sábado, enero 26, 2019

Jaroslaw Iwaszkiewicz*: Ìcaro...






 ÍCARO: Peter Brueghel

Hay un cuadro de Brueghel llamado  Ícaro. En él se ve a un campesino que ara la tierra en un alto acantilado sobre el mar; un pastor impasible apacienta su rebaño, y un pescador tiende las redes en la costa. A lo lejos, puede vislumbrarse una tranquila ciudad. En el mar navega, con las velas desplegadas, un barco en cuyo puente unos comerciantes discuten sus negocios. En fin, estamos ante los afanes y preocupaciones cotidianos, frente a una vida de simples menesteres y problemas humanos sencillos. ¿Dónde está Icaro? ¿Dónde está aquel que trató de alcanzar el sol? Sólo si observamos minuciosamente el cuadro, podremos descubrir en un rincón del mar un par de piernas que se sumergen en el agua, y arriba, revoloteando en el aire, unas cuantas plumas que el brusco descenso desprendió de las alas ingeniosamente fabricadas. La caída ha ocurrido hace un instante apenas. Se trata del temerario que, según la leyenda griega, construyó unas alas para volar y se elevó a tal altura que llegó cerca del sol. Sus rayos fundieron la cera con que se había pegado el joven las plumas, y el desdichado se precipitó en el abismo. La tragedia ha ocurrido; helo allí que se hunde y se ahoga en el mar. Pero los hombres nada han advertido. Ni el campesino que ara la tierra, ni el comerciante que navega, ni el pasajero que contempla el cielo, ninguno se ha dado cuenta de la muerte de Ìcaro. Sólo el poeta o el pintor la han visto y la han transmitido a la posteridad.
Ese cuadro me viene a la memoria cada vez que recuerdo un episodio que me tocó vivir. Era en junio de 1942 o 1943. Un bellísimo crepúsculo de verano descendía sobre Varsovia, un resplandor rosado creaba sombras que embellecían las casas destruidas, y en el hormigueo impetuoso de la multitud que subía a los tranvías para llegar a casa antesdel toque de queda, el conjunto de los vestidos civiles ocultaba los uniformes, raros a esa hora. En aquel momento las calles de Varsovia, animadas y bellas en el esplendor de junio, podían dar la impresión de que la ciudad estuviese libre de los invasores. Sólo por un instante...
Esperaba el tranvía en la parada de la esquina de la calle Trebacka  con la Krakowskie Przedmiescie. Las rojas carrocerías tranviarias, campanilleaban sonoramente y se alineaban, una tras otra, a lo largo de Krakowskie Przedmiescie. La gente se aglomeraba para subir, saltaba a los estribos, se colgaba de las puertas, se apiñaba tanto dentro como fuera de los vehículos. De cuando en cuando, pasaba a toda prisa un "cero" rojo, reservado a los alemanes, y por ende casi vacío. Debí esperar bastante tiempo un tranvía en el que se pudiese entrar con menos dificultad. Pero, cuando al fin llegó uno, no tenía ya deseos de subir; de improviso le había tomado gusto a aquella multitud que me rodeaba indiferente del todo a mi presencia. Frente a mí, sobre su pedestal, se erguía la estatua de Mickiewicz; en torno al monumento humildes plantas floridas emanaban un grato perfume; los automóviles trazaban con un chirrido la curva frente a la iglesia de las Carmelitas; los muchachos pregonaban a gritos sus periódicos; frente a un resplandeciente escaparate hormigueaban los vendedores de cigarrillos y de pasteles; se cerraban con ruido las puertas metálicas y las rejas de las tiendas; en el jardincillo, los bancos estaban repletos de viejos y  jóvenes; gorjeaban los gorriones, fijos ellos también en las ramas de los frágiles arbolillos...Todo esto se sumergía lentamente en el azul crepúsculo de la tarde estival. En ese instante sentía pulsar el corazón de Varsovia, e instintivamente me mezclé entre la multitud para permanecer un poco más de tiempo junto a ella y entre ella y disfrutar de aquel atardecer varsoviano.
En un determinado momento observé a un muchacho que venía por la calle Bernardcka. Apareció detrás de un tranvía en marcha, y se detuvo en el pequeño camellón, de espaldas al ir y venir de la multitud, con la cara vuelta hacia la acera y sin apartar los ojos de un libro con el que había surgido en aquel crepúsculo cada vez más gris.
Podía tener quince años, dieciséis a lo sumo. De tanto en tanto, mientras leía, sacudía  la rubia cabellera, y, con la mano, apartaba después los cabellos que le caían sobre la frente. Del bolsillo, sobre su cadera, asomaba un segundo libro. El primero lo llevaba abierto frente a los ojos y evidentemente era incapaz de desprenderse de él. Con toda probabilidad, lo había conseguido hacía poco de un compañero o de una biblioteca clandestina, y sin esperar a la llegada a casa, se mostraba impaciente por conocer el contenido, aún en la calle. Me desagradaba no saber qué libro era; de lejos parecía un manual, pero me decía que ningún manual puede despertar tan vivo interés en un joven. ¿Serían versos? ¿Tal vez un libro de economía? No lo sé. El muchacho permaneció un poco en el camellón, inmerso en la lectura. No hacía caso de los empellones, ni de la multitud que se apiñaba alrededor de los vehículos. Detrás de él se asomó más de una cara enrojecida, pero él seguía sin apartar la mirada del libro. Y después, siempre con el libro bajo los ojos, tal vez molesto por los empujones y el estrépito, o tal vez asaltado de improviso por una necesidad inconsciente de llegar a su casa, lo vi descender a la calzada, frente a un automóvil que apareció en aquel  instante.
Se oyó el chirrido violento de los frenos y el silbido de los neumáticos sobre el asfalto.
Con la intención de evitar el choque, el conductor viró bruscamente y detuvo en seco el vehículo en la esquina de la calle Trebacka. Advertí, lleno de espanto, que era un coche de la Gestapo. El muchacho del libro trató de esquivar el automóvil, pero inmediatamente se abrió la portezuela posterior y dos individuos, con el casco adornado por una calavera, saltaron a la calle. Se hallaban exactamente frente al muchacho. Uno de ellos gritó algo con voz gutural y el otro, trazando con el brazo un gesto circular, invitó con mofa al muchacho a subir. Aún ahora puedo ver a aquel joven, detenido frente a la portezuela, confuso,totalmente avergonzado... Veo cómo se disculpaba, cómo movía la cabeza en un ingenuo gesto de negación, semejante a un niño que promete: "No lo volveré a hacer"... Parecía estar diciendo: "No he hecho nada... sólo esto...", e indicaba el libro que había producido su descuido. Como si hubiese sido posible explicar alguna cosa. Se negaba a subir al auto, como en un último impulso de la vida que estaba perdiendo. El gendarme le pidió los documentos, le arrebató de las manos la carta de identidad que había extraído de un bolsillo, y con un gesto violento, lo empujó hacia el interior. El otro lo ayudó. Subió el muchacho y tras él los hombres de la Gestapo; la portezuela se cerró y el vehículo partió bruscamente, dirigiéndose a toda velocidad hacia la avenida Szucha...
Lo perdí de vista. Desolado por lo ocurrido, miré en torno mío, buscando comprensión en alguien. El muchacho del libro había desaparecido para siempre. Con el más grande estupor, comprobé que nadie se había dado cuenta del suceso. De manera tan fulminante se había desarrollado lo que he descrito. Todos los peatones que formaban aquella multitud se hallaban tan ocupados en sus propios afanes, que el rapto del muchacho les había pasado inadvertido. Unas señoras que había a mi lado discutían si era conveniente tomar tal o cual tranvía, dos tipos encendían sus cigarrillos tras el poste de la parada, una vieja con una cesta en la mano junto a la pared, repetía sin tregua su "Limones, limones magníficos, limones...", como un conjuro budista, y otros jóvenes corrían por la calle tras el tranvía que se iba, arriesgándose a terminar bajo un automóvil...
Mickiewicz estaba allí, tranquilo, y las flores exhalaban un suave perfume; un leve vientecillo agitaba las tiernas ramas en derredor del monumento. La desaparición de aquel joven no había significado nada para nadie. Sólo yo había visto ahogarse a Ícaro. Permanecí allí aún mucho tiempo, aguardando que la multitud se disgregase. Pensaba que tal vez Michas, así lo llamé en la imaginación, volvería. Me imaginaba su casa, sus padres que esperaban su regreso, a la madre mientras preparaba la cena, y no podía resignarme a que ellos no pudiesen saber de qué manera había desaparecido su hijo. Conociendo las costumbres de nuestros ocupantes, preveía que no habría podido liberarse de sus tentáculos. ¡Y todo había ocurrido de un modo tan estúpido! La insensata crueldad de aquel secuestro me sobresalta y me turba todavía. Aquellos que han muerto en las batallas, que sabían por qué morían, encontraron tal vez consolación en la idea de que su muerte tenía sentido. Pero quienes como mi Icaro han sido sumergidos en el mar del olvido por una razón tan cruel como insensata...Llegó la noche. La ciudad se adormecía en un sueño febril, malsano... Me aparté por fin de la parada, pasé junto al monumento de Mickiewicz, y me dirigí a pie hacia mi casa...Mientras continuaba persiguiéndome la imagen de Michas, que movía la cabeza como si dijera: "No, no, la culpa es del libro... En adelante, tendré más cuidado...".

*Escritor polaco.
** Vèase el sitiohttp://es.scribd.com/doc/8572562/7/BRUNO-SCHULZ

viernes, enero 25, 2019

Josefina Ludmer: El género gauchesco y una marca fundante

"El género gauchesco constituyó una lengua literaria política; politizó la cultura popular y dejó esa marca fundante en la cultura argentina. Y también popularizó y oralizó y argentinizó los escritos de la cultura europea, y no hay texto del género que no los contenga: desde las paráfrasis del Contrato Social en Hidalgo hasta el relato de la ópera Fausto."
El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (Sudamericana, 1988)

jueves, enero 24, 2019

José Hernández: Marín Fierro: Preludio a "La Ida"


"El desafío y el lamento (dos tonos de la voz oída y dos posiciones ante el poder y la ley), militarizados, politizados, y ligados cada uno con una razón universal o un sistema de intereses, se dirigen siempre en el género (gauchesco) contra el enemigo del que escribe. El desafío es la lengua militar y política; el lamento la lengua ley. Los dos tonos modulados, citados de un texto en otro, cambiados de lugar, representan el universo de la voz oída en el género. Y más allá, retomando por momentos el disfraz con que se exhibieron en su fuente oral, abren dos tradiciones de nuestra cultura: las que dieron su sustancia a la milonga y al tango. " Josefina Ludmer:  El género gauchesco Un tratado sobre la patria (Sudamericana, 1988).




Preludio a “La Ida”


Aquí me pongo á cantar
al compás de la vigüela1
que el hombre que lo desvela
una pena  estrordinaria,
5como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

Pido á los Santos del Cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
 que voy á cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
 que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido á mi Dios que me asista
en una ocasion tan ruda.


Yo he visto muchos cantores,
20 con famas bien otenidas,
y que despues de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.


Mas ande otro criollo pasa
Martin Fierro ha de pasar;
nada la hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
 yo tambien quiero cantar.

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pié del Eterno Padre:
dende el vientre de mi madre
vine á este mundo á cantar.


Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
y poniéndome á cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega alli mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo á cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando
las coplas me van brotando
como agua de manantial.



Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pié encima,
y cuando el pecho se entona,
hago gemir á la prima
y llorar á la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar
salgan otros á cantar
y veremos quién es menos.

No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
 y soy duro con los duros,
y ninguno en un apuro
me ha visto andar tutubiando.

En el peligro ¡Qué Cristos!
el corazón se me enancha,
pues toda la tierra es cancha,
y de eso naides se asombre:
el que se tiene por hombre
ande quiera hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiendanló
 como mi lengua lo esplica:
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el Sol.

Nací como nace el peje
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dió:
lo que al mundo truje  yo
del mundo ló he de llevar.

Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del Cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo.

Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama;
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato
 que nunca peleo ni mato
sino por necesidá,
y que á tanta alversidá
solo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.

domingo, enero 20, 2019

Taller de Lectura de Poesía: Leónidas Lamborghini


Taller de Lectura de Poesía 

Autor seleccionado: Leónidas Lamborghini
Duración: un mes (cuatro reuniones)
Comenzamos el jueves 7 de febrero, a las 19
coordina: María del Carmen Colombo
Interesados: escribir a
cotocolombo@gmail.com

jueves, enero 17, 2019

Patricia Verón: Mañanitas






Lo mío es el sonido del viento
entre las chapas
las recurrentes palabras
hermanas de la noche
el transcurso del cielo
                                el paso de las nubes
esta sensación sin objetivo…
*

Crecimiento lento
acariciante.
Trata de explicar
su sueño
entre cardales,
duele.
*

Entre la llovizna
se pierden mis ojos;
una opción es dormir
la otra
escribir.
*

Lo trémulo
pide ser
del olvido

Mejor
no insistir.

*




*Patricia Verón: (Buenos Aires, 1965). Publicó diversos libros, Poemas (1986),  Peón al frente (1995), Ladrido y luna (1998), Mañanitas (2003), Paloma en armas (2007), Emilia, 2014.






viernes, enero 11, 2019

Paul Claudel: Prólogo de Juana de Arco en la Hoguera (Jeanne d'Arc au Bûcher)






Música: Arthur Honneger (1892-1955)





¡Tinieblas! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas!
Y Francia estaba vacía y sin vida,
y las tinieblas cubrían
todo el reino.
Y el Espíritu de Dios, sin saber
dónde posarse,
rondaba sobre el caos de las almas
y los corazones;
sobre el caos de las almas y las voluntades;
sobre el caos de las conciencias
y las almas.

¡Desde las profundidades elevé
mi alma hacia Ti, Señor!
¡Ah, Señor! Si tardas...
¿quién podrá sostenernos?
¡Tinieblas! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas!
Y Francia estaba vacía y sin vida,
y las tinieblas cubrían
todo el reino.
¡Sálvanos de las fauces del león
y de las garras del unicornio!
¡Eli, Fortis, Ischyros!

¡Hubo una vez una doncella
llamada Juana!
¡Hubo una doncella llamada Juana!
¿Quién ha oído alguna vez
algo semejante?
¿Quién ha escuchado algo parecido?
¡Hubo una vez una doncella
llamada Juana!

¿Acaso la tierra se concebirá
en un solo día?
¿Y un pueblo entero será engendrado
al mismo tiempo?

¡Desde las profundidades
he elevado mi alma hacia Ti, Señor!

¡Hubo una doncella llamada Juana!

¡Hija de Dios, ve!

¿Acaso Francia quedará
dividida en dos para siempre?

¡Hija de Dios, ve!
¡Que lo que Dios ha unido,
no lo separe el hombre!
¡Hija de Dios, ve!
El amor que nos une a nuestros hermanos.
¿Quién? ¿Quién podrá separarnos?
Ni la violencia, ni el desaliento,
ni la estafa, ni las alturas,
ni las profundidades...

¡Hubo una niña llamada Juana!
Y Francia estaba vacía y sin vida,
y las tinieblas cubrían
todo el reino.
Desde el fondo del abismo Te he llamado
¡Señor! ¡Señor! ¿Quién podría resistir?

Había una doncella que se llamaba Juana.

***


 Prologue: Jeanne d'Arc au Bûcher



Ténèbres! Ténèbres! Ténèbres! 
Et la France était inane et vide, 
et les ténèbres couvraient la face 
du royaume. 
Et l'Esprit de Dieu sans savoir 
où se poser 
planait sur le chaos des âmes 
et des coeurs, 
sur le chaos des âmes et des volontés 
sur le chaos des consciences 
et des âmes. 

Du fond de l'engloutissement j'ai élevé 
mon âme vers toi, Seigneur! 
Ah Seigneur, si vous tardez encore, 
qui sera capable de vous soutenir? 


Ténèbres! Ténèbres! Ténèbres! 
Et la France était inane et vide, 
et les ténèbres couvraient 
la face du royaume. 
Toi, de la gueule du lion 
et de la main des unicornes, 
sauve-nous, Eli, Fortis, Ischyros! 

Il y eut une fille 
appelée Jeanne! 

Il y eut une fille appelée Jeanne! 
Qui a jamais 
ouï dire une telle chose? 
Qui a jamais entendu rien de pareil? 
Il y eut une fille 
appelée Jeanne! 

Est-ce que la terre enfantera 
en un seul jour? 
Et tout un peuple sera-t-il 
engendré dans un même temps? 

Du fond de l'engloutissement 
j'ai élevé mon âme vers toi, Seigneur! 

Il y eut une fille appelée Jeanne! 
Fille de Dieu, va! va! va!
Est-ce que la France va être 
Déchirée en deux pour toujours? 

Fille de Dieu, va! va! va!
Ce que Dieu a uni, que l'homme 
ne le sépare pas! 

Fille de Dieu, va! va! va! 
Cet amour qui nous unit à nos frères. 
Qui! Qui sera capable de nous en séparer? 
Pas la violence, ni le découragement, 
ni la fraude, ni l'altitude, 
ni la profondeur... 

Il y eut une enfant appelée Jeanne! 


Et la France était inane et vide 
et les ténèbres couvraient 
la face du royaume.
De profundis clamavi ad te, 
Domine, Domine, quis sustinebit? 

Il y eut une vierge appelée Jeanne.

**Estamos en el prólogo de la obra que, en sí, relata escenas relevantes de la vida de la heroína y mártir francesa Juana de Arco. En esta introducción se narra el estado deplorable en que se encontraba el país que Juana vino a salvar.