jueves, febrero 28, 2013

Gloria Pampillo: Amor del mundo (microrrelato...)

Amor del mundo

      "Estaba sentada en el banco de una estación suburbana cuando el poste azul y rojo que sostenía el alero comenzó a alejarse. Detrás de él, en perspectiva, se recortaron el andén de enfrente y más atrás, los árboles. Había sido tan nítido y mágico, que no se lo contó a nadie. La vez siguiente, sucedió en una parada del colectivo. Como si alguien que la quería hubiera pensado en ella, el horizonte de la calle comenzó a descender. Esta vez, la alucinación fue cercana. El enrejado de alambre que la ceñía bajó casi rozando sus ojos. La última vez fue de noche. Por la ventanita del baño, vio sobre el techado de la cocina la cabeza de un hombre verde que se bamboleaba hacia adelante y hacia atrás. Estaba por gritar cuando un bostezo descomunal la llevó a la cama. A la mañana siguiente se asomó a la puerta, y vio que el mundo, inmóvil, aún dormía. “Gracias”, le dijo y él le sonrió en medio de su sueño."

miércoles, febrero 27, 2013

Gloria Pampillo

La conocí hace muchos años. Pero fue durante 1999-2000, época en la que me incorporé al grupo Sudestada -el mismo que organizara junto con la Comisión de Patrimonio de la Ciudad, el Encuentro Nacional de Escritoras- cuando tuve el privilegio de recibir su amistad. 
Hoy que se fue, atesoro su alegría, su belleza, su generosidad, sus libros todos, su palabra. Y acompaño, junto a  sus amigos y amigas, a sus familiares en este momento de tanta tristeza.
 
 
 
*Gloria Pampillo, escritora y profesora universitaria. Publicó varias novelas y libros de relatos. Entre las novelas se cuentan Las invenciones inglesas, Costanera Sur, y Pegamento. Entre los libros de relatos, Cinco viajes y un prostíbulo. Su nueva novela, El héroe que vino a buscarme, mereció el Premio de Novela de Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Ha publicado ensayos críticos. Como profesora titular e investigadora de la Universidad de Buenos Aires se especializó en teoría y enseñanza de la escritura y de la narración. Coordinó numerosos talleres y dio cursos en Madrid y en la Argentina. Ha recibido varios premios por su obra de ficción. Fue traducida a otros idiomas.

Reina Roffé: Juan Rulfo, biografía no autorizada

"Desde que lo leyera por primera vez siendo una joven estudiante, Reina Roffé quedó prendada de Juan Rulfo, de sus libros y de su misterio. A partir de ahí, empezó a escribir sobre él, publicó Autobiografía armada en 1973, lo entrevistó en 1974, dio a conocer Las mañas del zorro en 2003 y ahora, en Juan Rulfo. Biografía no autorizada, amplía y expande lo anterior. ¿Por qué Rulfo dejó de publicar y, según algunos, directamente de escribir? ¿Por qué reconstruyó su biografía hasta convertirla en un mito plagado de pistas falsas? ¿Cómo se situó respecto de los autores del boom latinoamericano? Reina Roffé busca descifrar nuevamente estos misterios que probablemente no cesen, mientras nuevas generaciones siguen abordando el maravilloso y desértico universo de El llano en llamas y Pedro Páramo." (...)

Así comienza la nota que, con el título de "El llanero solitario", apareció en el Suplemente "Radar"del diario Página/12,  el domingo, 21 de octubre de 2012, firmada por Claudio Zeiger. A continuación reproducimos el reportaje realizado a  la autora por el mencionado periodista.

(...)

-Claudio Zeiger: ¿Cómo fue tu acercamiento a Rulfo y su obra, y cómo se fue desarrollando a lo largo de los años?
-Reina Roffé: –De aquellos autores que se dieron a conocer internacionalmente en los 60 y 70, de la mano del boom latinoamericano, Rulfo fue quien más me interesó. Sus dos exiguas obras, que leí en esos años, me fascinaron y quise saber quién estaba detrás. Comencé a leer cuanta entrevista le hacían y los trabajos críticos que iban surgiendo sobre Pedro Páramo y El llano en llamas. Yo era muy joven y hablaba con tanto entusiasmo de Rulfo que Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini Real, que dirigían la revista Latinoamericana, me pidieron que escribiera algo para ellos, y de ahí surgió lo que denominé Autobiografía armada, un texto en primera persona que trabajé como si fuera un relato, construido con fragmentos de reportajes y declaraciones de Rulfo, y cuyo protagonista principal era él mismo hablando de su infancia, de su pueblo, de la Revolución mexicana, de la revuelta cristera, de cómo elaboró sus cuentos y la novela. El texto se publicó en la revista y, luego, apareció en forma de libro, con bellas ilustraciones, en una edición de Corregidor de 1973. Era un libro muy breve que más tarde, en 1992, descubrió un editor catalán que lo recuperó para editorial Montesinos. Después de este tímido acercamiento a Rulfo, y ya recientemente, surgió la posibilidad de escribir la biografía para Espasa Calpe de España. Una biografía que titulé Juan Rulfo. Las mañas del zorro, y vio la luz en 2003 con muy buena recepción crítica. La edición se agotó pronto, pero, en el ínterin, la editorial canceló la colección de biografías de escritores y mi libro no fue reeditado hasta ahora aumentado y corregido.
¿Por qué esta edición dice Biografía no autorizada en el subtítulo? –Para indicar que el texto no ha pasado por ningún visto bueno, por ningún filtro de ésos por los que suelen pasar las biografías. Para esta edición, enriquecí fragmentos relacionados con su trabajo en el Instituto Indigenista y con otros tramos de su vida y también incorporé más testimonios y anecdotarios.
-Uno de los aspectos centrales de Rulfo fue su cerrazón, su toma de distancia, pero vos pudiste entrevistarlo. ¿Cómo describirías el impacto que te produjo?
–Conocí a Rulfo en 1974, cuando visitó Buenos Aires como miembro de la comitiva oficial de intelectuales que acompañaron al presidente mexicano Luis Echeverría Alvarez en un recorrido por América latina. Parte de la delegación se había alojado en el Plaza Hotel, y allí lo entrevisté gracias a la amabilidad de Edmundo Valadés y de Augusto Monterroso, que hicieron de puente. Fui a visitarlo con Héctor Lastra y Martini Real, dos escritores que, lamentablemente, ya han fallecido, y a quienes siempre recuerdo con especial cariño. Los tres teníamos una gran expectativa por encontrarnos con un autor tan singular y enigmático. La leyenda sobre su extraña personalidad, su melancolía, su negativa a seguir publicando, su modestia y timidez, que lo llevaban a escaparse de la prensa, se había expandido como un reguero de pólvora. Ciertamente, su conversación estaba llena de silencios, de momentos incómodos para un interlocutor que no lo conocía en profundidad, cosa que hacía difícil entrevistarlo. Pero cuando encontraba lo que quería decir, finalmente hablaba y lo hacía con frases cortas, con un lenguaje poético campesino realmente encantador. Entonces, uno se daba cuenta de que no era tan tímido, sino, como él mismo decía, “de chispa retardada”.
-En ese momento, 1974, ¿qué te llamó más la atención de él? –Advertí que, como todo ser apartado o automarginado, le gustaba ser incluido, que le prestaran atención. Ese encuentro fue para mí muy revelador. Era un hombre que llevaba en su rostro una pena enorme. Tenía editores y lectores reclamándole más libros, contaba con una crítica que lo ponderaba, algo con lo que sueñan todos los escritores, y sin embargo no podía, por retraimiento o exigencia desmesurada, escribir nada que él considerara apto para su publicación. Por un lado, lo tenía todo y, por otro, nada, aunque lo respaldaban sus dos magníficas obras.
-A la luz de los libros, incluyendo este último, ¿tenés una “versión” definitiva acerca del mito de Rulfo, de su silencio, su retiro, su lugar entre los otros escritores latinoamericanos? –Esta biografía es lo último que voy a publicar sobre Rulfo, precisamente porque doy por terminada mi composición de lugar sobre un autor insuperable, incluso por él mismo, que no pudo dar a conocer nada más, porque sentía que todo lo que intentó después de su libro de cuentos y de Pedro Páramo no daba la talla, no tenía el nivel de lo anterior y, en consecuencia, decidió, valiente y atinadamente, abstenerse, algo que lo honra, pues da ejemplo de ética personal. Con mi biografía intenté reescribir los vacíos, los baches, los puntos ciegos del escritor. Una de las cosas que más me atrajeron como materia de investigación fue la cuestión de la mentira en Rulfo. Me resultó muy interesante observar cómo fue urdiendo fragmentos de su vida a través de una serie de embustes. Mintió en casi todo, incluso en asuntos que no tenían mayor importancia: cambió su fecha y lugar de nacimiento varias veces, maquilló su infancia, contó historias distintas sobre cómo había ocurrido el asesinato de su padre, mintió sobre los estudios que había cursado, ocultó hasta el final, cuando ya no era necesario hacerlo, que había sido seminarista. Juró y perjuró que estaba escribiendo libros que, finalmente, nunca publicó, y de los que apenas se encontraron un par de páginas, algún fragmento, nada significativo. Mintió, pero también desmintió, desmintió ciertas lecturas, sus influencias literarias, odió y habló pestes de los críticos que vieron en su obra la huella de Faulkner, porque quería ser el más original de todos, cuando sabemos que cada lectura que realizamos deja una marca y no es algo para avergonzarse. Además, orienté la escritura de esta biografía hacia el enfoque de lo que se había callado de este autor, lo que el propio Rulfo había silenciado o tergiversado para mostrar la distorsión, la permanente metamorfosis de la verdad en él. Me di cuenta de que a veces uno no está a la altura de sus deseos o expectativas, y Rulfo era una persona que deseaba demasiado, que pedía mucho de sí mismo. En Rulfo había que leer, digamos, la “mexicanidad” y sus múltiples trabas: la imposibilidad de decir no, no sé; su aspecto insondable, que se cubría de elementos imaginarios, incluso melodramáticos o de humor, a veces agudo y otras francamente ácido, para desdibujar o endulcorar cierta verdad que no podía nombrar.
-Además, abordaste esta nueva y última biografía con todo un bagaje propio de escritora. –Escribimos porque nos rehacemos escribiendo. En este sentido, abordar la escritura de una biografía, sobre todo la de un escritor, representa un claro ejercicio de reescritura y también de transformismo o travestismo, porque el biógrafo se transforma en el personaje narrado y, a veces, el personaje se vuelve como el narrador. Ambos ignoran esta mudanza, simplemente sucede, especialmente cuando sintonizamos de tal forma con la mitología del otro: en Rulfo, el niño abandonado, el hijo del desconsuelo, el escritor silencioso y silenciado que se produce una suerte de coexistencia. La biografía es un espejo del Yo, de un Yo que puede ser el mío en la medida en que la escritura sobre la vida del otro empieza a reflejarme peligrosamente. De cualquier forma, poco hay que sea definitivo. Y como existe mucha información sobre Rulfo que permanece blindada, quizá más adelante alguien pueda tener acceso a ese material oculto y aportar nuevos datos, ofrecer otra mirada. Pero yo doy por concluida mi tarea.

Taller de Poesía

Está abierta la inscripción para el taller de poesía 2013, coord. por la poeta María del Carmen Colombo*. Los interesados pueden solicitar entrevista sin cargo al  1560-25-5595, o escribir a:  cotocolombo@gmail.com.ar

PLAN DE TRABAJO TALLERES GRUPALES


Metodología
. Lectura y análisis de los textos de los participantes.
. La palabra del otro como generadora de textos: práctica intensiva de la escritura.
. Voces y resonancias. Propuestas estéticas: lectura de la obra de otros autores: Baudelaire - Rimbaud - Mallarmé - Valery - Eliot - Lezama Lima –Discépolo - Pizarnik Bayley - Orozco - Ortiz - Lamborghini - Bellessi- Gruss, Genovese, etc.

Objetivos
. Perfeccionar la artesanía propia del oficio.
. Ahondar en aquellos temas y motivos que se manifiesten en la producción grupal e individual.
. Reconocer en los textos filiaciones y parentescos literarios.
. Adquirir una mayor conciencia del proceso creativo.

Actividad complementaria
Evaluación grupal del conjunto de los textos presentados por cada uno de los integrantes.

lunes, febrero 25, 2013

Marina Tsvietáieva: Octubre en un vagón, Carta en mi cuaderno y Un trocito de Crimea...




OCTUBRE EN UN VAGÓN
(Notas de aquellos días)

Dos días y medio ni un bocado, ni un trago. (La garganta cerrada.) Los soldados traen los periódicos – en papel rosado. El Kremlin y todos los monumentos han sido volados. El 56º regimiento. Han sido volados los edificios con los junkers1 y los oficiales que rehusaron rendirse.

16.000 muertos. En la siguiente estación – ya eran 25.000. Callo. Fumo. Mis compañeros de viaje, uno tras otro, toman los trenes que van de regreso.

Un sueño (2 de noviembre de 1917, de noche).


Huimos. De un sótano sale un hombre con un fusil. Le apunto con la mano vacía. – Baja el fusil. – El día es soleado. Escalamos unos pedruscos. S. habla de Vladivostok. Avanzamos en coche por entre los escombros. Un hombre con ácido sulfúrico.


CARTA EN MI CUADERNO



Si usted está vivo, si está escrito que vuelva a verlo – entonces escuche: ayer, cuando llegábamos a Járkov, leí el Yuzhni krai: “9.000 muertos”. No le puedo relatar la noche, porque aún no ha terminado. Ahora la mañana es gris. Estoy en el pasillo. ¡Comprenda! Viajo y le escribo, y no sé si – pero aquí siguen palabras que no puedo escribir.

Nos acercamos a Oriol. Temo escribirle como quisiera, porque estallaré en sollozos. Todo esto es un mal sueño. Trato de dormir. No sé cómo escribirle. Cuando le escribo, usted – existe,

¡porque le escribo! Pero después – ¡ah! – el 56º regimiento de reserva. El Kremlin.

(¿Recuerda las enormes llaves con las que cerraba las puertas por la noche?) Pero lo primero, lo primero, lo primero – es usted, usted mismo. Usted con su instinto de autodestrucción. ¿Acaso

se puede quedar en casa? Si todos se quedaran, usted iría solo. Porque usted es irreprochable. Porque usted no tolera que maten a los demás. Porque usted es un león que sacrifica su ser leonino: su vida – a todos los demás, conejos y zorros. Porque usted vive con abnegación y des-

precia la autodefensa, porque el “yo” para usted no es importante, porque todo esto lo supe desde el primer momento.

Si Dios hace el milagro de conservarlo con vida, lo seguiré como un perro.



Las noticias son inciertas, no sé qué creer. Leo sobre el Kremlin, la Tverskaia, Arbat, el “Metropol”, la plaza de la Ascensión, las montañas de cadáveres. En el periódico S. R.

Kúrskaia Zhizn 2 de ayer (día 1) – leo que ha comenzado el desarme. Otros (los de hoy) hablan de combate. Ahora no me permito escribir, pero mil veces me he visto entrar en casa. ¿Se podrá entrar en la ciudad?

Pronto llegaremos a Oriol. Son casi las dos de la tarde. Estaremos en Moscú a las dos de la mañana. ¿Y si entro en casa y no hay nadie, ni un alma? ¿Dónde buscarlo? Quizá ya no exista ni la casa. Todo el tiempo tengo la sensación de que esto es un mal sueño. Estoy siempre en espera de Que sea un sueño del que voy a despertar.

La garganta oprimida, como por dedos. No ceso de abrir y cerrar el cuello de mi vestido.



Seriózhenka.3 Escribí su nombre y no puedo escribir más. Tres días y tres noches – ni media palabra con nadie. Solo con los soldados para comprar periódicos. (Horrendas hojitas rosadas, siniestras. Carteles teatrales de la muerte. No, ¡Moscú los ha coloreado! Dicen que no hay papel.

Había, ya no hay. Para unos – es igual; para otros – una señal.)

Alguien, finalmente: “¿Qué le ocurre, señorita? En todo el camino no ha probado ni un trozo de pan, viajo con usted desde Lozovaia. La veo y la veo y me pregunto: ¿cuándo irá a comer nuestra señorita? Pienso, ahora sí, al pan, pero no – ¡otra vez a escribir en su libretita! ¿Qué,

se está preparando para algún examen?” Yo, vagamente: “Sí.”

El que habla es – un artesano, ojos negros como el carbón, barba negra, tiene algo del Pugachov 4 tierno. Entre terrible y agradable. Conversamos. Se queja de sus hijos: “Se han contagiado de esta nueva vida, de esta sarna. Usted, señorita, es una persona joven y seguro pensará mal de mí, pero yo creo que toda esta escoria roja y estas puercas libertades – no acarrearán más que la tentación del Anticristo. Es un príncipe y su poder es enorme. Solo estaba esperando su momento, estaba reuniendo fuerzas. Vas al campo, – la vida es grisácea, la mujer canosa. ‘Diablo, bufón’… Míralo, lanza tallos de berza. Pero acaso es un bufón si ha nacido príncipe, de naturaleza celestial. A él no hay que atacarlo con tallos, sino con ‘legiones de ángeles’...”.



Se sienta con nosotros un militar gordo: cara redonda, bigote, unos cincuenta años, un poco vulgar, un poco vanidoso.

– “¡Tengo un hijo en el 560 regimiento! Estoy muy preocupado. No vaya a ser, pienso, que se lo lleve el diablo.” (No sé por qué, pero de inmediato me tranquilizo.)… “Por lo demás, no es ningún tonto: ¡qué necesidad tenía de meterse en ese infierno!” (Mi tranquilidad se desvanece-)… “Es ingeniero de profesión, y los puentes, ya saben ustedes, no importa para quién se construyan: para el zar o la república, ¡lo que importa es que aguanten!”.

Yo, no aguantando más: “Pues mi marido está en el 560.”

– “¿Su ma-ri-do? ¿Está usted casada? ¡Vaya! ¡Nunca lo habría pensado! Yo la creía jovencita, a punto de terminar el liceo. ¿O sea que en el 56º? Entonces, ¿también usted está muy preocupada?”.

– “No sé cómo llegaré al final del viaje.”

 – “¡Llegará! ¡Y volverá a verlo! Vaya por Dios, con una mujer así, ¡exponerse a las balas! ¡Si será enemigo de sí mismo! ¿También él es muy joven?”

– “Veintitrés años.”

– “¿Ve? ¡Y usted se inquieta! Si yo tuviera veintitrés años y una esposa como usted… Pero a mis cincuenta y tres y sin una esposa así…” (Yo, mentalmente: “¡Pues por eso!” Pero por alguna razón, pese a tener plena conciencia de lo absurdo del razonamiento, me tranquilizo.)

Me pongo de acuerdo con el artesano para ir juntos desde la estación. Y aunque no llevamos el mismo camino: él va a Taganka, yo a la Povarskaia, sigo pensando en lo mismo: una prórroga de media hora. (En media hora estaremos en Moscú.)

El artesano – es un baluarte, y no sé por qué tengo la sensación de que él lo sabe todo, más aún – de que pertenece al ejército del príncipe (¡no en vano es Pugachov!) y precisamente porque es un enemigo, me (a S.) salvará. Ya me ha salvado. De que se subió en este vagón a propósito –para protegerme y tranquilizarme – y de que la estación Lozovaia nada tiene que ver: pudo haber aparecido por la ventana, en plena marcha, en plena estepa. Y de que ahora en Moscú, en la estación, se volverá polvo.

Faltan diez minutos para Moscú. Ya comienza a clarear, – ¿o es simplemente el cielo? ¿Los ojos se han acostumbrado a la oscuridad? Tengo miedo del trayecto, de la hora en el coche de alquiler, de la casa que se aproxima (de la muerte, – porque si lo han matado, moriré).

Tengo miedo de oír.

Moscú. Negrura. A la ciudad se puede entrar con un salvoconducto. Yo tengo uno, del todo distinto, pero es igual. (Para la vuelta en tren a Feodosia: esposa de lugarteniente.) Tomo un coche de alquiler. El artesano, por supuesto, ha desaparecido. Parto. El cochero está locuaz,

yo estoy ausente, el empedrado está lleno de baches. Tres veces se nos acercan con linternas. – “¡El salvoconducto!”

– Lo extiendo. Lo devuelven sin haberlo visto. El primer tañido. Son cerca de las cinco y media. Apenas despunta el día. (¿O lo imagino?) Las calles desiertas, desérticas. No reconozco el camino, no sé (me lleva dando un gran rodeo), tengo la sensación de que siempre va a la izquierda, como a veces una idea en el cerebro. Vamos a algún lado a través y por algo huele a heno. (¿Pero quizá, pienso, sea – la plaza Sénnaia, y de ahí – el heno?) Suenan disparos en los puestos de guardia: alguien no se rinde. En las niñas no pienso – ni una vez. Si S. no está, no

estaré yo, y por tanto, ellas tampoco. Alia sin mí no vivirá, no querrá, no podrá. Como yo sin S.

La iglesia de Borís y Gleb. La nuestra, la de la Povarskaia.5 Giramos en una callejuela – la nuestra, la de Borís y Gleb.

La casa blanca de la escuela diocesana, siempre la llamé “la volière”: una pura galería con voces de niños. Y a la izquierda aquella otra, verde, antigua, firme (el gobernador la vivía y los guardias la vigilaban). Una más. Y la nuestra.5 Hay otra en la plaza de Arbat. (Nota de M. Tsvietáieva.)

La escalinata frente a dos árboles. Desciendo. Descargo las cosas. A cierta distancia de la puerta, dos hombres en uniforme semimilitar. Se aproximan.

– “Somos los guardias de la casa. ¿Qué se le ofrece?”

– “Yo soy Tal y vivo aquí.”

“No está permitida la entrada por la noche.”

– “Entonces llame a la criada, por favor. Del departamento 3.” (Un pensamiento: ahora, ahora, ahora lo dirán. Ellos viven aquí y saben las cosas.)

– “No somos sus sirvientes.”

– “Les pagaré.”

Van. Espero. No vivo. Los pies en los que me apoyo, las manos con las que llevo las maletas (no las había soltado). No oigo ni el corazón. Si no hubiera sido por la llamada del cochero, no me habría percatado de la larga, la monstruosamente larga espera.

–Y bien, señorita, ¿me deja ir o no? Todavía tengo que pasar a la Pokróvskaia.

–Le pagaré más.

El terror de que se vaya: en él está mi última vida, mi última vida antes de… Sin embargo, luego de poner las cosas en el suelo, abro mi bolso: tres, diez, doce, diecisiete… hacen falta cincuenta... De dónde los sacaré, si...

Un paso. Primero el ruido de una puerta, después de otra. Ahora se abrirá la de la entrada. Una mujer con un pañuelo en la cabeza, una desconocida. Yo, sin dejarla hablar:

–¿Es usted la nueva sirvienta?

–Sí.

–¿El señor está muerto?

–Vivo.

–¿Herido?

–No.

–¿Cómo? ¿Pero dónde ha estado todo este tiempo?

–En el Alexandr, con los junkers, – ¡qué miedo hemos pasado! Por suerte, Dios le tuvo piedad. Solo que ha enflaquecido  mucho. Ahora está en el callejón N..., en casa de unos amigos. También las niñas están ahí, y las hermanas del señor... Todos están bien de salud, solo la esperan a usted.

–¿Tendrá usted 33 rublos para reunir lo del cochero?

–Claro, claro que sí, ahora, en cuanto metamos las cosas.

Metemos las cosas, despedimos al cochero. Dunia se dispone a acompañarme. Me llevo uno de los dos panes de Crimea. Nos ponemos en camino. La Povarskaia está destruida. Adoquines. Baches. El cielo comienza a clarear. Campanas.

Doblamos en el callejón. Una casa de siete pisos. Timbro. Dos con abrigo y gorro. Se enciende una cerilla – brillan los espejuelos. La cerilla a mi cara.

–¿Qué busca?

–Acabo de llegar de Crimea y quiero ver a mi gente.

–¡Pero esto es insólito! ¡Irrumpir en una casa a la seis de la mañana!

–Quiero ver a mi gente.

–Ya tendrá tiempo. Vuelva a las nueve y entonces veremos.

En ese momento, intercede la sirvienta:

–Pero por qué así, señores, tiene hijas pequeñas, solo Dios sabe cuánto no se han visto. Yo la conozco muy bien, es una persona de absoluta confianza, tiene su casa en la Polianka.

–De cualquier forma no podemos dejarlas pasar.

Aquí yo, no aguantando más.

–Y ustedes, ¿quiénes son?

–Somos los guardias de la casa.

–Pues yo soy Tal, esposa de mi marido y madre de mis hijas. Déjeme pasar, que de todas formas entraré.

Y, medio con autorización, medio a la fuerza – seis pisos como si nada – el séptimo.

(Así se me quedó grabada esa primera visión de la burguesía durante la Revolución: las orejas ocultas bajo los gorros, las almas ocultas tras los abrigos, las cabezas ocultas entre los cuellos, los ojos ocultos tras los cristales.

(Una enceguecedora – al encenderse la cerilla – visión de la piel.)

De abajo la voz de la criada: “¡Feliz reencuentro!”.

Llamo. Abren.

¿Seriozha duerme? ¿Dónde está su habitación?

Y, al cabo de un segundo, desde el umbral:

         ¡ Seriozha! ¡Soy yo! Acabo de llegar. Tienen ustedes allá abajo – a unos canallas horrendos. ¡Los junkers de todos modos han vencido! ¿Pero está usted aquí o no?

La habitación está a oscuras. Y, tras cerciorarme de que sí:

–Viajé tres días. Le he traído pan. Disculpe que esté duro. ¡Los marineros son unos canallas horribles! He conocido a Pugachov. Seriózhenka, usted está vivo – y...

La noche de ese mismo día partimos Seriozha, su amigo Góltsev6 y yo rumbo a Crimea.



UN TROCITO DE CRIMEA



Llegada a Koktebel en medio de una terrible tormenta de nieve. El mar encanecido. La alegría inmensa, casi físicamente abrasante, de Max V.7 al ver a Seriozha vivo.

Inmensos panes blancos.

La visión de Max en un escaloncito de la torre, con Taine en las rodillas, friendo cebolla. Y mientras la cebolla se fríe, la lectura en voz alta, a S. y a mí, del mañana y el pasado mañana de Rusia.

–Y ahora, Seriozha, pasará esto y esto...

Y, con encanto, casi con alegría, como un mago bueno a los niños, imagen tras imagen – toda la revolución rusa con cinco años de adelanto: el terror, la guerra civil, los fusilamientos, los puestos fronterizos, la Vendée, la crueldad, la pérdida de identidad, los espíritus desencadenados de las fuerzas naturales, la sangre, la sangre, la sangre...

Voy con Góltsev por pan.

Un café en Otuzy.8 En los muros, llamamientos bolcheviques. En las mesas, tártaros de largas barbas. Cuán lentos son para beber, avaros para hablar, altivos para moverse. Para ellos el tiempo se ha detenido. El siglo XVII –y el XX. Y las tacitas también son las mismas, azules, con

signos cabalísticos, sin asas. ¿Bolchevismo? ¿Marxismo?

¡Carteles, ya pueden desgañitarse! Qué nos importan sus automóviles, sus burguesías putrefactas… Nosotros tenemos nuestra urazá,9 nuestros mulás, nuestras uvas, el vago

recuerdo de una gran zarina… Este negro poso que bulle en el fondo de las tacitas doradas…

Nosotros – fuera, nosotros – sobre, nosotros – antes.

Ustedes – aún serán, nosotros – ya fuimos. Nosotros – una vez para siempre. Nosotros – ya no somos.

Un crepúsculo con luna. Una mezquita. El regreso de las cabras. Una niña con una falda granate hasta el suelo.

Bolsas para guardar el tabaco. Una anciana torneada como de marfil. Escultura de razas antiguas. ~



Traducción y notas de Selma Ancira
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1 Alumnos de las academias militares. Los junkers organizaron un levantamiento antisoviético el 11 de noviembre de 1917 en Petrogrado. Serguéi Efrón había ingresado en la academia para oficiales de Moscú a comienzos de 1917 y durante la Revolución sirvió en el 56º regimiento que defendió el Kremlin contra las tropas bolcheviques.

2 Periódico que pertenecía al partido de los Socialistas-Revolucionarios (S. R.). Después de la Revolución de Febrero los S. R. junto con los mencheviques tenían la mayoría en los soviets y formaron parte del gobierno provisional.

3 Seriózhenka, Seriozha, diminutivos de Serguéi.

4 Emilián Pugachov, cabecilla de las guerras campesinas de 1773-1775 que se iniciaron como reacción al brusco recrudecimiento de la explotación feudal. Pugachov exhortaba en sus manifiestos a que se entregara la tierra a los campesinos, se liquidara el régimen feudal y se acabara con la nobleza y los funcionarios zaristas. Fue ejecutado en Moscú en 1775. Es uno de los personajes más queridos de Tsvietáieva. De él habla exhaustivamente en su libro Pushkin y Pugachov (1937).
 6 Serguéi Gótsev, alumno de actuación en la Escuela de Teatro de Vajtángov.


7 Maximilián Voloshin (1877-1932), pintor y poeta, amigo cercano de Marina

Tsvietáieva. Cuando salió Álbum vespertino (1910), el primer poemario de Tsvietáieva, él hizo una crítica muy elogiosa. Voloshin tenía en Koktebel, en Crimea, una casa abierta a los jóvenes artistas y escritores. Al enterarse de su muerte, Tsvietáieva le dedicó el ensayo Viva voz de vida (1933), en español en Editorial Minúscula, Barcelona, 2008, traducción de Selma Ancira.

8 Pueblo en Crimea poblado de tártaros.

9 Ayuno de treinta días que tienen los musulmanes en el mes de Ramadá




Vicente Muleiro: Los goliardos*



Regalaban

Que regalaban loque
se perdían
como si no alcanzar fuera una dote
atesorada para repartir:
                                            “te
regalo la niebla, el horizón
te regalo la luna magrebí”

así los héroes eran
un puro dar con el vacío a sus pies.


Caían

Que caían entonces en la anónima
tristeza de existir
y poco se entendía
                              tanto desentenderse
horas crucificadas debajo de la almohada
la nada en contraorgasmo
en virus colorido de la televisión

al levantarse
sacudíanse como patos
a la vera del mundo
y un solo haz de luz
era rellana luz.

Entornaban

Que entornaban el tiempo
conseguían
una escapada por la puerta 2

y ausentábanse así de las propuestas
que les tiraban para bombardear:
en querer se esforzaban
en buscar el resquicio y en rajar.


Escribían

Que escribían poesía
                                   y la
guardaban
                  que adormecí
an palabras en cajones
que en su vida latente lloviznaban
a nadie, nadie, nadie
hasta que qué
hasta que alguien leía
y diluviaba de certezas rotas


*Los goliardos (Ediciones en Danza, 2012) es el séptimo libro de poemas de Vicente Muleiro, escritor y periodista también reconocido como novelista, ensayista y dramaturgo. Este nuevo trabajo poético  del autor Boleros y Pimienta negra aborda como temática central la vida y obra de los goliardos, los clérigos medievales libertinos dedicados a las artes y los placeres mundanos. Con humor, lirismo y originalidad el autor evoca venturas y desventuras de una cofradía que exaltaba los goces terrenales y las pasiones humanas desde la poesía, el canto y la vida licenciosa.