jueves, noviembre 27, 2008

Pensión del Escritor: Comunicado de la SEA

Buenos Aires, 25 de noviembre de 2008

LA PENSIÓN DEL ESCRITOR, A UN PASO DE SER LEY

El Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria para las escritoras y escritores de la ciudad de Buenos Aires –proyecto de la SEA presentado en 2007 por el diputado Elvio Vitali–, luego de ser consensuado y modificado en la Comisión de Cultura, obtuvo el dictamen favorable de la citada Comisión y fue girado el mismo lunes 24 a la Comisión de Presupuesto.

Sin embargo, el presidente del bloque del PRO en Cultura, Oscar Moscariello, manifestó que no hay entre sus colegas una posición unificada sobre el tema, lo que suscita ciertas dudas sobre el comportamiento del macrismo frente a un proyecto de clara raigambre y proyección cultural.
Por eso la SEA está intensificando en estas semanas las reuniones con legisladores y funcionarios del PRO, para exponer los alcances del proyecto, el mínimo gasto que este representa en el Presupuesto de la Ciudad (0,0147%) y la enorme ayuda que significa para los creadores literarios que no cuentan, al llegar a la edad jubilatoria, con una cobertura elemental que les asegure una existencia digna.
Las dos veces que fueron convocados para manifestar su respaldo al proyecto, los escritores de la Ciudad llenaron el Salón Jauretche del Palacio Legislativo. Y absolutamente todas las entidades que reúnen a los artistas de la pluma, lo mismo que cientos de personalidades de la cultura, apoyan la demanda.
Hemos podido avanzar en el proyecto de ley –con la imborrable memoria y ejemplo de Ruth Fernández, Elvio Vitali y José Luis Mangieri en nuestros corazones– gracias a la participación y la movilización de todos los escritores.
Ahora, a un paso de alcanzar este gran objetivo, pedimos a todos los escritores
mantenerse en estado de alerta y participar activamente en cada una de las instancias que se abran, hasta que el proyecto se convierta en ley.
Sólo nuestra movilización y nuestra participación nos asegurarán un buen resultado.

¡TODOS JUNTOS POR LA PENSIÓN DEL ESCRITOR!

Comisión Directiva de la SEA

SEA / Sociedad de Escritoras y Escritores de la ArgentinaAsociación Civil - Personería Jurídica IGPJ 0078/2001Bartolomé Mitre 2815, 2º piso, oficinas 225 a 230C1201AAA Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ArgentinaTel. (5411) 4 864 8101www.lasea.org.ar

miércoles, noviembre 26, 2008

Oscar Masotta: " Roberto Artl, yo mismo"*: Última Parte

(Continúa del post anterior)
"Ese miedo nunca me ha abandonado. O mejor: el miedo nunca me ha abandonado. Es aquél, ese miedo que se reflejaba en una más que sugestiva fotografía de la época. Se ve en ella una cara irregular y un poco mofletuda. La nariz levemente torcida. La frente, sin arrugas, pero con surcos, cae láccidamente sobre las cejas, las que se juntan a la altura del comienzo de la nariz. La mirada, floja, como incapaz de penetrar nada. Y una mezcla de estupor y de disgusto (de disgusto concreto, como si estuviese frente a un plato de comida un poco repugnante) envuelve la zona de la boca, el labio inferior ancho y un poco caído, una comisura lateral empujando al labio superior hacia arriba. Y como todavía no había aprendido la ventaja que consiste en ocultar el tamaño de las orejas llenando de cabello los costados de la cabeza, las orejas aparecían en su tamaño natural, largas y un poco separadas. Cuando vi por primera vez la foto me acuerdo, me asusté bastante. No era que temiese a mi fealdad: la conocía. Lo que me inquietaba era como la presencia en la foto de algún germen congénito de anormalidad...
Esa sensación me acompañó durante mucho tiempo. Aunque sospechaba que lo que temía congénito, no se originaba en la naturaleza ni en la biología, sino en la cultura y en la sociedad. Esa atmósfera vagamente mórbida de mi rostro de aquella fotografía tenía que ver conmigo y con el dinero, con el dinero y con el trabajo, con el trabajo y con el trabajo de mi padre, con el “status” de mi padre, con mi conciencia y con mis deseos. Me basta ahora mirar la parte inferior de la fotografía para cerciorarme de ciertos datos que tienen que ver con el origen de mis “rasgos de carácter” y también de mi temperamento. La ropa que llevaba: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas. Además, una camisa blanca y una corbata oscura. Se dirá: un conjunto banal, en el cual es posible leer bastante poco. Pero si se mira la [101] foto con cuidado se puede observar un cierto corte de las solapas, que el saco se estrechaba en el pecho, que “cruzaba” bastante más de lo normal. En verdad —como yo decía—: un saco de corte perfecto. Y lo era: lo había hecho Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había hecho para mí: habrían sido necesarios más de dos sueldos enteros de mi padre para pagarle la hechura. Ese traje, sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica, por decirlo así. Yo lo había comprado –después de rogarle para que me lo vendiera—a un compañero del servicio militar. El hijo de un juez de la Capital y de una familia dueña de algunos campos en la provincia de Buenos Aires. Pero yo sabía todo esto. Sin embargo, no podía dejar de despreciar a mi padre puesto que “carecía de buen gusto”. Y efectivamente: se vestía con el gusto mediocre de un bancario. Él me contestaba que era cuestión de dinero. Pero yo sabía que no era así, o que era una cuestión de dinero pero no en el sentido que lo entendía mi padre: mi padre ignoraba los principios más generales de un dandismo a la inglesa que yo en cambio me sabía de memoria. Los había aprendido mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez Serondo (hijo) que había sido mi profesor de Historia en la escuela secundaria. Yo no sabía entonces quién era en verdad mi profesor de Historia. Mientras despreciaba a mi padre. En cuanto a la ropa inglesa, “clásica”, todavía hoy me fascina. Y en cuanto a la época de la foto, es seguro que todo esto no podía no desfigurarme, no enfermarme, a la larga, o en aquel momento, ya, de algún modo...
*Texto tomado de Sexo y traición en Roberto Arlt. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires: 1982].

Oscar Masotta: "Roberto Artl, yo mismo": Tercera Parte

(Continúa del post anterior)
"De vez en cuando, y en medio del tiempo de mis pánicos, de mis obsesiones, de mi aislamiento, me repetía una frase de Freud: “la nfermedad mental es inútil”. Fantaseaba que con el reconocimiento de su inutilidad tal vez me curaría. Como no podía leer, y encerrado, caminaba, incansablemente, caminaba. Tenía el mundo reducido a imágenes despedazadas metido dentro de los ojos.
Para comprender algo hay que pensarlo todo, ¿pero cómo pensar algo cuando no se comprendía nada? Poco a poco. Tenía que “darme tiempo”. Ante todo: ¿qué era lo que había ocasionado la enfermedad? Eso estaba a la vista: la muerte de mi padre. Se lo podría decir así: cuando supe que él iba a morir, yo ya no pude vivir más. ¿Cómo dos amantes? Tal vez, pero nuestro amor había estado escondido (y no ironizo).
Mi padre no tuvo una muerte dura: fue una muerte como la que él siempre había deseado. En esto fue un hombre con suerte, murió en su cama. Y además tuvo otra ventaja, puesto que siempre había temido a la muerte: no darse cuenta que se moría. Estaba en la cama, conversando de cualquier cosa, enfermo de leucemia (pero él lo ignoraba) y sonriendo tal vez, cuando lo sorprendió la muerte. Sonriendo digo, puesto que cuando lo vi en el cajón y envuelto en sus mortajas, tenía un rictus de tranquilidad y de alegría en la boca. Para entonces yo ya había enfermado, y habría preferido no acercarme al cajón: pero mis parientes me arrastraron a él. No puedo olvidar la impresión que me causó su rostro: por detrás de [94] la insobornable certeza de que yo amaba esa cara, una mezcla de indignación y repulsión... Ahora ya está, me decía, este hombre ha terminado y se ha llevado con él y de una buena vez al empleado bancario, sus “miedos de fin de mes” (como decía Arlt), los rasgos pusilánimes de su carácter, su ignorancia, su mala fe ideológica, su ceguera y su cobardía, su antisemitismo. Durante más de una interminable hora y media tuve que simular, ante la mirada vigilante de mis parientes, junto a la dura realidad de la carne muerta de mi padre. Yo no amo a los muertos, pero como me obligaban a simular respeto, sentí, además recuerdo, que tampoco respetaba ese cadáver, ya que me acordaba del hombre, y lo execraba.
Pero las cosas estaban así: mi padre había muerto y yo había “hecho” una enfermedad, en “ocasión” de esa muerte. Y desde el día que “caí” enfermo (fue de la noche a la mañana) me tuve que olvidar de golpe de Merleau–Ponty y de Sartre, de las ideas y de la política, del “compromiso” y de las ideas que había forjado sobre mí mismo. Tuve entonces que buscarme un psicoanalista. Y me pasé un año discutiendo con él, sobre si mi enfermedad era una histeria o una esquizofrenia. Yo entonces confundía el aislamiento que padecía con el aislamiento como conducta de corte con lo real, y como no podía o no quería observarme desde afuera, afirmaba que estaba esquizofrénico. Al cabo acepté la opinión de mi analista. Aparté los índices somáticos, una sordera creciente, un horrible y continuo silbido que taladraba mis oídos desde el interior de mi cabeza, la perturbación de mi equilibrio: mi psicoanalista tenía razón. La tendencia a la seducción como rasgo constante de mi conducta, la representación, la teatralización del sufrimiento, la tendencia al chantaje. Yo aceptaba: era un pavo que debía tragarse todas las nueces. La discusión, sin embargo, no terminaba: se me ocurría que el analista observaba bien el lado representación de mis conductas, pero que extremaba el juicio sobre él. En el fondo yo sentía que me quería hacer creer lo que yo temía. Que yo no era más que un farsante. Pero entonces —en su presencia, o en la soledad— yo me rebelaba. Me decía entonces que no era del todo así, puesto que ahí estaba ese trabajo sobre Arlt, y que el trabajo no es farsa.
Después comprendí que lo que pasaba era que mi analista usaba conmigo la técnica neoanalista de la frustración. Pero cuando me frustraba yo me ponía de pronto intransigente, y en cambio de responder con una reacción regresiva (según el esquema técnico que seguramente usaba) me ponía lúcido con respecto a él, no le perdonaba lo que mis ojos veían, su ceguera con respecto a las [95] determinantes de clase, de trabajo y de dinero, que pesaban tanto sobre él como sobre mí. Cuando me frustraba, yo en cambio de regresar hacia mis estructuras arcaicas, progresaba, hacia el marxismo. La situación no tenía salida,y en medio de un análisis en el que había puesto las esperanzas de la cura, me aburría. Es cierto que no se podía culpar al psicoanalista ni al psicoanálisis de mi imposibilidad de salir adelante. Pero en mis choques con ese hombre todo se ponía en juego. De pronto me encontraba despreciándolo tanto como a mi padre. ¿Pero no revelaba tal cosa la constitución de un lazo de transferencia? No sabía nada. Recuerdo
que una vez le pregunté por quién votaba. Me contestó que por los socialistas de Ghioldi. Por favor, no me diga más, le dije. Era suficiente y ridículo. ¿Y yo esperaba la cura de ese hombre? Estaba solo. Finalmente mandé “vis à vis”, como dicen los franceses, al psicoanálisis y al psicoanalista, a la histeria y a mis discusiones de psiquiatría social con el analista. Iba aprendiendo y comenzaba a curarme. La enfermedad había puesto al descubierto la ligazón con mi padre, y la ligazón de esa ligazón con el dinero. Durante la enfermedad me había hecho adulto de un golpe, había hecho la experiencia de la dura realidad del dinero. El dinero existe y vale. Y esa prostituta, como le dice Marx, fue “el lugar” donde me hice adulto porque supe lo que era la vergüenza. Si uno no tiene dinero, o se muere de hambre o lo pide. Yo, como elegía vivir, a cada instante, lo pedía. Después no podía devolverlo. Tenía entonces que explicarme ante quienes me lo habían prestado. A veces me creían, a veces se reían un poco paternalmente de mí, a veces se enfurecían. En una oportunidad alguien a quien yo quería bastante llega a mi casa y con violencia me comunica que quería el dinero que le debía, o se llevaría mi máquina de escribir: tuve que pagarle con libros. También tuve que pedir dinero al Fondo de las Artes: leyeron mis trabajos y me lo dieron. Era lamentable: yo sentía que era como pedir limosna. Entre mis amigos, algunos me juzgaban. Es que para pedir ese dinero, tenía que pedir antes “cartas de presentación”: una vez a Murena. Ese hombre, personalmente cortés y bueno, no me lo niega, y yo uso entonces
su prestigio, ideológicamente aceptable en los medios oficiales, para no morirme de hambre. Explico esto a mis amigos, pero ellos no dejan de juzgarme: la cortesía, y la bondad, incluso, la bondad que significaba en Murena el dejarse usar ideológicamente, no son más que virtudes individuales. Las que ama la derecha. Tenían razón. Pero en esos momentos yo estaba más cerca del cálculo infinitesimal que de la razón, me parecía más a un personaje de Arlt que a mí mismo. [96] O a mí mismo más que a ninguna otra cosa. ¿Pero quién era yo?
Según el entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Rizieri Frondizi, yo había muerto. Quiero decir: que había fallecido. Es que mientras se encontraba en sus funciones le pedí también a él una carta de presentación para el Fondo de las Artes. Cuando le hago llegar el pedido, a través de su secretaria, se niega, y dice que jamás había leído nada mío. Pero además, extrañado, le pregunta que cómo era, que si yo no había muerto. Tenía razón: es que yo había intentado suicidarme dos veces, y habrían llegado seguramente a él algunos rumores sobre la cuestión (y les ruego a ustedes que me excusen nuevamente: me refiero al impudor con que nombro la palabra suicidio cuando ella se refiere a intentos reales míos). Ante el relato de la secretaria del Rector, me quedé impávido. Pensé entonces esa frase conocida: “El relato de mi fallecimiento es considerablemente exagerado”. Pero no pude pronunciarla.
Pero no sé si entiende: no estoy contando anécdotas. Sino mejor, contando algunas coordenadas reales de una situación concreta, la mía. La enfermedad, a raíz de la muerte de mi padre, la vergüenza, la vergüenza económica, la buena voluntad de mis intenciones intelectuales, mis influencias intelectuales, las mejores, Sartre, la relación de compromiso entre el sostenimiento de las ideas y la exigencia de coherencia con uno mismo cuando se trata de jugar los roles en el interior de la sociedad concreta, la relación personal al nivel más concreto cuando uno se relaciona con otros intelectuales. El desorden no es más que aparente. Hay aquí pocas vías hacia las cuales todo converge, y desde donde brota, seguramente, todo lo que nos determina. Y hay dos, fundamentales, que están en la base del hombre concreto: el sexo y la economía. O como decía Pavese: dinero, mujeres, prestigio. Yo no creo haber endurecido, ¿pero es que hay otras cosas?
Los marxistas en general y los comunistas en particular suelen tomar con ligereza la noción de alienación. Pero la alienación no es una noción. Por lo mismo hay que comenzar ya a entender de una buena vez la realidad que comenta esta vieja idea: la idea de destino. Hay que arrancarles a los escritores de derecha el uso exclusivo que hacen de ella. Quien ha comenzado esa empresa es Pavese. La muerte, la violencia, la locura, el hambre, el suicidio, existen en el mundo, y están presentes en todos lados, aun ahí donde aparentemente no. Por eso Rozitchner tiene razón cuando afirma con desprecio que hay más filosofía en su libro sobre los invasores de Playa Jirón que en toda la filosofía universitaria. [97]
A mi vuelta de los infiernos, mientras de modo paulatino iba reintegrándome a la vida y a mi trabajo, a medios que pagan mi trabajo y me permiten seguir escribiendo y leyendo, volvía a encontrarme con mis amigos. Tuve entonces la alegría de comprobar qué cosa es poder
mirar a la gente en los ojos. Cuando estaba enfermo, no podía hacerlo. Y cuando lo lograba, era sólo por esfuerzo: sostenía la mirada, que de por sí, tendía a bajar. ¿No se han fijado ustedes que la gente que adquiere una enfermedad mental adquiere al mismo tiempo una manera huidiza de mirar? A veces, cuando miro a ciertos ojos, me parece saber de qué se trata. Pero ya no es mi caso. Y dentro de poco mi caso no sea más que un cuento al que cualquiera tendrá derecho a poner en duda.
Me reencontraba con mis amigos: Correas, Sebreli, Lafforgue, Rozitchner, David Viñas, Ismael, Verón, Marín, León Sigal. Durante mi estadía en el infierno los había visto poco. Algunos, supe, me evitaban, tenían razón. Otros no pudieron acercarse a mí, aunque tal vez lo deseaban. Es que tenían miedo, no de mí, sino de la imagen de ellos mismos que tal vez podrían descubrir, como en espejo, en mí. También tenían razón. Otros respondían con la conducta inversa: se acercaban y con una mezcla de piedad y lucidez me decían lo que era cierto: que no había diferencia entre la enfermedad mía y la salud de ellos. También tenían razón. Cuando yo me puse tratable, pienso, todos respiramos, y fue bueno para todos volverse a tratar.
Reaparecían entonces para mí las cuestiones fundamentales que ciñen la vida del intelectual contemporáneo: la política y el Saber. No hablaré de ellas aquí. Con respecto a la primera, diré que el problema de la militancia, al menos en la Argentina, aparece intocado. La cuestión fundamental está en pie. ¿Debe o no un intelectual marxista afiliarse al Partido Comunista? Yo no me he afiliado: primero, porque los cuadros culturales del partido no resistirían mis objetivos intelectuales, mis intereses teóricos. El psicoanálisis, por ejemplo. Y en segundo lugar porque hasta la fecha disiento con los análisis y las posiciones concretas del P.C. Por estas razones no me he afiliado, y no sé si lo haré algún día. Pero respeto a quienes lo hacen o lo han hecho. Pero además, ¿dónde militar? ¿Con qué grupos trabajar? ¿Qué hacer?
En lo que se refiere al Saber: en estos años he “descubierto” a Lévi–Strauss, a la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro sobre la utilidad de las posiciones filosóficas, teóricas [98]ricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. Es que en esos ocho años, al nivel del saber, han pasado algunas cosas: entre otras, un cierto naufragio de la fenomenología. Recién hoy comienzo a comprender que el marxismo no es, en absoluto, una filosofía de la conciencia; y que, por lo mismo, y de manera radical, excluye a la fenomenología. La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o “ciencias”) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en el inconsciente de los freudianos. A la alternativa: ¿o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso histórico y político).
Cuando Alvarez me invitó a que presentara mi libro, me fue difícil atinar en el primer momento a darme un tema que no fuera banal. Ante todo, porque lo que estoy estudiando en este momento es Freud, y no Arlt. Por otra parte, hace tiempo que no releo a Arlt. Además, lo que pienso sobre él lo he escrito en el libro. ¿De qué hablar? Creo que de alguna manera he disuelto el problema. Pero si he hablado de mí, es porque estoy seguro que esta manera de hacerlo me acerca a Arlt, me coloca en su línea. Solo que al principio había ideado hacerlo de otra manera. Pensé que muy bien podría aprovechar la ocasión para reordenar algunas notas de un trabajo autobiográfico que tal vez escriba. Tal vez, digo. Y les leeré a ustedes el comienzo de la redacción (y solo el comienzo) de un libro, que, de escribirse alguna vez, ustedes releerán, en algún sentido, puesto que habrán tenido una primera experiencia de su tono, de su estilo, y para hablar como Barthes, también de su “escritura”.
Leo:
¿Violencia o comunicación? Con mayor o menor conciencia siempre supe que ésa era la alternativa. Esos dos polos se hallan en todas partes, y si uno no los descubre a raíz de cada cuestión, corre el peligro de convertirse en un ángel. Pero yo quería ser histórico. O bien: sabía
que lo era. ¿Pero cómo convertirse en eso que uno es? No había otra manera que ésta: darse una vocación. Lo hice a los veintiún años: sería escritor.
Salía del servicio militar, donde había perdido un año, como se dice, limpiando caballos; mientras leía en los momentos de descanso a Faulkner, a John Dos Passos, a Hemingway. Durante ese año rumiaba también una novela que al año siguiente escribí, y que resultó perfectamente mala. Mientras la escribía, recuerdo, pensaba en [99] mi edad y me decía, fuertemente ansioso, que con un poco de suerte “publicaría antes de lo que lo habían hecho cualquiera de los norteamericanos (Faukner, Dos Passos, Hemingway). No imaginaba entonces que pasarían catorce años antes de poder publicar mi primer libro. Catorce años: durante ese entretiempo aprendí a rumiar otro tipo de libros. Autobiografías. ¿Es que me sentía tan interesante para mí mismo?
En absoluto. Lo que ocurría era que mi fe en la literatura se iba deteriorando. Quiero decir: lo que se deterioraba era la aceptación de esa mala fe necesaria para creer en la palabra escrita, o para escribir ficción. Pero puesto que pensaba todavía en escribir una autobiografía, mi fe no se había terminado de quebrar. Es que me había salvado por la lectura. Si podía pensar en escribir no era a causa de la vida, sino de los libros. Dos ensayistas franceses me sugerían el camino: Maurice Blanchot y Michel Leyris. Sobre todo la lectura de un libro de este último: La edad del hombre. Aprendí de él que para defenderse de la gratuidad del acto de escribir había que escribir sobre temas que lo pusieran a uno en situación de peligro, que lo descolocaran ante los demás. Y hay entre otras (puesto que si se redacta un panfleto político el peligro es bastante inminente, policial y real) una manera de hacerlo.
Escribir sobre uno mismo. Para desnudarse o para confesarse. Pero quien se confiesa se confiesa de algo, y para hacerlo, es preciso un juicio retrospectivo, y negativo, sobre ese algo. Confesarse, así, es convertirse de alguna manera en un pasatista, y en un moralista. ¿Será éste mi caso? Y por otra parte, es difícil sortear el peligro de la falta de peligro. Es necesario decidirse entonces a sumarse en todos estos peligros para intentar sortearlos.
Habrá entonces que comenzar por el comienzo. Y si uno se quiere escritor el comienzo es su primer libro. “Todo” comienza entonces a los veintiún años. Yo llenaba entonces, y trabajosamente, las hojas de un grueso cuaderno “Avón” mientras que, manipuleando palabras,
hacía una cierta experiencia del mundo, a cuyo sentido, o contenido,
llamaré de esta manera: lo siniestro. Esto significa: que quería ser escritor y que cuando intentaba hacerlo encontraba que no conocía el nombre de las cosas. Que no conocía ninguna palabra, por ejemplo que sirviera para distinguir el estilo a que pertenecía un mueble. Y tampoco conocía el nombre de las partes de un edificio. Si el personaje de mi novela bajaba por una escalera, y apoyaba la mano mientras lo hacía, ¿dónde la apoyaba? ¿En la “baranda” o en la “barandilla”? Y si el personaje miraba a través de un balcón, ¿Cómo nombrar [100] a los “travesaños” del balcón? Travesaños, simplemente. O tal vez “barrotes”. Pero me perdía entonces en el sonido material de las palabras y me parecía grotesco y desmesurado llamar, por ejemplo, “barrotes” a esos “travesaños”. Y si me decidía por la palabra “travesaños” me parecía de pronto pobremente descriptiva para contentarme con ella. Si mi personaje debía caminar por la calle, y creía imprescindible envolverlo en la atmósfera propia de un determinado momento del día, había que decir “que caminaba bajo los árboles”. ¿Pero qué árboles? ¿“Pitas” o “cipreses”? ¿Se dan cuenta de la locura? Lo siniestro era el descubrimiento de aquel idiotismo. Yo, seguramente un idiota mental, pretendía escribir. Tenía miedo." (Sigue.)
*Texto tomado de Sexo y traición en Roberto Arlt. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires: 1982].

Oscar Masotta: "Roberto Artl, yo mismo"*: Segunda Parte

"Pueden ustedes reírse: pero ya entonces, en 1957, estaba yo un poco loco. Es decir, que pesaban sobre mí un conjunto de estructuras, un pasado, que se contradecían, las que yo intentaba estúpida e inconscientemente resolver. Es cierto, no lo sé todo sobre mí mismo, y no entiendo del todo el sentido de aquél modo de resolver mis contradicciones que fue para aquel entonces escribir sobre Arlt. Pero de cualquier modo no carezco de una cierta conciencia aguda de algunos de los términos contradictorios. Pensemos por ejemplo en el “estilo”, en la prosa de mi libro. Ya he dicho que al nivel de las ideas el libro estaba fuertemente influenciado por Sartre. Ahora bien, en lo que hace a la prosa, la influencia viene de Merleau–Ponty.
Yo había leído entonces todo lo que Merleau–Ponty había escrito, y me fascinaba ese estilo elegante, esa prosa consciente de su cadencia y de su ritmo, esa sobre o infra–conciencia del desenvolvimiento temporal de las palabras, ese gusto por el “tono” o por la “voz”, esas insistencias de un fraseo a veces monotemático que entiende investigar las ideas acariciando las palabras. Amaba entonces esa prosa. En mi libro sobre Arlt intentaba esa prosa, me esforzaba por establecerme en ella, o en que ella se estableciera en mí. Quiero decir: que la imitaba. Y esto no es malo en sí mismo, ni me ocasiona hoy problemas de conciencia, puesto que imitar una prosa es la mejor manera de apresar desde adentro el pensamiento del autor, o como dice el mismo Merleau–Ponty, aprender a pensar lo informulado por el pensamiento, ese lugar todavía vacío hacia el que toda formulación tiende y que es el verdadero “objeto” del pensamiento. No, lo malo estaba en otra cosa.
Piensen: una prosa que, como la de Merleau–Ponty, se basa sobre todo en el tono, en la “altura” de la voz, no es sino la prosa de un refinado. Supone un alto grado de cultura, la inscripción en una tradición cultural precisa, es decir, otros tipos de prosa pertenecientes a escritores lejanos y cercanos en el tiempo[91), con los que ella misma forma sistema, oponiéndose y diferenciándose de unas, semejándose a otras. Una prosa de refinado: una prosa de “tonos”. Y se podría pensar en una analogía con la lengua china. Efectivamente: en las lenguas chino–tibetanas los tonos de la frase no son usados como en las nuestras para expresar sentimientos, sino que sirven para nombrar objetos. Ahora bien, ese tipo de lengua aparece históricamente en sociedades muy jerarquizadas. La estructura propia de un orden social muy regimentado parece ser complementaria de la lengua de tonos. Una lengua de tonos, en una sociedad democrática, así, sería un impensable. Si se hiciera la experiencia de juntar una cosa con la otra el resultado tal vez sería alguna aberración: tal vez una sociedad de idiotas. Ahora bien, con mi libro pasaba algo parecido. Imagínense: emplear una prosa de “tonos” para hablar sobre Roberto Arlt. Claro que Merleau–Ponty había usado esa prosa para escribir sobre Hemingway. Pero yo no era Merleau–Ponty. Y la relación que va desde Merleau–Ponty a Hemingway no es homóloga a la que iba de mí a Arlt. Y no me refiero al valor de los autores ni me comparo a quien tengo por uno de los autores más importantes de nuestro tiempo. Quiero decir, que entre yo y las novelas de Arlt había una relación más estrecha, más igualitaria, que entre un alto profesor universitario parisino, y que hablaba por lo mismo, y con derecho, desde la cumbre de la cultura (y no ironizo) y un hombre con las características de Hemingway. Arlt y yo habíamos salido de la misma salsa, conocimos los mismos ruidos y los mismos olores de la misma ciudad, caminamos por las mismas calles, soportamos seguramente los mismos miedos económicos... Brevemente: apoyándome en Sartre y en Merleau–Ponty yo escribía entonces sobre Arlt. ¿Cómo decirlo? Cuando escribía mi libro en verdad me sentía un poco exótico. Y textualmente, puesto que ¿qué es lo exótico sino el resultado de la unión de sistemas simbólicos que tienen poco que ver unos con otros? Pero aún aquí, y aunque con otra significación, aquél exotismo me colocaba en la línea de Arlt. ¿Esa imagen sobre mí mismo (prosa de “tonos” para escribir sobre Arlt) no tenía acaso mucho que ver con esa foto que se conserva de Arlt en África, vestido con ropas nativas pero calzado con unos enormes y evidentes botines?
Dicho de otra manera: un día me encontré con que ya el libro estaba escrito. Es decir, que me encontré con que ya algo había sido hecho en mí, o que se había hecho ya algo de mí, tal vez sin mí. ¿Quién era yo? En 1960 iba a comenzar a conocerme: de la noche a la mañana mi salud mental se quiebra y una insufrible enfermedad [92] “cae” sobre mí. Me veo convertido entonces, y de la noche a la mañana, en un objeto social: hago la experiencia de lo que significa, en sociedades como las nuestras, ser un enfermo mental. Hago esa experiencia, como se dice, desde adentro. Enfermo, no puedo ya seguir escribiendo. Tampoco puedo leer. Fue la miseria de aquella enfermedad, mezcla de histeria y de neurosis de angustia, y también la miseria real, los habitantes de una parte del espacio de tiempo que va desde el momento que escribí aquel libro a la fecha de su publicación.
Enfermo (aunque con el cuerpo sano) me veía obligado a pasarme las horas, los días, los meses, con la cara contra la almohada, oliendo el neutro y espantoso olor a las sábanas (me parecía espantoso: lo era) regando de saliva el género. ¿Cuánto tardaría en idiotizarme por completo? No podía leer, no podía trabajar, no podía estudiar, no podía escribir. No podía nada, salvo atender a ese pánico psicótico que me habitaba. Tenía miedo de todo, de cualquier cosa, de ver, por ejemplo, brotar el agua del agujero de una canilla. ¿Y los otros? Yo temía que se aburrieran pronto y que me mandaran al demonio. Temía, digo, puesto que quería curarme y necesitaba de ellos, “apoyarme” en ellos. Mi mujer (esto antes de mandarme al demonio) me explicaba, con la mejor voluntad, que puesto que yo quería curarme era seguro que me curaría. Pero yo entonces me acordaba de esas historias clínicas de esquizofrénicos que también se quieren curar y que no lo logran jamás.
Era seguro: yo era un esquizofrénico.
¿Pero tiene sentido que un autor hable de sus enfermedades, que las use para “racionalizar” sobre su vida, para justificarse? No sé bien, y sólo recuerdo ahora a un escritor que a veces lo hace (y dejo de lado el exaltamiento pueril de la locura a lo Alex Guinsberg): es George Bataille. Recuerdo su tono, bajo y lento, en el prólogo de un libro en el que relata el tiempo real, el suyo, de la redacción del libro. Dice que una enfermedad, a la que no nombra, le dificulta las cosas, le obliga a escribir lentamente. Un tono quejoso: y no estaba mal, porque servía al menos para recordar al lector que un libro ha sido hecho con el tiempo real, cotidiano, del escritor. De cualquier modo, y tratándose de quejas: yo prefiero reservarme el derecho para mi vida privada. Pero mi enfermedad está ahí —estuvo ahí— y tal vez no es malo, ahora, reflexionar sobre ella. En ese sentido, la experiencia de la enfermedad —la mía— podría resumirse así: padecer algo que se hizo afuera de uno, la experiencia de “soportar” algo. Pero aun en el interior mismo de esa experiencia había un nido de víboras: ¿yo, que amaba a Sartre[93], cómo podía olvidar que uno “hace” su enfermedad? Recordaba entonces un párrafo de Merleau–Ponty sobre el Greco: las deformaciones de las figuras que pintaba, no podían ser explicadas a partir del astigmatismo que el artista padecía, sino al revés, las figuras explicaban su astigmatismo, revelaban el carácter “intencional” de la enfermedad. El Greco había hecho su astigmatismo para explorar el mundo a su manera. Su arte y su enfermedad no eran más que dos aspectos de una misma cosa, dos manifestaciones de un mismo “estilo” de vivir y de comprometerse en el mundo.
Pero en el momento mismo en que soportaba mi enfermedad, en que ella no se traducía más que en mi imposibilidad de vivir, en el momento en que me veía arrancado de mi trabajo, trabado y presa de la mirada de los otros, arrastrado por añadidura a la miseria económica, ¿cómo entender que yo “había hecho” (y por lo mismo, querido) todo eso? Uno hace su enfermedad, ¿pero qué podía sacar yo ahora de eso que yo había hecho de mí? No entendía nada. Era un infierno." (Sigue.)
*Texto tomado de Sexo y traición en Roberto Arlt. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires: 1982.

Oscar Masotta: "Roberto Artl, yo mismo"*: Primera Parte

Después de mucho buscar, por fin encontré el texto completo de "Roberto Artl, yo mismo", que Oscar Masotta leyera con motivo de la presentación de su libro Sexo y traición en Roberto Artl, incluido en la edición del centro Editor de Amérca Latina, del año 1982, y excluido --vaya a saber por qué-- en posteriores ediciones, incluso en una muy reciente. El texto es extenso, sí, por eso, para facilitar su lectura, me pareció conveniente dividirlo en partes, que ustedes podrán ir leyendo en los siguientes posts.
"Yo he escrito este libro, que ahora Jorge Álvarez publica bajo el título de Sexo y traición en Roberto Arlt (título comercialmente atractivo, elegido ex profeso; pero también el más sencillamente descriptivo de su contenido) hace ocho años atrás. Y cuando Álvarez me invitó a que presentara yo mismo a mi propio libro, me sentía ya lo suficientemente alejado de él y pensé que podría hacerlo. Pensé en ese tiempo transcurrido, esa distancia que tal vez me permitiría una cierta objetividad para juzgar (me); pensé que el tiempo transcurrido había convertido a mi propio libro en un “extraño” para mí mismo. No era totalmente así.
Pero en el hecho de tener que ser yo mismo quien ha de presentar a mi propio libro, hay una situación paradojal de la que debiera, al menos, sacar provecho. En primer lugar, podría preguntarme por lo ocurrido entre 1958 y 1965; o bien, y ya que fui yo quien escribió aquel libro, ¿qué ha pasado en mí durante y a lo largo del transcurso de ese tiempo? En segundo lugar, podría reflexionar sobre las causas que hicieron que durante ese tiempo yo escribiera bastante poco. Y en tercer lugar, y si es cierto que los productos de la actividad individual no se separan de la persona, podría hacerme esta pregunta: ¿quién era yo, entonces, cuando escribí ese libro?; y también: ¿qué pienso yo en el fondo y de verdad sobre ese libro?
Mi juicio sobre mi propio libro: yo diría que se trata de un libro relativamente bueno. Relativamente: es decir, con respecto a los otros escritos sobre Arlt. Es que son malos. Pero los juicios de valor, a este nivel, no son interesantes...
¿Pero volvería yo a escribir ese libro, ahora, si no estuviera ya escrito? Bien, creo que no podría hacerlo. Entre otras cosas, porque hoy soy un poco menos ignorante que entonces, más cauteloso. Y seguramente: una cierta indigencia cultural, de formación, con respecto a los instrumentos intelectuales que realmente manejaba, estoy seguro, fueron entonces el motor que no sólo me impulsó a planear el libro, sino que me permitió escribirlo. Pero no es que no esté de acuerdo con lo que hoy acepto [88] publicar. Y además, también estoy seguro, de no haber escrito aquel libro, y de escribirlo hoy, no escribiría un libro mejor.
Pero me pongo en el lugar de ustedes que me están escuchando.
¿Sobre qué estoy hablando? O bien: ¿de qué me estoy confesando? Pues bien: de nada.
Si acepto publicar un libro que escribí hace varios años atrás es porque ese libro es bueno, para mí. Y lo es porque a mi entender cumple con el requisito sin el cual no hay crítica en literatura: acompaña las intuiciones del autor y trata de explicitarlas, a otro nivel y con otro lenguaje. Pero debo decirlo: cuando escribí el libro yo no era un apasionado de Arlt sino de Sartre. Y habiendo leído a Sartre no solamente no era difícil encontrar lo fundamental de las intuiciones de Arlt (o mejor: de esa única intuición que define y constituye su obra), sino que era imposible no hacerlo. Lean ustedes el Saint Genét de Sartre y lean después El juguete rabioso. El punto crítico, culminante, de esa novela que tengo por un gran libro, es el final. Después de leer a Sartre será difícil encontrar el sentido de ese final, tan aparentemente sorprendente.
¿Por qué Astier se convertía tan repentinamente en un delator? En fin, yo diría, mi libro sobre Arlt ya estaba escrito. Y en un sentido yo no fui esencial a su escritura: cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro.
Pero al revés, la factura del libro, su escritura, me depararía algunas sorpresas. Entre la programación del libro y el libro como resultado, no todo estaba en Sartre. Y lo que no estaba en Sartre estaba en mí. No en mi “talento” (no hablo de eso): me refiero a las tensiones que viniendo de la sociedad operaban sobre mí a la vez que no se diferenciaban de mí, y de cuya conciencia (una cierta incompleta conciencia) extraje, creo, esa certeza que me acompaña desde hace más de quince años. Que efectivamente, tengo algo que decir. Escribir el libro me ayudó, textualmente, a descubrir el sentido de la existencia de la clase a la que pertenecía, la clase media. Una banalidad. Pero esa banalidad me había acompañado desde mi nacimiento. Pensando sobre Arlt descubría el sentido de mis conductas actuales y de mis conductas pasadas: que dura y crudamente habían estado determinadas por mi origen social. Y uso la palabra “determinación” en sentido restringido pero fuerte.
¿El “mensaje” de Arlt? Bien, y exactamente: que en el hombre de la clase media hay un delator en potencia, que en sus conductas late la posibilidad de la delación. Es decir: que desde el punto de vista de las exigencias lógicas de coherencia, que pesan sobre toda conducta, [89] existe algo así como un tipo de conducta privilegiada, a la vez por su sentido y por ser la más coherente para cada grupo social, y que si ese grupo es la clase media, esa conducta no será sino la conducta de delación.
Actuar es vehiculizar ciertos sistemas inconscientes que actúan en uno, y que están inscriptos en uno al nivel del cuerpo y la conducta, sobre ciertos carriles fijados por la sociedad. Actuar es, a cada momento, a cada instante de nuestra vida, como tener que resolver un problema de lógica. En cuanto a los términos de ese problema: están dos veces a la vista (aunque no para quienes lo soportan), son dos “observables”.
Por un lado la sociedad nos enseña, y por otro lado estamos llamados, solicitados, constreñidos, todo a la vez, a resolver cuestiones que el medio social nos plantea. Solamente que esas cuestiones difícilmente pueden ser resueltas en la perspectiva de lo que se nos ha enseñado, de lo que ha sido sellado en nosotros por la sociedad: y la relación que va de uno a otro término, en sociedades enfermas como las nuestras, es una relación absurda (habría que precisar qué se entiende por esto) o directamente contradictoria. Pero como la capacidad lógica del hombre es infinita, siempre es posible resolver problemas imposibles: hay gente que lo hace. Son los enfermos mentales.
En este sentido la enfermedad mental es absolutamente lo contrario a lo que una literatura envejecida, burguesa, nos ha querido hacer entender.
Es exactamente lo opuesto a la incoherencia. Es más bien la puesta en práctica de la máxima exigencia de lógica y razón.
En este sentido digo, entonces, que la delación —y Arlt tiene razón— no constituye sino el tipo lógico de acto preferencial, en cuanto a la coherencia que arrastra, para conductas individuales determinadas por un preciso grupo social. Y solamente habría que hacer esta salvedad.
Que cuando hablamos de lógica y coherencia aquí, nos referimos menos a una lógica pensada por el individuo que se enferma, que a una lógica que —no hay otro modo de decirlo— se piensa en el enfermo mental. Y en cuanto a la relación entre conducta mórbida y conducta de delación: la tesis es de Arlt. Y es profundamente verdadera.
Pero esto no significa moralizar; y lo que se quiere decir no es que un delator “no es más” que un enfermo mental. Sino exactamente al revés, contra moralizar, puesto que lo que Arlt denuncia es a la sociedad que produce delatores. En cuanto a la conexión entre lógica y coherencia por un lado, y enfermedad mental o delación por el otro, es cierto que necesitaría una larga explicación. Pero esa explicación existe, no es difícil, es cierta, y yo [90] no hago metáforas. Pero relean ustedes a Arlt. Él, como novelista, tenía en cambio que usar metáforas. ¿No recuerdan ustedes aquellas que en sus novelas se refieren a esa necesidad “geométrica”, “matemática” o propia del “cálculo infinitesimal”, que el que humilla descubre como en negativo, y en el corazón del acto, en el momento mismo que lo planea, o un instante antes de su realización?
Después de estas breves reflexiones se justifica tal vez un poco más que hable de mí. ¿Quién era yo cuando escribí ese libro? O para forzar la sintaxis: ¿qué había de aparecer en aquel libro de lo que era yo...? " (Sigue.)
*Texto tomado de Sexo y traición en Roberto Arlt. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires: 1982].

La fiaca de Roberto Artl*

El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular

Ensalzaré con esmero al benemérito "fiacún". Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a establecer el origen de la "fiaca", y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del término. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos setenta y un años después me levantarán una estatua. No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez: "¡Hoy estoy con "´fiaca`"! De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la intención de "tirarse a muerto", pero ello es un grave error. Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo. Exactamente lo mismo. Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no quedará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda. Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detestó el señor Dante Alighieri. La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto: "Desgarro físico originado por la falta de alimentación momentánea". Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años. Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabra mencionada. Y algunas más.
"La fiaca" por Calé
Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los genoveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: "Tiene la "fiaca" encima, tiene". Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara. En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su mayoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profesión del almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos, y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se observaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la "bella Italia", y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra "manyar", que es la derivación de la perfectamente italiana "mangiar la follia", o sea "darse cuenta". Curioso es el fenómeno, pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: "Hacer el rostro". ¿A qué no se imaginan ustedes lo que quiere decir "hacer el rostro"? Pues hacer el rostro, en genovés, expresa preparar la salsa con que se condimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la aplican cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden vender o utilizar momentáneamente, se llama el "rostro", es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pasado el peligro.
Volvamos con esmero al benemérito "fiacún". Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica.
Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran muchachos, a esos robustos ganapanes de quince años, de dos metros de altura, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban descubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos. Esos muchachos eran los que en todo juego intervenían para amargar la fiesta, hasta que un "chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándolos de la función. Bueno, estos grandotes que no hacían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con gesto huido, estos "largos" que se pasaban la mañana sentados en una esquina o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular acierto el término. Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el "fiacún" dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza. Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de "squenún", sino que tiene una proyección transitoria, y relacionada con este otro acto. En toda oficina pública y privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma y un empleado ve que su compañero bosteza, inmediatamente le pregunta: "¿Estás con "fiaca"? Aclaración. No debe confundirse este término con el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la "fiaca" excluye toda premeditación, elemento constituyente de la alevosía según los juristas. De modo que el "fiacún" al negarse a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.
*(Novelista, dramaturgo, periodista e inventor argentino. (Buenos Aires, 26 de abril de 1900-26 de julio de 1942).

martes, noviembre 25, 2008

La noche triste de Pascual*

Dicen que cuando Leopoldo Lugones escuchó “Mi noche triste”, felicitó a su autor, porque consideraba que esos versos constituían el primer tratado sobre la ausencia. Recordemos hoy entonces al gran Pascual Contursi a través de su palabra:

Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
dejándome el alma herida
y splin en el corazón,
sabiendo que te quería,
que vos eras mi alegría
y mi sueño abrasador...
Para mí ya no hay consuelo
y por eso me encurdelo
pa' olvidarme de tu amor.

Cuando voy a mi cotorro
lo veo desarreglado,
todo triste, abandonado,
me dan ganas de llorar,
y me paso largo rato
campaneando tu retrato
pa' poderme consolar.

De noche cuando me acuesto
no puedo cerrar la puerta
porque dejándola abierta
me hago ilusión que volvés.
Siempre traigo bizcochitos
pa' tomar con matecito
como cuando estabas vos...
Y si vieras la catrera
cómo se pone cabrera
cuando no nos ve a los dos.

Ya no hay en el bulín
aquellos lindos frasquitos
adornados con moñitos
todos de un mismo color,
y el espejo está empañado,
si parece que ha llorado
por la ausencia de tu amor.

La guitarra en el ropero
todavía está colgada;
nadie en ella canta nada
ni hace sus cuerdas vibrar...
Y la lámpara del cuarto
también tu ausencia ha sentido
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.
*Poeta, autor teatral y cantor aficionado (18 de noviembre de 1888 – 29 de mayo de 1932).

Fray Mocho*: "Me mudo al norte"**

Parece que las diferencias de estatus entre los barrios del sur y del norte de nuestra ciudad vienen de lejos. Lean si no, este boceto de costumbres, escrito por Fray Mocho en Caras y caretas, allá por el 1898.

"Siempre lo dije: si las cosas siguen como van, hasta yo tendré que abandonar estos barrios... Quién diablos puede vivir hoy en el Sur, a menos que sea algún payuca de esos que se mantienen con churrasco y le hacen cara fea a un caracol..? Sí, esto está cada vez más imposible..! Antes siquiera tenía uno los rezagos del Mercado Viejo o la sopa e San Francisco, pero aura..!
Y del río, que me dicen? ... Siempre era un recurso..! Lo tenía uno "ahicito nomás" como decía ño Pantalión y siempre se hallaba entre la resaca un sábalo asonsao, una boga con la jeta rota o un bagre atorao con el anzuelo... ¿Y aura...?, vaya uno a dar con el río..!, lo han ido reculando, reculando hasta el diablo...! No...! Eso sí...! Pa vivir bien, el Norte: esa es gente que sabe..., y después la Municipalidad ayuda siquiera...! Se acuerda del vecindario..! Uno va por la vereda y camina trompezando con la comida... Un caracú aquí, un espinazo allá..! Los basureros siquiera son allí hombres de sociedá y a veces por un compromiso o por otro, se les pegan las sábanas..., y dan un calce. ¿Y qué me dicen de las diversiones? Se sienta uno en una puerta y aquello es un Veinticinco é Mayo...! Coches llenos de muchachas alegres, biciclistas, casas en que tocan el piano, carreros satisfechos con las propinas y que hasta pagan una copa... almaceneros que tiran cachos de salchichón...!
NO...! Aquello es otra cosa: no se puede negar! Y después Palermo, la Recoleta, las quintas llenas de flores...!
NO, no...! He sido un bárbaro...! Me mudo al Norte!"

*Seudónimo del escritor y periodista argentino José S. Álvarez 1858-1903).
** Texto extractado de Crónicas de Buenos Aires, Cuaderno de Crisis 27, Buenos Aires, 1976.

Actividades Casa de La Lectura

Casa de la lectura, Lavalleja 924, gratis, tel 5197-5476.
Martes 25, 20 hrs.
Por qué una revista literaria

Charla con los responsables de: Otra parte (Patricio Lennard y Diego Peller, dirigida por Graciela Speranza y Marcelo Cohen), Las ranas (dirigida por Guillermo Saavedra, participa también Américo Cristófalo – Premio a la Mejor Publicación de Arte y Cultura 2005) y Grumo (dirigida por Diana Klinger por Río de Janeiro, Paloma Vidal por San Pablo y Mario Cámara por Buenos Aires) participa Mario Cámara.
Jueves 27, 20 hs.
Encuentro de narradoras

Tununa Mercado (Celebrar a la mujer como una Pascua, Canon de alcoba, La letra de lo mínimo, La madriguera), Sofía González Bonorino (novelas: El escritorio, Las cruces y La Quema, también publicó Poesías), Mariana Docampo (relatos Al borde del tapiz, novela El Molino -Segundo Premio Fondo Nacional de las Artes-).

lunes, noviembre 24, 2008

Marc Chagall: recuerdos de infancia

Si se trata de sus recuerdos de infancia, el pintor no aplica reglas de perspectiva ni de gravedad, ya que ambas no tienen cabida en la memoria: todos los recuerdos surgen juntos y de allí, la yuxtaposición de imágenes utilizadas.

Marc Chagall: la casa gris y el tonto del pueblo

Al fondo, un cielo en movimiento parece agitar el paisaje entero del pueblo de Vítebsk, ciudad natal de Marc Chagall, representado en su cuadro La casa gris, sobre todo la catedral barroca de la Asunción, sobresaliendo sobre las casas y, en primer plano, la cabaña de madera.
Abajo, en el rincón izquierdo de la tela, se muestra un enigmático personaje con la mano en el pecho, que lleva inscripto "Chagall" en su chaqueta y "shemihl" (idiota) en la manga de su camisa; en la valla de madera de su casa está grabada, además, la palabra rusa "durak" ("idiota").
Como si el pintor nos quisiera decir que Chagall era el idiota, el tonto del pueblo.

Escritores/as!: Vamos todos hoy a la Legislatura

La discusión por la pensión del escritor está llegando a un punto crucial: hoy, lunes 24 se reúne la Comisión de Cultura de la Legislatura porteña para darle despacho definitivo.
Atendiendo a las objeciones de los legisladores a nuestro proyecto, la diputada Inés Urdapilleta, presidenta de la Comisión de Cultura, redactó algunas enmiendas -que no modifican el espíritu del proyecto-, puestas a consideración de la SEA.
Luego de discutirlas y realizar las modificaciones que creímos convenientes, acordamos en presentarlo con esos cambios para que de esta manera salga el despacho favorable de esa Comisión.
Hoy, lunes 24, a las 17, en el salón Arturo Jauretche, se reunirá la Comisión de Cultura para discutir el despacho, que no dudamos será favorable. Nuestras fuerzas se redoblan para que este año el Proyecto de Reconocimiento a la actividad literaria sea aprobado, por mayoría, en el recinto.
El apoyo que siempre nos han brindado necesita hoy un refuerzo: todos los escritores de la Ciudad debemos manifestar nuestra firme voluntad de que la pensión se haga realidad este año.
Escritoras y escritores, todos juntos y organizados lograremos conseguir nuestra reivindicación.

Carlos Juárez Aldazábal*: Partidas**

I
Según los monos
el mundo es una rama desprolija.

Nosotros no existimos:
hojas secas apiladas en orden.

No es quietud esta calma.

No rechinan los dientes por el frío.

Morirá la maleza en nuestras huellas.

Desolados,
nos llevrá el viento hacia otra parte.
*Poeta salteño, 1974. Obtuvo diversos premios, y ya publicó varios libros.
**El poema que se transcribe pertenece a su libro El Caserío.

sábado, noviembre 22, 2008

Poetas libaneses*: Ghassan Jawad**

1
Cuando me despierto
se me ensanchan los ojos
y una ciudad penetra entonces
mis sentidos

4
Has dejado un abrigo, dos manos,
un color azul en el aire,
y tu respiración en la ventana.
Has dicho pocas cosas,
después has dibujado
un camino para tus pies.

*Ghassan Jawad nació en el sur del Líbano en 1976. Tiene tres libros publicados: Soy tu sombra (1997), Ejercicios para desaparecer (2004) y Una luz entre dos vidas ( 2007).
** Poemas extractados del libro Poéticas al encuentro, poesía argentina y libanesa contemporánea. Compilada por los poetas Edgardo Zuain (argentino) y Sabah Zouein (libanesa). Editorial Tantalia, 2008.

Comunicado de la SEA

EL LUNES 24, ESCRITORAS Y ESCRITORES A LA LEGISLATURA
La discusión por la pensión del escritor está llegando a un punto crucial: el lunes 24 se reúne la Comisión de Cultura de la Legislatura porteña para darle despacho definitivo.
Atendiendo a las objeciones de los legisladores a nuestro proyecto, la diputada Inés Urdapilleta, presidenta de la Comisión de Cultura, redactó algunas enmiendas -que no modifican el espíritu del proyecto-, puestas a consideración de la SEA.
Luego de discutirlas y realizar las modificaciones que creímos convenientes, acordamos en presentarlo con esos cambios para que de esta manera salga el despacho favorable de esa Comisión.
El lunes 24 a las 17 hs en el salón Arturo Jauretche se reunirá la Comisión de Cultura para discutir el despacho, que no dudamos será favorable.Nuestras fuerzas se redoblan para que este año el Proyecto de Reconocimiento a la actividad literaria sea aprobado, por mayoría, en el recinto.
El apoyo que siempre nos han brindado necesita hoy un refuerzo: todos los escritores de la Ciudad debemos manifestar nuestra firme voluntad de que la pensión se haga realidad este año.
La cita es el lunes 24, a las 17 hs. en el Salón Jauretche. Como hasta ahora sabemos que juntos y organizados las luchas se logran.
Comisión Directiva de la SEA

viernes, noviembre 21, 2008

Poéticas al encuentro: antología de poetas libaneses y argentinos

Editorial Tantalia, de la escritora Florencia Abatte, ha publicado recientemente una antología de poesía que reúne textos de autores libaneses y argentinos: Poéticas al encuentro, así se llama el libro que ha sido compilado por el poeta argentino Edgardo Zuain y por la poeta libanesa Sabah Zuain –quien tuvo a su cargo, además, la traducción al castellano de los treinta poetas libaneses incluidos en el volumen: Chauki Abi Chakra, Abbas Baydun, Salah Stetie, Etel Adnan, Fouad Rifka, Hoda Al Maman, Nohad Salameh, Paul Chaul Mohammad Ali Chamsedine, Bassam Hajjar, Wadih Saadeh, Sabah Zouein, Abdo Wazen, Anaya Jaber, Iskandar Habach, Antoine Ovulad, Chawuski Basih, Michel Cassir, Hamzeh Abboud, Elias Lahoud, Yussef Bazzi, Ritta Baddoura, Joseph Issawi, Lameh Al Horr, Suzanne Alaywan, Nazem Al Sabed, Nadim Bou Khalil, Zeinab Assaf, Ghassan Jawad, Kaki Baydun.
En cuanto a los treinta autores argentinos seleccionados, ellos son: Florencia Abbate; María Teresa Andruetto; Jorge Aulicino; Bárbara Belloc; Juan Bertazza; Jorge Bocannera; Juan Carlos Bustriazo Ortiz; Arturo Carrera; Daniel Chirom, María del Carmen Colombo; Rodolfo Edwards; Juan García Gayo; Juan Gelman; Hugo Gola; Rubén González; Andrea Guiu; Carlos Juárez Aldazábal; Hernán La Greca; Leonidas Lamborghini; Hugo Mujica; Delfina Muschietti; María Negroni; Aldo Novelli; Hugo Padeletti; Fernando Sánchez Sorondo; Luis Tedesco; Laura Yasan; Edgardo Zuain.

jueves, noviembre 20, 2008

Segundo Festival de Poesía en Mar del Plata

Si te vas a Mardel este finde, podés escuchar poesía en Quién es Chesterton, Corrientes 1731, de esa ciudad.
Cronograma:

SÁBADO 22
18.00 MESA DE LECTURA: Jorge Calvo, Esteban Quirós y Jorge Chiesa.
19.00 MESA DE LECTURA: Gastón Chimuris, Diego Labra Y Ramiro Fernández.
PAUSA DE CAFÉ Y MÚSICA
20.00 MESA DE CIERRE: Miguel Leyva, Carlos Aletto y Augusto Mónaco.

DOMINGO 23
17.00. PRESENTACIÓN: Ilusiones metálicas de Agustín Vispo.
18.00 MESA DE LECTURA: Luciana Caamaño, Ana Porrúa, Lucía Couso y María José Sánchez.
PAUSA: MUESTRA DE EDITORIALES INDEPENDIENTES
19.00 NARRADORES Y POETAS: Martín Zariello, Matías Moscardi, Daniel Nimes y Facundo Giménez.
PAUSA DE CAFÉ Y MÚSICA
20.00. MESA DE CIERRE: Gastón Franchini, Fabián Iriarte y Rafael Oteriño.

El Espejo Libros: Convocatoria

El Espejo Libros invita a todos los poetas de haiku, talleres y grupos literarios dedicados a esta disciplina, tengan o no obras publicadas, a enviar sus referencias: nombre, dirección postal, teléfono, correo electrónico, obras publicadas, o algunos de sus haiku (no más de cinco) a:

Juan Carlos Durilén
juancarlosbym@hotmail.com
(Teléfono: 0351-4713236)

El motivo de esta convocatoria radica en el hecho de que la Profesora Kayoko Ijiri, de Japón, tiene en preparación un Saiji-ki Argentino(libro de tópicos o almanaque poético) bajo el título: “El haiku argentino y sus tópicos”, donde, además de los posibles kigo reconocibles, estén presentes los rasgos predominantes de cada región argentina.

El Espejo Libros
Deán Funes 163 - Paseo Santa Catalina Local 4
Córdoba (5000)
Tel. 0351 - 4242420

Poetas libaneses*: Antoine Boulad**

Sin la muerte,
las frutas no serían jugosas
las mujeres no tendrían
la piel tan fina
ni las palabras
un sabor de poesía.

* Poema extractado del libro Poéticas al encuentro, poesía argentina y libanesa contemporánea. Compilada por los poetas Edgardo Zuain (argentino) y Sabah Zouein (libanesa). Editorial Tantalia, 2008.
**Nació en 1951. Escribe en francés. Es miembro del Comité de Redacción de la revista L´orient Litteraire.

Poetas libaneses*: Etel Adnan*

.
No te ahogues
el día mismo de tus bodas
el sol quedará redondo y rojo
dos más dos nunca
han hecho cuatro
ni antes de mediodía
ni después.

.
La separación actúa como
una música griega:
taladra las vísceras. No
consuela de nada.

.
He visto un cielo sin cielo,
una puerta
sobre la Nada.

Traducción al castellano: Sabah Zouein
-------
* Poemas extractados del libro Poéticas al encuentro, poesía argentina y libanesa contemporánea. Compilada por los poetas Edgardo Zuain (argentino) y Sabah Zouein (libanesa). Editorial Tantalia, 2008.
**Nació en 1925. Poeta bilingüe, escribe en inglés y en francés.
Vive en Estados Unidos y en Francia.

Fedro Poesía

Los organizadores del ciclo Fedro Poesía invitan al cierre del ciclo.
En la oportunidad leerán: Alberto Szpunberg, Paula JiménezCarlos Juárez Aldazábal y Selva Almada.
Jueves 27 de noviembre a las 20, en FEDRO: Carlos Calvo 578.
Coordinan: Florencia Walfisch, Ana Lafferranderie: poesia@fedrosantelmo.com.ar

miércoles, noviembre 19, 2008

Proust*: La belleza en las cosas más usuales

"(...) Ahora solía quedarme sentado a la mesa, acabada la comida, mientras retiraban el servicio (…). Me gustaba encontrar en la realidad, apreciándolo como elemento poético, aquel ademán interrumpido de los cuchillos atravesados en las mesas, la bombeada redondez de una servilleta desdoblada donde el sol intercala un retazo de amarillo terciopelo, la copa medio vacía que así delata mejor la noble amplitud de sus formas, y el fondo de su cristal translúcido, parecido a una condensación del día, un poco de vino oscuro, pero todo chispeante; el cambio de volúmenes y la transmutación de los líquidos por obra de la luz, esa alteración de las ciruelas que pasan del verde al azul y del azul al oro en el frutero casi vacío; el paseo de aquellas sillas, viejecitas, que van dos veces al día a instalarse alrededor del mantel puesto en la mesa como en un altar en el que se celebran los ritos de la gula, y en el que hay unas ostras con unas gotas de agua lustral en el fondo como pilitas de agua bendita, y buscaba yo la belleza en donde menos me figuré que pudiese estar, en las cosas más usuales, en la vida profunda de los bodegones."**
*Escritor francés (1871-1922).
**Fragmento extractado de A la sombra de las muchachas en flor. Ed. Pluma y Papel, Buenos Aires, 1999 (pág. 438). Traducción: Pedro Salinas.

Felisberto*: el traje de vivo y el traje de bobo

"(...) Yo mismo no tenía ideas definidas sobre mis compañeros (...). Cuando uno de ellos se encontraba con otro --sobre todo si era por primera vez--, por más simpatía que se provocaran, ya uno empezaba a probar al otro --con un disimulo que parecía natural-- uno de estos dos trajes: el de vivo o el de bobo.
Apenas el otro calzara una manga o una pierna del pantalón que éste le arrimara, ya éste pensaría en el otro y lo vería siempre en el traje que primero habría calzado. Esta lucha de los trajes podía ser amistosa por mucho tiempo: cada uno luchaba con el otro detrás de las palabras que pronunciaba y muchas veces la paz era mantenida con la ilusión que cada uno tenía de estar él vestido de vivo y ver al otro con el traje de bobo, también había amistades en las que uno reconoía su traje de bobo y admiraba en el otro el traje de vivo. Yo me encontraba en un caso más raro: apenas el otro venía hacia mí lleno de simpatía, pero trayendo en los ojos la duda del traje que me pondría, yo ya levantaba un brazo o una pierna para calzar el traje de bobo. Al principio el otro se desconcertaba ante la facilidad con que ocurrían las cosas: tal vez él hubiera puesto un traje de bobo encima de uno de vivo. Pero no tardaba mucho en confirmar que yo tenía un solo traje; y cuando descubría que yo tocaba el piano, pensaría: 'Con razón: éste está pensando en la música. A lo mejor éste era bobo y lo pusieron a estudiar el piano'. "
*Felisberto Hernández, escritor uruguayo nacido en Montevideo en 1902. Además de pianista fue narrador.
El fragmento que se transcribe está incluido en el volumen 3 de sus Obras Completas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.

Juan Cabandié, Inés Urdapilleta y el Proyecto de Pensión para el Escritor

Ayer, en el programa de TV de Mauro Viale, el diputado por la ciudad por el Frente para la Victoria Juan Cabandié se refirió al proyecto de Pensión para el Escritor, proyecto impulsado por el fallecido legislador Elvio Vitali --de la misma fuerza política que Cabandié-- y por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), del que mucho hemos hablado en este blog del amasijo.
Bueno, la cosa es que Cabandié estaba intercambiando opiniones con la locudiputada Pinky (del PRO), cuando, no sé bien a raíz de qué tema, se refirió al mencionado proyecto de pensión como si fuera un logro del Frente para la Victoria y como ejemplo de que a ese agrupación le importaba, y mucho, la situación de los creadores, en este caso los escritores.
"Nosotros lo impulsamos, y ustedes lo frenan" --le dijo Cabandié a Pinky, aludiendo así a las trabas y dilaciones impuestas por los legisladores del PRO de la Comisión de Cultura de la Ciudad al llamado "Régimen de reconocimiento a la actividad literaria”, que está próximo a perder estado parlamentario justamente por la oposición de esos diputados del PRO.
Claro que a Cabandié se le chispoteó un detalle que, me parece, hay que recordarle: la principal opositora al proyecto de pensión para el escritor es la diputada de la ciudad Inés Urdapilleta, presidenta de la Comisión de Cultura de la Ciudad e integrante del Frente para la Victoria (sic!!), la misma que motoriza el proyecto para declarar patrimonio cultural a la milanesa a la napolitana, a la fugazzeta rellena, al famoso vigilante, al vermú y a la picada… La que declaró, respecto del tratamiento del Proyecto de Pensión, que "los escritores tenían que esperar muuuuuuuucho tiempo".

Serpaj: campaña solidaria con el pueblo cubano

El día 24 de Noviembre a partir de las 18, en el Centro Cultural de la Cooperación, en la Sala de la Solidaridad, Corrientes al 1543, se realizará una subasta de obras de arte en solidaridad con Cuba que ha soportado fuertes temporales y huracanes que han provocado grandes pérdidas.
Cuba siempre fue solidaria con los pueblos de América Latina y el mundo enviando maestros, médicos, técnicos; contribuyendo a la vida y desarrollo de los pueblos. La Escuela de Medicina donde se forman miles de estudiantes de diversos países y la Operación Milagro, entre muchos otros aportes, desarrollan una tarea invalorable.
Tenemos que sumar esfuerzos solidarios para acompañar a nuestros hermanos y hermanas de Cuba.
Invitamos a Artistas Plásticos a donar una obra para la subasta.
A escritores y poetas, a músicos a donar un libro y CD para su venta.
Todo lo recaudado será enviado a Cuba destinado a reponer las pérdidas sufridas por los fenómenos naturales.
Desde ya les agradecemos y les esperamos.
Les enviamos un fraterno saludo de Paz y Bien.

Adolfo Pérez Esquivel

Buenos Aires, 11 de noviembre del 2008

Si desean colaborar les agradeceremos comunicarse con el SERPAJ.
Fundación Servicio Paz y Justicia
Piedras 730- Capital Federal
Tel. 4361 5745 - 4307 5136
De 12 a 18 hs.
Correo electrónico: secnobel@wamani.apc.org

martes, noviembre 18, 2008

Sí..., ¡las vacas rojas vuelan!

Una vaca roja volando sobre los techos de zinc: es eso lo que vi aquella tarde, cuando me asomé al balcón. Iba agitando sus enormes alas amarillas, como vagando en el aire, perdida pero contenta, sonreía.
No sabía que Marc Chagall la había visto volar mucho antes, sobre los tejados de un pueblito de su rusia natal.
Ahora puedo afirmar, con seguridad, que las vacas, rojas vuelan.

Marc Chagall: Siempre se me oprimía el corazón*

(...) Me parece estar viéndote, mamá.
Te acercas a mí sin hacer ruido. Tan lenta que quisiera ayudarte. Sonríes de mi sonrisa. ¡Ah qué sonrisa, la mía! Mi madre había nacido en Lyozno, donde pinté la casa del cura, delante de la casa de la valla, y frente a la valla, los cerdos.
Pope o no. Al pasar sonríe, con su cruz resplandeciente; viene a darme la bendición. Acaricia su cadera con la mano. Los cerdos, como cachorros, corren a su encuentro.
Mi madre era la hija mayor de mi abuelo, que pasó la mitad de su vida sobre la estufa descansando, una cuarta parte en la sinagoga y el resto en la carnicería. Descansó tanto que mi abuela no lo pudo soportar y murió en la flor de la juventud.
Fue entonces cuando el abuelo empezó a moverse. Así empezaron a moverse también las vacas y las terneras.
¿Era mi madre realmente demasiado bajita?
Mi padre se casó con ella sin mirarla. Pero es un error.
Nos parecía que nuestra madre tenía una expresión extraña, todo lo posible en su ambiente de arrabal.
¡Pero no quisiera alabar a mi madre, alabar demasiado a mi madre que ya no está! ¿Puedo hablar de esto?
A veces, preferiría no hablar, sino sollozar. En el cementerio, me precipito por la puerta. ¡Más ligero que una llama, que una sombra en el aire, corro a derramar lágrimas! Veo alejarse el río, en la distancia el puente y, muy cerca, las vallas de la eternidad, la tierra, la tumba.
Aquí está mi alma. Buscadme aquí, aquí estoy, ved mis cuadros, mi nacimiento. ¡Tristeza, tristeza! Aquí tengo su retrato.
Da igual. ¿No estoy en él yo mismo? ¿Quién soy yo?
Vas a sonreír, te extrañará, te reirás, hombre pasajero.
Lago de sufrimientos, pelo gris demasiado precoz, ojos -una ciudad de lágrimas, alma que apenas es, cerebro que ya no es.
¿Qué hay pues?>
La veo gobernando la casa, dirigiendo a mi padre, construyendo casitas sin parar, abriendo un colmado, llevando un coche cargado de mercancías, sin dinero, a crédito. ¿Con qué palabras, con qué medios mostrarla sonriente, delante de la puerta o en la mesa, sentada largo tiempo a la espera de cualquier vecino para poder, en su desánimo, aliviar su espíritu?
Por la noche, cuando la tienda estaba cerrada, los niños otra vez en casa, papá se dormía sobre la mesa, la lámpara descansaba y las sillas se aburrían; afuera, ya no sabíamos dónde estaba el cielo, en qué lugar se había escapado la naturaleza, no porque fuéramos silenciosos, sino porque todo permanecía inmóvil. Mamá estaba sentada delante de la gran estufa, con una mano sobre la mesa, la otra sobre la barriga.
Su cabeza apuntaba hacia arriba, hacia su peinado, sujetado por una aguja.
Golpeaba con un dedo la mesa, cubierta con un mantel de hule, golpeaba varias veces, cosa que significaba:"Todos durmiendo. ¡Vaya niños que tengo! No tengo nadie con quién hablar".
Le gustaba hablar. Jugaba con las palabras, las pronunciaba tan bien que el interlocutor, molesto, sonreía.
Sin cambiar la actitud, sin apenas mover los labios y con la boca cerrada, el peinado puntiagudo en su lugar, preguntaba, se callaba o hablaba como una reina. Pero no hay nadie. Desde lejos, yo era el único que la seguía.
Me pedía: "Hijo mío, habla conmigo".
Yo soy un niño y mamá es una reina. ¿De qué podemos hablar?
Se enfada, golpea con más frecuencia la mesa con el dedo.
Y la casa se cubre de un velo de tristeza.
Viernes, después de la comida del Sabbat, cuando papá se quedaba dormido sin excepción, siempre en el mismo momento, con la plegaria inacabada (¡de rodillas ante ti, pequeño papá!), sus ojos se entristecían y les decía a sus ocho hijos: "Niños, cantemos la canción del rabino, ¡ayudadme!".
Los niños cantaban, se dormían. Ella empezaba a llorar y yo le decía: "Ya empiezas, así no canto más".
Quisiera decir que es en ella, en alguna parte, donde se escondía mi talento, que a través de ella se me transmitía todo, excepto su espíritu.
Ahora se acerca a mi habitación (en casa de Javich, en el patio).
Llama a la puerta y me pregunta: "¿Hijo mío, estás aquí? ¿Qué haces? ¿Estaba Bella en tu casa? ¿Quieres comer?".
"Mirá mamá, ¿te gusta esto?".
Mira la pintura Dios sabe con qué ojos.
Espero el veredicto. Al fin, pronuncia, lentamente:
"Sí, hijo mío, ya lo veo; tienes talento. Pero, hijo mío, escúchame. ¿No harías mejor en convertirte en empleado? Me compadezco de ti. Con esa espalda. ¿A quién has salido?"
No era sólo nuestra madre, sino también la madre de sus hermanas. Si una de ellas se quería casar, era mi madre quien decidía si el novio era el adecuado. Ella era la que juzgaba, se informaba, preguntaba. Si el novio vivía en otra ciudad, allí se iba, y cuando había descubierto la dirección, entraba en la tienda de enfrente para comprar algo y empezaba a hablar. Por la tarde, hasta intentaba observar la casa del novio a través de la ventana.
¡Han pasado tantos años desde que murió!
¿Dónde estás ahora, madrecita? ¿En el cielo, en la tierra? Estoy aquí lejos de ti. Estaría mejor, si hubiera estado más cerca de ti; al menos habría contemplado tu sepulcro, tocado tu lápida.
¡Ay madre! Ya no puedo rezar y cada vez lloro menos.
Pero mi alma piensa en ti, en mí y mi pensar se consume en la pena.
No te pido que reces por mí. Tú misma sabes las penas que puedo estar sufriendo. Dime, madrecita: desde el otro mundo, desde el paraíso, desde las nubes, desde donde estés, ¿te consuela mi amor?
¿Podré con mis palabras tejer para ti dulzura, tierna y acariciadora?
*Fragmento extractado del Libro Mi vida, de Marc Chagall, ediciones El Acantilado.

Marc Chagall: con qué palabras se nombra a un padre

"Cuando observaba a mi padre debajo de la lámpara, soñaba con cielos y cuerpos celestes, mucho más allá de nuestra calle. Toda la poesía de la vida se condensaba en la tristeza y el silencio de mi padre. Allí estaba la fuente inagotable de mis sueños: mi padre (...).
¿Con qué palabras se nombra a un padre? (...). Un padre interroga por los sueños de un hijo."
......
"Mi padre tenía los ojos azules, pero sus manos estaban llenas de callos. Trabajaba, oraba, callaba. Como él, también yo callaba. ¿Que sería de mí? Debería quedar asi toda mi vida, sentado delante de una pared o debería, yo tambien, acarrear toneles? Yo observaba mis manos.Tenía manos demasiado delicadas....Yo debía hallar una profesion especial, que no me obligara a separarme del cielo y de las estrellas, y que me permitiera encontrar un sentido de la vida. Sí, exactamente eso buscaba. En mi patria, sin embargo, nunca nadie había pronunciado las palabras "arte,artista". ¿Qué es eso de artista?, pregunté" (...)".
........
"¿Habéis visto alguna vez en las pinturas florentinas a uno de esos personajes con la barba jamás afeitada, los ojos marrones y a la vez color ceniza, y la tez de barro cocido y recubierto de pliegues y de arrugas?
Es mi padre.
O si habéis visto alguna de las figuras de la Hagada, con su aspecto pascual y tontorrón. (¡Perdóname, mi pequeño papá!)
Te acuerdas, te hice un boceto. Tu retrato debiera de haber provocado el efecto de una vela, que se enciende y que se apaga al mismo tiempo. Su olor —el del sueño.
Una mosca zumba —maldita sea— y por su culpa me duermo.
¿Hay que hablar de mi padre?
¿Qué vale un hombre si no vale nada? ¿Si no se le puede apreciar? Y, por esta razón, me cuesta encontrar palabras adecuadas para él.
Mi abuelo, preceptor religioso, no tuvo mejor idea que colocar a mi padre —su hijo mayor—, cuando era un niño, de empleado en un almacén de arenques y a su hijo menor en una peluquería.
No, no fue ni empleado, durante treinta y dos años tan sólo un simple obrero.
Levantaba paquetes pesados y mi corazón temblaba como un barquillo turco cuando veía que cargaba tanto peso y que removía con sus manos heladas los pequeños arenques. El gordinflón de su jefe era tan distante como un animal disecado.
La salmuera del arenque doraba a veces la ropa de mi padre. Los reflejos caían más allá, de arriba y de los lados. Tan sólo su cara, ora amarilla, ora blanca, esbozaba de vez en cuando una leve sonrisa.
¡Vaya sonrisa! ¿De dónde provenía?
Resoplaba de la calle, por donde deambulaban sombras errantes que reflejaban el claro de luna. De pronto, vi brillar sus dientes. Me recordaban los del gato, los de la vaca, cualquier tipo de dientes.
Todo me parecía misterioso y triste en mi padre. Imagen inalcanzable.
Siempre cansado, preocupado, tan sólo su mirada ofrecía un reflejo suave, de un azul grisáceo.
Con su uniforme, grasiento y sucio por el trabajo, con anchos bolsillos de donde sobresalía un pañuelo rojo apagado, regresaba a casa, alto y flaco. La noche entraba con él.
De sus bolsillos sacaba un montón de pasteles, de peras confitadas. Con su mano arrugada y sucia las repartía entre nosotros, los niños. Llegaban a la boca más deliciosas, sabrosas y translúcidas que si llegaran de la fuente de la mesa.
Y una noche sin los pasteles y las peras que salían del bolsillo de papá era una noche triste para nosotros.
Sólo se llevaba bien conmigo, este corazón del pueblo, poético y aturdido por el silencio.
Ganó, hasta el final de sus mejores años, poco más de veinte miserables rublos.
Las pequeñas propinas de los compradores tampoco hicieron mejorar su sueldo. Pero mi padre no fue un muchacho pobre.
La fotografía de sus años de juventud y mis incursiones en el guardarroa me demostraron que mi padre se casó con mi madre dotado de una cierta fuerza física y financiera que le permitió regalarle —a una chica joven de baja estatura que todavía creció después de casarse— una magnífica bufanda.
Cuando se casó, dejó de mandar su sueldo a su padre y llevó su propia casa.
*Fragmentos extractados del libro Mi vida, del pintor Marc Chagall.

Apuntes del pasado*

“Si la vida tiene una base sobre la que sostenerse de pie, si es un cuenco que se llena y se llena, en este caso mi cuenco se apoya en este recuerdo. Es el recuerdo de estar en la cama, medio dormida, medio despierta, en el cuarto de los niños de St. Ives. Y es oír olas al romper, una, dos, una dos, y enviando el agua a la playa; y después, rompiendo, una, dos, una, dos, detrás de una persiana amarilla. Es oír cómo la persiana arrastra por el suelo la pequeña pieza en forma de bellota, al extremo del cordón, cuando el viento impulsaba la ventana hacia fuera. Es estar acostada y oír el agua, y ver esa luz, y sentir, es casi imposible que yo esté aquí; sentir el más puro éxtasis que se pueda concebir. (…)
(…) Si fuera pintora pintaría estas primeras impresiones en amarillo pálido, plateado y verde. Allí estaba la persiana de pálido amarillo, el mar verde y la planta de las pasionarias. Pintaría un cuadro de forma esférica; semitransparente. Pintaría un cuadro con pétalos curvos, conchas, cosas semitransparentes.; pintaría formas curvas traspasadas por la luz, aunque sin darles contornos definidos. Todo sería grande y difuso; y todo lo que se viera se oiría también; los sonidos llegarían a través de ese pétalo o de esa hoja, sonidos que no se podrían distinguir de esa imagen. (…)”

*Fragmento extractado del libro Momentos de vida, de Virgina Wolf. Editorial Lumen, octubre 2008.

Conferencia de Prensa de la SEA

Memoria, balance y un nuevo plande lucha por la Pensión del Escritor

El sábado 15 de noviembre, luego de la asamblea ordinaria en que se presentaron –y fueron aprobados por unanimidad– la Memoria y el Balance del ejercicio 2007/2008, las escritoras y escritores nucleados en la SEA realizaron una asamblea extraordinaria para determinar próximas acciones en relación con la campaña por la pensión.

Al respecto, luego de un pormenorizado informe que dejó en evidencia la inacción y deliberado boicot al proyecto por parte de la presidenta de la Comisión de Cultura, Inés Urdapilleta, y de otros diputados, los escritores resolvieron convocar el próximo jueves 20 de noviembre a una conferencia de prensa.

Allí se informará al periodismo y la opinión pública sobre el estado del “Régimen de reconocimiento a la actividad literaria”, proyecto presentado en 2007 por el diputado Elvio Vitali que está próximo a perder estado parlamentario debido a trabas y dilaciones impuestas por quienes, justamente, deberían actuar con máxima celeridad, dada la apremiante situación económica por la que atraviesan cerca de 100 escritores de la ciudad.

También se anunciará en la conferencia de prensa el plan de lucha a desarrollar a lo largo de 2009, en busca de una pensión de alcance nacional.

Este jueves 20 a las 15, en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, Perú 130, es la cita de todos los escritores y escritoras, por nuestra dignidad.

COMISIÓN DIRECTIVA DE LA SEA


lunes, noviembre 17, 2008

Casa de la lectura

Este miércoles 19, a las 19.30, en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924, Editorial Huesos de Jibia presenta sus nuevos títulos de poesía: Laura Petrecca, Pensó que ya lo sabía; Pablo Queralt, Late; Mayra Mendoza Torres, Tras el caracol; Daniela Camozzi, La felicidad ajena; Violeta Canggianelli, El hotel de la danza.
Habrá lectura y brindis.

Alfonsina: Aeroplano en un espejo*

¿Hacia dónde rolaba, desasida,
por mal de ensueño? ¿Iba a buscar el nido
del viento, con sus grandes huevos grises
a punto de romper los cascarones?

Altas paredes negras me rodeaban
que derivaban lentas con mi lecho
y por algún costado de la tierra
caíamos sin peso y balanceantes.

Minúscula laguna era el espejo
que vertical se abría en el ceñido
bosque de sombras de mi cuarto huyente.

Y un aeroplano azul lo penetraba,
en la noche viniendo y en puntillas,
fosforescente y tímido asomado.

*Poema de la poeta argentina Alfonsina Storni de su libro Mascarilla y trébol: círculos imantados, publicado en 1938.

Poéticas al encuentro

Este miércoles, 19 de noviembre, a las 19, en los salones de la embajada del Líbano --Av. del Libertador 2354, Capital-- tendrá lugar la presentación de la antología Poéticas al encuentro, que incluye una selección de poesía argentina y libanesa contemporánea, especialmente preparada para Editorial Tantalia por Edgardo Zuain y Sabah Zouein.

sábado, noviembre 15, 2008

El Espejo Libros

Si viajás a Córdoba Capital, no te olvides de darte una vuelta por la mejor librería de la Ciudad:
El Espejo Libros. Ahí podrás encontrar todos los mejores títulos y, sobre todo, poesía, mucha poesía. Atiendida por el exquisito poeta Antonio Moro.
Deán Funes 163 -Paseo Santa Catalina, Local 4. Córdoba (5000). Tel. 0351 - 4242420.
Horario: Lunes a viernes: de 9 a 20; sábados: de 9.30 a 13.30.

jueves, noviembre 13, 2008

Museo Puente Transbordador y estado de desidia y abandono en la zona

Gracias a “Fundación por La Boca” me entero de que este sábado 15 de noviembre, a las 19, y como parte de las actividades de La Noche de los Museos, se va a inaugurar el Museo Puente Transbordador Nicolás Avellaneda.
Dice el mail que me enviaron que habrá exposiciones de material infográfico e histórico del Puente y del barrio de La Boca, muestras fotográficas, proyección de audiovisuales y hasta un coro de niños de las escuelas de la zona.
Me pone muy contenta esta noticia y, sobre todo, que en la información se hable, por ejemplo, de “Recuperación y Puesta en Valor del Puente Transbordador”. Y pienso que debe ser por el cariño que le tengo a La Boca, el barrio de mi infancia, en el que viví hasta los veinte años.
Justamente, en la zona cercana adonde tendrá lugar este evento, mi familia alquilaba una casa “de altos” y “de material”, como se decía en aquellos tiempos, que ocupaba el 1344 de la calle Necochea --entre Olavarría y Lamadrid--(ver en la foto); la misma Necochea que se transformó en algún momento en “la calle de las cantinas”, ubicada a la vuelta de la histórica plaza Solís, placita donde, se comenta, un par de locos muchachos fundaron el Club Boca Juniors. Con decirles que desde el balcón de mi casa se podía ver el Nuevo Puente Avellaneda, y un poquitito más lejos, el negro sombrero enrejado del Viejo Transbordador…
Ese sector de La Boca siempre fue caracterizado como uno de los más pobres del barrio. Quizás porque era inundable. Y sí, comparado con las zonas que no se inundaban (“el centro” –Olavarría en dirección a la cancha; Almirante Brown, antes de Casa Amarilla--), y ni qué hablar con Catalinas y sus alrededores, o con Caminito…, sí era la zona más pobre, más humilde. Pero, debo agregar que a pesar de la pobreza, de las cantinas y de las frecuentes inundaciones, ese lugar se mantenía bastante limpio y prolijo, cuidado digamos, básicamente habitable.
Nada de esta realidad encontré hace poco cuando decidí visitar mi querida Necochea que, según me he enterado, ya no está ubicada en zona inundable: me recibió, en cambio, una calle destrozada, que parecía haber sido víctima del más cruel de los bombardeos; la recorrí como pude, esquivando bolsas de basura despanzurradas, y perros desgarbados y gente tirada en la vereda… El estado de desidia y de abandono con que me topé era, es, total…
Increíble, pero esto sucede a unos metros del lugar donde este sábado 15 de noviembre, a las 19, y como parte de las actividades de La Noche de los Museos, se va a inaugurar el Museo Puente Transbordador Nicolás Avellaneda.
¿Habrá alguna posibilidad –y esto va dirigido a las autoridades de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires— de que un día cierto la Ciudad se ocupe, con obras quiero decir, de la “recuperación y puesta en valor” de esta partecita de Buenos Aires?