sábado, diciembre 27, 2008

Susana Villalba: Antes de que amanezca*

Que diga azul y se alce como un potro un día de oro, espléndido que diga y sienta el corazón a pleno, al mediodía arde por nada, porque el verano o sea que cuando diga sombra sea agua entre las piedras de otro pueblo. Que aun en ruinas se hace oír por el silencio en que nos sume lo distinto, serpientes se escurren en el viento, la arena silbe como fue la eternidad alguna vez pintada con alheña indeleble. Sobre pueblos levantados sobre pueblos sobre cenizas de un volcán. El pasto crece ahora sobre cimientos de lo que fue una habitación, ¿se hacía el amor del mismo modo? ¿qué se decía antes? ¿después? Que diga ahora y haya ahora un cuerpo en mí y que lo que quede en mí comprenda que es sólo una siesta lo que dura el armisticio, se enfrentan, se temen tanto como se fascinan. Detrás de su mirada cada uno sea arrebatado por eso que no es uno de los dos, algo tan físico, palpable como lava diluye ese intangible saber de sí que los separa. Que diga mañana y sea mañana cuando piense, cuando diga qué hacer con esa siesta que queme hasta dejar su marca. Piel de culebra ahora se funde con la arena, testigo de los cambios, pueblos que amaron sin pensar que dios fuera más lejos que un dios, camino de la savia en el árbol no necesita una salida para andar. Que recorra una espalda sin leerla, que se queme al tocar y al despertar no haya cenizas, que encuentre ceniceros, vasos (dos) debajo de la cama y piense que todo ha sido un sueño. No un blockout, no por remordimiento ni por idea alguna sobre sí o no o sea el amor un encabritamiento, una raza de sol en cruza con espléndido caballo y corazones de cenizas. Que vista de jaeces o desnude un ángulo de sombra en almenares, a través de los vitraux, que ascienda eternamente sin llegar como pirámide que trunca es un remedo de infinito. Que cambie de lugar sin que se note, como el día. Como serpiente azul entre maleza vuelta azul de tanto verde. Que diga estoy como decir sin patas ni cabeza en otro sitio que la arena caliente, ese calor sienta detrás de la mirada, el sol bajo los párpados cerrados sea como si sombra fuera un remanente de la luz. Astillas de color en los brillitos de las piedras.Que sepa de pronto que no está donde supone. Que mire alrededor y se vea en pleno centro, en La Academia, en un invierno. Calor por el calor de las dicroicas, el humo, las estufas, los billares entrechocan como base percutiva en esa música de voces, vasos, registradora y esa locomotora cada vez que hacen café. Cada minuto. Al abrirse la puerta un tronar de colectivos y escapes de las motos, afuera es otra noche igual pero distinta. Que ahora diga noche, es de noche, es ahora. Se mira. Tiene un pulóver Ruta 66 que no recuerda haber comprado, un hombre lo olvidó en su casa, ella olvidó al hombre, el cuerpo olvida el abrigo que lleva, ella le regaló un reloj azul, él mira la hora que es ahora sin recordarla, el reloj tiene una lucecita como agua, como la hora bajo el agua, peces, destellos de color. Mi padre me regaló una casa que no es mi padre, es mi casa. Ahora, crezco en esa habitación que se levanta sobre el polvo que es él. Que confunda los ojos abiertos de los muertos con vidrios en la playa. Botellas, tazas, cigarrillos, la mesa crece, se suma gente, la noche crece, el color es estridente, rojo de La Continental, turquesa y fucsia de la tele, de pulóveres. Que diga piel y ascienda olor a tilos, a durazno, morderlo sea en la boca decir verano como agua, como la fruta cae en el barro, brisa dulce a través de la ventana, la luna como el cuerpo en su estado de agua quieta electrizada, fuego frío que es ninguno de los dos sino dos en espera de otra noche. Otro verano. Esa moto que se escucha ahora va hacia el mar. O no. El mar siempre está ahí, yendo y viniendo. Que me sumerja y sea cálido, peces de colores a través del visor. El agua guarda las esencias, murmullos del naufragio, la culebra de mar entre platos de bronce, arcones, de las banderas queda el musgo, enredaderas de agua entre hilachas de jarcias, un pueblo que no llegó a la tierra prometida. Sumergido, uno mira su reloj, prende una lucecita que coloca sobre un libro, en otra mesa se juega a los dados, tantos hablan que no escucho a nadie. Miro como a través de agua, afuera crece una bruma sin que se vea río alguno que la exhale, enciendo el walkman. Una noche se intoxicó y perdió todo menos la llave en el puño cerrado como piedra. Cuido mi casa como un centro de mí que siempre está, yendo y viniendo. Ahora estoy aquí, en el café. Ahora no estoy.Que diga azul y sea ese momento de la tarde casi noche, el ladrido de los perros, el olor de una humedad que será bruma en la mañana, las puertas que comienzan a cerrarse, un alboroto de pájaros antes de acurrucarse y ceder a signos de la noche. Ahora es Clapton, ahora abro la puerta, camino entre la bruma, necesito creer que existe un río, en realidad existe, una cúpula iluminada se levanta sobre una ciudad difuminada y casi a oscuras. Ese hombre, otro, le dijo vuelvo de París. Ella llamó a París para saber a qué hora de Buenos Aires. El le regaló una medalla de Notre Dame que ella olvidó después junto al reloj azul de otro, el del pulóver Ruta 66 se la devolvió para que otra no la encontrara en su mesa de luz. Una sola rama, desnuda, asoma sobre un farol, iluminada parece que saliera del vacío, como un rayo. Escribe un mail a España y le dicen que aquí es ahora verano tía. Escribe a Mendoza y le dicen que están bloqueados por la nieve. Llamó a París pero él estaba en Notre Dame y no permitían celulares. Ahora, más tarde, no hay el estruendo de colectivos ni colectivos ni taxis ni persona alguna en la niebla, da vueltas como pantera atrapada en un claro demasiado extenso, como un loco que creyera vivir en una gran ciudad espera un auto en medio de la nada. Quiere fumar, quiere ver el vapor a través de su ventana. Después, antes, el de París ya estaba en Buenos Aires, los dos se recuerdan pero no se acuerdan, ¿o viceversa?, se olvidan de llamarse. De noche parece grave, de día no.Pero es el amanecer, es el aire, la bruma es violeta, nubes bajas parecen edificios reflejos de otros de concreto. En todas partes amanece aunque no ahora, cuando el cuerpo se levanta, cuando la voz se acomoda a un lenguaje que es distinto hasta en el sueño. Aunque no haya dormido une las manos en la frente. Que en su saludo al sol se alce un verano azul, que brille la arena como un oro animal, sea la piel de piedra molida y de calor, el mar surja de pronto como un día que hasta ahora no había sido y siempre es. Que pase lo que pase el viento y sea el sol que gire en torno, es decir sombra sea entrar en el mar. Con un snorkel, la música del fondo tiene un tiempo diferente, el tiempo de los cuerpos en la siesta, en la penumbra de un hotel de verano. De noche se está en una o en el otro. De día, en la arena se está fuera de sí porque es afuera donde siente. Pensamiento que la astilla, destellos en las piedras. Que sea como distancia un día del siguiente. Que si dos cuerpos, se separen como el día se levanta de la noche. Que se encuentren como una noche que no ha sido todavía. Que diga calor y en el calor no encuentre qué decir. Ni qué callar.
Bar La Academia, Callao entre Corrientes y Sarmiento
*De su libro Plegarias.

martes, diciembre 23, 2008

Reportaje en argentina Satelital

Entrando en argentina satelital, podés ver todavía el reportaje que me hizo la poeta Gisella Galimi en la audición "Calentito el Café".

Encuesta de Página/12 acerca de los mejores libros del año 2008: Vale una aclaración

Convocada por la periodista de Página/12 Silvina Friera, respondí el cuestionario acerca de los mejores libros editados durante el 2008 en los rubros "poesía" y "reedición de libros", no sólo respetando la consigna de fundamentar en diez líneas, como máximo, mis elecciones, sino --simple cuestión de responsabilidad y compromiso con una tarea-- tratando de ser leal conmigo misma a través de mis opiniones. De esta forma, mi voto fue para dos libros de poemas en el primer ítem: Fudekara, de Liliana Ponce (Ed. Tsé Tsé) y El mal menor, de Mónica Sifrim (Ed. Bajo La Luna); y para La mitad de la verdad, obra reunida de Irene Gruss (Ed. Bajo La Luna), en el segundo ítem (pueden leerse en este mismo blog las fundamentaciones).
Cuál no sería mi sorpresa cuando leí hoy, 23 de diciembre de 2008, en el relevamiento de referencia, publicado en Página/12 bajo el título: "Celebración de la diversidad y la edición independiente", que, en el rubro poesía, yo había votado sólo un libro --el de Liliana Ponce (la fundamentación fue reducida a una línea)-- y no dos libros como voté; y en el caso de las reediciones, bueno, ni siquiera se mencionaba respuesta mía alguna.
¿Problemas de espacio?, ¿de distracciones y apuros periodísticos en un cierre?, ¿de desencuentros entre la periodista y el editor de la nota?: puede ser... Pero, de cualquier forma, y más allá de la buena fe de quien hizo la nota, me pareció importante hacer esta aclaración.

lunes, diciembre 22, 2008

¡Escuchemos! a Miguel Ángel Bustos*

Escuchemos
que viene la mañana
de hombros alzados a las nubes,
escuchemos su empujón en el pecho.
Que traemos amores
brotados en la noche al día.
Muriendo van los besos
en bocas golpeadas y dormidas.
Vueltos del sueño,
que viene abrazando la vida.
Escuchemos el fragor de la noche que llega doliendo.
Escuchemos al corazón de la mañana!
Cada aurora nos compran el alma.
Niños de lejanas manos
queman el aire.
Brasa a brasa
nuestras voces lamen el viento.
Corazón de la mañana,
tu luz arriba.
Cómete la noche y avanza.
*Poeta, dibujante y periodista argentino, secuestrado por la dictadura.

viernes, diciembre 19, 2008

Ni olvido ni perdón




En este día tan triste, en que los jueces Gustavo Mitchell, Guillermo Yacobucci y Luis García, integrantes de la Cámara de Casación Penal argentina, liberaron a doce de los más sangrientos genocidas, desde este blog del amasijo decimos: NO OLVIDAMOS, NO PERDONAMOS, NO NOS RECONCILIAMOS.

miércoles, diciembre 17, 2008

Libros y más libros: La mitad de la verdad


La reedición de todos los libros de la poeta Irene Gruss, bajo el nombre La mitad de la verdad (Editorial Bajo La Luna) constituye un acontecimiento para la poesía argentina. Porque ofrece la posibilidad de disfrutar en plenitud de los diversos matices de una de las voces que, contradiciendo a la autora ("Nunca digan que poseo una voz/ particular”), me atrevo a señalar como una de las más personales entre las surgidas en las últimas décadas. Destaco, entre muchas otras virtudes de su escritura: la forma en que el tembladeral de la existencia se hace presente en sus poemas (La luz en la ventana, 1982), su delicado manejo de la ironía (El mundo incompleto, (1987), el contrapunto que instala su voz aterciopelada de contralto para escandir su propio canto (La calma, 1991; La dicha, 2004).

Comunicado de la Sea: Legislatura caliente

Concentración y vigilia de los escritores para que se apruebe el régimen de subsidio

Desde la tarde del lunes 15, cuando más de cien escritores convocados por la SEA se reunieron frente a la Legislatura, va aumentando la presión para que se trate y vote en el Recinto, en la próxima sesión extraordinarias, el Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria, subsidio que permitirá que las escritoras y escritores de más de 60 años puedan seguir escribiendo y completando su obra en condiciones dignas.

María Rosa Lojo, Elsa Osorio, Diana Bellessi, Pacho O’Donnell, Vicente Zito Lema, Alberto Laiseca, Noé Jitrik, Rafael Vásquez, Ricardo Horvath, Leonardo Martínez, Julio Bepré, Hebe Solves, María del Carmen Suárez y las muy jóvenes Florencia Abadi y Aldana Gaggero, entre otras escritoras y escritores, se hicieron presentes para respaldar el proyecto de la SEA, presentado en 2007 por el fallecido Elvio Vitali y retomado con entusiasmo por su colega del mismo bloque Inés Urdapilleta.

El proyecto ya tiene dictamen favorable de las Comisiones de Cultura y Presupuesto, y se descuenta que en las próximas horas será convertido en ley, con el apoyo de todos los bloques de la Cámara.

La Comisión Directiva de la SEA exhorta a los legisladores –preocupados en estos días por preservar su imagen, en un marco de escándalos y denuncias- a votar YA este proyecto que ha sido consensuado largamente, permitiendo que numerosos escritores accedan al subsidio, que incide mínimamente en el Presupuesto de la ciudad y redunda en un enorme beneficio social y cultural.

¡TODOS JUNTOS, POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!

COMISIÓN DIRECTIVA DE LA SEA
Martes 16 de diciembre de 2008

martes, diciembre 16, 2008

Libros y más libros: El mal menor

El mal menor, de Mónica Sifrim (Bajo La Luna Poesía, Buenos Aires, 2008)

Comprometida con el tiempo que le toca vivir –tiempo de crisis de los grandes relatos, de valores y utopías, de creencias —Mónica Sifrim se interna en este su cuarto libro, en los enredados laberintos del corazón contemporáneo, un corazón trabado/ en la derrota, cuyo padecimiento asimila, al menor de los males o “mal del cangrejo”.
Así como en su segundo libro Novela familiar dialoga con el bildungsrooman, en El mal menor la poeta indaga en diversos relatos míticos y religiosos de la tradición judeo-cristiana –sobre todo las Sagradas Escrituras-, interpretando a la luz de esa narrativa preexistente los avatares de una existencia, ciertas etapas de una historia de vida. El periplo vital que se despliega en este libro abreva, además, en diversos materiales: textos literarios de autores clásicos y contemporáneos (Góngora, Garcilazo, Baudelaire, Eliot, José Hernandez, por citar sólo algunos).
Pero, aquí, y a diferencia de su segundo libro, el diálogo admite un movimiento doble: de denuncia por un lado, pero también de reconocimiento con esos legados.

Libros y más libros: Liliana Ponce


Fudekara, de Liliana Ponce (Ed. Tsé Tsé, Buenos Aires, 2008).

Escrito como un diario de iniciación que abarca doce días y que da cuenta de la experiencia del aprendizaje de la caligrafía chino-japonesa, “un arte puente entre la pintura y la escritura literaria”, Fudekara se revela como una manera singular de observar el mundo y registrarlo: “Al escribir observo. Después, voy hacia tierras marcadas con signos invisibles. Continuidad de esa trama, breve pero intensa, consistente pero también fluida y móvil, que ha ido tejiendo toda la obra de Liliana Ponce, este libro incluye --otro rasgo singular--, un ensayo de la propia autora sobre la escritura ideogramática, “como un sistema trazado en el umbral de la poesía”.

lunes, diciembre 15, 2008

Postergación del tratamiento del Proyecto de Pensión para el Escritor

Desde las 16 horas y hasta las 18.30 del día de hoy, lunes 15 de diciembre, un nutrido grupo de escritores, convocados por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), se dio cita en la puerta de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. El objetivo, como ya informáramos en este blog del amasijo, era estar presente durante la sesión en la que sería tratado por el cuerpo legislativo el Proyecto de Pensión para el Escritor.
Lamentablemente, y según se nos informó ya pasadas las 18, la Legislatura no iba a dedicar su sesión del lunes al tema de nuestro interés, postergándolo quizás para este jueves.
Habrá que esperar entonces un poco más.

Homenaje a una compañera: Graciela "Chiche" Fraccino

Anoche, pensando en la posible sanción de la Pensión para el Escritor en el día de hoy, lunes 15 de diciembre, recordé aquellos otros días de 1974 y 1975, cuando, con un conjunto de poetas, peléabamos en la Sade por la inclusión --el reconocimiento-- de lo que llamábamos Las Nuevas Promociones Literarias (los más jóvenes) en el estatuto de esa entidad.
La Sade era en esos momentos un reducto burocrático, un sello nada más, del que nada podían esperar los escritores --lamentablemente, con los años se fue transformando en algo peor: en una simple caja que solventó, a través de estafas y desfalcos, a diversos vagos y maltretenidos (de allí su reciente intervención).
Decía que estaba recordando aquellos días, y un nombre vino a mi memoria: el de Graciela "Chiche" Fraccino --hoy ya fallecida--, compañera constante de esas luchas... Vaya entonces para ella, en este día histórico para todos los escritores, mi homenaje más sentido.

Hoy al fin podría sancionarse la Pensión del Escritor

Reproducimos, a continuación, la nota aparecida hoy, lunes 15 de diciembre de 2008, en el diario Pagina/12:

No queremos más dilaciones
El proyecto que contempla un subsidio mensual apunta a evitarles la indigencia a varios creadores valiosos y significa un 0,0147 por ciento del presupuesto total de la ciudad: todo depende de que los legisladores del PRO ocupen sus bancas.

Por Silvina Friera

La jornada puede ser histórica para todos los escritores de la ciudad y del país, si los diputados del PRO no se hacen los “distraídos”. Esconderse y no dar la cara, además de ser una actitud canallesca, tendría altos costos políticos en un ámbito, el de la cultura, donde el macrismo se hunde en un mar de desidias e insensibilidades inadmisibles, aunque cree flotar sobre la luz de megaespectáculos trasnochados y un turismo prêt-à-porter. Los legisladores hoy tendrán que poner el cuerpo en sus bancas para convertir en ley el Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria, un proyecto gestado e impulsado por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) y presentado por el querido Elvio Vitale allá por febrero de 2007. La Pensión del Escritor (así llamada por la SEA), que cuenta con el apoyo de más de 500 escritores y artistas, ha sorteado la muralla de dilaciones con las que se topó en las comisiones de Cultura y Presupuesto. Ahora está a un paso de convertirse en ley, pero para que el proyecto sea tratado sobre tablas se necesita un quórum de 40 diputados, los dos tercios del total de 60 legisladores, y para ser sancionado requiere de una mayoría simple, la mitad más uno de los diputados presentes. Los escritores, curtidos como pocas veces en esta larga batalla, se concentrarán desde las 16 en la esquina de Perú e Hipólito Yrigoyen para luego acceder al recinto.
Aún suscita rabia recordar los pruritos del PRO para dar vía libre al Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria que, de aprobarse, dispondrá del 0,0147 por ciento del presupuesto total de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –2.500.000 pesos anuales–, una cifra irrisoria que servirá para paliar el estado de indigencia de muchos escritores, que serían beneficiados con un subsidio mensual y vitalicio, de carácter no contributivo, equivalente al ingreso básico del personal del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que revista en el Agrupamiento Servicios Sociales e Institucionales de la Carrera Administrativa (Nivel SA01), es decir unos 1650 pesos mensuales. Gozarán del subsidio aquellos creadores literarios que tengan residencia en la ciudad no inferior a los 15 años, que hayan publicado cinco libros debidamente registrados como mínimo en los géneros de literatura, poesía, ensayo o teatro, los cuales deberán haber sido escritos en lengua castellana o cualquiera de las lenguas originarias, comprendiéndose también las ediciones bilingües, y que no cuenten al cumplir 60 años –la edad mínima para solicitar el beneficio– con otro ingreso o haber jubilatorio equivalente.

Graciela Aráoz, presidenta de la SEA, plantea a Página/12 que el proyecto de Ley de Reconocimiento de la Actividad Literaria tiene razones vitales para los escritores. “A diferencia de otras actividades artísticas, los escritores carecemos de cualquier forma de cobertura previsional. Nuestros ingresos están atados estrictamente a los derechos de autor, que son proporcionales a la venta de los libros. Así, el escritor que llega a una edad avanzada, sólo podrá sobrevivir si logró un éxito comercial o, en su defecto, si realizó otras actividades laborales durante un tiempo suficiente –explica Aráoz el vacío jurídico que afecta a los escritores–. Los que no se encuentran en ninguno de estos dos casos, estarán condenados a no tener una vida digna como se merece cualquier ser humano, algo que ya sucedió con varios y valiosos compañeros fallecidos. ¿La vida de un creador debe depender de la mercantilización de la cultura? Vemos, con mucha preocupación, que mientras se han presupuestado 70 millones de pesos en favor del régimen de mecenazgo –que coloca a la cultura bajo el sponsoreo de grandes empresas–, se nos sigue postergando un recurso para el cual está prevista una cifra treinta veces menor. La SEA desde hace cuatro años viene sosteniendo esta lucha, desde la misma redacción del proyecto, y luego con nuestra presencia permanente en cada despacho de los diputados, en las comisiones de cultura y de presupuesto, defendiendo en favor de los escritores cada artículo y modificación que se realizó, presentes siempre y en cada momento.”

La Pensión del Escritor cuenta con el apoyo de Osvaldo Bayer, Eduardo Belgrano Rawson, Vicente Battista, Beatriz Sarlo, Diana Bellessi, Arturo Carrera, Leopoldo Brizuela, Carlos Chernov, Antonio Dal Masetto, Daniel Divinsky, Alejandro Dolina, Juan Gelman, Angélica Gorodischer, Noé Jitrik, Sylvia Iparraguirre, Elsa Drucaroff, Guillermo Martínez, Tununa Mercado, Cristina Mucci, Mauricio Kartun, Guillermo Saccomanno, Ana María Shua, Fernando Noy, Miguel Rep, Héctor Tizón, David Viñas y Luisa Valenzuela, por mencionar apenas un puñado de los 500 escritores y personalidades de la cultura que adhieren al proyecto. “No queremos más dilaciones –-advierte Aráoz–. Esperamos que la ley se apruebe hoy mismo.” Será, si los diputados macristas no huyen de sus responsabilidades, una conquista histórica. Y un modelo para replicar la ley a nivel.

domingo, diciembre 14, 2008

Mañana se vota en la Legislatura de la Ciudad el proyecto de Pensión para el Escritor

A todos los escritores, compañeros y amigos, les decimos desde este blog del amasijo, que mañana, lunes 15 de diciembre, puede ser un día histórico: porque se vota en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires el proyecto de Pensión para el Escritor.
Por eso, los invitamos a que nos acompañen: nos encontraremos a las 16, en Perú e Hipólito Yrigoyen, junto a la Sea (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina). No se olviden de llevar documento de identidad.
Todos juntos y unidos por nuestra legítima reivindicación.

sábado, diciembre 13, 2008

Comunicado de la Sea: Votarán el lunes el subsidio para los escritores de Buenos Aires

El Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria –un proyecto gestado e impulsado por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA)- ya cuenta con dictamen favorable de las comisiones de Cultura y Presupuesto y va camino a convertirse en ley con el apoyo de los bloques opositores de la Legislatura porteña.
Diputados del PRO que individualmente apoyan esta iniciativa, han solicitado a sus colegas que el tratamiento sobre tablas se haga este lunes 15 de diciembre, ya que esperan recibir este fin de semana una señal aprobatoria del ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi.
Gozarán del subsidio aquellos creadores literarios que tengan residencia en la ciudad no inferior a los 15 años, que hayan publicado al menos cinco libros, en los géneros conocidos, y que no cuenten, al cumplir 60 años, con otro ingreso o haber jubilatorio equivalente.
La Pensión del Escritor (así la llama la SEA) toma por primera vez en cuenta el aporte silencioso y constante que los Escritores porteños, con sus narraciones y sus versos, con sus reflexiones y su humor, le han hecho a la imagen y al patrimonio cultural de la ciudad de Buenos Aires.
Hasta hoy, la Legislatura acostumbraba conceder pensiones graciables en los casos más apremiantes y penosos. Pero a partir de este momento, habrá un régimen que sostendrá al creador literario, para que pueda seguir entregando belleza a través de su palabra, y participando, con sobrados méritos, en la vida de la comunidad.
¡TODOS JUNTOS POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!

COMISIÓN DIRECTIVA DE LA SEA
Viernes 12 de diciembre de 2008

SEA / Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina. Asociación Civil-Personería Jurídica IGPJ 0078/2001. Bartolomé Mitre 2815, 2º piso, oficinas 225 a 230-C1201. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Tel. (5411) 4 864 8101: www.lasea.org.ar

Irene Gruss*: He cantado

Aquí me ven con la boca abierta
como una ballena,
esa ballena que escupe
pura congoja. Oh, Ahab, ¿alguien
podrá decir es aquí
donde me deshago ahora?
Oh, boca abierta, yo,
que he cantado,
ballena blanca y mortal, no quisquillosa sirena,
oh, amor mío,
quién ha muerto
a quién.
* Irene Gruss nació en Buenos Aires, en 1950. Publicó, entre otros libros: La luz en la ventana (1982), El mundo incompleto (1987), La calma (1991), Sobre el asma (1995), Solo de contralto (1997), En el brillo de uno en el vidrio de uno (2000), La dicha (2004),y la nouvelle Una letra familiar (2007). Además, seleccionó y prologó la antología Poetas argentinas (1940-1960), 2006.

Mónica Sifrim*: De su libro El mal menor*

La voz del abandono
No es
La voz del del animal
Que cruza el vado: es otra.

Les pedí: "por favor no me abandonen"
Pero si lo hacen que no sea
Demasiado temprano.

Sé de viajes como apuestas
Que duplican
La cifra
De los naipes

Porque se escabullen a la vez
Del antes y el después.

Viajes sin retorno
A la deriva
Al centro del infierno

Pero si otra vez me quiero ir
Que no sea por rutas conocidas
Que no sea en la víspera

Ni empuje al corazón
El torbellino
De una decisión
Implume.

*Nació en Buenos Aires, en 1958. Egresada de la carrera de Letras (UBA). Coordina talleres de escritura creativa y lectura. Publicó: Con menos inocencia (1978); Novela familiar (1990), Laguna (1999) y El mal menor (2008).
**El poema que se transcribe está inlcuido en su último libro publicado.

Museo Benito Quinquela Martín

Femenino... y eterno
jueves 18 de diciembre a las 18.
Museo Benito Quinquela Martín:
Av. Pedro de Mendoza 1835.
Obras del patrimonio y la participación de artistas contemporáneas.
La exposición permanecerá abierta hasta marzo de 2009

viernes, diciembre 12, 2008

Liliana Ponce: Fudekara

Día 12
De la dirección de la fuerza puede inferirse una virtud. Resistir, en otra dirección, permite descubrir la imitación, la parodia. Pero ahora no puede más que permanecer en el centro, considerar la nebulosa del hábito.

No sé agazaparme como animal, o como flor, gradualmente cerrar hojas orgánicas.

Las palabras apoyadas en la garganta, áridas, perdidas, se adelgazan. La mirada esquiva se apresura a no modelar el aire y se evapora.

Escribo cada trazo sin guía. Escribo morosamente.

Día 14
Fantasmas cambian la mano. Tu voz es emocional, demedida. El relato razona en la memoria.
No desmiente la sed, lo fugaz, la bravura del mar, el perfil de los árboles, la sombra de la roca.

Fantasmas cambian los ojos. Amenazan ceñir otro cuerpo a la cabeza.

Tu voz ha creado hilos que crecen en las pupilas.

Escribo. Escribo signos. Escribo muerta. Escribo otra. Escribo para no hablar, para no mirar.

Liliana Ponce nació en Buenos Aires, en 1950. Egresada de la carrera de Letras. Publicó: Trama continua (1976), Composición (1984), Teoría de la voz y el sueño (2001), Fudekara (2008).
Los poemas que se transcriben pertenecen a su último libro publicado.

Jorge Cabrera: Diario de Alfonsina

.
Animal en su llamado silencioso. Mujer
que declara sus esponsales con el agua.
Sirena negra.

.
El semón caliente de tu aliento. La noche
sin par. Mis versos. Pretextos para no
decir: estoy sola.
.
Mar a fondo. Si me llamas no estoy. Quiero
decir: no fui llamada. Quiero decir: estoy
a la deriva.

.
Esto que escribo: Noche cerrada. Restos
de tu nombre. La palabra Horacio. La
palabra nada.

Jorge Cabrera nació en Lanús en 1954. Licenciado en Letras. Coordina talleres desde 1985. Publicó Asterión y otros poemas (1984), Sobrevivientes del paraíso (1985), Inscripciones (1993). Los poemas que se transcriben pertenecen a un libro inédito próximo a aparecer.

miércoles, diciembre 10, 2008

Comunicado de la Sea: A un paso de lograr la conquista histórica para todos los escritores!

RECONOCIMIENTO A LA ACTIVIDAD LITERARIA
A un paso de lograr una conquista histórica para todos los Escritores

Finalmente, al cabo de semanas de movilización, difusión y febriles gestiones de decenas de compañeros, el proyecto de la SEA de Reconocimiento a la Actividad Literaria en la ciudad de Buenos Aires cuenta con el dictamen favorable de las Comisiones de Cultura y de Presupuesto, y será tratado este jueves 11 en el Recinto, durante la sesión ordinaria de los Legisladores.

Es importante, ahora más que nunca, demostrar a los Diputados, y también a la opinión pública, que este Reconocimiento es una histórica conquista y que es apoyado sin matices ni diferencias por todos los Escritores.

Invitamos a los compañeros y amigos que han participado con esfuerzo y entusiasmo en esta lucha a hacerse presentes en la Legislatura mañana jueves 11 de diciembre a las 19 horas. Para acceder al Recinto sugerimos contactar a algún miembro de la Comisión Directiva de la SEA.

Es el último esfuerzo, y la recompensa será una Ley que regirá en la ciudad de Buenos Aires y que será modelo para un proyecto de alcance nacional.


¡TODOS JUNTOS POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!
COMISIÓN DIRECTIVA DE LA SEA
Buenos Aires, 10 de diciembre de 2008

SEA / Sociedad de Escritoras y Escritores de la ArgentinaAsociación Civil - Personería Jurídica IGPJ 0078/2001Bartolomé Mitre 2815, 2º piso, oficinas 225 a 230C1201AAA Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ArgentinaTel. (5411) 4 864 8101www.lasea.org.ar

martes, diciembre 09, 2008

Amelia Biagioni*: León

No importa si la pálida mujer
que en su torre escribe
amontona palabras tibias.

Cuando duerme
de un rojo salto
la arrebato y enciendo
la llevo a su selva
le infundo mi dinastía
y la obligo a reinar,
a avanzar segura y espléndida
a apresar bravamente
las palabras amantes o guerreras
y a desdeñar las otras.

*Poeta argentina, nació en Gálves, provincia de Santa Fe, en 1916. Profesora de Letras. Publicó, entre otros libros, Sonata de soledad (1954), La llave (1957), El humo, Las cacerías (1967), Estaciones de Van Gogh (1984), Región de Fugas (1995). Falleció en el año 2000.

Alberto Blanco*

Punto y banca
Y es así que no me calmo
aun aprisionado por tu cuerpo
no deja de venir dios a avisarme
que estoy perdiendo más de lo que gano
que apostando a tu detalle
despilfarro el resto
que elegirte es corromper
un vacío y una soledad que lo contienen todo.

Argentina
Una calle triste llamada San Martín
y otra de nombre Belgrano
y siempre una Nueve de Julio
desabrida
en pueblos y ciudades
clones de una misma y sola capital
donde no puedo verme
ni encontrarte.

*Alberto Blanco es poeta y narrador, dibujante y pintor. Nació en Buenos Aires, en 1954. Algunos de sus poemas fueron incluidos en la Antología de la Casa de la Poesía (1999). Coordina desde hace años talleres de arte; actualmente estçá a cargo del Centro Cultural para Adultos Mayores Palermo Grande.
Los poemas que se transcriben pertenecen a su libro inédito Amor al revés.

Poéticas al encuentro

Reproducimos a continuación, la nota aparecida en el diario Página/12, Suplemento Radar, del domingo 7 de diciembre de 2008, a raíz de la publicación de la antología Poéticas al encuentro, editado por editorial Tantalia, y de la que ya informamos en su oportunidad en este blog del amasijo.

"Cercano Oriente: un recorrido filosófico signado por el vértigo de la intensidad. Una antología poética acerca el Líbano a la Argentina
En este caso, hay que reconocer que le debemos mucho a Internet”, dijo el poeta Edgardo Zuain en la Embajada del Líbano durante la presentación de Poéticas al encuentro (Tantalia), la antología de poesía argentino-libanesa que dirigió y ahora acaba de publicarse.
Es que la idea de este libro, que seleccionó treinta autores argentinos y treinta libaneses, surgió a partir del encuentro on-line entre Zuain y su pariente lejana Sabah Zouein, también poeta, traductora y periodista cultural del Líbano. Además de constituir un interesante muestrario de estéticas y generaciones argentinas diversas, entre los poetas seleccionados hay consagrados como Juan Gelman y Hugo Padeletti, pero también otros menos difundidos como Rubén González y la Florencia Abbate poeta –(quien también colaboró con la compilación)–, este libro tiene otro valor fundamental ya que permite conocer un poco la obra de excelentes poetas del Líbano a los que prácticamente no había forma de acceder.
“Nos ha parecido que un libro de estas características es apropiado para contribuir a que países como Argentina y Líbano, que tienen en común importantes vínculos inmigratorios, puedan redescubrirse y reencontrarse a través de las experiencias artísticas o culturales. Creo que logramos, a pesar de las limitaciones cuantitativas, brindar con bastante amplitud un panorama estético, generacional y geográfico de la poesía argentina”, explicó Zuain."

sábado, diciembre 06, 2008

Pablo Ananía*: Poemas**

Portogalo
Estabas en lo cierto: todo
es lo que es, nomás vacío,
tu acordeón detenido,
tus ojos olvidados
de la oscura pobreza.

Brevísimo,
un instante de olvido
musical.

Sentido
Quizá sea éste
el sentido del arte:
ir como una mosca
en derredor de una luz, encontrar
sin malicia la muerte.

Ilusión
Ojos somos el uno para el otro, espejos
que reproducen tus ojos mis ojos sin habla
Poeta y periodista, nació en 1942, en Rosario, prov. de Santa Fe, Argentina, en 1942. Publicó Tontas preocupaciones (1963), Tipos, observaciones (1981), Ciudad irreal (1987), La comedia continua (1989), Pensar sin pensar (1992), Más milagro que muerte (1994), Hemos construido este país desde el principio al fin equivocados (1999).
**Los poemas que se transcriben pertenecen a su último libro publicado.

jueves, diciembre 04, 2008

Pensión del Escritor: Urgente!

Decisiva reunión de la Comisión de Presupuesto

Comunicamos a nuestros asociados que la reunión de la Comisión de Presupuesto prevista para este jueves 4 debió posponerse hasta mañana viernes 5, por falta de quórum (no debido al proyecto de la SEA, sino por otra ley que está en debate).
A las Escritoras y Escritores que estén en condiciones de hacerse presentes este viernes 5 al mediodía, les rogamos que lo hagan, ya que la pesada rueda burocrática y formal de la Legislatura, como hemos visto, cambia de ritmo y se pone en funcionamiento cuando hay presión y entusiasmo por parte de los sectores interesados en un proyecto.

Para facilitar la entrada al Palacio esta vez (ya que podría haber restricciones, como las hubo el jueves), nos juntamos en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Perú el viernes 5/12 a partir de las 11.30. Recomendamos que no ingrese cada uno por su cuenta, sino que vaya acompañado por un miembro de nuestra Comisión Directiva, por los canales que están previstos.

Una vez superada esta instancia y obtenido el dictamen de las dos Comisiones, el proyecto pasará al Recinto para su tratamiento y votación.

¡TODOS JUNTOS, POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!

Comisión Directiva de la SEA
Jueves 4 de diciembre de 2008

SEA / Sociedad de Escritoras y Escritores de la ArgentinaAsociación Civil - Personería Jurídica IGPJ 0078/2001Bartolomé Mitre 2815, 2º piso, oficinas 225 a 230C1201AAA Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ArgentinaTel. (5411) 4 864 8101www.lasea.org.ar

Agustina Roca*: de El ojo del llano**

I
En la pampa los ojos pasean libremente por mares de pastos y arenales: eterno infinito, boca del mundo abierta al universo, lengua que se repliega en sí misma y crea un lenguaje con sabor a membrillos, atardeceres y trigales. Días largos donde el sol tarda en agonizar y el calor se desmaya en ese imperio templado que desdibuja los limites entre la arena y el girasol, las garzas y la laguna, los montes y los pajonales
aquí, la intemperie
la inocencia

el hornero termina de construir una sólida choza de barro en la tranquera, frente al gallinero. Detrás, la huerta de árboles vivos con ramas entrelazadas donde cantan pájaros de fuego al amanecer y caen bellotas y bolitas de paraíso. La pampa se despierta, se despereza en silencio. Un inmenso verde que se extiende lentamente para apaciguar ese sol negro, ese hueco que habita las entrañas de todo ser y amenaza con devorarlo todo. Un chimango sobrevuela la copa y se aleja, allá, al gran rostro de arena donde el paso furibundo de caballos ha dejado un señuelo de huellas. Afirmación, quizás, para los ojos del llano, de que existen otros mundos, otras tribus, otros lenguajes más allá de las fronteras de este gran pecho desnudo, de esta orilla, de este llano de tierras desoladas
el linyera dice
que en estos espejos
están las orillas

*Nació en Buenos Aires, Argentina, pero reside hace años en España. Es poeta, periodista y traductora. Recibió varios premios y publicó diversos libros.
**Poema de El ojo del Llano, Editorial Tierra Firme,1987.
Podés leer más poemas de la autora en:
http://www.agustinaroca.com/

Concha García*: Cansancio**

Sentada es como si bebiera largos tragos de playa,
pócimas de tonterías y me cortase las uñas,
sin compañía. Piso el suelo con bocados de ansiedad
y me lleno de reliquias el cuerpo, salgo
asustando. Repito en larguísimo silencio
abulias y taconeo deslizándome sin prisa
por las avenidas buscando un no sé qué, aquello
que no se nombra porque no se sabe y acapara
gran parte del día ponerme bajo una sombra.
La que sea, a estas alturas elijo la que sea.

*Concha García nació en La Rambla (Córdoba), España, en 1956. Poeta y licenciada en Filología Hispánica. Es una de las fundadoras del Aula de Poesía de Barcelona y preside la Asociación Mujeres y Letras. Recibió varios premios, y tiene diversos libros publicados.
**Del libro Otra ley.

Noni Benegas: Venecia**

De no ciudad, no pasos
no rabillo del ojo, humor, olor,
instante bajo el Rialto;
ni foto ni grabado,
Dux, Tiziano, San Marcos.
No vapor, no onda, dama fugaz
o Florian de ébano y nácar;
no nieblas, ojivas, encajes
Van Axel, umbrío canal;
no tú, no ella, nadie,
carnaval, blasfemia, error.
No palomas, no arcos
corceles de mar, rumor, islas;
no tren, partidas, hotel
ni snob o Morand, Wagner
Ezra Pound.
Nidos de nada
en la nuca agua sin más.

*Poeta nacida en Buenos Aires, reside desde 1977 en España. Recibió diversos premios y ha publicado varios libros de poesía. Es autora de diversos trabajos sobre poetas españolas contemporáneas o de lengua inglesa.
**Del libro Cartografía ardiente, Madrid, Editorial Verbum, 1995.

La Guacha, revista de Poesía

Hoy, 4 de diciembre a las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación- Sala Jacobo Lacks, piso 3º.
Presentación de la revista número 30 La Guacha, que incluye el libro Bajo continuo, del poeta Marcos Silber. Leerán, además, poetas jóvenes editados. Sala Jacobo Laks, piso 3º
Te invitan: Analía Fernández Fuks, Claudio LoMenzo y Javier Magistris.

Pensión del Escritor: el proyecto de la SEA sigue avanzando en la Legislatura

El pasado martes, la Comisión Directiva de la SEA participó de la reunión de Asesores de la Comisión de Presupuesto de la Legislatura, donde se hicieron consideraciones y se giró directamente a los Diputados el proyecto “Reconocimiento a la Actividad Literaria de la ciudad de Buenos Aires”. La SEA entregó a cada Asesor una carpeta con antecedentes y detalles, más una estimación del costo real y copia del texto completo, con las modificaciones realizadas en la Comisión de Cultura. Los Asesores preguntaron y discutieron sobre los puntos que se consideran mejorables (o perfectibles) del proyecto, pero estuvieron todos de acuerdo en que ya está en condiciones de ser tratado por los Diputados.
Este jueves 4 de diciembre, a las 12, la Comisión de Presupuesto de la Legislatura debatirá la adhesión al dictamen de Cultura. Obtenida esa adhesión, el proyecto bajará al Recinto para ser tratado en la última sesión del año. Es importantísimo, como lo fue antes, que las Escritoras y los Escritores estemos presentes y mostremos nuestro interés en que se apruebe.
Convocamos a todos, los que son asociados y los que no lo son, a concurrir a la Legislatura y estar presentes en la reunión de los Diputados de Presupuesto. Ya falta poco, y tenemos la seguridad de que con la participación de todos veremos concretado este objetivo político y gremial tan importante.
Los esperamos este jueves 4 de diciembre a las 12, en la puerta de la Legislatura.
¡TODOS JUNTOS, POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!
Comisión Directiva de la SEA 3 de diciembre de 2008

SEA / Sociedad de Escritoras y Escritores de la ArgentinaAsociación Civil - Personería Jurídica IGPJ 0078/2001. Bartolomé Mitre 2815, 2º piso, of. 225 a 230. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Tel. (5411) 4 864 8101www.lasea.org.ar

miércoles, diciembre 03, 2008

Thomas de Quincey*: Fragmento de Bosquejo de la infancia**

"(...) La tremenda quietud de los mediodías de verano, cuando no sopla el viento, y el agradable silencio de las tardes grises o nubladas, ejercían sobre mí una fascinación como de hechicería. Contemplaba los bosques o el aire desierto como si en ellos se escondiese algún consuelo. La interrogación de mis ojos implorantes fatigaba los cielos. Atormentaba la azul inmensidad con mi escrutinio obstinado, la recorría con la mirada buscando siempre algún rostro angélico que tuviera quizás permiso para revelarse por un instante. La facultad de formar imágenes a distancia con elementos simples y de agruparlas según los anhelos de mi corazón surgió en mí en aquel tiempo. Ahora me viene a la memoria un ejemplo que demostrará cómo apenas unas sombras, un reflejo brillante o aun menos que nada, eran base suficiente para esta facultad creativa. Los domingos por la mañana me llevaban siempre a la iglesia, un templo construido según el viejo modelo vigente en Inglaterra, con naves, galerías y órganos, cosas todas ellas antiguas y venerables y de proporciones majestuosas. Los fieles rezaban hincados de rodillas la larga letanía y siempre que llegábamos a ese pasaje tan hermoso, entre muchos que también lo son, donde se ruega a Dios "en nombre de todos los enfermos y los niños" para que "muestre su compasión a todos los prisioneros y cautivos", yo lloraba en secreto y, levantando hacia las ventanas de las galerías los ojos llenos de lágrimas, veía, los días en que brillaba el sol, un espectáculo tan conmovedor como cualquiera que los profetas hayan podido contemplar. Los ventanales estaban ricamente cubiertos a los lados con vidrieras de colores, de profundo púrpura y carmesí, que filtraban la luz de oro, blasones de iluminación celestial mezclados con los blasones terrestres de la parte más noble del hombre. Allí estaban los apóstoles que, movidos por el amor celestial de los hombres, caminaron sobre la tierra y las glorias de la tierra. Allí estaban los mártires que dieron testimonio de la verdad a pesar de las llamas, las torturas y los ejércitos de rostros fieros e insultantes. Allí estaban los santos que en medio de sufrimientos intolerables glorificaron a Dios con la mansa sumisión de su voluntad. Y en todo momento, mientras duraba el estruendo de estos sublimes monumentos como los hondos acordes de un acompañamiento de bajo, a través del ancho campo central de los ventanales, que no era de vidrio de color, veía flotar nubes blancas y purísimas sobre las profundidades azules del cielo; aunque sólo fuera un jirón, un fragmento de nube, el destello de mis ojos, poseídos por el dolor, se dilataba de inmediato para transformarse en visiones de camas adornadas con blancos cortinajes de linón; y en las camas yacían niños enfermos, niños moribundos que, agitados por la angustia, reclamaban llorando la muerte. Dios, por alguna razón misteriosa, no podía librarlos de sus sufrimientos, pero permitía que las camas se elevaran lentamente a través de las nubes; lentamente ascendían las camas hasta los aposentos del aire; lentamente, también, bajaba del cielo sus brazos para que pudiera reunirse antes con sus niños, a quienes en Judea bendijo de una vez y para siempre, si bien ahora ellos debían atravesar el terrible abismo que los separaba. Estas visiones se sostenían a sí mismas sin necesidad de que me hablara sonido alguno ni de que la música moldease mis sentimientos. Bastaba la sugestión de la letanía y el fragmento de nube; eso, y la vidriera de colores, era suficiente. Pero también las resonancias del órgano tumultuoso forjaban sus propias creaciones. Muchas veces, cuando el poderoso instrumento desplegaba en himnos sus vastas columnas sonoras, violentas pero melodiosas, sobre las voces del coro –que parecía elevarse en arcos altísimos, sobrepasando y dominando el contraste de las partes vocales e imponiendo, con fuerte coerción, unidad a la tormenta- también yo parecía pasar triunfante sobre las mismas nubes que poco antes contemplara como signos del más rendido sufrimiento. Sí, a veces, sometido a la transfiguración de la música, sentía que mi propio dolor era un carro de fuego que me elevaba victoriosamente sobre las causas del dolor (...)."
*(Manchester, 15 de agosto de 1785 - Edimburgo, 8 de diciembre de 1859).
**Bosquejo de la infancia, Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2006.

martes, diciembre 02, 2008

Fragmento de una carta de Bruno Schulz*

De Bruno Schulz a Stanislaw Ignacy
Witkiewicz, 1934

"(…) A la pregunta de si se manifiesta la misma trama en mis dibujos y en mi prosa, responderé afirmativamente. No son más que capas separadas de la misma realidad. El material, la técnica, desempeñan aquí un papel selectivo. Porrazones de orden técnico, el dibujo le impone al artista límites más estrechos que la escritura. Eso es por lo que creo haberme expresado más plenamente en la prosa.
¿Podría interpretar en el plano filosófico la realidad que se expresa en Las tiendas de color canela? Esa es otra pregunta a la que más bien no quisiera responder. Creo que racionalizar la visión de las cosas contenidas en una obra de arte es algo así como querer desenmascarar a los actores de un drama: eso no conduce más que a interrumpir el juego y empobrecer la problemática de la obra.
Sin embargo, el arte no es un logogrifo cuya llave esté escondida en algún lugar, y la filosofía no es un medio para resolver ese logogrifo. La diferencia entre los dos es más profunda todavía.
El cordón umbilical que une la obra de arte a la totalidad de nuestra problemática no ha sido cortado, la sangre del misterio continúa circulando ahí libremente, venas y arterias van a perderse en la noche circundante para volver a regresar, cargadas de fluido tenebroso. La interpretación filosófica sólo nos da una especie de preparado anatómico desgajado del conjunto de la problemática. No obstante, a veces me pregunto a qué se parecería –bajo una forma discursiva– el credo filosófico de Las tiendas de color canela.
El trámite consistiría sin duda en intentar describir la realidad específica de la obra más que en esforzarse por justificarla.
Las tiendas de color canela dan una cierta receta de la realidad, postulando un género particular de sustancia. La sustancia de esa realidad está en estado de perpetua fermentación, se caracteriza por su ebullición continua, por la vida secreta que la habita. No hay objetos muertos, duros o limitados. Deforma y dilata cualquier cosa más allá de sus límites, no adopta una cierta forma más que para abandonarla a la primera ocasión.
Un principio particular se manifiesta en los hábitos y maneras de ser de esta realidad: es el principio de la mascarada universal. La realidad sólo asume ciertas formas de apariencia; es para ella una broma, una simple diversión. Se es hombre o cucaracha, pero esta forma no alcanza al ser en profundidad, no es más que un papel momentáneo, una especie de corteza superficial de la que uno se desembaraza un instante después. Todo eso viene a postular un monismo extremo de la sustancia; bajo esa óptica los objetos son solamente máscaras. Para vivir debe utilizar un número ilimitado de máscaras.
Esa errancia de las formas es la esencia misma de la vida. Es por lo que emana de esa sustancia el aura de una especie de ironía universal. Una atmósfera de entre bastidores reina ahí perpetuamente; creeríamos ver detrás de la escena a los actores despojarse de sus ropajes y reírse de lo patético de su papel. La ironía es inherente al mismo hecho de existir en tanto que individuo: es una farsa en la que uno se deja tomar, como un payaso que nos saca la lengua. (Existe ahí, me parece, un cierto lazo entre Las tiendas de color canela y el universo de tus composiciones pictóricas y escénicas.)
Cuál es el sentido de esta desilusión universal que cuestiona la realidad, no sabría decirlo.
Sólo digo que sería poco soportable si no estuviese compensada en otra dimensión. Pareciera como si experimentásemos una profunda satisfacción cuando vemos aflojarse el tejido de la realidad; esta quiebra de lo real despierta todo nuestro interés.
Algunos han creído ver en mi libro una tendencia destructiva. Quizá sea cierto desde el punto de vista de ciertos valores establecidos. Pero el arte opera en profundidades anteriores a la moral, en una zona en que el valor se encuentra todavía in statu nascendi.
Es el arte el que, siendo una expresión espontánea de la vida, debe asignarle tareas a la ética
y no al contrario. Si sólo sirviese para confirmar lo que ya ha sido establecido, sería inútil. Su papel es ser una sonda arrojada en ese abismo que no tiene nombre.
En cuanto al artista, es un aparato encargado de registrar los procesos que tienen lugar en las profundidades, ahí donde nacen los valores.
¿Se trata verdaderamente de destrucción? El hecho de que esta materia se haya transformado en obra de arte significa que nosotros la afirmamos, que nuestras profundidades espontáneas se han decantado por ella.
¿A qué género pertenece Las tiendas de color canela?
¿Cómo clasificar esta obra? Para mí se trata de una novela autobiográfica. Poco importa aquí que esté escrita en primera persona o que puedan reconocerse ciertos acontecimientos, ciertas experiencias de mi infancia. En realidad se trata de una autobiografía –debería decir de una genealogía– espiritual, de una genealogía «kat’exochen». Se traza ahí en detalle la génesis del espíritu, se prosigue la indagación hasta las profundidades en que se transforma en mitología, en que se pierde en una especie de ensoñación mitológica. Siempre he creído que las raíces del espíritu individual –a poco que profundicemos en ello– se pierden en una mítica selva virgen.
Ése es el fondo del abismo: más allá ya no hay salida.
Más tarde, caí en la cuenta de que esta idea había sido magistralmente expuesta por Thomas Mann en José y sus hermanos: aquí está desarrollada a una escala monumental. Mann muestra cómo ciertos esquemas primordiales surgen en el fondo de todos los acontecimientos humanos, a poco que hayan sido despojados de la criba del tiempo y la multiplicidad: ciertas historias en las que estos acontecimientos se modelan y reproducen sin cesar.
En Mann se trata de historias bíblicas, de los eternos mitos de Babilonia y Egipto. Por mi parte, he intentado encontrar, a una escala más modesta, una especie de mitología privada, mis propias «historias», mi propia génesis mítica. Igual que los antiguos hacían nacer a sus ancestros de matrimonios mitológicos con los dioses, yo he intentado establecer –para mi uso personal– una generación mítica de antepasados, una especie de familia ficticia de donde saco mi verdadero origen.
En cierto modo, esas «historias» son auténticas, toda vez que las mismas representan mi manera de vivir, mi destino particular. La dominante de ese destino es una profunda soledad, una vida radicalmente cortada de lo cotidiano.
La soledad es un reactivo que provoca en mí la fermentación de lo real, la aparición de esos precipitados hechos de figuras y colores.
Traducción de Jorge Segovia y Violetta Beck.

Bruno Schulz: Las tiendas de color canela

En esa época del año en que los días son más cortos y somnolientos, apresados entre los ribetes abrigados del alba y del crepúsculo, cuando la ciudad se ramificaba en laberintos de noches invernales, de cuya torpeza apenas alcanzaban a rescatarla las demasiado cortas mañanas, mi padre estaba ya sometido, extraviado, entregado poseído por aquella esfera...
Su cara y su cabeza entera se erizaban salvajemente en una pelambre gris cuyos mechones surgían de las verrugas de las orejas y de las fosas nasales, dándole el aspecto de un viejo zorro al acecho.
El olfato y el oído se le agudizaban. En la expresión de su rostro silencioso y tenso se veía que sus sentidos lo mantenían en contacto permanente con el mundo invisible de los rincones obscuros, los agujeros de los ratones, el vacío bajo el entarimado carcomido y los conductos de las chimeneas.
Todos los crujidos, los ruidos nocturnos, la vida secreta y rechinante de los pisos encontraban en él un observador tan vigilante como infalible, a la vez espía y cómplice. Esta tarea lo absorbía de tal manera que se enfrascaba completamente en esta esfera para nosotros inaccesible y de la cual ni siquiera intentaba informarnos.
A veces, cuando los caprichos de lo invisible se tornaban demasiado absurdos, no podía abstenerse de chasquear los dedos o reírse por lo bajo. Lanzaba miradas de complicidad al gato, también iniciado en los misterios de ese mundo, que levantaba su cabeza cínica y fría, cubierta de rayas, entrecerrando los ojos delgados y oblicuos, siempre sumido en la indiferencia y el aburrimiento.
En mitad del almuerzo podía ocurrírsele, de pronto, dejar el cubierto sobre la mesa, erguirse en actitud felina y escurrirse en puntas de pies hasta la puerta de la contigua habitación vacía y mirar con infinita precaución por el ojo de la cerradura. Volvía enseguida a la mesa, un poco avergonzado, con una sonrisa incómoda y los gruñidos y refunfuños del monólogo interior en el que estaba inmerso.
Por la tarde, para divertirlo un poco y distraerlo de sus morbosas investigaciones, mi madre lo llevaba a pasear. La acompañaba en silencio, sin resistencia, pero también sin convicción, distraído, ausente. Una vez lo llevamos al teatro.
Nos encontrábamos en esa vasta sala mal iluminada, llena de rumor somnoliento y de agitación desordenada. Pero luego de habernos abierto paso a través de la batahola, vimos al fondo emerger, como un nuevo firmamento, una enorme cortina azul pálido. Sobre ese ancho espacio de tela se destacaban grandes máscaras pintadas, rosas y mofletudas. Ese cielo ficticio se extendía y derramaba de un extremo al otro, inflado por un aliento de emociones y grandes gestos, por la atmósfera de ese universo artificial y brillante que se edificaba allá en el escenario, mientras se oía arrastrar los decorados. El estremecimiento que agitaba al telón, la palpitación que hacía crecer y vivir a las máscaras denunciaban la irrealidad de ese firmamento y evocaban, como en las crisis místicas, los centelleos del misterio.
Las máscaras parpadeaban, sus labios rojos murmuraban sin ruido y yo sabía que la tensión del misterio llegaría a su punto culminante: entonces el cielo hinchado reventaría develando cosas maravillosas.Pero no me fue dado permanecer allí hasta ese momento. Mi padre comenzó a dar señales de inquietud, hurgó en sus bolsillos y nos dijo que había olvidado en casa su billetera, que contenía dinero y papeles importantes.
Después de una corta discusión con mi madre, en el curso de la cual la probidad moral de Adela fue objeto de una apreciación algo escueta, me propusieron que volviera a casa a buscar la billetera. En opinión de mi madre faltaba mucho aún para el comienzo del espectáculo y dada mi agilidad, podría estar de regreso a tiempo.Salí a la noche coloreada por la iluminación del cielo. Era una de esas noches serenas en que la bóveda estrellada es tan extensa, tan ramificada, que parece haberse roto y dividido en un dédalo de cielos diferentes y numerosos, capaces de cubrir con sus campanas plateadas todas las aventuras, los carnavales y las rondas de todo un mes invernal.
Es una ligereza imperdonable enviar a un muchacho, en una noche así, a cumplir una misión urgente, porque las calles se multiplican, se embrollan y cambian de recorrido en las penumbras. En las profundidades de la ciudad se abren calles dobles –sosías de calles, si así puede decirse, calles engañosas y mentirosas. La imaginación aberrante y seducida recrea ilusorios planos de la ciudad que cree conocer, planos en los que esas vías tienen su lugar y su nombre, mientras que en la noche, en su inagotable fecundidad no puede más que continuar produciendo irreales configuraciones. Esas tentaciones de las noches invernales comienzan habitualmente por el inocente deseo de abreviar el recorrido tomando por un atajo; para escapar a un recorrido complicado se busca un trayecto inédito. Pero aquella vez fue diferente.Apenas eché a andar me di cuenta de que había salido sin abrigo. Por un instante pensé en volver atrás, pero luego me pareció una pérdida de tiempo. La noche no era fría; por el contrario, estaba veteada por corrientes de extraña tibieza, por el aliento de una primavera irreal. La nieve se había hecho compacta, bajo la forma de blancos corderinos, un vellón suave e inocente con aroma de violetas. El cielo también se rizaba. La luna parecía desdoblarse y multiplicarse, exhibiendo todas sus posiciones y fases.
Esa noche el cielo develaba su estructura interna, exponiendo como sobre una mesa de autopsia las espirales y las volutas de la luz, el corte de los bloques azules, el plasma de los espacios, los tejidos de las divagaciones nocturnas...
Era imposible, en esas condiciones, seguir por la calle Podwala, o cualquiera otra de esas calles oscuras que rodean al Mercado, sin recordar que a esa hora tardía están abiertas todavía esas tiendas tan particulares y fascinantes que, por el color oscuro de sus revestimientos de madera, llamaré las tiendas de color canela.
Esas casas realmente nobles, que cerraban muy tarde, habían sido siempre para mí objeto de fervientes ensoñaciones.
Su interior mal iluminado, oscuro y solemne, estaba impregnado de un fuerte olor de laca, de pinturas de incienso de especias de países lejanos, de mercaderías raras. Allí era posible encontrar luces de Bengala, estampillas de países desaparecidos hace mucho tiempo, estampas chinas, índigo, colofonia de Malabar, huevos de pájaros exóticos, loros y tucanes, salamandras y basiliscos, raíces de mandrágora, cajas de música de Nuremberg, homúnculos embotellados, microscopios y largavistas y, sobre todo, libros raros y especiales, viejos infolios llenos de grabados maravillosos y de historias deslumbrantes.
Recuerdo a esos viejos y dignos comerciantes que, con la vista baja, servían a sus clientes guardando un discreto silencio, prudentes, llenos de comprensión hacia sus deseos más secretos. Entre esos negocios había una librería donde una vez yo había visto unas ediciones prohibidas y publicaciones de círculos clandestinos que revelaban misterios tremendos y embriagadores.
Tan raras eran las ocasiones que tenía de visitar esos negocios, sobre todo contando con algún dinero en el negocios, que realmente no podía dejar escapar esta oportunidad, a despecho de la importante misión que me había sido confiada.
Bastaba, según mis cálculos, tomar cierta callecita y contar dos o tres transversales, para llegar a la zona de las tiendas nocturnas. Me alejaría de mi lugar de destino, pero podría recuperar el tiempo perdido volviendo por las salinas.
Alado por el deseo de visitar las tiendas de color canela, doblé la esquina en la esquina y proseguí. Después de haber cruzado oblicuamente la calle me eché a correr, cuidando sin embargo de no equivocar el camino. Crucé así tres o cuatro calles transversales, sin encontrar la que buscaba. Además, la apariencia misma del barrio no guardaba correspondencia con la imagen esperada. Las tiendas no aparecían. Avanzaba por una calle cuyas casas no tenían puertas de entrada y sólo mostraban ventanas herméticamente cerradas, enceguecidas por los reflejos del claro de luna.
Sin duda el frente de estas casas da sobre la calle que busco –pensé. Inquieto, apresuré el paso para llegar lo más rápido posible a terreno conocido. Estaba casi al final de la calle y me pregunté, turbado, adónde iría a parar. Desemboqué sobre una larga avenida con pocos edificios, muy larga y recta. Sentí de pronto el hálito de los grandes espacios. Bordeando la calle o en el fondo de los jardines se elevaban casas pintorescas, construcciones elegantes de gente rica. En los intervalos aparecían parques y huertos. El conjunto recordaba la parte baja de la calle Lesznianska. El resplandor de la luna, que se disolvía en mil escamas plateadas, era tan claro como el del día. Sólo los jardines y los parques ponían manchas sombrías en ese paisaje blanco.
Luego de un maduro examen de esas construcciones llegué a la convicción de que me hallaba frente a la parte trasera del liceo, que nunca había visto desde este lado. Me acerqué a una puerta que, para mi sorpresa, estaba abierta y daba sobre un vestíbulo iluminado. Entré y me hallé sobre una alfombra roja. Esperaba poder escabullirme a través del edificio sin ser descubierto y salir por la puerta delantera, lo que acortaría bastante mi camino.
Recordé que a esta hora debería hallarse allí el profesor Arendt dictando una de sus clases magistrales, a las que asistíamos en invierno poseídos por el noble entusiasmo por el dibujo que debíamos a ese excelente maestro.
Éramos unos pocos y estábamos como perdidos en la vasta sala sombría. Sobre las paredes se quebraban las sombras inmensas de nuestras cabezas iluminadas por pequeñas bujías que ardían en el cuello de unas botellas.
A decir verdad no dibujábamos mucho durante esas horas suplementarias y el profesor era poco exigente con nosotros. Inclusive algunos traían almohadas de sus casas y se echaban sobre los bancos para echar un sueñito. Sólo dibujaban los más trabajadores, sentados cerca de las velas, dentro del círculo dorado de su resplandor.
Por lo común debíamos esperar largo rato al profesor, engañando a nuestro aburrimiento con somnolientas conversaciones. Por fin la puerta de su habitación se abría y él entraba, pequeño, con su hermosa barba, abundando en sonrisas esotéricas, discretas reticencias y exhalando cierto perfume de misterio. Rápidamente cerraba la puerta de su gabinete que, al abrirse un instante, había dejado escapar una multitud de sombras de yeso, de fragmentos antiguos, de dolorosas Níobes, Danaides o Tantálidas: todo un Olimpo estéril y triste que allí languidecía desde hacía años. A través de la penumbra de esa habitación, que ya era obscura en pleno día, ondeaban sueños de yeso, miradas vacías, óvalos palidecientes y meditaciones que se perdían en la ambigüedad. A menudo solíamos escuchar detrás de la puerta el silencio lleno de los suspiros y murmullos de esas ruinas que se desmoronaban entre telas de araña, de ese crepúsculo de los dioses que se disolvía hasta el hastío.
El profesor se paseaba, majestuoso, lleno de unción, a lo largo de los bancos desocupados, entre los cuales, formando pequeños grupos, dibujábamos en medio de los reflejos grisáseos de la noche de invierno.
La atmósfera era apacible y adormecida. Aquí y allá algunos compañeros se preparaban para dormir. Las velas se consumían poco a poco sobre sus botellas. El profesor se absorbía en la contemplación de una profunda vitrina llena de viejos infolios, grabados e ilustraciones anticuadas. Con gestos misteriosos nos mostraba viejas litografías que representaban paisajes crepusculares, bosquecillos nocturnos, alamedas invernales, negras, en medio de pálidos espacios lunares.Imperceptiblemente, el tiempo corría entre el sopor de nuestras conversaciones. En su fluir desigual, formaba a veces nudos en el transcurso de las horas, absorbiendo no se sabe dónde, largos intervalos de duración. Sorpresivamente, sin transición, nos hallábamos en camino de retorno, sobre el sendero blanco de nieve, entre setos paralelos de zarzas negras y secas. Recorríamos ese sendero erizado de sombra, rozando la pelambre de los brezos que crujían bajo nuestros pasos en la clara noche sin luna, en la luz lechosa e ilusoria de la madrugada. El blanco difuso de esta luz que rezumaba nieve, aire pálido, espacios lácteos, evocaba algún gris grabado en el que los espesos montes se hallaban trazados con profundos trazos negros. La noche repetía así esa serie de estampas nocturnas del profesor Arendt, cuyas fantasías desarrollaba.Esta parte del parque, la más densa, estaba poblada de breñas velludas y masas de arbustos secos. Aquí y allá había huecos, nidos obscuros, profundos y aterciopelados, recorridos por gestos misteriosos y furtivas miradas de convivencia. En esos nidos uno se sentía bien y al abrigo. Allí nos sentábamos, metidos en nuestros abrigos de piel, sobre la nieve suave y tibia, partiendo nueces, en la que abundaba ese primaveral invierno. A través de los sotos se filtraban martas, comadrejas, mangostas, animalitos olfateantes que olían a piel curtida. Suponíamos que en nuestro gabinete de historia natural habría especímenes de estos animales que, aunque destripados y medio pelados, deberían sentir en su interior hueco, en noches como ésta, la voz atávica, el llamado del celo, y volverían a su lugar natal por un instante de una ilusoria existencia.
Pero poco a poco la fosforescencia de la nieve se enturbiaba y extinguía: se acercaba esa densa tiniebla que precede al alba. Algunos de nosotros se adormecían sobre la nieve; otros alcanzaban a tientas la puerta de sus casas y entraban a ciegas en aquellas habitaciones obscuras, en el sueño de sus padres y hermanos, en los profundos ronquidos en los que trataban de recuperar el tiempo perdido.Dado el encanto que tenían para mí esas reuniones nocturnas, no podía esta vez dejar de echar un vistazo a la sala de dibujo, pero comprometiéndome a no emplear en ello más que un minuto. Sin embargo, luego de haber subido unos rechinantes escalones de cedro, vi que me encontraba en una parte desconocida para mí del edificio.
El solemne silencio que reinaba allí no se hallaba turbado por el más leve ruido. En esta ala del edificio los corredores eran más anchos y elegantes y estaban recubiertos de tapices de terciopelo. Los recodos estaban iluminados por pequeñas mariposas. Luego del último de estos recodos entré en un corredor aún más fastuoso. Sus muros eran arcadas vidriadas que daban a diversos aposentos. Se podía observar una serie de piezas alineadas, todas dispuestas con magnificencia. Pasando entre tapicerías de seda, espejos de marco dorado, muebles tapizados y arañas de cristal, la mirada se hundía en esos interiores lujosos y aterciopelados, repletos de remolinos coloreados y arabescos centelleantes, pimpollos de flores y guirnaldas entremezcladas. La profunda calma de esos salones vacíos sólo estaba animada por las miradas secretas que se intercambiaban los espejos y por el espanto de los arabescos que se desarrollaban en los frisos a lo largo de los muros y se perdían entre los ornamentos de estuco de los blancos techos.Me detuve, embargado de respeto frente a tanta suntuosidad, comprendiendo que mi escapada nocturna me había conducido, de manera inesperada, al ala del director y frente a sus aposentos privados. Me quedé allí, endurecido y con el corazón palpitante, dispuesto a huir ante el menor ruido. Si me sorprendieran, ¿cómo justificar mi espionaje nocturno? En uno de esos profundos sillones forrados de terciopelo podía muy bien estar reposando la nieta del director, quien podía levantar la vista del libro que estaba leyendo y fijar en mí esos ojos negros, tranquilos, sibilinos que ninguno de nosotros podía soportar.Pero me hubiera avergonzado retroceder a mitad de camino, abandonando mi plan. Por otra parte un silencio total reinaba en ese interior iluminado por una débil luz. A través de los vidrios de las arcadas percibía, en el otro extremo del salón, una puerta también vidriada que daba a una terraza. La calma que me rodeaba me dio ánimos. No me parecía demasiado arriesgado descender algunos escalones y saltar sobre la alfombra preciosa, para alcanzar la terraza, de donde podría pasar sin esfuerzo a la calle, bien conocida por mí.
Tal fue lo que hice. Bajé al salón, entre las altas palmas que se elevaban hacia los arabescos del techo y observé que me hallaba ya en terreno neutral, pues esta habitación carecía de muro exterior. Era una especie de vasta loggia, separada solo por una breve escalinata de la gran plaza de la ciudad, de la que constituía en realidad una prolongación un poco más elevada, al punto que algunos de los muebles se hallaban directamente sobre el pavimento. Descendí algunos escalones de piedra y me hallé en la calle.
Las constelaciones ya se habían puesto cabeza abajo; todas las estrellas se habían dado vuelta, pero la luna, hundida en un almohadón de nubéculas que iluminaba con su presencia invisible, parecía tener por delante aún una ruta infinita y, absorbida por complejos trámites celestes, no pensaba ya en la aurora.
En la calle se destacaban las masas sombrías de algunos coches de plaza, viejos y desquiciados, con aspecto de cangrejos o cucarachas estropeados y doblegados. Un cochero se inclinó hacia mí desde lo alto de su asiento; tenía una carita roja y bondadosa. "¿Damos una vuelta, joven señor?" –me preguntó. Subí, y tembló todo el cuerpo del coche, de múltiples articulaciones. Al punto partimos, sobre ligeras ruedas.Pero, ¿quién puede, en semejante noche, confiarse a los imprevisibles caprichos de un cochero? Entre el chirrido de los ejes, el rechinar de la carrocería y el chasquido de la lona del techo, mi voz no conseguía hacerse oír. A todo lo que yo le decía para indicarle el camino respondía meneando la cabeza, en tanto daba vueltas por la ciudad, canturreando.
Frente a una taberna, un grupo de cocheros nos saludó con gestos amistosos. Mi cochero les respondió en tono jocoso; luego, sin detener el coche, me arrojó las riendas sobre las rodillas, saltó de su asiento y se reunió con sus camaradas. El caballo, un viejo y experto caballo de coche de plaza, dio vuelta la cabeza un instante y luego continuó su trote regular. En realidad, este caballo inspiraba más confianza y parecía más prudente que su dueño. Pero como yo no sabía conducir, debía someterme a su voluntad. Me llevó hasta una calle suburbana flanqueada de jardines. Poco a poco los jardines dejaron lugar a parques poblados de grandes árboles y más tarde, a verdaderos bosques.Nunca olvidaré esa carrera luminosa en la noche más clara del invierno. La carta en colores del firmamento se había convertido en una enorme cúpula sobre la cual se acumulaban continentes y océanos fantásticos recortados por las líneas de los torbellinos y las corrientes estelares, trazos brillantes de la geografía celeste. El aire era ahora ligero y luminoso como una gasa plateada. De la nieve, lanosa como un vellón de astracán, salían anémonas temblorosas que se inclinaban con una chispa de claridad lunar en sus cálices. El bosque parecía totalmente iluminado por mil estrellas de claridad que el cielo de diciembre dejaba caer en profusión. El aire exhalaba un indecible perfume de primavera; olía a nieve y a violetas.
Habíamos llegado a un terreno accidentado. El contorno de las colinas erizadas de árboles desnudos, se alzaban al cielo como suspiros bienaventurados. Vi, sobre esos collados felices, grupos de gente que recolectaban en el césped y las malezas estrellas húmedas de nieve. La pendiente del camino se hacía cada vez más pronunciada, el caballo resbalaba y arrastrar el vehículo le costaba un gran esfuerzo. Me sentía feliz. Respiraba a pleno pulmón la brisa primaveral. Contra el petral del caballo se levantaba, cada vez más alta, una barrera de espuma nevada. El animal perforaba con gran dificultad esa masa fría y finalmente debió detenerse. Bajé del coche; con la cabeza gacha, el caballo respiraba penosamente. Apreté su cabeza contra mi pecho y vi que las lágrimas brillaban en sus grandes ojos negros. Entonces advertí en su vientre la mancha negra de una herida. "¿Por qué no me dijiste nada?", murmuré al borde de las lágrimas. El respondió: "Era por ti, amigo mío...". Y se volvió tan chico como un caballito de madera. Lo dejé allí. Me sentía maravillosamente feliz y ligero.
Me pregunté si iría a esperar el trencito local que llegaba hasta ese lugar o si volvería a pie a la ciudad. Por fin comencé a descender por un sendero que serpenteaba a través del bosque. Primero marché a pasos rápidos y elásticos; luego tomé impulso y me lancé a una carrera feliz que prontamente tomó la loca velocidad de un descenso en esquíes. Podía regular mi velocidad y mi dirección por medio de ligeros movimientos.
Cerca de la ciudad detuve esta carrera triunfal y retomé mi andar tranquilo de paseante. La luna continuaba muy alta. Las transformaciones del cielo, las metamorfosis de sus múltiples bóvedas en configuraciones cada vez más ingeniosas no habían concluido. Como un astrolabio de plata, descubría su mecanismo en esa noche mágica y dejaba ver en sus evoluciones infinitas las matemáticas resplandecientes de sus piñones y resortes.
A la altura del Mercado encontré a gente que, como yo, gozaba de ese tiempo excepcional. Todos estaban encantados por el espectáculo nocturno y elevaban sus miradas al cielo. Dejé de preocuparme por la billetera de mi padre. El, perdido en sus excentricidades, seguramente había olvidado su pérdida. Mi madre, por su parte, no me preocupaba.
En una noche así, única en el año, descienden hasta nosotros pensamientos felices, revelaciones, iluminaciones repentinas del espíritu divino. Uno se siente tocado por el dedo de Dios. Lleno de ideas y de inspiración, quería volver a casa, cuando me crucé con algunos compañeros de estudios con sus libros bajo el brazo. Habían salido demasiado temprano de la escuela, como despertados por la claridad de esa noche que no quería terminar.
Nos paseamos por una calle en pendiente abrupta en la que soplaba una brisa de violetas, sin estar seguros si todavía duraba esa mágica noche plateada de nieve o si ya estaba amaneciendo.
*Escritor, dibujante y pintor polaco (1892-1942).

Novela y memoria en la Casa de la Lectura

Este jueves 4 de diciembre, a las 20, en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924, se realizará una charla con los narradores María Rosa Lojo, Félix Bruzzone, Miguel Rosenzvit y Cristian Rodríguez.
Entrada libre y gratuita.

Marosa di Giorgio*: La canción de los puercoespines**

Se oía en lo hondo de los bosques, gritos de mujeres que tenían pasiones por los bichos.
Algunas eran mordidas y casi asesinadas y se salvaban de sólo un manotazo.
--Aparte! ¡Fuera, poca cosa, asesino! Yo soy gente. Y usted, no. Y se veían los rostros estrechos, ríspidos, de los puercoespines, que sólo las hozaban y bebían, sin importarles de más nada.
Otra gritaba: --Me perturbó todo el vientre. Es seguro que voy a poblar la tierra con nuevos puercoespines!
Y gritó la otra: --Pero ¿En qué caí...! ¡Si viera mi madre...! ¡De la manera como me crió!
Y una voz más lejana y honda, le dijo: --Tu madre aquí mismo hozó. Ah! Ah! Ah! Ah! Ah! Ah!
Hay una neblina, un viento helado, pero fuera del bosque, allá. Porque aquí dentro está espléndido, calentito, como jamás se vio.
*Poeta nacida en Salto, Uruguay, falleció en 2004.
**Relatos eróticos completos. El cuenco de Plata, 2008.

lunes, diciembre 01, 2008

Daniel Chirom: Testimonio de Rubén Gómez*

"Conocí a Daniel Chirom en Comodoro Rivadavia en 2004. Lo invité a participar de la II Feria de la Palabra que organizamos allí y desde el primer momento nos pusimos de acuerdo en todo. Entendía perfectamente los vaivenes de las cosas hechas a pulmón y por afuera de los entes oficiales. La Feria se hacía con lo que se podía con muchísimo respeto y cuidado por los que asistían a ella.
Daniel estaba encantado en Comodoro. Aprovechó cada momento de la Feria para grabar a los poetas que estuvieron presentes, pero sobre todo puso especial énfasis en obtener los registros vocales de los poetas patagónicos. Me decía quiénes le faltaban y yo los iba convocando a todos. Gracias a su propia iniciativa, el operador del audio grabó varios cds para que Daniel se pudiera llevar a los poetas consigo y después pasarlos en varios días en su programa de radio.
En 2005 me invitó a participar en su programa y leí unos poemas junto a Delia Pasini. Estaba feliz por la presentación del libro de Delia. Y al aire mencionó con muchísimo afecto aquel encuentro en la Feria de la Palabra y contó lo que humildemente hacíamos en las tierras del sur como si hubiera estado en el Festival de Medellín! Me contó que mantenía el contacto con muchos poetas que conoció allá y que me agradecía la invitación. Recuerdo haberle dicho que lo veía cansado.
Una mesa en Bartolomeo nos juntó nuevamente junto a Leonor Silvestri y tuve el placer y el orgullo de leer con él y sobre todo, de escucharlo. También charlamos un rato y poco después, nos encontramos en una presentación de un libro que ahora no recuerdo bien cual era, pero allí combinamos para tomar un café nos seguimos debiendo.
Me felicitó por mi laburo hace unos meses atrás. Su voz siempre fue un aliciente para mí porque admiraba su poesía, porque su trabajo de difusión con la radio (en Nacional o en Palermo) o con esa maravillosa revista que es EL JABALÍ era impagable.
Me duele mucho su fallecimiento. Tenía 53 años!! Un amigo querido, un compañero en estas lides, alguien que puede entender algunas cosas solo con mirarlas, y cuya partida me hace sentir un poco más solo. Me acerca el boleto de vuelta y veo que falta menos.)
*Publicado por Rubén Gómez para Vela al Viento Ediciones Patagónicas el 12/01/2008. http://velaalviento.blogspot.com
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Un poema de Daniel Chirom

MONÓLOGO DEL PIRATA MORGAN

Ningún hombre se apodera de una historia.
Seguimos el camino que el destino nos ha trazado.
Surqué todos los mares,
nunca me tentó un puerto.
Preferí el horizonte desconocido
a la suave penumbra de las tabernas.
Aún me quedan algunas leguas para navegar
hasta que ya cansado
ancle en una ciudad para contar mis historias
frente a un barril de cerveza.
Luego el tiempo emparchará mi único ojo sano.
A mí,
al pirata Morgan,
que de tanto amar la muerte
amé la vida.

(Poema del libro Los Atlantes, 1979, Ed. Anagrama)

Falleció el poeta Daniel Chirom*

"Con dolor informamos --dice el comunicado de la Sea que nos acaba de llegar-- que falleció en Buenos Aires, a los 55 años, nuestro compañero y amigo Daniel Chirom, socio fundador de la SEA. Sus restos serán velados este lunes 1 de diciembre en O’Higgins 2800 (esq. Congreso), barrio de Belgrano, a partir de las 15. Invitamos a las escritoras y escritores a darle el último adiós."
Y continúa:
"Adiós a Daniel Chirom, poeta, editor y amigo de todos los escritores.
Antes de lo previsto, en su plenitud como poeta y como hombre, falleció en Buenos Aires –la misma ciudad donde nació y vivió y escribió- nuestro querido amigo Daniel Chirom, socio fundador de la SEA, infatigable emprendedor cultural. Pasó por el mundo del Derecho, por el Periodismo y la Política, pero su reino, desde su misma infancia, fue la Poesía.
Era un poeta suave, íntimo, nunca exasperado. Un dandy tristón que conocimos, jamás rebajado a la crítica fácil ni a la maledicencia. Como Perla, su madre –otra gran promotora y animadora cultural- heredó de sus ancestros, judíos porteños, un amor sin concesiones por esta ciudad de Buenos Aires, por su gente y sus modos, por su inasible espíritu.
Daniel apoyó con fuerza, desde un primer momento, la lucha por la Pensión del Escritor. No la iba a necesitar él. No lo hacía pensando en sí mismo. Lo hacía como un acto de entrega, consciente, hacia la raza y la comunidad de los Escritores.
Él vio morir olvidados, ignorados, pobres, dignísimos, a grandes escritores y amigos como Mario Morales, Antonio Di Benedetto, como el griego Zunino. Y siempre ayudó en lo que pudo. Y siempre estuvo allí.
Una de las mejores noticias que tuvo, en sus últimos días, fue enterarse de que el Reconocimiento a la Actividad Literaria en la ciudad de Buenos Aires ya tenía un dictamen favorable de la comisión de Cultura y estaba avanzando hacia su tratamiento en la Legislatura.
El resto de esta historia se la contarán los ángeles, en el Cielo de nuestra memoria que lo abrigará por siempre. Decía Tuñón que él era “triste y cordial, como un legítimo argentino”. Daniel Chirom era triste y cordial como un legítimo escritor, como un legítimo artista, de esta ingrata ciudad de Buenos Aires.
Muchos poemas escribió Daniel. Pero tal vez “el poema” sea éste que le dedicó a su madre, Perla Chirom, y que sirve de epitafio para ambos:

Miras en el espejo la sombra vana de una máscara,
ésa que fue tu rostro y ahora es sólo un ojo
despierto.
El viento cantó,
las campanas anochecieron
y hoy tiendes la mano hacia un fantasma
que fue tu madre, Perla,
un nombre perdido entre otros nombres.

No fue tuya, no fue de nadie,
las palabras que te dijo no existieron
pero sí sus voces, los atardeceres
y esa manía que aún posees
de mirar el vacío y ver un cielo.

Siempre estuviste solo,
nunca besaste sus labios,
nadie te abandonó en la tierra."
Lo único que puedo agregar en este momento es que vamos a extrañar mucho a Daniel.
*Daniel Chirom era poeta, abogado y periodista. Había nacido en 1955, en Buenos Aires.
Publicó los siguientes poemarios: Crónica a Robledo Puch (1975), Ed. La Trenza Loca; Los Atlantes (1979), Ed. Anagrama; La Diáspora (1983), Libros de Tierra Firme; El Hilo de Oro (1989), Ed. Ultimo Reino (Mención de Honor a Poemario Inédito en el Premio de Poesía de la Municipalidad de Buenos Aires de 1987-89 y Mención de Honor en el Premio Ediciones Culturales Argentinas); Candelabros (1999) Primer Premio de Poesía Fundación Inca 1994; El ojo de los días (2003) y Manjar del exilio (2005, Bogotá, Colombia).
Realizó la Nueva Antología de la Poesía Argentina (1980), Ed. Cuatro, con prólogo de Raúl Gustavo Aguirre y estudio preliminar de Cristina Piña.
Para el Centro Editor de América Latina hizo antologías de Wallace Stevens, Walt Whitman, Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley.
En prosa publicó Charly García (1983), Ed. El Juglar (7 ediciones).
Escribió los textos para la cantata Lamdelam, cuya música pertenece al compositor y director Sergio Piterbarg. La obra, un homenaje al pintor Wilfredo Lam, fue estrenada el año pasado en el Festival Garonne, Toulouse, Francia, por el Ensemble vocal-instrumental Xinum y este año se oirá en París.
Era editor de la revista de poesía ilustrada El Jabalí (que tiene ya 13 años de existencia).
Conducía el programa de radio El Jabalí (se emite los lunes a la medianoche por Radio Nacional AM 870 desde hace cinco años, dedicado a la poesía).
En­tre otras antologías, figura en la de Raúl Gustavo Aguirre, "Anto­logía de la Poesía Argentina", Ed. Fausto, 3 tomos(1979); "Libro del Padre", de Antonio Requeni, Ed. Torres Aguero(1984); "Panorama de la Poesía Argentina Con­temporánea" de Eliahu Toker(1989),Ed. Raíces , "O Punhal Lúcido" de Milton de Godoy Campos (1982), Ed. Club de Poesía de Sao Paulo y "70 Poetas Argentinos",de Antonio Aliberti (Ed.Plus Ultra) y en una Antología de poetas judíos de la diáspora en la revista “Laufschriet” (Alemania).
El poeta y profesor Juan Manuel Marcos realizó un estudio sobre su obra que fue publicado en la Universidad de Louisiana, EE.UU., bajo el título Imagen y autoimagen en Daniel Chirom.
Colaboró en los suplementos literarios de Clarín, La Prensa, La Razón, Tiempo Argentino, El Periodista, Debate, etc., además de publicar en muchas revistas nacionales y extranjeras.