miércoles, marzo 21, 2018

Eugenia Cabral: Fragmento de su libro Vigilia de un sueño (Apuntes sobre Juan Larrea...)




Pequeña historia de un comenzar

En septiembre de 1991 conocí en casa del artista gráfico Sergio Gallardo
al poeta Vicente Luy, nieto de Juan Larrea. El contacto con Vicente se
produjo cuando yo comenzaba a publicar una revista literaria: Imagin Era,
cuya tapa imprimió Sergio. En febrero de 1992, Vicente fue a mi casa llevando
la bibliografía que tenía sobre su abuelo: La poesía de Juan Larrea,
de Robert E. Gurney; Juan Larrea. Ángulos de visión, edición de Cristóbal
Serra, y Al amor de Larrea, en la revista Pre-textos, con edición de Juan
Manuel Díaz de Guereñu. Asentó los libros sobre la mesa de cocina donde
estábamos y mirándome a los ojos, con su vehemencia que a la vez era elegante,
dijo: “Estos son los libros que tengo sobre mi abuelo. Quiero que vos
los estudies, solamente a vos puede interesarte hacerlo hoy en día”. Estaba
equivocado en ello y al mismo tiempo no lo estaba. Me proponía una tarea
ímproba para mis posibilidades materiales en aquel momento. Pero me
entusiasmó. En lo sucesivo, Vicente estableció una amistad estrecha con
mi hija, Natalia Herrera, uniéndola a su círculo de amigos en las aventuras
surrealistas que orquestaba. La amistad entre ellos se prolongó –con sus
paréntesis circunstanciales– hasta poco antes del infausto día en que “el
Bicho”, apodo derivado y apocopado de Vicente, decidió quitarse la vida en
la ciudad de Salta, en el Noroeste argentino. La tragedia de la descendencia
familiar de Juan Larrea trazaba un último nimbo luctuoso en esta tierra.

Retrocediendo a 1992, la revista Imagin Era, efímera como la mayor
parte de las publicaciones culturales independientes, apareció hasta 1993,
coincidiendo con la aceptación, por primera vez, de mi colaboración en el
suplemento literario del matutino La Voz del Interior. El artículo, a página
entera, era una reseña sobre la poesía de Córdoba durante la década de
1970, tema espinoso por el costado político y también por la dificultad para
reunir el material de investigación a causa de esas mismas circunstancias
políticas. Los militares habían censurado y hasta incinerado, con impecable
clasicismo inquisitorial, pilas de publicaciones a manos de la Comandancia
del Tercer Cuerpo de Ejército. El texto despertó simpatía entre los sobrevivientes
de aquel período porque, además, contenía información bastante
completa sobre el tema.
Por otra parte, desde 1992 asistía a unos seminarios que dictaba el Dr.
Gerardo García sobre psicoanálisis, que originaron la fundación de la actual
Escuela Freudiana de Córdoba. En 1995, la Escuela ya organizaba ciclos
de extensión cultural y en uno de ellos, dedicado al Surrealismo, fui
invitada a disertar sobre algún tema relativo a esta corriente. Aproveché
la ocasión para presentar un trabajo que venía elaborando sobre la poesía
de Larrea, a partir del material bibliográfico que me aportó Vicente
y deslumbrada por la poesía de Larrea, que no había leído hasta entonces.
Al acto organizado por la Escuela Freudiana en la Biblioteca Córdoba
concurrió, precisamente, el director del suplemento cultural de La voz del
interior, Juan Carlos González. Cuando los participantes terminamos de
leer nuestras ponencias, “Juanchi” se acercó a saludarme y me preguntó si
podía escribir una nota para publicarla en el suplemento de ese mismo jueves,
basada en la ponencia que había leído (era martes por la noche). Y que
la extensión del texto debía tener sesenta líneas de tipografía (el que yo
había escrito era de ciento veinte). Al día siguiente habría huelga general,
de modo que enviarían a buscar el texto en un vehículo del diario antes del
mediodía, pues no iba a funcionar el transporte público. Pero antes debía
llamar –a las diez de la mañana– por cualquier nueva indicación que fuere
preciso hacerme. Cuando llamé, el director me pidió que redujera mi
artículo a cuarenta líneas, por razones de espacio. Lo interesante era que
entonces solo tenía mi vieja máquina de escribir... y está de más explicar
los pormenores de un apurón literario sin el auxilio de una computadora.
Pero lo logré. No podía perder la oportunidad de difundir un breve ensayo
que venía decantando y ajustando a medida que leía y releía Versión celeste
y los textos críticos sobre Larrea que tenía en mi haber. Juanchi González
rescató en aquella misma edición otro texto que le había acercado Javier
Zugarrondo, un poeta, traductor y ensayista vasco residente en Córdoba, y
ambos aparecieron aquel jueves 17 de agosto de 1995. Después, tres artículos
más se publicaron en La Voz del Interior sobre el poeta bilbaíno.
En adelante, con el apoyo de varios escritores (Vicente Luy, el primero)
intenté impulsar la recensión biográfica de la presencia de Juan Larrea en
Córdoba y en Buenos Aires, su actividad cultural y académica, la altísima
calidad de su poesía y su reconocimiento internacional.
El criterio con que encaré las entrevistas a personas que hubieran tratado
a Larrea en diferentes circunstancias fue el de formarme una idea
aproximada de la atmósfera en que debió moverse el poeta y del aura que
lo había rodeado. La mayor parte, si no todos los entrevistados, me transmitieron
una gran ternura hacia el recuerdo del bilbaíno por encima de las
contradicciones que fueran capaces de señalar en él. Y quien dice ternura
nombra una forma particular del amor, esa forma que algunos de ellos
expresaron con un “¡este don Juan!”, moviendo la cabeza y riendo como
ante travesuras de muchacho. Y acaso fue realmente así, acaso Juan Larrea
fue un muchacho angelical hasta sus últimos días en que, transido de dolor
físico y soledad, porfiaba en escribir teorías sobre las que había estado
pensando recientemente, según me contó María Eugenia Courtade, una
artista plástica y escritora.
En su diario intelectual, Orbe, había dado cuenta de su esperanza acerca
de la condición humana:

“Actualmente las esencias vitales están repartidas. La materia no
corresponde al espíritu. Existe una disociación. Hace siglos que llevamos
un muerto dentro, que es necesario expulsar, pero como no es posible, la
naturaleza se ve en la obligación de nutrirse de su cadáver, de transformar
su medio de nutrición y su medio de reproducción, transformando la
carroña en esencias vitales. Lo mismo que el estómago del hombre. Pero
la humanidad se digiere a sí misma, se transmuta. Es como el gusano
encerrado dentro del capullo que es sostenido por fuerzas místicas y que
transforma su materia en materia nueva.”
A menudo (y no lo diré por modestia), durante la redacción de mis trabajos
y hasta durante la lectura de la obra larreana, he sentido que la obra
y en especial su poesía, como se dice vulgarmente, “me quedaba grande”.
Hoy no dudo de que así es: la admiración sigue sobrepasando los límites de
mi juicio crítico... pero tampoco puedo evitar hablar de ella. Es demasiado
hermosa para poder callar lo que me provoca. Necesito, como el enamorado
medieval, dar a conocer las virtudes de lo que me cautiva. O, mejor, para
referirme a la advertencia de Benito del Pliego:
“Como demuestran claramente las contribuciones de otros dos eminentes
estudiosos –Robert Gurney y, en menor medida, David Bary– es fácil
sucumbir a la perspectiva poética y reemplazar la crítica y el comentario
de la obra de Larrea por la justificación y el elogio y, de esta manera,
reforzar la figura ficticia en que Juan Larrea se transmutó y las metáforas
mediante las que entendió el mundo. Parafraseando a nuestro autor,
podríamos decir que algunos prefieren soñar a interpretar el sueño.”
Si bien con “perspectiva poética” se refiere el Dr. del Pliego a la sustancia
de la obra ensayística de Larrea, he tomado esa frase porque en mí
cumple un significado lato y unilateral: a mí sí me fascina su poesía casi
con exclusividad, en gran parte porque soy una lectora diríase monopolista
de poesía (y, en segundo lugar, de teatro). La pasión con que leo poesía no
es comparable al interés que me producen la narrativa o el ensayo. No tengo
alternativa, pues, salvo comportarme con parcialidad.
Se me hace difícil comprender las razones de Larrea para abandonar
la escritura de poemas por la de ensayos. Él, un escritor tan radical en su
aprehensión de la función poética del lenguaje. Únicamente Larrea podía
decir ciertas cosas de cierta manera. Sin embargo, también es no solo aceptable
sino admirable su decisión, tanto por motivos éticos como literarios.
Esa conciencia del borde donde la literatura deja paso a la política (y, por
qué no, a la lisa y llana propaganda), incluso si viniese revestida de otros
géneros representativos del poder del Estado, como la religión o la pedagogía,
es la más saludable que pueda encontrarse. Por algo la escisión entre
Pablo Neruda y Juan Larrea era inevitable en la manera en que Aristóteles
entiende que son inevitables las confrontaciones que conducen al desenlace
trágico: porque hay posiciones de los seres humanos que son inconciliables.
Otro de los móviles de mi aproximación a Larrea es el compartir la
afinidad con la poesía de César Vallejo. Claro que, a diferencia de él, acepto
plenamente la adscripción de Vallejo al marxismo, postura que Larrea
rechazaba con múltiples argumentos. Ahora bien, durante la década de los
noventa en la Argentina el neoliberalismo vino acompañado de los modelos
posmodernistas en la literatura, más proclives a admitir un marxismo
lavado, matizado y esquematizado como el de Neruda, que el radicalismo
poético y vital de un Vallejo. Incluso su lectura fue soslayándose en cantidad
mientras que la del chileno mantuvo su caudal de lectores bastante parecido
en número, pese a la caída del muro de Berlín. Probablemente también
porque, en América, Neruda suena familiar, trae aromas domésticos,
a diferencia de Vallejo, universal en su rebelión aunque sea más profundamente
telúrico que Neruda. Pero en el neoliberalismo eso no importa, todo
lo que sepa a rebelión genuina es demasiado “bold” (pesado o grueso, en la
jerga tipográfica) y la moda de los ochenta y noventa era “light”.
Córdoba no se sustrajo a aquella influencia destinada a sobrenadar en
lo superficial, que ofició de nuevo presupuesto para expulsar de la memoria
cultural la obra larreana, salvo en los exiguos círculos que lo habían tratado
y en los pocos nuevos adeptos que supe conseguir, entre ellos, Bernardo
Massoia, joven estudioso de la obra vallejiana. Afortunadamente, nuevos
aires corren en la Facultad de Filosofía y Humanidades. Ha apoyado el
acto conmemorativo realizado en marzo de 2012 en el Centro Cultural
España Córdoba, con la invitada Dra. Graciela Maturo y la presencia del
Dr. Diego Tatián; además, se realizó el seminario de posgrado dictado por
el Dr. Benito del Pliego, en marzo de 2013, en la Escuela de Letras de la
unc, denominado “Juan Larrea: vanguardia y pensamiento poético”.
  
En: Vigilia de un sueño. Apuntes sobre Juan Larrea en Córdoba, Argentina (1956-1980). 

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