jueves, marzo 29, 2018

Álvaro Mutis: El miedo





Bandera de ahorcados, contraseña de barriles, capitana del desespero, bedel de sodomía, oscura sandalia que al caer la tarde llega hasta mi hamaca.
       Es entonces cuando el miedo hace su entrada.
       Paso a paso la noche va enfriando los tejados de zinc, las cascadas, las correas de las máquinas, los fondos agrios de miel empobrecida.
       Todo, en fin, queda bajo su astuto dominio. Hasta la terraza sube el olor marchito del día.
       Enorme pluma que se evade y visita otras comarcas.
       El frío recorre los más recónditos aposentos.
       El miedo inicia su danza. Se oye el lejano y manso zumbido de las lámparas de arco, ronroneo de planetas.
       Un dios olvidado mira crecer la hierba.
       El sentido de algunos recuerdos que me invaden, se me escapa dolorosamente:  playas de tibia ceniza, vastos aeródromos a la madrugada, despedidas interminables.
       La sombra levanta ebrias columnas de vapor. Se inquietan los písamos.
       Sólo entiendo algunas voces.
       La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que murió de hambre en la playa cubierto inexplicablemente por brillantes hojas de plátano; la de los huesos de mujer hallados en la cañada de La Osa; la del fantasma que viven en el horno del trapiche.
       Me sigue una columna de humo, árbol espeso de ardientes raíces.
       Vivo ciudades solitarias en donde los sapos mueren de sed. Me inicio en misterios sencillos elaborados con palabras transparentes.
       Y giro eternamente alrededor del difunto capitán de caballos de acero.
       Mías son todas estas regiones, mías son las agotadas familias del sueño. De la casa de los hombres no sale una voz de ayuda que alivie el dolor de todos mis partidarios.
       Su dolor diseminado como el espeso aroma de los zapotes maduros.
       El despertar viene de repente y sin sentido. El miedo se desliza vertiginosamente
       para tornar luego con nuevas y abrumadoras energías.
       La vida sufrida a sorbos; amargos tragos que lastiman hondamente, nos toma de nuevo por sorpresa.
       La mañana se llena de voces:
       Voces que vienen de los trenes
       de los buses de colegio
       de los tranvías de barriada
       de las tibias frazadas tendidas al sol
       de las goletas
       de los triciclos
       de los muñequeros de vírgenes infames
       del cuarto piso de los seminarios
       de los parques públicos
       de algunas piezas de pensión
       y de otras muchas moradas diurnas del miedo.



Álvaro Mutis (Colombia, 1923-2013). En: Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1947-1970. Barral Editores, Barcelona, 1973.


miércoles, marzo 21, 2018

Eugenia Cabral: Fragmento de su libro Vigilia de un sueño (Apuntes sobre Juan Larrea...)




Pequeña historia de un comenzar

En septiembre de 1991 conocí en casa del artista gráfico Sergio Gallardo
al poeta Vicente Luy, nieto de Juan Larrea. El contacto con Vicente se
produjo cuando yo comenzaba a publicar una revista literaria: Imagin Era,
cuya tapa imprimió Sergio. En febrero de 1992, Vicente fue a mi casa llevando
la bibliografía que tenía sobre su abuelo: La poesía de Juan Larrea,
de Robert E. Gurney; Juan Larrea. Ángulos de visión, edición de Cristóbal
Serra, y Al amor de Larrea, en la revista Pre-textos, con edición de Juan
Manuel Díaz de Guereñu. Asentó los libros sobre la mesa de cocina donde
estábamos y mirándome a los ojos, con su vehemencia que a la vez era elegante,
dijo: “Estos son los libros que tengo sobre mi abuelo. Quiero que vos
los estudies, solamente a vos puede interesarte hacerlo hoy en día”. Estaba
equivocado en ello y al mismo tiempo no lo estaba. Me proponía una tarea
ímproba para mis posibilidades materiales en aquel momento. Pero me
entusiasmó. En lo sucesivo, Vicente estableció una amistad estrecha con
mi hija, Natalia Herrera, uniéndola a su círculo de amigos en las aventuras
surrealistas que orquestaba. La amistad entre ellos se prolongó –con sus
paréntesis circunstanciales– hasta poco antes del infausto día en que “el
Bicho”, apodo derivado y apocopado de Vicente, decidió quitarse la vida en
la ciudad de Salta, en el Noroeste argentino. La tragedia de la descendencia
familiar de Juan Larrea trazaba un último nimbo luctuoso en esta tierra.

Retrocediendo a 1992, la revista Imagin Era, efímera como la mayor
parte de las publicaciones culturales independientes, apareció hasta 1993,
coincidiendo con la aceptación, por primera vez, de mi colaboración en el
suplemento literario del matutino La Voz del Interior. El artículo, a página
entera, era una reseña sobre la poesía de Córdoba durante la década de
1970, tema espinoso por el costado político y también por la dificultad para
reunir el material de investigación a causa de esas mismas circunstancias
políticas. Los militares habían censurado y hasta incinerado, con impecable
clasicismo inquisitorial, pilas de publicaciones a manos de la Comandancia
del Tercer Cuerpo de Ejército. El texto despertó simpatía entre los sobrevivientes
de aquel período porque, además, contenía información bastante
completa sobre el tema.
Por otra parte, desde 1992 asistía a unos seminarios que dictaba el Dr.
Gerardo García sobre psicoanálisis, que originaron la fundación de la actual
Escuela Freudiana de Córdoba. En 1995, la Escuela ya organizaba ciclos
de extensión cultural y en uno de ellos, dedicado al Surrealismo, fui
invitada a disertar sobre algún tema relativo a esta corriente. Aproveché
la ocasión para presentar un trabajo que venía elaborando sobre la poesía
de Larrea, a partir del material bibliográfico que me aportó Vicente
y deslumbrada por la poesía de Larrea, que no había leído hasta entonces.
Al acto organizado por la Escuela Freudiana en la Biblioteca Córdoba
concurrió, precisamente, el director del suplemento cultural de La voz del
interior, Juan Carlos González. Cuando los participantes terminamos de
leer nuestras ponencias, “Juanchi” se acercó a saludarme y me preguntó si
podía escribir una nota para publicarla en el suplemento de ese mismo jueves,
basada en la ponencia que había leído (era martes por la noche). Y que
la extensión del texto debía tener sesenta líneas de tipografía (el que yo
había escrito era de ciento veinte). Al día siguiente habría huelga general,
de modo que enviarían a buscar el texto en un vehículo del diario antes del
mediodía, pues no iba a funcionar el transporte público. Pero antes debía
llamar –a las diez de la mañana– por cualquier nueva indicación que fuere
preciso hacerme. Cuando llamé, el director me pidió que redujera mi
artículo a cuarenta líneas, por razones de espacio. Lo interesante era que
entonces solo tenía mi vieja máquina de escribir... y está de más explicar
los pormenores de un apurón literario sin el auxilio de una computadora.
Pero lo logré. No podía perder la oportunidad de difundir un breve ensayo
que venía decantando y ajustando a medida que leía y releía Versión celeste
y los textos críticos sobre Larrea que tenía en mi haber. Juanchi González
rescató en aquella misma edición otro texto que le había acercado Javier
Zugarrondo, un poeta, traductor y ensayista vasco residente en Córdoba, y
ambos aparecieron aquel jueves 17 de agosto de 1995. Después, tres artículos
más se publicaron en La Voz del Interior sobre el poeta bilbaíno.
En adelante, con el apoyo de varios escritores (Vicente Luy, el primero)
intenté impulsar la recensión biográfica de la presencia de Juan Larrea en
Córdoba y en Buenos Aires, su actividad cultural y académica, la altísima
calidad de su poesía y su reconocimiento internacional.
El criterio con que encaré las entrevistas a personas que hubieran tratado
a Larrea en diferentes circunstancias fue el de formarme una idea
aproximada de la atmósfera en que debió moverse el poeta y del aura que
lo había rodeado. La mayor parte, si no todos los entrevistados, me transmitieron
una gran ternura hacia el recuerdo del bilbaíno por encima de las
contradicciones que fueran capaces de señalar en él. Y quien dice ternura
nombra una forma particular del amor, esa forma que algunos de ellos
expresaron con un “¡este don Juan!”, moviendo la cabeza y riendo como
ante travesuras de muchacho. Y acaso fue realmente así, acaso Juan Larrea
fue un muchacho angelical hasta sus últimos días en que, transido de dolor
físico y soledad, porfiaba en escribir teorías sobre las que había estado
pensando recientemente, según me contó María Eugenia Courtade, una
artista plástica y escritora.
En su diario intelectual, Orbe, había dado cuenta de su esperanza acerca
de la condición humana:

“Actualmente las esencias vitales están repartidas. La materia no
corresponde al espíritu. Existe una disociación. Hace siglos que llevamos
un muerto dentro, que es necesario expulsar, pero como no es posible, la
naturaleza se ve en la obligación de nutrirse de su cadáver, de transformar
su medio de nutrición y su medio de reproducción, transformando la
carroña en esencias vitales. Lo mismo que el estómago del hombre. Pero
la humanidad se digiere a sí misma, se transmuta. Es como el gusano
encerrado dentro del capullo que es sostenido por fuerzas místicas y que
transforma su materia en materia nueva.”
A menudo (y no lo diré por modestia), durante la redacción de mis trabajos
y hasta durante la lectura de la obra larreana, he sentido que la obra
y en especial su poesía, como se dice vulgarmente, “me quedaba grande”.
Hoy no dudo de que así es: la admiración sigue sobrepasando los límites de
mi juicio crítico... pero tampoco puedo evitar hablar de ella. Es demasiado
hermosa para poder callar lo que me provoca. Necesito, como el enamorado
medieval, dar a conocer las virtudes de lo que me cautiva. O, mejor, para
referirme a la advertencia de Benito del Pliego:
“Como demuestran claramente las contribuciones de otros dos eminentes
estudiosos –Robert Gurney y, en menor medida, David Bary– es fácil
sucumbir a la perspectiva poética y reemplazar la crítica y el comentario
de la obra de Larrea por la justificación y el elogio y, de esta manera,
reforzar la figura ficticia en que Juan Larrea se transmutó y las metáforas
mediante las que entendió el mundo. Parafraseando a nuestro autor,
podríamos decir que algunos prefieren soñar a interpretar el sueño.”
Si bien con “perspectiva poética” se refiere el Dr. del Pliego a la sustancia
de la obra ensayística de Larrea, he tomado esa frase porque en mí
cumple un significado lato y unilateral: a mí sí me fascina su poesía casi
con exclusividad, en gran parte porque soy una lectora diríase monopolista
de poesía (y, en segundo lugar, de teatro). La pasión con que leo poesía no
es comparable al interés que me producen la narrativa o el ensayo. No tengo
alternativa, pues, salvo comportarme con parcialidad.
Se me hace difícil comprender las razones de Larrea para abandonar
la escritura de poemas por la de ensayos. Él, un escritor tan radical en su
aprehensión de la función poética del lenguaje. Únicamente Larrea podía
decir ciertas cosas de cierta manera. Sin embargo, también es no solo aceptable
sino admirable su decisión, tanto por motivos éticos como literarios.
Esa conciencia del borde donde la literatura deja paso a la política (y, por
qué no, a la lisa y llana propaganda), incluso si viniese revestida de otros
géneros representativos del poder del Estado, como la religión o la pedagogía,
es la más saludable que pueda encontrarse. Por algo la escisión entre
Pablo Neruda y Juan Larrea era inevitable en la manera en que Aristóteles
entiende que son inevitables las confrontaciones que conducen al desenlace
trágico: porque hay posiciones de los seres humanos que son inconciliables.
Otro de los móviles de mi aproximación a Larrea es el compartir la
afinidad con la poesía de César Vallejo. Claro que, a diferencia de él, acepto
plenamente la adscripción de Vallejo al marxismo, postura que Larrea
rechazaba con múltiples argumentos. Ahora bien, durante la década de los
noventa en la Argentina el neoliberalismo vino acompañado de los modelos
posmodernistas en la literatura, más proclives a admitir un marxismo
lavado, matizado y esquematizado como el de Neruda, que el radicalismo
poético y vital de un Vallejo. Incluso su lectura fue soslayándose en cantidad
mientras que la del chileno mantuvo su caudal de lectores bastante parecido
en número, pese a la caída del muro de Berlín. Probablemente también
porque, en América, Neruda suena familiar, trae aromas domésticos,
a diferencia de Vallejo, universal en su rebelión aunque sea más profundamente
telúrico que Neruda. Pero en el neoliberalismo eso no importa, todo
lo que sepa a rebelión genuina es demasiado “bold” (pesado o grueso, en la
jerga tipográfica) y la moda de los ochenta y noventa era “light”.
Córdoba no se sustrajo a aquella influencia destinada a sobrenadar en
lo superficial, que ofició de nuevo presupuesto para expulsar de la memoria
cultural la obra larreana, salvo en los exiguos círculos que lo habían tratado
y en los pocos nuevos adeptos que supe conseguir, entre ellos, Bernardo
Massoia, joven estudioso de la obra vallejiana. Afortunadamente, nuevos
aires corren en la Facultad de Filosofía y Humanidades. Ha apoyado el
acto conmemorativo realizado en marzo de 2012 en el Centro Cultural
España Córdoba, con la invitada Dra. Graciela Maturo y la presencia del
Dr. Diego Tatián; además, se realizó el seminario de posgrado dictado por
el Dr. Benito del Pliego, en marzo de 2013, en la Escuela de Letras de la
unc, denominado “Juan Larrea: vanguardia y pensamiento poético”.
  
En: Vigilia de un sueño. Apuntes sobre Juan Larrea en Córdoba, Argentina (1956-1980). 

martes, marzo 20, 2018

¿Por qué llora esa mujer?Libro Colectivo. Testimonio Carmen Rivera Apela a una carta que nunca pudo hacerle llegar a Cristina Kirchner,

"¿Por qué llora esa mujer?Libro Colectivo. Testimonio Carmen Rivera

Apelo a una carta que nunca pude hacerle llegar a Cristina Fernández de Kirchner, por tratarse mi ex de una persona pública. 

La carta está fechada a fines del año 2014, porque fue ese el momento en que sucedió todo:



Estimada señora Presidenta de la Nación Argentina:

Soy la esposa legal, durante 35 años, de un asesor y encuestador kirchnerista, al que llamaré A.L. y me dirijo a Ud. porque por convicción personal (soy kirchnerista de la primera hora) no podría nunca enviar una carta de lectores al diario La Nación, por ejemplo, para “comidilla” de la oposición.

Mi intención es que Usted, Presidenta, esté enterada de los hechos que voy a denunciar, pero no he encontrado vía que me garantice que esta carta llegue solo a sus manos. Ninguno/a de los/las funcionarios/as, periodistas, militantes, etc., a quienes  les pedí se la envíen, siquiera me respondieron. Y eso los/as más respetuosos/as. Porque la mayoría me trató de “loca”, “macrista”, y utilizando irreproducibles insultos que recibí en el peor momento de mi vida.

Mi intención es, como antes dije, que sepa que acuso al señor A.L. de golpeador, hombre violento, y es por eso que realicé la denuncia el 30 de setiembre de 2014, en Lavalle 1247, y en el Juzgado civil 87, que pasó luego a la UFI de la calle Paseo Colón 1660. Por supuesto que no pasó nada al tratarse de semejante personaje público.

El caso es simple y muy común: al descubrirle una doble vida la reacción del señor A.L. fue la violencia: me dio palizas durante cuatro meses desde el 3 de enero de este año 2014, hasta que escapé con lo puesto de mi domicilio a fines del mes de abril, al ver seriamente amenazada mi integridad física y psicológica. Y me fui a vivir a la casa de una amiga. Porque, señora, el señor A.L. me hubiera matado, seguramente, sin importarle que en el año 2012 sufrí un infarto muy grave.

Pero la cosa no terminó allí. Porque el señor A.L. continuó acosándome por wasap, teléfono, mails, con amenazas tales como “la vida no vale nada en este país, te puedo hacer matar por ocho mil pesos…” ¿Pero, y por qué? ¿Por qué tanta saña contra alguien de quien, evidentemente, quería deshacerse? Bueno, la cosa quizás tenga que ver con que pude descubrir que, además del tema sentimental, A.L. me estaba estafando económicamente, a mí y a mi hija, claro está, a través de maniobras económico-financieras non sanctas, del tipo de esas que puede llevar a cabo un hombre con Poder y que me reservo mencionar por estar toda esa información relacionada con su actividad política y en manos de abogados. Descubrí, además, que, el señor A.L., usurpa un título que no tiene, porque no es sociólogo y esto será para Ud. muy fácil de comprobar.
Podrá Ud. tratarme de lo que quiera, pero aquí lo que importa son los hechos, estos hechos y otros que, más tarde o más temprano, saldrán a la luz y podrían perjudicarla a usted, Presidenta, ajena totalmente a estas acciones.

El señor A.L. es un personaje público, quien habla en nombre de su gobierno, identificado por toda la gente con el mismo, pero que en la intimidad distorsiona las convicciones, más legítimas de su presidencia, a mi humilde entender. Por eso, solo quiero que esté enterada, Presidenta, de quién es esta persona que fue 35 años amargos mi marido y con el cual tengo una hija, que está sufriendo y mucho las consecuencias de semejante estafa y defraudación a su propio grupo familiar. Una estafa no solo afectiva, que eso no se puede juzgar, sino económica. 

Muchas gracias por escucharme, si es que es posible que alguna vez exista esa oportunidad.

Carmen Rivera

domingo, marzo 18, 2018

Paulina Vinderman: El cuaderno de dibujo





El blanco de la hoja es pura espera
en el mediodía del mundo.

Mi lápiz se acerca demasiado.
Mi lápiz se aleja demasiado.

Es mi pluma la que esta vez se acerca
al centro como una casa de espejos.
Se acerca a una velocidad de años oscuridad
que nos libera de este único universo.
Deja un borrón a la izquierda junto a un crisantemo
rojo y una frase que habla de una lagartija,
tan inmóvil como el ojo de mi cansancio.

Huele a infancia.
A infancia interrumpida.

 ---

Ruego al dios del frío un reloj de arena
y un país de nieve (para que arda mi grito).

El tiempo de mi cárcel lírica es agua robada.
El cántaro ahora guarda la sombra
de una nube, la ceniza del mundo, “las hojas
verdes de la locura” de Schehadé.

No puedo llorar por nada
junto a esta fuente de piedra.

Se va de mí, se va como la historia,
a medida que la leo.

 Duermo sobre la infancia otra vez
con mi lámpara caracol y mi lápiz secreto.

 ----

El mundo está inmerso en el mundo
y yo estoy fuera.

¿Cómo se dibuja el estar fuera?

Una violeta desorientada sobre la mesa.
Un hueco en la acacia, como una herida vieja.
El cielo toca la tierra y creo adivinar.
Descanso mi mano en el hueco, en el silencio.
Recojo la violeta.
Y espero que la luz converse con la memoria jardín
y me aceche con la dulzura desesperada de
un dialecto.

Una música presentida, improbable,
que me reconozca.
---


A la luz de la antorcha que Ohme sostiene,

el bisonte resplandece.
Me he esforzado en sus patas y en hacer oír
la sombra de su rojo sangre.

Un poco más, un poco más, y será una presencia,
así dicen.

Mi cansancio es triste
cuando suelto la espátula de hueso.
Ohme es feliz porque ha aprendido el sonido
del color.
¿Soy sólo yo?
¿Sólo yo siento en mi estómago la ausencia?

Me he convertido en un pintor de ausencias.
No soy el animal, el animal no es.
Vivo para esta hecatombe:
buscar el lugar anterior al mundo,
como perro lobo que aúlla en la noche.

                                                              a los pintores del Paleolítico




*Paulina Vinderman (Buenos Aires-Argentina, 1944). Poeta, traductora. Primer Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires, Premio Academia Argentina de Letras, Premio Cittá de Cremona (Italia), Gran Premio de Honor Fundación Argentina para la Poesía y el Premio Esteban Echeverría. Publicó: Rojo junioBulgariaEl muelleBote negro y La epigrafìsta, reunidos en las antologías: El vino del atardecer,  TransparenciasLos gansos salvajes, etcétera.