1.
Es la historia de Aquiles y Héctor. Es el origen de toda cultura: darle un rito
a la muerte. Inclusive al enemigo. Al más odiado. Al muerto en venganza.
Aquiles pierde la gracia divina por ultrajar el cuerpo de Héctor y arrastrarlo
por los alrededores de Troya, como perro, en venganza personal, durante días.
Héctor había matado a su amigo más amado y Aquiles, ganado por su ira, fuera de
todo control, luego de asesinarlo, lo ultraja públicamente. Los dioses están
indignados por la ausencia de respeto a los muertos. Zeus exige la restitución
del cuerpo y, finalmente, Aquiles lo devuelve a su padre, Príamo. El poema de
Homero comienza con una guerra y termina en un mandato fúnebre. Una guerra que
no es otra cosa que la aventura imperialista de Agamenón tiene un orden
superior: el rito de los muertos.
No
es que en las Antigüedades no hubiera expolio (las tesis aristotélicas sobre la
esclavitud como hecho natural o la sumisión de los pueblos bárbaros al Incario
según el Inca Garcilaso nos dicen lo contrario), sino que en el triunfo global
del imperialismo –ese corazón de las tinieblas que sólo no para de crecer-- se
cifra una verdad (científica y universal): los cuerpos son sólo cuerpos y los
muertos son sólo muertos. Ningún orden superior va a detener el saqueo
imperial. O dicho de otro modo: el saqueo imperial no sólo exigió matar a Dios
sino, principalmente, la humanidad de los humanos. Y el cuerpo de Héctor no
vuelve al padre. Y el cuerpo del negro no es esperado por Fierro para ser
enterrado. Y el cuerpo tuyo, hermano, si hay que tirarlo a campo abierto se
tirará. Ya los caranchos harán su trabajo. Porque ya lo dijo Kilgore: I love the smell of napalm in the morning.
2.
αορνος en griego significa “sin pájaros”. Los antiguos griegos encontraron esa
imagen para definir al infierno. El Averno. Hace algunos meses fui a visitar a
un amigo que tenía un ranchito y unos animales en un campo montaraz pero,
ahora, vive a las orillas de Concordia en la peor pobreza. Regresamos a donde
vivía. Donde hubo monte hay hoy un charco interminable de soja. No había animal
alguno. Cuando volvíamos, mientras la tarde caía como quemando la soja
insondable, mi amigo dijo: "¿Viste che? Ni un pájaro. Con los químicos que
tiran hasta los pájaros rajaron".
Otra
vez, el desierto
La
muerte de Maradona da otra seña en este infierno y (tal vez) en este
apocalipsis. No mirar este signo cosmológico es ciego: en un año de muerte y
encierro murió la persona que más amamos en las últimas décadas. Quien más nos
prestó su cuero para llorar, para abrazar, para reír. En un mundo que se está
agotando muere la épica y la lírica. Muere el héroe. Los signos no son etéreos
ni azarosos: son históricos. Ese signo, sin duda, es muy pesado para una
dirigencia política a la altura del rosqueo mediático y poco del averno de la
soja, el calentamiento mundial, la pérdida de recursos, la devastación de
selvas y mares, la multiplicación del hambre y la desocupación.
Maradona
hizo una última gambeta mágica pero nadie quiso estar a la altura de ese
movimiento.
Miento:
el pueblo sí. Y por eso salió a despedirlo con su épica y su lírica.
La
dirigencia mezquina y oportunista no pudo más que repetir sus movimientos
mecánicos y abúlicos.
3.
El velorio trunco de Maradona repite la historia del cuerpo insepulto en la
historia argentina. De sus líderes: Eva Perón, Juan Calfucurá, Mariano Moreno,
Juan Domingo Perón, el Chacho Peñaloza, el Che Guevara. Hay dos claves. Una
política: el poder sabe que el duelo es un momento de conciencia popular. De
afirmación de la memoria histórica donde una generación se abriga en el ropaje
de siglos de ponchos de hambres y rebeliones. Sin ese poncho el cuerpo de uno
queda en el desierto a picotazos limpios de las aves de rapiña. Esa energía no
se pierde, sin embargo. Vuelve a proliferar en el cotidiano popular pero sin
síntesis políticas. En diálogos de esquina, en altanerías criollas contra la
fuerza policial, en el consejo clasista, en la lucha sectorial. Pero se acaba
de perder un momento de emergencia de la memoria histórica, de síntesis de
luchas plebeyas, de cueros indios y criollos otra vez arrojados al margen de la
historia.
El
velorio es trunco porque quisieron, otra vez, al pueblo de espectador. Y en los
velorios los deudos son los actores. Y el deudo, como siempre con los héroes
nacionales, es el pueblo.