lunes, enero 30, 2012

Simone Weil: No juzgar...

“El hombre tiene en el exterior la fuente de la energía moral, como ocurre con su energía física (alimento, respiración). Como normalmente la encuentra, le parece que –igual que en el ámbito de lo físico– su ser lleva en sí el principio de su conservación. Sólo la privación hace que se sienta la necesidad. Por eso, en caso de privación no puede dejar de orientarse hacia algo que sea comestible. Un único remedio para ello: una clorofila que permitiera alimentarse de luz. (...) No juzgar. Todos los defectos son iguales. No hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz. Puesto que, abolida esa facultad, todos los defectos son posibles.”


* De La gravedad y la gracia.

domingo, enero 29, 2012

Taller de Poesìa


. Individual o en grupos. 
. Corrección y edición de originales. 
. Coord.: María del Carmen Colombo
.
. Entrevista previa, sin cargo:

. Tel.: 15-60255595. 

jueves, enero 26, 2012

Noni Benegas gana premio de poesìa

Saludamos desde aquì a la poeta argentina Noni Benegas, radicada en España hace años,  quien ha ganado el premio de poesía "Rubén Darío", Ciutat de Palma 2011 (Diario de Mallorca), con su poemario inèdito Lugar vertical.
Felicitaciones querida poeta!

miércoles, enero 25, 2012

Cristian Aliaga: poemas...


I. 
Los deseos irreprimibles


Cuando la mano ya inició
el movimiento
uno tiene la conciencia fugaz
del mal que está por cometer.
La ropa caerá,
el vino será derramado,
el corazón sangrará para siempre.
Pero uno no puede detener el movimiento.






III.
Resentidos, remotos, artistas


Resentidos, remotos, artistas
donde los artistas son pordioseros

alzamos copas en lo oscuro
devorados por el país.
Sin lástima ni perdón,
abrimos nuestros libros
rodeados de asesinos.

Nada ilumina como el fósforo
en mitad de la noche.





Podés leer más de este autor argentino entrando en: http://www.cristianaliaga.com/poesia.html

Simone Weil: La Ilíada o el poema de la fuerza...


"El verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de La Ilíada es la fuerza. La fuerza manejada por los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la cual la carne de los hombres se crispa. El alma humana sin cesar aparece modificada por sus relaciones con la fuerza, arrastrada, cegada por la fuerza de que cree disponer, doblegada por la presión de la fuerza que sufre. Los que soñaron que la fuerza, gracias al progreso, pertenecía ya al pasado, pudieron ver en este poema un documento; los que saben discernir la fuerza, hoy como antes, en el centro de toda historia humana, encuentran en él el más bello, el más puro de los espejos.
La fuerza es lo que hace de quienquiera que le esté sometido una cosa. Cuando se ejerce hasta el fin, hace del hombre una cosa en el sentido más literal, pues hace de él un cadáver. Habla alguien y, un instante después, no hay nadie. Es un cuadro que La Ilíada no se cansa de presentar...


Para seguir leyendo este artículo de Simone Weil, podés entrar en esta dirección: http://hjg.com.ar/txt/sweil/sw_er141.html

martes, enero 24, 2012

Simone Weil: Fragmentos de La Gravedad y la Gracia



Todos los movimientos "naturales" del alma están regidos por leyes análogas a la gravedad. La única excepción es la gracia.
La creación está hecha del movimiento descendente de la gracia, el movimiento ascendente de la gracia, y el movimiento descendente de la gracia a la segunda potencia.
Una desgracia demasiado grande coloca al hombre por debajo de la piedad: disgusto, horror, desprecio.
La piedad desciende hasta cierto nivel, y no más abajo. ¿Cómo hace la caridad para descender más abajo?
Aquellos que han caído muy bajo, ¿tienen piedad de sí mismos?
Actitud de súplica: debo necesariamente dirigirme a algo que no sea yo misma, puesto que se trata de liberarme de mí misma.
Intentar esta liberación con mi propia energía sería como una vaca que tira de su manea y cae de rodillas.
La liberación sólo puede venir de lo alto.
Tendencia a difundir el mal hacia afuera: también la tengo. Los seres y las cosas no me son suficientemente sagrados. ¡Ojalá no manchara yo nada, aunque estuviera íntegramente convertida en fango!
No manchar nada, ni aun en mi pensamiento. Ni siquiera en mis peores momentos destruiría una estatua griega o un fresco de Giotto. ¿Por qué, pues, otra cosa? ¿Por qué, por ejemplo, un instante de la vida de un ser humano, que podría ser feliz por un momento?
Es imposible perdonar al que nos ha hecho mal, si ese mal nos ha rebajado. Hay que pensar que no nos ha rebajado, sino que nos ha revelado nuestro verdadero nivel.
Deseo de ver sufrir a otro exactamente como uno sufre. Por esta razón, salvo en períodos de inestabilidad social, los rencores de los miserables se dirigen a sus semejantes.
Es un factor de estabilidad social.
Aquellos cuya ciudad había sido destruida, a quienes se llevaba como esclavos, no tenían ya pasado ni porvenir. ¿Con qué objeto podían llenar sus pensamientos? Con engaños, y de los más ínfimos; con las codicias más lastimosas, quizás más dispuestos a desafiar la crucifixión por robar un pollo, que la muerte en el combate por la defensa de su ciudad. Seguramente; de otro modo esos atroces suplicios no hubieran sido necesarios.
O bien era necesario soportar el vacío en el pensamiento.
Para tener la fuerza de contemplar la desgracia cuando se es desgraciado, hace falta el pan sobrenatural.
No pensar jamás en un cosa o persona que se ama y que no tenemos a la vista, sin imaginar que esa cosa ha sido destruída, o que esa persona ha muerto.
Que ese pensamiento no disuelva el sentido de la realidad, sino que lo haga más intenso.
Cada vez que se dice "Hágase tu voluntad", representarse en conjunto todas las desgracias posibles.
Electra llorando a Orestes muerto. Si se ama a Dios pensando que no existe, él manifestará su existencia.
La imaginación se ocupa continuamente de cerrar todas las hendiduras por donde pasaría la gracia.
El pasado y el futuro entorpecen el efecto saludable de la desdicha presente, ofreciendo un campo ilimitado a las construcciones de la imaginación. Por eso, la renuncia al pasado y al porvenir es la primera de las renuncias.
Cuando se siente desilusión por un placer que se esperaba y que llega, es que se esperaba del porvenir; y una vez que está presente, no está más en el porvenir.
Necesitamos que el porvenir se haga presente, sin dejar de ser porvenir. Absurdo que sólo la eternidad puede curar.
Un modo de purificación: orar a Dios, no sólo en secreto con respecto a los hombres, sino pensando que Dios no existe.
Perder a alguien: se sufre porque el ausente, o el muerto, e convierte en lo imaginario, es decir: lo falso. Pero el deseo de él no es imaginario. Descender hasta dentro de sí mismo, hasta donde reside el deseo que es real.
Hambre: uno imagina alimentos; pero el hambre es real: asirse al hambre.
El vacío es la plenitud suprema, pero el hombre no tiene derecho de saberlo. Cristo mismo lo ignoró completamente en un momento.
Apretón de manos de un amigo, vuelto a ver después de una larga ausencia. No me fijo si eso, para el tacto, es placer o dolor; yo siento directamente la presencia de mi amigo, como el ciego siente directamente los objetos en el extremo de su bastón. Lo mismo las circunstancias de la vida, cualesquiera sean; y Dios.
Esto implica que no hay que buscar consuelo en el dolor. Pues la felicidad está más allá del dolor y del consuelo. Se percibe con otro sentido, así como la existencia del objeto que tocamos se percibe por otro sentido distinto del tacto.
Suplicar a un hombre es un tentativa desesperada de hacer pasar el propio sistema de valores al espíritu del otro.
Suplicar a Dios es lo contrario: tratar de hacer pasar los valores divinos a la propia alma.
Renunciamiento. Imitación del renunciamiento de Dios en la creación. Dios renuncia -en cierto sentido- a ser todo. Debemos renunciar a ser algo. Es el único bien para nosotros.
El se ha vaciado de su divinidad real. Nosotros debemos vaciarnos de nuestra divinidad imaginaria.
Hay sólo dos instantes de desnudez y pureza perfecta en la vida de un hombre: el nacimiento y la muerte. No se puede adorar a Dios bajo la forma humana sin mancharlo, salvo como un recién nacido o como un agonizante.
Alegría en Dios. Hay realmente alegría perfecta e infinita en Dios. Mi participación no puede agregar nada; y mi no participación no puede quitar nada a esa alegría perfecta e infinita. Por tanto ¿qué importa que participe o no? Absolutamente nada.
Dios no ha podido crear sino ocultándose. De otro modo, no habría más que él.
Por lo tanto, la santidad también debe ser oculta, aun a la propia conciencia, en cierta medida. Y debe serlo ante el mundo.
Hay que desarraigarse. Cortar el árbol, hacer una cruz y llevarla todos los días.
Mi yo no es más que la sombra proyectada por el pecado y el error que intercepta la luz de Dios y que tomo por un ser.
Aun si pudiera ser como Dios, más me valdría ser el polvo que obedece a Dios.
No deseo que este mundo creado ya no sea sensible, sino que no me sea sensible a mí. A mí, él no puede decirme su secreto, que es demasiado alto. Que yo parta, y el creador y la criatura cambiarán sus secretos.
Ver un paisaje tal como es cuando yo no estoy...
Cuando estoy en alguna parte mancho el silencio del cielo y de la tierra con mi respiración y los latidos de mi corazón.
La obediencia es la virtud suprema. Amar la necesidad.
Si mi salvación eterna estuviera sobre esta mesa bajo la forma de un objeto y no tuviera más que extender la mano para tomarla, no extendería la mano sin recibir la orden.
La voluntad de Dios. ¿Cómo conocerla? Si se hace silencio dentro de sí, si se hace callar a todos los deseos, todas las opiniones, y se piensa con amor, con toda el alma y sin palabras: "Hágase tu voluntad", lo que se siente de inmediato sin incertidumbre (aunque en ciertos casos fuera un error) es la voluntad de Dios. Pues si se le pide pan, él no nos da piedras.
Tratar de amar sin imaginar. Amar la apariencia desnuda y sin interpretación. Lo que entonces se ama es verdaderamente Dios.
Después de haber pasado por el bien absoluto se vuelven a encontrar los bienes ilusorios y parciales, pero en un orden jerárquico que no permite buscar un bien sin preocuparnos por el otro. Ese orden es trascendente con respecto a los bienes que relaciona, y un reflejo del orden absoluto.
Temor de Dios en san Juan de la Cruz. ¿No es el temor de pensar en Dios cuando se es indigno? ¿De mancharlo pensándolo mal? Por este temor, las partes bajas del alma se alejan de Dios.
Una ciencia que no nos aproxima a Dios no vale nada.
Pero si nos aproxima mal, es decir, a un Dios imaginario, todavía es peor.
El hombre quisiera ser egoísta y no puede. Es el carácter más notable de su miseria y la fuente de su grandeza.
El hombre siempre tiene devoción por un orden. Pero, salvo iluminación sobrenatural, ese orden está centrado en sí mismo, o en un ser particular (que puede ser una abstracción).
No es porque Dios nos ama que debamos amarlo. Es porque Dios nos ama que debemos amarnos. ¿Cómo amarse a uno mismo sin este motivo?
El amor de Dios es puro cuando la alegría y el sufrimiento inspiran igual gratitud.
A los ojos de Platón, el amor carnal es una imagen degradada del verdadero amor; y el amor humano casto (fidelidad conyugal) es una imagen menos degradada.
La idea de la sublimación sólo podía nacer de la estupidez contemporánea.
El espíritu no está forzado a creer en la existencia de nada (subjetivismo, idealismo absoluto, solipsismo, escepticismo: ver las Upanishadas, los taoístas, Platón: todos usan esta actitud filosófica a modo de purificación).
Es porque el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Por eso, belleza y realidad son idénticas. Por eso la alegría y el sentimiento de la realidad son la misma cosa.
Es una cobardía buscar en los que se ama (o desear darles) otro consuelo que el que nos dan las obras de arte, que nos ayudan por el simple hecho de que existen.
Todo lo que es vil y mediocre en nosotros se rebela contra la pureza, y necesita, para salvar su vida, manchar esta pureza.
Manchar es alterar, tocar. Lo bello es lo que no se puede querer cambiar.
Literatura y moral
El mal imaginario es romántico, lleno de variedad; el mal real es triste, monótono, desértico, aburrido.
El bien imaginario es monótono, el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador.
Por eso, la literatura es o aburrida o inmoral (o una mezcla de las dos).
Escapar de esta alternativa pasando de algún modo, a fuerza de arte, del lado de la realidad, es algo que sólo el genio puede conseguir.
Sólo se tiene experiencia del bien realizándolo.
Sólo se tiene experiencia del mal prohibiéndose su realización, o si se lo ha realizado, arrepintiéndose.
Cuando se realiza el mal, no se lo conoce, porque el mal huye de la luz.
Discurso de Iván en los Karamazov: "Aún cuando esta inmensa fábrica del universo produjera las más extraordinarias maravillas, si el precio es una sola lágrima de un niño, yo la rechazo".
Adhiero completamente a este sentimiento. Ningún motivo, cualquiera que sea, que pueda dárseme para compensar la lágrima de este niño, puede hacerme aceptar esa lágrima. Absolutamente ninguno que la inteligencia pueda concebir. Sólo hay uno, que no es inteligible, salvo para el amor sobrenatural: "Dios lo ha querido". Y por este motivo, aceptaría tanto un mundo que fuera puro mal, como aceptaría la lágrima de un niño.
La extremada grandeza del cristianismo proviene de que no busca un remedio sobrenatural para el sufrimiento, sino un uso sobrenatural del sufrimiento.
Adán y Eva buscaron la divinidad en la energía vital. Un árbol, un fruto. Pero ella nos está preparada sobre una madera muerta, geométricamente encuadrada, donde cuelga un cadáver. El secreto de nuestro parentesco con Dios, debe buscarse en nuestra mortalidad.
Para que sintamos la diferencia entre nosotros y Dios, fue necesario que Dios se hiciera un esclavo crucificado. Pues sólo sentimos la distancia con los que están abajo. Es mucho más fácil colocarnos en lugar de un Dios creador que en lugar de un Dios crucificado.
El gran dolor del hombre es que mirar y comer son dos operaciones diferentes. La beatitud eterna es un estado en que mirar es comer.
Estrellas y naranjos en flor.
La permanencia completa y la fragilidad extrema dan igualmente el sentimiento de la eternidad.
La religión como fuente de consuelo es un obstáculo a la verdadera fe; en este sentido, el ateísmo es una purificación. Debo ser atea con la parte de mí misma que no ha sido hecha para Dios. En los hombres en quienes lo sobrenatural no ha despertado, los ateos tienen razón y los creyentes se equivocan.
En el dominio de lo espiritual puro, el bien produce infaliblemente bien, y el mal produce el mal. Por el contrario, en el dominio de lo natural (incluyendo lo psicológico), el bien y el mal se producen mutuamente. Así, sólo puede haber seguridad una vez que se llega al dominio de lo espiritual, precisamente el dominio donde nada puede procurarse por sí mismo, y se espera todo de otra parte.
La fe es la experiencia de que la inteligencia está iluminada por el amor.
Pero la inteligencia debe reconocer la preeminencia del amor por los medios que le son propios: es decir, la comprobación y la demostración. Debe someterse sabiendo el porqué, y de una manera perfectamente precisa y clara.
Sin esto, la sumisión de la inteligencia es un error, y aquello a lo que se somete es algo diferente al amor sobrenatural. Es, por ejemplo, la influencia social.
El uso de la razón torna las cosas trasparentes al espíritu. Pero lo transparente no se ve. Se ve lo opaco a través de lo transparente, lo opaco que estaba oculto cuando lo transparente no era transparente.
Se ve el polvo sobre el vidrio, o el paisaje detrás del vidrio, pero no el vidrio. Limpiar el polvo sirve para ver el paisaje.
La razón debe ejercer su función sólo para llegar a los verdaderos misterios, a las verdades indemostrables que son lo real. Lo incomprendido oculta lo incomprensible; por ese motivo debe eliminarse.
Es necesario que hayamos cometido crímenes que nos han hecho malditos, puesto que hemos perdido toda la poesía del universo.
El arte no tiene porvenir inmediato, porque todo arte es colectivo y ya no hay vida colectiva, sólo colectividades muertas; y porque se ha roto el verdadero acuerdo entre alma y cuerpo.... Es pues inútil de tu parte envidiar a Bach o a DaVinci. La grandeza, en nuestros días, debe tomar otros caminos. Además, sólo puede ser solitaria, oscura y sin eco (ahora bien: no hay arte sin eco).
El "gran animal" de Platón (La República, libro VI). El marxismo, en tanto es verdadero, está íntegramente contenido en la página de Platón sobre el gran animal, y su refutación está contenida allí también.
No podrías haber nacido en mejor época que ésta, en que todo se ha perdido.

Clarice Lispector: Restos del Carnaval


No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.
En la realidad, sin embargo, yo poco participaba. Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás.  Dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume, y una bolsa de confeti. Ah, se está poniendo difícil escribir.  Porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz.
¿Y las máscaras? Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. Si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados, sino de personas con su propio misterio. Hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí.
No me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. Pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. En esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha -yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable- y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. Entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez.
Pero hubo un carnaval diferente a los otros. Tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo, que ya había aprendido a pedir poco. Ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era Rosa. Por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. Boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. Aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás.
Fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. Y la mamá de mi amiga -respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel- decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. Aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma.
Ya los preparativos me atontaban de felicidad. Nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (Ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡Dios iba a ayudarnos! ¡No llovería!) En cuanto a que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna.
¿Pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser melancólico? El domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. Pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡Al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa.
Muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. Ésta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? Es despiadado. Cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron en seguida a comprar una medicina a la farmacia. Yo fui corriendo vestida de rosa -pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil-, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, ente serpentinas, confeti y gritos de carnaval. La alegría de los otros me sorprendía.
Cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. Pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. Bajé la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. A veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme.
Sólo horas después llegó la salvación. Y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. Un chico de doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. Y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.

*Escritora brasileña.

lunes, enero 23, 2012

Mercedes Roffé: Como un mantra...

II.

Hay maldad
Residamos al borde de la noche
Hay corrupción y mentira
Residamos al borde de la noche
Hay mezquindad, malicia, engaño, alevosía
Residamos a la vera del día
Hay pobreza y dolor
Residamos a la vera del día




Residamos la noche a la vera de la noche
Residamos la noche en el seno urgente del día




Hay mal, hay fraude, hay sombra
Moremos
en el estallido del día
Moremos
en el seno de la noche
en el fétido seno del mal contra el mal



III.


No hay distancia
la distancia es fuego
No hay distancia
la distancia es humo y cenizas
la distancia es espejo
es la tierra que pisas
la distancia es mi rostro en el espejo
tus pasos sobre tus pasos
sus cenizas sobre tus cenizas




No hay distancia
Soy ella
soy la insomne
la reeencontrada maltratada en el desierto
soy sus ojos
soy su espejo
soy su distancia de mí y de sí misma




No hay distancia, hay ceguera
No hay distancia, hay reencuentro
No hay distancia, hay distintos colores de desiertos
mares de distintos colores
hierba cielo noche
del color distante del tiempo




No hay distancia, hay colores
hay desiertos




Hay casas y hay escombros
hay casas allanadas y casas demolidas
hay tiendas, hay iglús, hay tepes
hay lofts hay búnkers hay palacios
hay ranchos hay taperas hay ramallah hay veneno hay títeres hay soplones
hay las siete ciudades de oro y el oro de los incas
oro en polvo oro negro oro
por aquellos que somos y no somos
oremos
digamos la oración, la palabra que falta
la cifra el número la clave
residamos la noche en la pura presencia


porque sentir es más que ver y más aun es fundirse




hay que volver
hay que volver atrás
hay que volver atrás hacia delante
hay de desovillar la madeja del tiempo
hay que volver al futuro
hay que volver a la masa azul noche estrellada
donde éramos luz
minúsculas partículas de luz dispersa
en el seno de la noche hay que volver
hay que desovillar la trama de esta noche
Disolvamos la noche
Respiremos
Un soplo
Insuflemos de luz la noche de aire
Insuflemos la noche de noche verdadera




No pasarán
No pasará esta noche
No pasará esta noche por el ojo de la aguja
No pasarán
los títeres los embalsamadores los escupidores
escupitajos esquirlas
de podredumbre
No pasarán
roña y sudor
armado
hasta los dientes


fauces
ratas
despojos portadores de despojo
infección portadora de infección




Cuzco Tibet Bagdad




Y esto caducará también.
No el mal. No el mal.
Sólo los nombres.





*Poeta argentina.

Macedonio Fernández, por Jorge Quiroga


Podés leer en el blog Palabras amarillas, el muy buen artículo "Macedonio Fernández: la poética del pensar".




Néstor Perlongher: El cadáver



¿Por qué no entré por el pasillo?
Qué tenía que hacer en esa noche
a las 20.25, hora en que ella entró,
por Casanova
donde rueda el rodete?
Por qué a él?
entre casillas de ojos viscosos,
de piel fina
y esas manchitas en la cara
que aparecieron cuando ella, eh
por un alfiler que dejó su peluquera,
empezó a pudrirse, eh por una hebilla de su pelo
en la memoria de su pueblo

Y si ella
se empezara a desvanecer, digamos
a deshacerse
qué diré del pasillo, entonces?
Por qué no?
entre cervatillos de ojos pringosos,
y anhelantes
agazapados en las chapas, torvos
dulces en su melosidad de peronistas
si ese tubo?
Y qué de su cureña y dos millones
de personas detrás
con paso lento
cuando las 20.25 se paraban las radios
yo negándome a entrar
por el pasillo
reticente acaso?
como digna?
Por él,
por sus agitados ademanes
de miseria
entre su cuerpo y el cuerpo yacente
de Eva, hurtado luego,
depositado en Punta del Este
o en Italia o en el seno del río
Y la historia de los veinticinco cajones
Vamos, no juegues con ella, con su muerte
déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta!
Y qué había en el fondo de esos pasillos
sino su olor a orquídeas descompuestas,
a mortajas,
arañazos del embalsamador en los tejidos
Y si no nos tomáramos tan a pecho su muerte, digo?
si no nos riéramos entre las colas
de los pasillos y las bolas
las olas donde nosotras
no quisimos entrar
en esa noche de veinte horas
en la inmortalidad
donde ella entraba
por ese pasillo con olor a flores viejas
y perfumes chillones
esa deseada sordidez
nosotras
siguiéndola detrás de la cureña?
entre la multitud
que emergía desde las bocas de los pasillos
dando voces de pánico
Y yo le pregunté si eso era una manifestación o un entierro
Un entierro, me dijo
entonces vendría solo
ya que yo no quería entrar por el pasillo
para ver a sus patas en la mesa de luz,
despabilando
Acaso pensé en la manicura que le aplicó el esmalte Revlon?
O en las miradas de las muchachas comunistas,
húmedas sí, pero ya hartas
de tanta pérdida de tiempo:
ellas hubieran entrado por el pasillo de inmediato
y no se hubieran quedado vagando por las adyacencias
temiendo la mirada de un dios ciego
Una actriz –así dicen–
que se fue de Los Toldos con un cantor de tangos
conoce en un temblor al General, y lo seduce
ella con sus maneras de princesa ordinaria
por un largo pasillo
muerta ya

Y yo
por temor a un olvido
intrascendente, a un hurto
debo negarme a seguir su cureña por las plazas?
a empalagarme con la transparencia de su cuerpo?
a entrar, vamos por ese pasillo donde muere
en su féretro?
Si él no me hubiera dicho entonces que está solo,
que un amigo mayor le plancha las camisas
y que precisaría, vamos, una ayuda
allá, en Isidro
donde los terrenos son más baratos que la vida
lotes precarios, si, anegadizos
cerca de San Vicente (ella
no toleraba viajar a San Vicente
quiso escapar de la comitiva más de una vez
y Pocho la retuvo tomándola del brazo)
Ese deseo de no morir?
es cierto?
en lugar de quedarse ahí
en ese pasillo
entre sus fauces amarillas y halitosas
en su dolor de despertar
ahí, donde reposa,
robada luego,
oculta en un arcón marino,
en los galeones de la bahía de Tortuga
(hundidos)
Como en un juego, ya
es que no quiero entrar a esa sombría
convalecencia, umbría
–en los tobillos carbonizados
que guarda su hermana en una marmita de cristal–
para no perder la honra, ahí
en ese pasillo
la dudosa bondad
en ese entierro.

*Poeta argentino.