sábado, julio 28, 2018

Marina Tsvietáieva: Viva voz de vida: Maximilián Voloshin




Marina Tsvietáieva

Viva voz de vida
Traducción: Selma Ancira
Editorial Minúscula, 2008.




La pasión que Maximilián Voloshin sentía por la creación de mitos se extendió hasta mí.

 “¡Marina! ¡A ti te perjudica tu abundancia! Tienes material para más de diez poetas – y todos, ¡extraordinarios! ¿No te gustaría (voz zalamera), por ejemplo, publicar con seudónimo tus poemas sobre Rusia, aunque el seudónimo fuera, digamos... Petujov? Verías como (encendiéndose) al cabo de diez días toda Moscú y todo Petersburgo los conocerían de memoria. Briúsov escribiría un artículo. Yablonovski escribiría un artículo. Y yo escribiría el Prólogo. Pero tú nunca (el dedo levantado, los ojos encendidos), nunca dirás que eres tú, Marina, (suplicante), ¡si supieras cuán formidable será! Briúsov, por ejemplo, no parará de chincharte con los versos de Petujov: «Si usted, señora Tsvietáieva, en vez de cantarle a sus propios ojos verdes, se volviera a los verdes campos de su país como hace el señor Petujov que también tiene diecisiete años...» Petujov se convertiría en tu bête noire, Marina, te atormentarán con él, Marina, pero tú ya nunca –¿entiendes? ¡Nunca!– podrás volver a escribir nada sobre Rusia con tu nombre, de Rusia sólo escribirá Petujov… Marina, ¡acabarás por odiar a Petujov! Y después (ya de plano atragantándose), ¡no! ¿por qué después? Ahora mismo, junto con Petujov, crearemos otro poeta –¿poetisa o poeta?– una poetisa y un poeta, serán gemelos, los Kriúkovy, digamos, un hermano y una hermana. Crearemos algo que no ha existido todavía, unos gemelos geniales. Serán ellos los autores de tus poesías románticas.
 ¡Max! – ¿y a mí qué me quedará?
¿A ti? Todo, Marina. ¡Todo lo que todavía serás!”
 ¡Cómo me rogaba! ¡Cómo me seducía! ¡De qué manera tan cautivadora pintaba el anonimato de esa gloria, la gloria de ese anonimato!
“Tú serás como aquel monarca, Marina, en cuyos dominios nunca se ponía el sol. En la poesía rusa no quedará nadie que no seas tú. Con tu Petujov y tus gemelos les sobrevivirás a todos, Marina, a Ajmátova, a Gumiliov, a Kuzmín...
¡Y a ti, Max!
Y a mí, por supuesto. De nosotros no quedará nada.
Tú serás – todos, tú serás – todo. Y (los ojos en blanco, en la voz – la sordina) tampoco quedarás tú. Tú serás – esos.”
Pero la pasión mitocreadora de Max se estrelló de forma funesta contra la roca de mi germana honestidad protestante, con ese nefasto orgullo que me hace firmar cuanto escribo. Y..., ¡qué buen poeta habría sido Petujov! Y..., ¡hasta el día de hoy lloro aquellos gemelos poéticos!
[...]
Coexistencia de dos poetas – igualdad de un ilustre con un desconocido. Yo misma soy un ejemplo vivo, ya que nadie nunca tuvo una actitud de tanta atención y culto hacia mis poesías llamadas maduras, como Maximilán Voloshin a sus treinta y seis años, por mí a mis dieciséis. La gente sólo se comporta así con lo patentado, que para ellos es –por la mayoría de voces por la fama– incuestionable. Nunca y en nada M.V. me hizo sentir las prerrogativas de su experiencia, por no hablar de su nombre. Me amaba también por mis fracasos. Como a quien había sido alguien. Nada de un maître (¡y eran tiempos de maestrear!), y todo de un igual. Puedo decir que amaba la poesía como yo – como si él nunca la hubiera escrito, con toda la fuerza de un amor desesperado por una fuerza inaccesible. Y, al mismo tiempo, escuchaba cualquier buen poema como si fuera suyo. Cualquier buen verso era para él un regalo personal, como para quien ama la naturaleza –un rayo de sol. («Todo eso fue, fue, fue» –y a qué punto ese fue es más grande que el es, ¡más significativo! ¡A qué punto es – es para siempre! ¡A qué punto punto fue – ¡ha dejado de ser!) Me acuerdo sólo de una, de una sola corrección, intento de corrección –en todo el voluminoso Álbum vespertino al mero principio de nuestra amistad:

“Y con un suspiro, entre negras patas,
quemaremos, tristes, nuestras naves...

—¿No le parece, Marina (una pausa, los ojos expectantes).., Ivánovna, que es un poco difícil – y retorcido – eso de quemar las naves – entre negras patas? ¿Que para eso – entre las patas– hay poco espacio? Aunque, no cabe duda de que son de oso, es decir, fuertes, apretadoras. Digamos que las naves se acostumbra a quemarlas en el mar, y aquí – unas patas de oso – es obvio – el bosque, espeso. Es difícil suponer que un oso se hubiera instalado con usted a la orilla del mar donde – justo en ese momento – estuvieran ardiendo sus naves.”
Así se me quedó grabado: la orilla desierta de Koktebel, en ella un oso, es decir, Max está conmigo, y justo en ese momento, en la playa –para que sea más cómodo–, una flotilla en llamas.


Marina Tsvietáieva

viernes, julio 27, 2018

Bustriazo Ortíz: Poemas





Canción


En un paisaje de adobes
y de piedras solitarias,
debajo del cielo puelche
una calandria cantaba.


(En el corazón tenía
una guitarra hechizada.)

Cuántas cosas le salían
de su sangre enamorada:
todo el canto de la tierra
le cabía en la garganta.


(Qué dios remoto y silvestre
le regaló tanta magia?)
Era el triste de los yuyos,
la huella de las aguadas,
era el estilo del viento,
la milonga de las bardas.


(Porque mil pájaros sabios
era la sola calandria.)
Una vez regresó el río
con pifulcas desbordadas,
y sus viejas sinfonías
me repitió la calandría.


(Era una niña de cobre
con un cacharro de lágrimas.)
Dónde andará con su canto?
De quién serán sus tonadas?
Con esta música vuelve,
pero mi voz no la alcanza.


(Se me ha vuelto la calandria
una guitarra con alas!)



 ...


allí estabas...
allí estabas mi amor allí estabas en los penachos de la
enredadera del monte pelusa de pollito blanco enamorada
del molle espeso abrazándolo fina en la fruta verde
del camambú en la ruta anaranjada del camambú con su
corazón de pequeña sandía en la flor de la pasión del señor
del camambú allí estabas mi amor allí estabas en las varas
bermejas de la quina apenas alzándose de latierra
pesada de semillas en las hojuelas rubionas que confundía
el viento veranoso que levantaba el viento con ruido de
cachilote que las robaba él allí estabas mi amor allí
estabas en la sangre de enero de las muchachas de trece
años en el gateado mordiendo a su rosilla en el olor
precioso de la siesta soltada en los cuú de ella en los más
gruesos vinos debajo del gran caldén en la mariposa púrpura
sobre la mariposa blanca allí estabas mi amor allí
estabas en la garganta del agua en lo bondadoso del poleo
en el sol en el sol mapuche en las briznas de lo que respiraba
en lo que caminaba y en lo que saltaba y era florido
y hacía bien allí estabas mi amor allí estabas

De "Hornos de los mareque",  Caja amarilla (1973-1974).



*Juan Carlos Bustriazo ( Santa Rosa, La Pampa, 1929).  Se trata de una de las mayores voces poéticas de La Pampa. Los poemas puelches (1954-1959) incluye más de sesenta títulos que se conservan inéditos. Gracias a Cristian Aliaga, Sergio De Matteo y Andrés Cursaro  Bustriazo Ortiz y su obra salieron a la luz. Estos tres poetas durante años han relevado archivos, documentos y testimonios acerca del “Flamenco Bustriz”, como lo llamaban sus  amigos. Hoy, por fin, aparecen volcados en este volumen, coordinado por Javier Cofreces, los poemas del genial poeta pampeano: Herejía bermeja (2008, Ediciones en Danza).


lunes, julio 16, 2018

Hilos Editora Presenta


Hilos Editora presentará el miércoles 1 de agosto, a las 19. en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924, el nuevo libro de la poeta argentina Mónica Tracey: Hay que dejar de ser hermosas.. 


La presentación estará a cargo de la poeta Liliana Ponce,

lunes, julio 09, 2018

Adelia Prado: Cenizas


Cenizas







En el día de mi boda me quedé muy afligida./
Tomamos cerveza tibia con empanadas de masa hojaldre./
Tuve hijos con dolores./
Ayer, imprecisamente, a las nueve y media de la noche,/
yo sacaba de la bolsa un kilo de arroz./
Ya no lucho más de aquel modo histérico,/
entendí que todo es polvo que sobre todo se posa y recubre/
y, a su modo, pacifica./
Las naranjas freudianamente me remiten a una rodaja de sueño./
Mi apetito se agudiza, hago estallar las costuras de buena/
impaciencia./
¿quiénes somos entre el laxante y el somnífero? /
Habrá siempre una marca de polvo sobre las camas, /
un vaso mal lavado. ¿Pero qué importa? /
¿qué importan las cenizas /
si convertidos en su materia ingrata, /
hay también ojos que sobre mí se estremecieron de amor? /
Este valle es de lágrimas. /
Si dijera otra cosa mentiría. /
Hoy parece mayo, un día espléndido, /
los que vamos a morir iremos a los mercados, /
¿qué hay en este exilio que nos mueve? /
Digan no a las legumbres llevadas en los brazos /
y a esta elegía. /
Lo que escribí, lo escribí /
porque estaba alegre.



*Adelia Prado (Brasil, Divinópolis,  (1935)
(Traducción de Fernando Noy  y  Claudia Schvartz)


Debate: Escritores y Editoriales en crisis

miércoles, julio 04, 2018

Pier Paolo Pasolini: El privilegio de pensar





¡Ah, reconcentrarse, y pensar!
Decirse, esto es, ahora pienso -sentado
sobre el banco junto a la ventanilla amiga.
¡Puedo pensar! Quema los ojos, el rostro,
desde el césped de Piazza Vittorio,
la mañana y mísero, adhesivo,
mortifica el olor del carbón
la avidez de los sentidos: un dolor terrible
pesa en el corazón, así de nuevo vivo.

Bestia vestida de hombre -niño
arrojado solo al mundo,
con su abrigo y sus cien liras,
heroico y ridículo me voy a trabajar,
yo también, para vivir... Poeta, es verdad,
pero mientras heme aquí en este tren,
cargado tristemente de tareas,
como por broma, blanco de cansancio,
heme aquí sudando mi salario,
dignidad de mi falsa juventud,
miseria de quienes con humildad interna
y aspereza ostentada me defiendo...

¡Pero pienso! Pienso, en el rincón amigo,
en la íntegra media hora del recorrido,
desde San Lorenzo hasta las Cappannelle,
desde las Cappannelle hasta el aeropuerto,
pensando, buscando infinitas lecciones
en un solo verso, en un trocito de verso.
¡Qué estupenda mañana! ¡A ninguna otra
igual! Ahora hilos de débil
neblina, desconocida detrás de los murallones
del acueducto, recubierto
de casitas pequeñas como perreras,
y calles arrojadas allá, abandonadas,
frecuentadas sólo por aquella pobre gente.
Ahora arrebatos de sol, sobre praderas de grutas
y cuevas, barroco natural, con verdes
extendidos por un Corot pordiosero; ahora soplos de oro
sobre las pistas donde con deliciosas grupas marrones
corren los caballos, montados por muchachos
que parecen aun más jóvenes, y no saben
cuánta luz en el mundo hay en torno a ellos.



 (Piero Paolo Pasolini (Italia, Bolonia, 1922- Roma, 1975). (Traducción: Delfina Muschietti)

domingo, julio 01, 2018

María del Carmen Colombo: Un poema a la muerte de Perón








Este poema lo escribí el mismo día de la muerte de Perón, bajo la lluvia, sentada en un umbral. Leónidas Lamborghini, a quien no conocía en ese tiempo (tampoco recuerdo cómo llegó a sus manos el poema), lo publicó en un diario de la época (El Cronista Comercial), con comentario y anunciando la salida de in libro, que nunca edité, en donde se encontraba incluido este texto.


Para creer que te fuiste
me bajé de mí hasta nosotros
compañera la lluvia
compañero el silencio
y fui atando miles de pañuelos
al cordón umbilical de tu recuerdo
con el sentido de las caras mojadas
y la revelación
abrazando toda la calle pueblo entrecortada
por mil avenidas pueblo
horas de verte el rostro Buenos Aires
entre los puños tiesos de un obrero
y una lágrima casi suicidándose
en el perfil solemne de un rulero
batón de ama de casa húmedo
húmedas zapatillas
bajando del ombligo de las villas
esas pecas que gritaron tu nombre un 17
al ritmo de esta espera feroz
julio primero después soltó las lágrimas
y juntando retazos de lecciones pasadas
en una patria dolorida
políticamente vos
tu nombre duele
económico adiós y para siempre
Y a dios bajaste
Para nosotros, nada mejor que
cada uno de nosotros
construyéndote aún entre los cánticos
con un bombo de nada un vacío tan hueco
y esa preciosa música la última
la única inevitable.
(1974)