viernes, febrero 24, 2017
jueves, febrero 23, 2017
lunes, febrero 20, 2017
Derek Walcott; La Luz del mundo
Kaya ahora, necesito kaya ahora,
Necesito Kaya ahora,
Porque cae la lluvia.
—Bob Marley
Gracias Concepción Bertone
Marley cantaba rock en el estéreo del autobús
y aquella belleza le hacía en voz baja los
coros.
Yo veía dónde las luces realzaban, definían,
los planos de sus mejillas; si esto fuera un
retrato
se dejarían los claroscuros para el final, esas
luces
transformaban en seda su negra piel; yo habría
añadido un pendiente,
algo sencillo, en otro bueno, por el contraste,
pero ella
no llevaba joyas. Imaginé su aroma poderoso y
dulce, como el de una pantera en reposo,
y su cabeza era como mínimo un blasón.
Cuando me miró, apartando luego la mirada
educadamente
porque mirar fijamente a los desconocdios no es
de buen gusto,
era como una estatua, como un Delacroix negro
La Libertad guiando al pueblo, la suave curva
del blanco de sus ojos, la boca en caoba
tallada,
su torso sólido, y femenino,
pero gradualmente hasta eso fue desapareciendo
en el
atardecer, excepto la línea
de su perfil, y su mejilla realzada por la luz,
y pensé, ¡Oh belleza, eres la luz del mundo!
No fue la única vez que se me vino a la cabeza
la frase
en el autobús de dieciséis asientos que
traqueteaba entre
Gros-Islet y el Mercado, con su crujido de
carbón
y la alfombra de basura vegetal tras las ventas
del sábado,
y los ruidosos bares de ron, ante cuyas puertas
de brillantes colores
se veían mujeres borrachas en las aceras, lo
más triste del mundo,
recorriendo a tumbos su semana arriba, a tumbos
su semana abajo.
El mercado, al cerrar aquella noche del Sábado,
me recordaba una infancia de errantes faroles
colgados de pértigas en las esquinas de las
calles, y el viejo estruendo
de los vendedores y el tráfico, cuando el
farolero trepaba,
enganchaba una lámpara en su poste y pasaba a
otra,
y los niños volvían el rostro hacia su polilla,
sus
ojos blancos como sus ropas de noche; el propio
mercado
estaba encerrado en su oscuridad ensimismada
y las sombras peleaban por el pan en las
tiendas,
o peleaban por el hábito de pelear
en los eléctricos bares de ron. Recuerdo las
sombras.
El autobús se llenaba lentamente mientras
oscurecía en la estación.
Yo estaba sentado en el asiento delantero, me
sobraba tiempo.
Miré a dos muchachas, una con un corpiño
y pantalones cortos amarillos, una flor en el
cabello,
y sentí una pacífica lujuria; la otra era menos
interesante.
Aquel anochecer había recorrido las calles de
la ciudad
donde había nacido y crecido, pensando en mi
madre
con su pelo blanco teñido por la luz del
atardecer,
y las inclinadas casas de madera que parecían
perversas
en su retorcimiento; había fisgado salones
con celosías a medio cerrar, muebles a oscuras,
poltronas, una mesa central con flores de cera,
y la litografía del Sagrado Corazón,
buhoneros vendiendo aún a las calles vacías:
dulces, frutos secos, chocolates reblandecidos,
pasteles de
nuez, caramelos.
Una anciana con un sombrero de paja sobre su
pañuelo
se nos acercó cojeando con una cesta; en algún
lugar,
a cierta distancia, había otra cesta más pesada
que no podía acarrear. Estaba aterrada.
Le dijo al conductor: «Pas quittez moi a
terre»,
Qué significa, en su patois: «No me deje aquí
tirada»,
Qué es, en su historia y en la de su pueblo:
«No me deje en la tierra» o, con un cambio de
acento:
«No me deje la tierra» [como herencia];
«Pas quittez moi a terre, transporte celestial,
No me dejes en tierra, ya he tenido bastante».
El autobús se llenó en la oscuridad de pesadas
sombras
que no deseaban quedarse en la tierra; no, que
serían abandonadas
en la tierra y tendrían que buscarse la vida.
El abandono era algo a lo que se habían
acostumbrado.
Y yo les había abandonado, lo supe allí,
sentado en el autobús, en la media luz
tranquila como el mar,
con hombres inclinados sobre canoas, y las
luces naranjas
de la punta de Vigie, negras barcas en el agua;
yo, que nunca pude dar consistencia a mi sombra
para convertirla en una de sus sombras, les
había dejado su tierra,
sus peleas de ron blanco y sus sacos de carbón,
su odio a los capataces, a toda autoridad.
Me sentía profundamente enamorado de la mujer
junto a la ventana.
Quería marcharme a casa con ella aquella noche.
Quería que ella tuviera la llave de nuestra
cabaña
junto a la playa en GrosIlet; quería que se
pusiese
un camisón liso y blanco que se vertiera como
agua
sobre las negras rocas de sus pechos, yacer
simplemente a su lado junto al círculo de luz
de un quinqué de latón
con mecha de queroseno, y decirle en silencio
que su cabello era como el bosque de una colina
en la noche,
que un goteo de ríos recorría sus axilas,
que le compraría Benin si así lo deseaba,
y que jamás la dejaría en la tierra. Y
decírselo también a los otros.
Porque me embargaba un gran amor capaz de
hacerme
romper en llanto,
y una pena que irritaba mis ojos como una
ortiga,
temía ponerme a sollozar de repente
en el transporte público con Marley sonando,
y un niño mirando sobre los hombros
del conductor y los míos hacia las luces que se
aproximaban,
hacia el paso veloz de la carretera en la
oscuridad del campo,
las luces en las casas de las pequeñas colinas,
y la espesura de estrellas; les había
abandonado,
les había dejado en la tierra, les dejé para
que cantaran
las canciones de Marley sobre una tristeza real
como el olor
de la lluvia sobre el suelo seco, o el olor de
la arena mojada,
y el autobús resultaba acogedor gracias a su
amabilidad,
su cortesía, y sus educadas despedidas
a la luz de los faros. En el fragor,
en la música rítmica y plañidera, el exigente
aroma
que procedía de sus cuerpos. Yo quería que el
autobús
siquiera su camino para siempre, que nadie se
bajara
y dijera buenas noches a la luz de los faros
y tomara el tortuoso camino hacia la puerta
iluminada,
guiado por las luciérnagas; quería que la
belleza de ella
penetrara en la calidez de la acogedora madera,
ante el aliviado repiquetear de platos
esmaltados
en la cocina, y el árbol en el patio,
pero llegué a mi parada. Delante del Hotel
Halcyon.
El vestíbulo estaría lleno de transeúntes como
yo.
Luego pasearía con las olas playa arriba.
Me bajé del autobús sin decir buenas noches.
Ese buenas noches estaría lleno de amor
inexpresable.
Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en
la tierra.
Entonces, un poco más allá, el vehículo se
detuvo. Un hombre
gritó mi nombre desde la ventanilla.
Caminé hasta él. Me tendió algo.
Se me había caído del bolsillo una cajetilla de
cigarrillos.
Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar
mis lágrimas.
No deseaban nada, nada había que yo pudiera
darles
salvo esta cosa que he llamado «La Luz del
Mundo».
*Versión
de Vicente Araguas.
**Huerga
y Fierro Editores.
***
En versión de Antonio Resines y Herminia Bevia, un poema de Derek Walcott
(Santa Lucía, 1939), Premio Nobel de Literatura en 1992. El poema está incluido
en el volumen El testamento de Arkansas, publicado por Visor en 1994. Los
críticos sostienen que Walcott es el mayor poeta de lengua inglesa de nuestro
tiempo.
domingo, febrero 19, 2017
José Lezama Lima: El abrazo
Gracias Horacio Tubbia
EL
ABRAZO
Los
dos cuerpos
avanzan,
después de romper el espejo
intermedio,
cada cuerpo reproduce
el
que está enfrente, comenzando
a
sudar como los espejos.
Saben
que hay un momento
en
que los pellizcará una sombra
algo
como el rocío, indetenible como el humo.
La
respiración desconocida
de
lo otro, del cielo que se inclina
y
parpadea, se rompe
muy
despacio esa cáscara de huevo.
La
mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace
en ellos otro temblor,
el
invisible, el intocable, el que está ahí,
grande
como la casa, que es otro cuerpo
que
contiene y luego se precipita
en
un río invisible, intocable.
Las
piernas tiemblan, afanosas de llegar
a
la tierra descifrada,
están
ahora en el cuerpo sellado.
Comienza
apoyándose enteramente,
un
cuerpo oscuro que penetra
en
la otra luz
que
se va volviendo oscura
y
que es ella ahora la que comienza
a
penetrar.
Lo
oscuro húmedo que desciende
en
nuestro cuerpo.
Tiemblan
como la llama
rodeada
de un oscilante cuerpo oscuro.
La
penetración en lo oscuro,
pero
el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después
luminoso
como
los ojos acabados de nacer,
cuando
comienzan su victoriosa aprobación.
La
mano no está ya en el otro hombro.
Se
establece otro puente
que
respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya
los dos cuerpos desaparecen,
es
la gran nebulosa oscura
que
apuntala su aspa de molino.
Los
dos cuerpos giran
en
la rueda de volantes chispas.
Como
después de una lenta y larga nadada,
reaparecen
los cabellos llenos de tritones.
Miramos
hacia atrás separando el oleaje
Y
aparece el desierto con alfombras y dátiles.
Los
dos cuerpos desparecen
en
un punto que abre su boca.
Lo
húmedo, lo blando,
la
esponja infinitamente extensiva,
responden
en la puerta,
abrillantada
con ungüentos
de
potros matinales
y
luces de faisanes con los ojos apenas recordados.
El
dolmen que regala los dones
en
la puerta aceitada,
suena
silenciosamente su madera vieja.
Los
dos cuerpos desaparecen
y
se unen en el borde de una nube.
La
manta, la lechuza marina,
seca
el sudor estrellado
que
los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El
árbol y el falo
no
conocen la resurrección,
nacen
y decrecen con la media luna
y
el incendio del azufre solar.
Los
dos cuerpos ceñidos,
el
rabo del canguro
y
la serpiente marina,
se
enredan y crujen en el casquete boreal.
Enero y 1973
*Poema
extraído del libro Llamado del deseoso, de la Antología poética. Selección y
prólogo de Mario Goloboff. Colección Musarisca. Ediciones Colihue.
sábado, febrero 18, 2017
Mara Pastor: Flora numérica*
Ciento setenta y tres de cada mil mujeres
se llamaban Rosa en Alabama
en el mil novecientos cincuenta y cinco.
Una de ellas se sentó en un autobús
que nos llevó a todas a un futuro de posiciones
y museos pero con una idea de justicia
que rondaba las costuras de la automovilística.
(Hubo Rosas que no contaron en el censo
porque recién habían cruzado la frontera
o habían germinado).
Una niña que nació por cesárea y no lactó
fue la última en llamarse Rosa
en el mil novecientos ochenta y nueve.
Ese mismo año dejaron de nacer Rosanas.
En la década del ochenta se extinguieron las
Rosario.
En el mil novecientos noventa
ninguna niña se llamó Rosemary.
En el dos mil cinco, una de cada mil mujeres
en todos los Estados Unidos se llamó Rosa.
Hay residuos del Big Bang en las rosas,
residuos de radiación, hay menos abejas
en el planeta polinizándolas, hay menos Rosas.
*Mara Pastor (San Juan, Puerto Rico, 1980).
Poema extractado del libro, 1.000 millones, poesía en lengua española del siglo
XXI.ED. :e(m)r; CCPE, AECID
viernes, febrero 17, 2017
Susana Thénon*: Por qué grita esa mujer...
¿por qué grita esa mujer?
¿por qué grita?
¿por qué grita esa mujer?
andá a saber
esa mujer ¿por qué grita?
andá a saber
mirá que flores bonitas
¿por qué grita?
jacintos margaritas
¿por qué?
¿por qué qué?
¿por qué grita esa mujer?
¿y esa mujer?
¿y esa mujer?
vaya a saber
estará loca esa mujer
mirá mirá los espejitos
¿será por su corcel?
andá a saber
¿y dónde oíste
la palabra corcel?
es un secreto esa mujer
¿por qué grita?
mirá las margaritas
la mujer
espejitos
pajaritas
que no cantan
¿por qué grita?
que no vuelan
¿por qué grita?
que no estorban
la mujer
y esa mujer
¿y estaba loca mujer?
Ya no grita
(¿te acordás de esa mujer?)
*Susana Thénon (Buenos Aires, 1937-1990), La morada imposible. Corregidor. Buenos
Aires. 2001.
miércoles, febrero 15, 2017
César Fernandez Moreno: De "Argentino hasta la muerte"
Gracias Graciela Perosio
…"en cuanto a vos patria
sí patria a vos te estoy hablando
a vos ésa que está detrás de la palabra
vos che cielo favorito de los cúmulos cielo
alambrado por el arco iris
cielo que día a día me revive con su añagaza de
luz
cielo que tarde a tarde me asesta su beso plano
cielo que noche a noche me emborracha
vos che tierra que por ahora te dejás estar
abajo mío
tierra de las ciudades afrentada de cloacas
embozada de asfalto
tierra de los ejidos turbia de cascotitos y
fósforos usados y los restos de un sapo
tierra del campo tierra terráquea mejilla de
planeta
che patria que volás entre cielo y tierra como
pájaro entre sus dos alas
yo te voy a decir lo que necesitás
necesitás muchos hijos insolentes calaveras
generaciones de hijos desalmados
que te quieran que te odien furiosamente
que te tomen como una curva cerradísima
que te tomen como una copa de cicuta
que te tomen la mano la cintura
yo pongo sobre vos y nada más que sobre vos
todo mi cuerpo
a esta luz me dieron a esta luz me doy
y bueno soy argentino"
*César Fernández Moreno
: Argentino
hasta la muerte (fragmento)
martes, febrero 14, 2017
Audre Lorde: Letanía de la supervivencia
Gracias a la poeta Claudia Masin
Para aquellas personas que vivimos en la orilla
sobre
el filo constante de la decisión,
cruciales
y solas,
para
quienes no podemos abandonarnos
al
sueño de la elección,
a
quienes amamos en los umbrales,
mientras
vamos y volvemos,
en
las horas entre amaneceres,
mirando
hacia dentro y hacia fuera,
al
tiempo antes y después,
buscando
un ahora que pueda alimentar
futuros,
como
el pan en la boca de las personas pequeñas,
para
que sus sueños no reflejen
la
muerte de los nuestros:
Para
aquellas personas de nosotras
que
fuimos marcadas por la impronta del miedo,
esa
línea leve del centro de nuestras frentes,
de
cuando aprendimos a temer mamando de nuestras madres
porque
con este arma,
esta
ilusión de que podría existir un lugar seguro,
los
pies de plomo esperaban silenciarnos.
Para
todas nosotras personas,
este
instante y este triunfo:
supuestamente,
no sobreviviríamos.
Y
cuando el sol amanece tememos
que
no permanezca en el cielo,
cuando
el sol se pone tememos
que
no vuelva a salir al alba,
cuando
nuestro estómago está lleno tememos
el
empacho,
cuando
está vacío tememos
no
volver a comer jamás,
cuando
nos aman tememos
que
el amor desaparezca,
cuando
estamos en soledad tememos
no
volver a encontrar el amor,
y
cuando hablamos
tememos
que nuestras palabras
no
sean escuchadas
ni
bienvenidas,
pero
cuando callamos
seguimos
teniendo miedo.
Por
eso, es mejor hablar
recordando
que
no se esperaba que sobreviviéramos.
*(Del libro The Black Unicorn, 1978, traducción de
Michelle Renye)
domingo, febrero 12, 2017
Libro recomendado: "Lo real y su doble", de Clément Rosset
"Quisiera hablar de su manía de negar
lo que hay y de explicar lo que no hay."
E:A:Poe. Los crímenes de la calle Morgue.
sábado, febrero 11, 2017
Miguel Ángel de Boer: La negación
Es un modo de no percibir lo que se
percibe, sea consciente o inconscientemente, de un modo automático y reactivo o
a partir de racionalizaciones - que no es lo mismo que razonar– cuyo objetivo
es la justificación y no el establecimiento o la construcción de una verdad
determinada.
Es no querer enterarse de lo que ya
se sabe. Uno – el yo, la conciencia- o la mente de uno. Las frases más comunes
que se expresan cuando ya no se puede sostener tal posición son: “no puede ser”, “no lo puedo creer”, “yo sabía”, “no”,
“nada”.
Mantener el control, de la ansiedad
por sobre todo, implica un trabajo psíquico, corporal y conductual permanente,
dados los numerosos factores subjetivos
o de la realidad material que inciden para promover un “desajuste”. El
inexorable paso del tiempo es uno de ellos. Ni hablemos de los conflictos
personales, familiares, sociales, políticos, pérdidas, situaciones traumáticas,
etc.
La negación es eficaz para poder
vivir (no se podría afrontar todo permanentemente), pero es en su uso
estereotipado, rígido, no realista, cuando se torna perjudicial. No es lo mismo
minimizar un dolor de muela que aquel que puede ser producto de un tumor
maligno. Precisamente porque al implicar otros mecanismos como la proyección
(“le pasa a otro, a mí no”) o la disociación (que es lo contrario de la
asociación e integración), ante la persistencia del o los conflictos o
problemas, se va produciendo un agotamiento, un desgaste, o bien el surgimiento de distintos síntomas
que dan cuenta de los mismos, a modo de
señales de que “hay algo en todo esto que no anda”.
Como suele ocurrir en el ajedrez, o
cualquier deporte, es notable como los que miran de afuera ven con suma
claridad el juego, cosa que no ocurre con los que están jugando. Los negadores
son siempre los “últimos en enterarse”. Al decir negadores no me refiero a una
atribución moral o ética, sino a un modo, o mejor dicho un aspecto, del
funcionamiento mental.
Producto de la omnipotencia, el
miedo, la carencia de recursos (o la creencia de que no se tienen), de la
sobrestimación del problema a resolver, entre otros factores, la negación opera
evitando, eludiendo o postergando el reconocimiento y la aceptación de lo que
aconteció o acontece. Hasta que todo lo barrido bajo la alfombra o el olor de
la pérdida de gas se torna ya
insoportable o bien cuando es demasiado tarde y el daño es ya irreversible.
Así, ese mantener a “raya” las
percepciones intolerables, solo conducen a una paulatina distorsión de la(s)
realidad(es), pues parte de la mente se encuentra distraída en tal labor, la
mas de las veces infructuosa. A mayor negación más “software” ocupado, por así
decirlo, por lo que el sistema se enlentece y va quedando menos “espacio” (en
realidad: redes sinápticas), para ser utilizadas creativamente. Esto se
manifiesta en las dificultades cognitivas (atención, memoria, anticipación,
etc.), como emocionales (se produce una desregulación), dada la vulnerabilidad
que se percibe y la frustración que conlleva. El mal humor, la depresión
(“bajón”), la reactividad cada vez mayor, cuando no síntomas somáticos,
accidentes , y otras manifestaciones, son expresión de ideas, sentimientos,
fantasías, cada vez más insoportables por su discordancia con la situación que
las desencadena.
En la medida que los deseos, las
expectativas, los objetivos, se
concretan cada vez menos, no queda sino o bien seguir subiendo la apuesta de la
negación - corriendo el riesgo de un colapso-, o bien evaluar adecuadamente las
posibilidades subjetivas y objetivas de su factibilidad.
Aunque, cabe agregar, la negación
es también muchas veces la consecuencia de la impotencia y la pérdida de
esperanza. De un lento y gradual aprendizaje de indefensión. De un irse
convenciendo de que se piense lo que se
piense, se haga lo que se haga, no hay ninguna posibilidad de modificar ni
transformar en uno mismo o en el entorno algo que permita resolver los
problemas, superar los conflictos, afrontar los escollos, para lograr una
realización que posibilite el crecimiento y la felicidad o la paz. La negación
es entonces, un modo de configuración que permite una adaptación, aunque sea
forzada, a una sociedad y un mundo donde los sueños están condenados a extinguirse,
por sentir que son siempre imposibles.
Tomar conciencia de ello – darse
cuenta – daría lugar sino a su realización, si a la posibilidad de intentarlo
haciéndonos cargo, responsabilizándonos de nuestra existencia, y de que si
muchas veces “solo queda niebla”, también “es tiempo de andar y seguir y no
frenar, es tiempo de amar, de creer en algo más…”.
*Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Febrero 2015
Médico Psiquiatra – Psicoterapeuta
miguelangeldeboer@yahoo.com
Milo de Angelis: Un poema
La
frazada, su fuerza, mientras crecíamos.
O
los ojos que ayer estaban ciegos,
hoy
tuyos, ayer lo inseparable. Las ampollas,
el
arroz blanco, se vuelven el único
mundo
sin símbolo. Materia que
fue
sólo materia, nada que
fue
sólo materia. Velar, no velar, poesía,
cobalto,
padre, nada, álamos.
Nei polmoni. La coperta, la sua forza, mentre crescevamo. / O gli occhi
che ieri furono ciechi, / oggi tuoi, ieri l'inseparabile. Le fiale, / il riso
in bianco diventano l'unico / mondo senza simbolo. Materia che / fu soltanto
materia, nulla che / fu soltanto materia. Vegliare, non vegliare, poesia, /
cobalto, padre, nulla, pioppi.
* Milo de Angelis (Milán, 1951).
**Del libro Tierra del
rostro / Terra del viso , 1986.
*** Extraído de: http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002rest/2002sept/literatura/vox9-10.html#hilde
viernes, febrero 10, 2017
Néstor Perlongher: El cadáver de la Nación (fragmento)
3
Aranda hágame los
rulos con la delicadeza de una onda cetrina nívea en su rubor amar el illo el
bigudí sujéteme con un papelito disimulado en la tintura de la entretela para
erguir el mamotreto del rodete hasta una altura suficiente para espantar las
engrupidas junto a mi lecho que no digan que se me bajó el copete siquiera
yerta hágalo digno Aranda hágame los rulos no me lo deje entrar al puto de la
cabeza contra el piso al que se arrastra como un saurio al que inclina la sien
(sus doraditos) frente al primer moreno de la guardia téngame en guardia contra
él que mis muchachos son sensibles que no se enteren que ha tocado mis carnes
casi necrosadas con esos dedos que han hurgado braguetas en el Rosemarie o en
la penumbra del Eclaire que no me chanten al revuelo el revoleo de su anillo en
los pasillos populares y sobretodo que no hieda a pobre semen el tocado la
redecilla del rodete el tibio tul que ha de velar, una vez tiesa, estas pupilas
que han visto desfilar carrozas y las verán desde lo alto de lo más bajo donde
muevo la cítara de la multitud Aranda hágame los rulos y disimule las hebillas
entre los tropos del cabello para que a quien las encuentre se les disuelvan en
las yemas.
* Néstor
Perlongher (Avellaneda, Bs.As., 1949 -Brasil, San Pablo, 1992). Lic en
Sociología. Publicó: Austria-Hungría (1980), Alambres (1987), Hule (1989),
Parque Lezama (1990), Aguas aéreas (1990) y El cuento de las iluminaciones
(1992), Poemas completos (Buenos Aires, Planeta, 1997). Colaboró asiduamente en las revistas El
Porteño, Alfonsina, Último Reino y Diario de Poesía. Preparó la antología
Caribe transplantino. Poesía neobarroca cubana y rioplatense (1991), y publicó
numerosos textos en prosa, entre los que se destacan El fantasma del SIDA
(1988) y La prostitución masculina (1993).
jueves, febrero 09, 2017
martes, febrero 07, 2017
Adelia Prado: Cenizas
En
el día de mi boda me quedé muy afligida./
Tomamos
cerveza tibia con empanadas de masa hojaldre./
Tuve
hijos con dolores./
Ayer,
imprecisamente, a las nueve y media de la noche,/
yo
sacaba de la bolsa un kilo de arroz./
Ya
no lucho más de aquel modo histérico,/
entendí
que todo es polvo que sobre todo se posa y recubre/
y,
a su modo, pacifica./
Las
naranjas freudianamente me remiten a una rodaja de sueño./
Mi
apetito se agudiza, hago estallar las costuras de buena/
impaciencia./
¿quiénes
somos entre el laxante y el somnífero? /
Habrá
siempre una marca de polvo sobre las camas, /
un
vaso mal lavado. ¿Pero qué importa? /
¿qué
importan las cenizas /
si
convertidos en su materia ingrata, /
hay
también ojos que sobre mí se estremecieron de amor? /
Este
valle es de lágrimas. /
Si
dijera otra cosa mentiría. /
Hoy
parece mayo, un día espléndido, /
los
que vamos a morir iremos a los mercados, /
¿qué
hay en este exilio que nos mueve? /
Digan
no a las legumbres llevadas en los brazos /
y
a esta elegía. /
Lo
que escribí, lo escribí /
porque
estaba alegre.
* Adelia Prado (Brasil, Divinópolis, 13 de
diciembre de 1935)
(Traducción de Fernando Noy y Claudia Schvartz)
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