos dorados.
¿Oye
el sonido multicolor del canto de ese pájaro,
Oliverio?
Es el
pájaro de una princesa guayaki, que se enjoyaba
con
los ojos de ese pájaro de infierno.
Estamos
en la bahía de Asunción y corre el fuego.
La
chiquilla de las naranjas canta en el alba,
descalza
y vestida de frutas enarenadas.
Estamos
entre jazmines y mosquiteros.
Vamos
a comernos todo el Mercado.
Raptemos
a:
una
burrera,
una
naranjera,
una
mendiguera,
una
india con las orejas llenas de
frutas,
una
galopera,
una
canoera,
una
tortera,
una
yuyera,
una
frutillera,
una
aguatera,
una
canera,
una
payesera,
una
cigarrera,
una
vendedora de coronas de agua
de
ananá,
para
beber toda la siesta.
Oliverio,
nos espían desde sus carpas
las
hechiceras:
serán
nuestras amigas,
nos
ofrecerán las mejores mujeres.
(Antes de morir, Oliverio Girando me invitó a viajar con él a Paraguay. El viaje no se llevó a cabo. Después nació este Sueño, en homenaje al gran poeta y amigo)
Nicolás
Gumiliov
(Poeta
ruso muerto en 1921)
La sangrante
colina no pudo defenderte,
caíste
bajo el fuego de las hadas más
negras,
sobre
el viento del puente de guerra
tendido
en el abismo.
Tu
colina descendió con tu batalla en el
áspero
fuego del Diablo.
Entre
la niebla pasaba un carruaje venido
desde un
levísimo reino asiático,
con
olor al infierno.
En la
iglesia, bajo el puente, ha quedado
clavado
tu puñal de destierro.
Una
mujer bellísima, en el crimen del
rebelde,
alumbra
tus cabellos.
Yo
aguardo su mano de amante para adorarla
en el
jardín del fusilado.
Epitafio
Aquí
descansan los restos de un
caballo
alazán:
era
una rama púrpura de la
inmortalidad.
Planeta
azul
a mi
hijo Lucio
¡La
redonda e invisible jornada mía por la
eternidad!
El
planeta azul gira y tiene a la muerte como
reina
del todo.
No
provocar a la reina de infierno.
¡Póngale
un santo, amigo, a su bandido!
La
fuerza de la estrella del corazón sea tomada
de la
mano:
ella
es salvaje caridad de agua de cielo
que ha
bajado con los vientos de la infinitud,
y un
pequeño pedazo de ese cielo sangra y se
enciende
con un sueño terrestre.
Un
palmar sin orillas
El
muerto en la campaña del otoño
ha
vuelto a florecer en mi
memoria.
Ha
revuelto el rostro contra huellas,
y ha
arrancado la raíz del maíz terrestre
y
celestial,
crecido
en los parajes de sangre y
caballadas.
Para
nada ni a nadie reconozco en mi
memoria
un
poder mayor que el agua del País de la
Garza
Real,
o sólo
tal vez al color del padre muerto
que
vuelve a reclamar su derecho a un palmar
sin
orillas,
internándose
en un desaparecido mar.
Criollo del Universo
El
blanco océano gira en mi corazón
mientras
canta el otro océano de
plata
amarilla,
que se
desprende de las aguas del sol.
Ya es
muy tarde para ser sólo de una provincia,
y muy temprano para pertenecer,
todo,
al planeta del venidero y sangrante
resplandor.
Oh,
acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,
gaucho con trenzas de sangre,
mi padre,
y
ensíllame el mejor caballo ruano del
universo:
para
atravesar el agua de oro de la muerte,
y escucharme,
todo,
siempre en ti.
El
blanco océano solloza por la inmortalidad.
I
¡Poncho
criollo!...
Viejo
Narciso,
¿Por
qué me entregaste a Corrientes?
Al
color de los mogotes de
palmerales,
al
espeso palmar,
al
palmeral del aire,
al
agua levantándolo al palmar,
al
huevo de ñandú en el palmeral,
al
potro yaguané al borde del palmar,
al
novillo enredado en el bajofondo del
palmeral,
al
ciego del arpa y el mandolín
que
oyó un vuelo en el palmar
y tocó
una sinfonía amarilla de frutas
del palmeral.
¡Olor
a tigre y a zorzal,
olor a
lazo que se tira,
-de a
caballo-
sobre
el yegual!
¿Para
qué me entregaste a
Corrientes,
gaucho
de transparencia
liberal?
¿Me
entiendes,
cuando
cantan las cabellos de oro de tu
ahogado Miguelito,
en la
laguna secreta del cantar?
Canoa
errante mi alma,
halló
el cadáver del cantar,
cantó
el cantar,
hundiendo
vivo al agua al palmeral.
2
¡Tu
niño ahogado!
Un
gateado oliendo al tigre
del palmar
busca
tu alero
Estancia
Caimán.
Parado
está el rodeo
y
sangra al aire
el
largo catalejo de cristal:
…………………………….
Vuelan
los lazos,
canta
el pial,
y un
chifle en llamas
para
incendiar
la
volteada en el palmeral…
¡”Guarde
esa caña
que
hay que atajar”!
Mezcla
de potros
y de
teral.
Y un
turco viejo
viene
a lo lejos
con
carromato
para
mercar.
Agua
en la arena:
Camino
real.
El
bayo ruano
Al fin
de cuentas,
¿fui
capaz de triturarlo todo por ti, vieja Poesía?
¿Y qué
me habrá quedado?
¿”El
almendro real de la esperanza”?
¿El
duraznero blanco –con galas de abrojo-
que arde sobre
un mantel de sacrificios de otras sangres
de levedad purísima?
Pasa
cantando el caballero de los Trinos,
¡pero
aún no se ha bajado del caballo!
El
caballero que en los granes corrales dirigía
la introducción
y el despegue de las tropas,
el
errante doctor gaucho
con
sus caballerías siempre rezagadas para la
despedida de los niños.
Oh
viejo tropero azul, su compañero,
dibujado
en el incendio de los rastrojos flotantes del
estero,
canta
tu canto de espartillar que ardió con el
alcohol
del desacuerdo
en el
fuego de todos los parajes,
que
también las fogatas de la bondad, móviles
fantasmas,
cantarán
al borde del Camino Real,
volviendo,
con el
fuego,
el
aire de alguien,
¿para
mí?,
montado
sobre el antiguo bayo ruano del
emponchado
para
la restitución del Trino Blanco en el
corazón
del Trino Negro.
Mediodía
en un remate de hacienda
Andaba
por ahí Luicho Merlo,
gaucho
negro,
Rey,
¡y
hombre de la Cuenca del Plata!
sin
que nada preanunciara un gusto impuro entre el
olor a caballadas.
Era una
mañana luminosa, una mañana Ley-País del
Día Puro,
lejos
de la tormenta,
o de
la noche…
así,
como cuando yo he querido destronarme de mí
y ser la introducción del aire puro en la
sombra
del sueño, aquel estero era circular y
macho
de oro en el pre-invierno.
¡Trapiche-Cué,
el estero!, cielo-junco redondo y ala
circular de abeja-junco, dinero acumulado
de los sueños del agua del consentimiento
hadal multiplicado por el color infantil de
la delicadeza
del reino del Santo de la realidad y del
relincho
que arde en el pecho del paraje correntino,
memoria
sangral del agua madre,
eco,
¡y yo
ya no tengo talento, oh gloria, queda mi
cuento
disuelto en el sexo de la luminosidad!
¿De
mí?: quedará solo un poncho gaucho caído en medio
del cielo.
Están
bañando unos caballos al costado del
teru
teru…
Puente
Florencia
I
Todo
se olvida.
El
rumor es un puente.
El
color es un puente.
La
mirada de un ciervo que olfatea un
tesoro,
es un puente,
y
vuela con el ave que se aleja del
invierno natal.
Vuelan
todos los puentes.
Las
comunicaciones estallan en fuego y
transparencia.
Solo
nos queda el puente del olor del
infinito,
la
pasarela para el tigre de los sueños.
II
Ya se
aproxima el viejo invierno
con su
canción de baja zona;
el
horizonte eleva un puente
con el
terror de una paloma.
En el
estero hay una brisa
con
una garza que reposa
sobre
la escarcha de una selva
que al
agua entra y se desfonda.
Tiene
el sonido una esperanza
de libertad,
y un fuego de oro.
Olor a
ciervos que olfatean
entre
las pajas un tesoro.
Llegada
de un jaguar a la tranquera
Desciende,
agua criolla.
Paraje,
desciende, ¡pero muy bien montado!,
con
apero del oro de las guerras
y los
rodeos en llanuras gateadas.
Espartillo,
áspera y delicada cabellera del
Terror correntino,
canta
una canción de hada de llanura.
Desciende,
palmeral del borde del estero,
para
beber la luminaria caída de la tormenta
de la raza.
Entrégate,
oh el antiguo, ex guerrero, ahora
cuatrero, vengador de la estancia delicada,
solitaria en el llano del llanto,
llano
del aguacero,
y pon
tu estribo de oro y de reserva
para
bajar a beber miel y estero:
Que ha
llegado un jaguar a la tranquera.
Un
fuego en el palmar
Son
piedades-perfumes
que me
ha dado la forma,
en las
prolongaciones populares del llano.
Confundido,
entre las aguas vírgenes
y la
miseria de la orilla,
he
detenido mi caballo,
cansado
de nadar en las aguas profundas,
y he
saludado al gallo de los colores de Gauguin,
entre
las brujas de unos ranchos.
Madrugada
entre caballos
Que
magnifico país que es…
Cómo a
los subjetivos les da subjetividad,
cómo a
los objetivos les da objetividad,
y la
miel,
y el
loro salvaje,
y la
no-imperdible caída del estero en el infinito,
y el
bosque, pudriéndose en el depositario estero,
con el
herir del alba en la mano del mono,
y el
curandero-yeguarizo entreverado con los otros
caballos:
el
inocente parejero,
la
yegua de la rosa sagrada en la rodilla,
y el
padrillo de la bondad criolla en llamaradas.
La
balsa mariposa (primera parte)
I
Los
ruidos del invierno en la ciudad hacen que
yo busque, con desesperación inmóvil, los
ruidos de otra época lejana:
los ronquidos de los degollados en las
orillas del juncal.
¿No
puedo ya grabar un escenario?
¿Los
sonidos de un monto al costado de un
hombre a caballo?
Oh
garzas, depredadoras de cielo, casi retenidas
por las flores de las aguas, contrabandistas
de las sombras de aromas, el aroma del
crimen de otro monto penetra en el palmar,
al menos popular, y sin loros.
En los
albardones encontraréis un caballo
degollado color oro.
Fue
allá en el porvenir de una querencia sombría,
alegre, lúcida, viajando en la sangrante
balsa mariposa de la concreta y salvaje
estación.
Ríos
rosados
I
Rojo
ataúd de zanjas mortuorias
en los bosques invernales,
he volcado tu agua,
bebieron mis caballos
y
salieron cantando del terror.
Amarilla
era el alma.
II
No te
he olvidado, mi color de la
poesía.
No he
olvidado tu casa de manteles
acuáticos,
vareados por el agua,
los
rodeos de ganados criollos proyectándose
en el cielo,
ni a
la bruja del caballo ruano
en la
alborada de gritos salvajes y
palmeras.
Oh
nuevo resplandor del horizonte,
la
imagen ya de mí no necesita
pero
yo necesito de la imagen
del fuego destructor de la
ignorancia.
Contraamparo
a Edgar Bayley
Está
el hombre presente.
El
filo de la medianoche.
La
tormenta de la ex-tormenta.
El
cazador al viento.
Lo
inmediato no aparece ni desaparece,
está
desnudo en medio del contraamparo,
la no
guarda de lo imperfecto
y el
canto del azul zorzal.
La
lluvia es agua de oro en lo inmediato
del corazón, el cosmos es el ensayo
primero y sangrante de lo infinito.
La
sangre lava el azul imperfecto de la Tierra,
y vuelve todo a la morada de la alegría.
¿No me
disculparé ante el tigre por este “ensayo
filosófico”?
A
noche me ha colocado en un castillo en medio
del
palmar de Dios.
El
alba es el encantamiento popular del planeta.
Buenas
alba, dolor.
Canciones
para D. H. Lawrence
¿Te
acuerdas, Lawrence,
cuando
volvíamos del tropear
salvaje en el alba
paulatina?
Mi
caballo era de oro sanguíneo,
el
tuyo, rojo y negro,
parecía
tapado por tu poncho de
México.
Y
éramos amigos,
y
éramos ligeros
costeadores
de celestes lagunas
amarillas,
Lawrence,
¡dos bandoleros!
Antes
de dormir, nadábamos.
2
Lawrence,
por ti bebo
este
vino de abril
en
cuerno de tropero:
Mi
padre con los gauchos
bebía
en él la caña del
Paraguay
rociada
por el fuego,
y yo
dormía envuelto
con el
poncho del gaucho
Teolindo-lucero.
3
Lawrence,
mi caballo no ha
muerto.
Sale a
verte del fondo de un
pantano,
con
restos de canoas
dispersos
por el pecho;
hoy
que en su gala arde aún el
fuego de fogatas
de los
cazadores del fondo del
invierno.
Aguatrino (1976)