Marina Tsvietáieva: Viva voz de vida: Maximilián Voloshin
Marina Tsvietáieva
Viva voz de vida
Traducción: Selma Ancira
Editorial Minúscula, 2008.
La
pasión que Maximilián Voloshin sentía por la creación de mitos se extendió
hasta mí.
“¡Marina! ¡A ti te perjudica tu abundancia!
Tienes material para más de diez poetas – y todos, ¡extraordinarios! ¿No te
gustaría (voz zalamera), por ejemplo,
publicar con seudónimo tus poemas sobre Rusia, aunque el seudónimo fuera,
digamos... Petujov? Verías como (encendiéndose)
al cabo de diez días toda Moscú y todo Petersburgo los conocerían de memoria.
Briúsov escribiría un artículo. Yablonovski escribiría un artículo. Y yo
escribiría el Prólogo. Pero tú nunca (el
dedo levantado, los ojos encendidos), nunca dirás que eres tú, Marina, (suplicante), ¡si supieras cuán
formidable será! Briúsov, por ejemplo, no parará de chincharte con los versos
de Petujov: «Si usted, señora Tsvietáieva, en vez de cantarle a sus propios
ojos verdes, se volviera a los verdes campos de su país como hace el señor
Petujov que también tiene diecisiete años...» Petujov se convertiría en tu bête noire, Marina, te atormentarán con
él, Marina, pero tú ya nunca –¿entiendes? ¡Nunca!– podrás volver a escribir
nada sobre Rusia con tu nombre, de Rusia sólo escribirá Petujov… Marina,
¡acabarás por odiar a Petujov! Y después (ya
de plano atragantándose), ¡no! ¿por qué después? Ahora mismo, junto con
Petujov, crearemos otro poeta –¿poetisa o poeta?– una poetisa y un poeta, serán
gemelos, los Kriúkovy, digamos, un hermano y una hermana. Crearemos algo que no
ha existido todavía, unos gemelos geniales. Serán ellos los autores de tus
poesías románticas.
¡Max! – ¿y a mí qué me quedará?
¿A
ti? Todo, Marina. ¡Todo lo que todavía serás!”
¡Cómo me rogaba! ¡Cómo me seducía! ¡De qué
manera tan cautivadora pintaba el anonimato de esa gloria, la gloria de ese
anonimato!
“Tú
serás como aquel monarca, Marina, en cuyos dominios nunca se ponía el sol. En
la poesía rusa no quedará nadie que no seas tú. Con tu Petujov y tus gemelos
les sobrevivirás a todos, Marina, a Ajmátova, a Gumiliov, a Kuzmín...
¡Y
a ti, Max!
Y
a mí, por supuesto. De nosotros no quedará nada.
Tú
serás – todos, tú serás – todo. Y (los
ojos en blanco, en la voz – la sordina) tampoco quedarás tú. Tú serás –
esos.”
Pero
la pasión mitocreadora de Max se estrelló de forma funesta contra la roca de mi
germana honestidad protestante, con ese nefasto orgullo que me hace firmar
cuanto escribo. Y..., ¡qué buen poeta habría sido Petujov! Y..., ¡hasta el día
de hoy lloro aquellos gemelos poéticos!
[...]
Coexistencia
de dos poetas – igualdad de un ilustre con un desconocido. Yo misma soy un
ejemplo vivo, ya que nadie nunca tuvo una actitud de tanta atención y culto
hacia mis poesías llamadas maduras, como Maximilán Voloshin a sus treinta y
seis años, por mí a mis dieciséis. La gente sólo se comporta así con lo
patentado, que para ellos es –por la mayoría de voces por la fama–
incuestionable. Nunca y en nada M.V. me hizo sentir las prerrogativas de su
experiencia, por no hablar de su nombre. Me amaba también por mis fracasos.
Como a quien había sido alguien. Nada de un maître
(¡y eran tiempos de maestrear!), y todo de un igual. Puedo decir que amaba la
poesía como yo – como si él nunca la hubiera escrito, con toda la fuerza de un
amor desesperado por una fuerza inaccesible. Y, al mismo tiempo, escuchaba
cualquier buen poema como si fuera suyo. Cualquier buen verso era para él un
regalo personal, como para quien ama la naturaleza –un rayo de sol. («Todo eso
fue, fue, fue» –y a qué punto ese fue es más grande que el es, ¡más
significativo! ¡A qué punto es – es para siempre! ¡A qué punto punto fue – ¡ha
dejado de ser!) Me acuerdo sólo de una, de una sola corrección, intento de
corrección –en todo el voluminoso Álbum
vespertino al mero principio de nuestra amistad:
“Y
con un suspiro, entre negras patas,
quemaremos,
tristes, nuestras naves...
—¿No
le parece, Marina (una pausa, los ojos
expectantes).., Ivánovna, que es un poco difícil – y retorcido – eso de
quemar las naves – entre negras patas? ¿Que para eso – entre las patas– hay
poco espacio? Aunque, no cabe duda de que son de oso, es decir, fuertes,
apretadoras. Digamos que las naves se acostumbra a quemarlas en el mar, y aquí
– unas patas de oso – es obvio – el bosque, espeso. Es difícil suponer que un
oso se hubiera instalado con usted a la orilla del mar donde – justo en ese
momento – estuvieran ardiendo sus naves.”
Así
se me quedó grabado: la orilla desierta de Koktebel, en ella un oso, es decir,
Max está conmigo, y justo en ese momento, en la playa –para que sea más cómodo–,
una flotilla en llamas.
Etiquetas: Marina Tvestaiéva
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