T. S. Eliot - Sobre la función social de la poesía
"El título de este ensayo tiene tantas probabilidades de sugerir cosas diferentes a diferentes personas, que tal vez se me excuse si antes de explicar qué es lo que quiere decir explico qué es lo que no quiere decir. Es posible que, cuando hablamos de la "función" de algo, estemos pensando en lo que ese algo debería hacer, antes que en lo que efectivamente hace o ha hecho. La distinción es importante, porque yo no pretendo hablar de lo que en mi opinión tendría que hacer la poesía. Quienes nos hablan de esto, sobre todo si son poetas, por lo general tienen en mente la clase particular de poesía que les gustaría escribir a ellos. Siempre es posible, desde luego, que en el futuro le quepa a la poesía una tarea distinta de la que le ha cabido en el pasado; pero aun siendo así, vale la pena decidir primero qué función ha tenido en ese pasado, tanto en diferentes épocas e idiomas como universalmente. Me sería fácil escribir sobre lo que hago con la poesía, o lo que me gustaría hacer, y luego intentar persuadirlos de que es exactamente lo que todos los buenos poetas del pasado han intentado o habrían debido hacer -salvo que no lo han conseguido del todo, aunque quizá no sea culpa de ellos. Pero me parece probable que si la poesía - y hablo de toda gran poesía- no ha tenido función social alguna en el pasado, es difícil que vaya a tenerla en el futuro.
Si digo toda gran poesía es
para eludir otra manera de tratar el tema. Se podrían abordar las diversas
clases de poesía, una tras otra, y discutir la función social de cada una de
ellas sin alcanzar la cuestión general de cuál es la función de la poesía como
tal. Yo quiero distinguir entre las funciones general y particular, de modo que
sepamos de qué no estábamos hablando. La poesía puede tener una función social
consciente, deliberada. En las formas más primitivas este propósito suele estar
muy claro. Están, por ejemplo, las runas y cánticos tempranos, algunos de los
cuales tenían propósitos mágicos muy prácticos: evitar el mal de ojo, curar
cierta enfermedad o propiciar cierto demonio. La poesía se utiliza muy pronto
en los rituales religiosos, y cuando cantamos un himno aún estamos usándola
para un propósito social concreto. Acaso las formas tempranas de la épica y las
sagas hayan transmitido lo que se tenía por historia antes de sobrevivir como
pura forma de entretenimiento comunitario; y la forma en verso tiene que haber
sido extremadamente útil para la memoria antes de la aparición del lenguaje
escrito y la memoria de los bardos, narradores y estudiosos primitivos tiene
que haber sido prodigiosa. En sociedades avanzadas, como la de la Grecia
antigua, las funciones reconocidas de la poesía son también muy conspicuas. El
drama griego deriva de ritos religiosos, y se mantiene como ceremonia pública
formal asociada a las celebraciones religiosas tradicionales; la oda pindárica
se desarrolla en relación a un evento social particular. No cabe duda de que
estos usos definidos dieron a la poesía un marco que le hizo posible alcanzar
la perfección dentro de tipos específicos.
Algunas de estas formas
subsisten en ejemplos poéticos más modernos, tales como el himno religioso que
ya he mencionado. El significado del término didáctica ha sufrido ciertos
cambios. Didáctica puede querer decir "que transmite información", o
bien "que proporciona instrucción moral", o bien algo que abarca los
dos significados anteriores. Las Geórgicas
de Virgilio, por ejemplo, son poesía muy bella, y contienen información muy
sensata sobre cómo trabajar bien la tierra. Pero en nuestro tiempo se antojaría
imposible escribir un libro de agricultura actualizado que también fuera
excelente poesía: por un lado, el tema en sí se ha vuelto mucho más complicado
y científico; por otro, la prosa permite manejarlo más fácilmente. Tampoco
deberíamos nosotros escribir, como los romanos, tratados astronómicos y
cosmológicos en verso. El poema, cuya meta ostensible es transmitir
información, ha sido reemplazado por la prosa. Poco a poco la poesía didáctica
ha ido quedando limitada a la poesía de exhortación moral, o a la que se
propone persuadir al lector del punto de vista del autor con respecto a algo.
Por lo tanto incluye buena cantidad de lo que podría llamarse sátira, aunque la
sátira rebosa de caricatura y parodia, el fin principal de las cuales es causar
risa. Algunos poemas de Dryden, en el siglo diecisiete, son sátiras en el
sentido de que tienden a ridiculizar los objetos contra los cuales se dirigen,
y también didácticas en la intención de inclinar al lector hacia determinado
punto de vista político o religioso; y para esto se valen también del método
alegórico de disfrazar la realidad de ficción. Su obra más notable de este tipo
es The Hind an the Panther, que
quiere persuadir al lector de que el bien estaba de parte de la Iglesia de Roma
contra la Iglesia de Inglaterra. En el siglo diecinueve buena parte de la
poesía de Shelley se inspira en el fervor por las reformas sociales y
políticas.
En cuanto a la poesía
dramática, tiene una función social de un tipo actualmente peculiar a ella.
Pues mientras la mayor parte de la poesía de hoy se escribe para ser leída en
soledad, o en voz alta en compañía de pocos, sólo el verso dramático está
pensado para causar una impresión inmediata, colectiva, en un gran número de
personas reunidas para mirar un episodio imaginario representado en un
escenario. La poesía dramática es distinta de cualquier otra, pero como sus
leyes especiales son las del drama, su función se funde con la del drama en
general, y aquí no me estoy ocupando de la función social específica del drama.
En cuanto a la función
específica de la poesía filosófica, demandaría un análisis y un resumen
histórico de cierta amplitud. Ya he mencionado, creo, suficientes clases de
poesía como para dejar en claro que la función específica de cada una se
relaciona con alguna otra función: la de la poesía dramática con la del drama,
la de la poesía didáctica de información con la de su tema, la de la poesía
didáctica filosófica, religiosa, política o moral con la del asunto respectivo.
Podríamos considerar la función de cualquiera de estas especies sin tocar
siquiera la cuestión de la función de la poesía. Pues todos estos asuntos
pueden tratarse en prosa.
Pero antes de seguir adelante
quiero descartar una objeción que acaso se suscite. A veces la gente sospecha
de cualquier poesía que tenga un propósito particular: de la poesía en la cual
el poeta abogue por enfoques sociales, morales, políticos o religiosos. Y tanto
más se inclina a decir que no es poesía cuando esos enfoques le desagradan; del
mismo modo que otros acostumbran pensar que algo es verdadera poesía porque
expresa un punto de vista que les gusta. Yo diría que la cuestión no tiene
importancia. Puede que malos versos se pongan en boga transitoriamente si el
poeta refleja una actitud social del momento; pero la verdadera poesía
sobrevive no sólo a los cambios de opinión popular sino a la extinción completa
del interés en los temas que preocupaban apasionadamente al poeta. El poema de
Lucrecio sigue siendo un gran poema por más que sus nociones de física y astronomía
estén obsoletas; lo mismo el de Dryden, aunque ya no nos importen las disputas
políticas del siglo diecisiete; del mismo modo que cualquier gran poema del
pasado puede seguir dándonos placer aunque el tema de que se ocupa deba
tratarse hoy en prosa.
Ahora bien, para descubrir
cuál es la función social esencial de la poesía hemos de observar primero sus
funciones más obvias, aquellas que debe desempeñar si es que debe desempeñar
alguna. Creo que en primer lugar podemos estar seguros de que tiene que dar placer. Si me preguntan
qué clase de placer, sólo puedo contestar: la clase de placer que da la poesía;
por la sencilla razón de que cualquier otra respuesta nos llevaría muy lejos en
el terreno de la estética, y en la cuestión general de la naturaleza del arte.
Se aceptará, supongo, que todo buen poeta,
sea un gran poeta o no, tiene algo que darnos además de placer: porque si sólo
fuera placer, ese placer en sí no podría ser de la especie más alta. Más allá
de cualquier intención específica, como las que acabo de ejemplificar en
diversos tipos de poesía, siempre está la comunicación de una experiencia
nueva, o de una comprensión renovada de lo familiar, o la expresión de algo que
hemos experimentado y para lo cual carecemos de palabras, que nos amplía la conciencia
y nos refina la sensibilidad. Pero no es de ese beneficio individual de la
poesía, ni tampoco de la cualidad del placer individual, que se ocupa este
artículo. Todos comprendemos, pienso, tanto la clase de placer que da la poesía
como el modo en que, más allá del placer, vuelve nuestras vidas diferentes. Si
no produce estos dos efectos sencillamente no es poesía. Quizá lo reconozcamos,
pero al mismo tiempo pasamos por alto algo que la poesía hace por nosotros
colectivamente, como sociedad. Y digo esto en el sentido más amplio. Porque me
parece importante que todo pueblo tenga su propia poesía, no sólo para quienes
disfrutan de ella -éstos siempre tendrán la posibilidad de aprender otras
lenguas- sino porque realmente marca una diferencia para la sociedad en
conjunto, es decir incluso para los que no disfrutan de la poesía. Incluso para
los que no conocen los nombres de sus poetas nacionales. He aquí el verdadero
tema de este artículo.
Observamos que la poesía se
diferencia de todas las demás artes en que tiene para la raza y el idioma del
poeta un valor que puede no tener para otros. Es cierto que hasta la música y
la pintura poseen carácter local y racial: pero sin duda al extranjero le es
mucho menos difícil apreciar estas artes. También es cierto que los escritos en
prosa tienen en su propio idioma una significancia que en la traducción se
pierde; pero todos sentimos que se pierde mucho menos al leer una novela que un
poema traducidos; y que en la traducción de ciertos tipos de trabajos científicos
la pérdida es virtualmente nula. Que la poesía es mucho más local que la prosa
es algo que se advierte en la historia de las lenguas europeas. Durante toda la
Edad Media, y hasta hace cientos de años, el latín fue el idioma de la
filosofía, la teología y la ciencia. La tendencia al uso literario de las
lenguas de los pueblos se inició con la poesía. Lo cual parece perfectamente
natural cuando comprendemos que la poesía tiene que ver sobre todo con el
sentimiento y la emoción; y que el sentimiento y la emoción son particulares,
mientras que el pensamiento es general. Es mucho más fácil pensar que sentir en
un idioma extranjero. Por lo tanto, no hay arte más porfiadamente nacional que
la poesía. Es posible despojar a un pueblo de su idioma, suprimírselo, e imponerle
otro idioma en las escuelas; pero, a menos que se le enseñe a sentir en un
idioma nuevo, el viejo no habrá sido erradicado y reaparecerá en la poesía, que
es el vehículo del sentimiento. Cando digo "sentir en un idioma
nuevo", aludo a algo más que el mero "expresar los sentimientos en un
idioma nuevo". Un pensamiento expresado en un idioma diferente puede ser
prácticamente el mismo, pero un sentimiento o una emoción expresados en otro
idioma no lo son. Una de las razones para aprender al menos un idioma
extranjero es que adquirimos una suerte de personalidad suplementaria; una de
las razones para no adquirir un idioma nuevo en lugar del propio es que casi
nadie quiere convertirse en otra persona. Difícilmente se podrá exterminar un
idioma superior si no es exterminando a la gente que lo habla. Por lo general,
si un idioma reemplaza a otro es porque posee ventajas que lo recomiendan, y
que ofrecen no una mera diferencia sino un alcance más amplio y más refinado,
no sólo a las ideas sino al sentimiento, que el del idioma más primitivo.
Donde mejor se expresan la
emoción y el sentimiento, pues, es en la lengua común del pueblo; es decir en
la lengua común a todas las clases: la estructura, el ritmo, el sonido, los
modismos de una lengua expresan la personalidad del pueblo que la habla. Cuando
digo que la expresión de la emoción y el sentimiento conciernen más a la poesía
que a la prosa, no quiero decir que la poesía no necesite contenido o
significado intelectual, o que la gran poesía no contenga más de ese
significado que la poesía menor. Pero desarrollar esta investigación me
apartaría de mi cometido inmediato. Daré por sentado que un pueblo encuentra la
expresión consciente de sus sentimientos más hondos más en la poesía de su
propio idioma que en otras artes o en la poesía de idiomas ajenos. Esto no
significa, por supuesto, que la verdadera poesía se limite a sentimientos que
todos pueden reconocer y entender; no hemos de limitar la poesía a la poesía
popular. Basta con que, en un pueblo homogéneo, los sentimientos de las más
refinados y complejos tengan con los de los más toscos y simples algo en común
que no tienen con gentes de su mismo nivel que hablan otro idioma. Y, cuando
una civilización es saludable, el gran poeta tendrá algo que decirles a sus
compatriotas de todos los niveles de instrucción.
Podemos decir que sólo
indirectamente el deber del poeta, como poeta, es para con su pueblo; su deber
directo es para con su lengua: consiste primero en preservarla, y segundo en
extenderla y mejorarla. Al expresar lo que sienten otros también cambia el
sentimiento, porque lo vuelve más consciente; permite que las personas se
apropien de lo que sentían, y por lo tanto les enseña algo sobre sí mismas.
Pero no es que sólo sea más consciente que los demás; también es
individualmente distinto, de la gente y de los otros poetas, y puede dar a sus
lectores la posibilidad de compartir sentimientos que no hayan experimentado
nunca. En ello radica la diferencia entre el escritor meramente excéntrico o
loco y el poeta genuino. Tal vez aquél tenga sentimientos únicos, pero
imposibles de compartir y por lo tanto inútiles; éste descubre nuevas
variaciones de la sensibilidad de las que pueden apropiarse otros. Y
expresándolas desarrolla y enriquece el idioma en que habla.
He dicho bastante sobre las
impalpables diferencias de sentimiento entre diversos pueblos, diferencias que
se afirman en sus diferentes idiomas y son desarrolladas por ellos. Pero la
gente no sólo experimenta el mundo de forma diferente en diferentes lugares,
sino también en diferentes épocas. De hecho, nuestra sensibilidad se transforma
de continuo, como se transforma el mundo que nos rodea: el nuestro no es igual
al de los chinos o los hindúes, pero tampoco es igual al de nuestros ancestros
de hace varios siglos. Esto es evidente; menos evidente, con todo, es que aquí
estribe la razón de que no podamos permitirnos dejar de escribir poesía. La
mayoría de las personas educadas se enorgullecen en cierta medida de los
grandes autores de su lengua, aunque tal vez no los lean nunca, del mismo modo
que se enorgullecen de cualquier otra distinción de su país: algunos autores se
vuelven incluso lo bastante célebres como para ser nombrados de vez en cuando
en los discursos políticos. Pero la mayoría de las personas no comprenden que
con eso no alcanza; que, a menos que sigan produciendo grandes autores, su
lengua se deteriorará, se deteriora su cultura y acaso acabe absorbida por otra
más fuerte.
Una cuestión, por supuesto, es
que si carecemos de literatura viva nos volveremos cada vez más ajenos a la
literatura del pasado; a menos que mantengamos la continuidad, nuestra
literatura pasada si nos volverá más y más remota hasta que nos resulte tan
extraña como la de un pueblo extranjero. Porque nuestro idioma no cesa de
cambiar; cambia nuestro modo de vida, bajo presión de toda suerte de cambios
materiales en el entorno; y, salvo que contemos con esos pocos hombres que
combinan una sensibilidad excepcional con un excepcional poder sobre las
palabras, degenerará nuestra capacidad, no ya para expresar, sino incluso para
sentir algo más que las emociones más toscas.
Importa poco si un poeta tiene
o no un público vasto en su época. Lo que importa es que siempre tenga al menos
un público reducido en cada generación. No obstante, lo que acabo de decir
sugiere que la importancia de un poeta cuenta para su propia época, o bien que
los poetas muertos dejan de servir de algo a menos que también haya poetas
vivos. Llevaré aún más lejos mi primera afirmación, diciendo que la circunstancia
de que un poeta adquiera un público vasto muy rápidamente es bastante
sospechosa: pues nos lleva a temer que no esté haciendo algo realmente nuevo,
que sólo le esté dando a la gente algo a lo que ya está habituada, y que por lo
tanto ya había recibido de los poetas de la generación precedente. Pero que un
poeta tenga el público adecuado, pequeño, en su propio tiempo es importante.
Siempre debería haber una reducida vanguardia, capaz de apreciar la poesía, que
sea independiente y se adelante un poco a su época y esté dispuesta a asimilar
con mayor rapidez las novedades. Que la cultura se desarrolle no significa que
todo el mundo deba estar en primera línea, lo cual se reduce a conseguir que
todos mantengan el paso; significa que se mantenga una élite tal, con el cuerpo
principal y más pasivo de lectores a no más de una generación de distancia. Los
cambios y desarrollos de la sensibilidad que se manifiestan primero en algunos
se abrirán paulatino paso en el lenguaje, mediante la influencia de ellos en otros,
más prontamente populares; y cuando también ellos hayan llegado a establecerse,
se hará preciso un nuevo avance. Es a través de los autores vivos, por lo
demás, que perduran los muertos. Un poeta como Shakespeare ha influido muy
profundamente en el idioma inglés, no sólo por el efecto en sus sucesores
inmediatos. Porque en los grandes poetas hay aspectos que no surgen a la luz en
seguida; y, al ejercer influencia directa en poetas de varios siglos después,
continúan repercutiendo en el idioma vivo. Sin duda, si un poeta inglés quiere
aprender a usar las palabras en nuestra época, deberá estudiar rigurosamente a
aquellos que las usaron mejor en la suya; a aquellos que, en su día, renovaron
el idioma.
Hasta aquí no he hecho más que
sugerir el punto último al cual, en mi opinión, puede decirse que alcanza la
influencia de la poesía; y acaso esto se exprese mejor con el aserto de que, a
la larga, el hecho de que se lea y disfrute o no la poesía tiene repercusiones
en el habla, en la sensibilidad, en las vidas de todos los miembros de una
sociedad, en todos los miembros de la comunidad, en el pueblo entero; y hasta
las tiene, de hecho, que conozcan o no los nombres de sus grandes poetas. En la
periferia más lejana la influencia de la poesía es, por supuesto, muy difusa,
muy indirecta y muy difícil de demostrar. Es como seguir el curso de un pájaro
o un avión en un cielo transparente: si uno lo ha visto cuando estaba muy
cerca, y no le quita el ojo a medida que se aleja cada vez más, lo seguirá
viendo aún a gran distancia, una distancia a la cual otra persona no podrá
divisarlo por más que uno procure señalárselo. Así, si siguen ustedes la
influencia de la poesía, de los lectores más afectados por ella a esa gente que
no la lee nunca, la encontraran presente por doquier. Al menos la encontrarán
si la cultura nacional está viva y sana, porque en una sociedad sana existen
una influencia recíproca y una interacción continuas entre cada parte y las
demás. Y es esto lo que quiero decir cuando hablo de la función social de la
poesía en su sentido más amplio: que, en proporción a su excelencia y vigor,
afecta al lenguaje y la sensibilidad de la nación entera.
No imaginen ustedes que digo
que el idioma que hablamos está exclusivamente determinado por nuestros poetas.
La conformación de la cultura es mucho más compleja. En igual medida será
verdad, por cierto, que la calidad de nuestra poesía depende de cómo la gente
use su idioma: pues el material de un poeta debe ser el idioma propio tal como
se habla realmente a su alrededor. Si el idioma está mejorando, el poeta se
beneficiará; si se está deteriorando, tendrá que extraerle lo mejor que pueda.
Hasta cierto punto la poesía puede preservar, e incluso restituir, la belleza
de una lengua; también puede ayudarle a desarrollarse, a ser tan sutil y
precisa, en las condiciones más complicadas y para los cambiantes propósitos de
la vida moderna, como lo fuera en y para una época más simple. Pero la poesía,
como cualquier otro elemento de esa misteriosa personalidad social que denominamos
nuestra "cultura", ha de depender de muchísimas circunstancias que
escapan a su control.
Lo cual me conduce a algunas
reflexiones de naturaleza más general. Hasta aquí he hecho hincapié en la
función nacional y local de la poesía; y habrá que modificar esto. No quiero
dejar la impresión de que el contenido de la poesía sea separar a unos pueblos
de otros, porque no creo que las culturas de los varios pueblos de Europa
puedan florecer aisladas entre sí. Altas civilizaciones del pasado, sin duda, produjeron
gran arte, pensamiento y literatura pese a haberse desarrollado en el
aislamiento. No puedo hablar de esto con seguridad, porque acaso algunas no
hayan estado tan aisladas como parece en principio. Pero en la historia de
Europa no ha sido así. Hasta la Grecia antigua le debió mucho a Egipto, y algo
a las fronteras asiáticas; y en las relaciones entre estados griegos, con sus
diferentes dialectos y sus hábitos diferentes, encontramos influencias y
estímulos recíprocos que son análogos a las que existen entre los países de
Europa. Pero la historia de la literatura Europea no manifiesta que alguno de
estos países haya sido independiente de los demás; sino, más bien, que ha
habido un intercambio constante, y que cada uno se ha visto periódicamente revitalizado
por estímulos exteriores. En la cultura, la autarquía general simplemente no da
resultado: la esperanza de perpetuar la cultura de un país reside en la
comunicación con los demás. Pero si la separación de culturas dentro de la
unidad de Europa es un peligro, también lo sería una unificación que deviniera
uniformidad. La diversidad es tan esencial como la fusión. Por ejemplo, hay
mucho que decir sobre el uso, para fines limitados, de una lingua franca
universal como el esperanto o el inglés básico. ¡Pues qué imperfecta sería la
comunicación entre naciones si se realizara totalmente a través de una lengua
tan artificial! O bien la adecuación sería completa en algunos aspectos, y en
otros habría una incomunicación total. La poesía nos recuerda cuántas cosas hay
que sólo pueden decirse en un idioma y son intraducibles. La comunicación
espiritual entre pueblo y pueblo no se cumple sin individuos que se tomen el
trabajo de aprender al menos un idioma aparte del suyo, y que por lo tanto sean
capaces, en mayor o menos grado, de sentir en otra lengua. Y, de este modo, la
comprensión que tenemos de otro pueblo necesita suplirse con la de los
individuos de ese pueblo que se han tomado la molestia de aprender nuestro
idioma.
Incidentalmente, el estudio de
la poesía de otro pueblo es particularmente instructivo. He dicho que hay
cualidades de la poesía de cada lengua que sólo los nativos de esa lengua
pueden entender. Pero esto tiene otro costado. A veces, intentando leer en un
idioma que no conozco muy bien, he descubierto que no comprendía bien un
fragmento en prosa hasta que aplicaba los patrones del maestro de escuela: es
decir, tenía que estar seguro del significado de cada palabra, aprehender la
gramática y la sintaxis y entonces podía pensar el pasaje en inglés. Pero
también he descubierto a veces que una pieza poética que era incapaz de
traducir, que contenía muchas palabras para mí desconocidas y oraciones que no
podía construir, transmitía algo vívido e inmediato que era único, diferente de
cualquier cosa que exista en inglés: algo que yo sentía que estaba
comprendiendo aunque no pudiera ponerlo en palabras. Y al aprender mejor ese
idioma me daba cuanta de que la impresión no era ilusoria, algo, no imaginado,
sino que realmente estaba allí. De modo que en la poesía uno puede entrar de
vez en cuando en otro país, por así decir, antes de tener el pasaporte y el
billete.
De modo que la pregunta sobre
la función social de la poesía nos lleva, quizá inesperadamente, a la cuestión
toda de la relación entre países de distinto lenguaje, pero cultura vinculada,
dentro del ámbito de Europa. Sin duda no pretendo pasar de este punto a
cuestiones puramente políticas; pero desearía que quienes se ocupan de
cuestiones políticas frecuentasen más las que yo acabo de considerar. Pues
éstas son la cara espiritual de unos problemas cuya cara material concierne a
los políticos. En mi lado de la frontera uno se ocupa de cosas vivas que tienen
leyes propias de crecimiento, que no siempre son razonables, pero que la razón
debe aceptar de todos modos: cosas que no pueden planificarse claramente y que
no aceptan la disciplina más que los vientos y las lluvias y las estaciones.
Si, finalmente, acierto
creyendo que la poesía desempeña una "función social" para todo el
pueblo del idioma de un poeta, sea o no consciente de la existencia de éste,
puede deducirse que a cada pueblo de Europa le importa que los otros sigan
teniendo poesía. Yo no puedo leer poesía noruega, pero si me dijesen que ya no
se escribe poesía en lengua noruega sentiría una alarma que sería algo más que
comprensión generosa. Lo consideraría un brote de enfermedad capaz de
extenderse por todo el continente; el comienzo de una decadencia cuyo
significado sería que gentes de todas partes ya no podrían expresar, y por lo
tanto sentir, las emociones de los seres civilizados. Es algo, por supuesto,
que podría suceder. Por todas partes se ha hablado mucho de la decadencia de la
sensibilidad religiosa. El problema de la época moderna no es la mera
incapacidad de creer ciertas cosas sobre Dios y el hombre que creían nuestros
padres, sino la incapacidad de sentir como ellos respecto a Dios y al hombre.
Una creencia en la que ya no se cree es, hasta cierto punto, algo todavía
comprensible; pero cuando desaparece el sentimiento religioso, las palabras en
las que los hombres se han esforzado por expresarlo pierden sentido. Es cierto,
lo mismo que el poético, el sentimiento religioso varía naturalmente de un país
a otro y de una época a otra; el sentimiento varía, aun cuando la creencia, la
doctrina, sigue siendo la misma. Pero esta es una condición de la vida humana,
y lo que a mí me causa aprensión es la muerte. Es bien posible que el
sentimiento de la poesía, y los sentimientos que son la materia de la poesía,
desaparezcan en todas partes: lo que acaso ayude a facilitar la unificación que
algunos consideran deseable en bien del mundo."