jueves, agosto 27, 2020
Lelé Santilli*: Tres Poemas
lunes, agosto 24, 2020
Gerardo Daniel Cirianni: Las otras voces
Así que desde los primeros días de mi vida escuché tres lenguas: el castellano porteño, el calabrés y la refinada lengua del Dante. Las tres las oía con fascinación. Y en las tres escuché tantas cosas, que las supe querer de la mejor forma que se puede: viviendo en ellas, escuchando y escuchándome en ellas. Tal vez en esos días empezó este camino de gusto por las palabras, camino que me acompañará hasta el final.
Cuando apenas tenía cuatro años, nos fuimos a vivir a un pueblo pampeano. Allí las voces, crecieron y se multiplicaron. El napolitano de Sara, de ojos mediterráneos, y su hermano Antonio, los almaceneros del pueblo. Los Cacace eran trabajadores y parlanchines, y todos disfrutábamos de las constantes us de sus conversaciones napolitanas. Y a la hora del ir a comprar la leche, escuchábamos a los vascos Del Carre añorar su lejano Bilbao mientras descargaban los tambos de 50 litros de leche que traía Martín, el mayor de ellos. Martín manejaba las bridas de cuatro caballos como si fuera un sulky. Cuando en la escuela supe de las carreras de cuadrigas de los romanos, yo estaba seguro que habían sido los vascos sus inventores. Cuando había que reparar el calzado, era González quien sin duda mejor podía hacernos el trabajo. González lloraba por su perdida España. En su voz escuché por primera vez El ejército del Ebro. Y en el tambo de Los Del Carre trabajaba El pampa de quien el tiempo me perdió su apellido.
El pampa podía ordeñar o domar potros, lazar novillos o armar la mejor ronda de mate. Y sus voz pausada de peón rural, hijo, nieto y biznieto de argentinos narraba historias de espantos y aparecidos, de luces malas, de novias que lo seguían esperando. Imposible olvidar a Sofía, la gitana, la de los ojos verdes, las maldiciones rojas y ese idioma que sólo se entendía en su campamento.
Así empezó el gusto por las palabras, sus ritmos, sus silencios, sus imperiosas necesidades de decir y de callar.
Y a los nueve años nos fuimos a vivir a la gran ciudad. Buenos Aires, la maravillosa y monstruosa Buenos Aires me dejó sin aire y guardé silencio durante un año.
La escuela también fue un mundo nuevo. Las maestras tenían otro humor, gritaban con facilidad y les costaba aprender los nombres de todos.
Otras entonaciones me nacieron a lo largo de la educación primaria: pude escuchar cómo en el polaco Zielinsky aún resonaba la voz de su abuela de Cracovia. También advertí cómo al rusito Lebush, mi compañero de tercero y cuarto grado, hijo del librero del barrio, hablaba en un castellano extraño. Mucho después supe que eso tenía que ver con el idish de su padre. Pero lo que más recuerdo era la entonación aymara de Ledesma y el tono de desprecio que usaba Estrada cuando hablaba de los bolivianos. De a poco, empecé a entender y sentir que cada lengua no solo tenía entonaciones sino privilegios o rechazos en este universo tan peculiar en que desde hace mucho está inmersa la amorosa y horrible ciudad de Buenos Aires.
Sobre el final de mi escuela primaria empecé a conocer el mundo de las historias prohibidas. A un lado de la vías del ferrocarril, cerca de la estación Villa Luro, se juntaban algunos pibes para fumar a escondidas y leer fotonovelas que, según indicaban en su portada, eran prohibidas para menores de dieciocho años.
El niño del campo, que a su llegada a la gran ciudad no se atrevía a asomar la nariz a la calle, sintió que la pampa se le desdibujaba, al mismo tiempo que las historias imposibles de contar en casa lo inquietaban, en particular por las noches.
El tránsito a la escuela secundaria desplegó nuevas sorpresas. No podría decir que tengo claros recuerdos de nuevas entonaciones, pero fue en esa etapa de mi vida donde descubrí con claridad que las palabras forman parte de historias y que estas historias pueden transmitir sensaciones bien distintas si son leídas con emoción o apatía, espíritu de exploración o cumplimiento rutinario de una encomienda.
Es decir, descubrí la literatura y lo maravillosa o tortuosa que puede ser según las voces que nos conducían al amor o al odio. Del sentimiento de odio no vale la pena hablar. Fue tanto y tan reiterado en esta etapa escolar que por suerte triunfó el olvido. Pero si de amor se trata, quiero decir que fue el profesor Ayabar y sus lecturas del Cid y del Quijote, su emoción que en ocasiones llegaba a las lágrimas, la que me contó que eso era lo que más me gustaba en el mundo: escuchar leer con pasión y reunirme con otros y otras que compartieran este gusto para navegar por todos los climas de la palabra.
Y así, casi sin darme cuenta, me recibí de maestro.
Desde el día que salí de la escuela Normal hasta el día en que aterricé en la vida real pasó muy poco tiempo. Apenas un suspiro, solía decir mi madre desde su poesía de lo cotidiano.
Las aulas del Colegio Normal Mariano Acosta y sus muros centenarios me enseñaron cosas. Me hablaron de Grecia y Roma, del Orinoco y del teorema del gran Tales, natural de Mileto, como mis abuelos Antonio y Maria, que nacieron veinticinco siglos después en esa misma comuna de Calabria pero nunca tuvieron la fortuna de que alguien les acompañara en el camino de aprender a leer y escribir.
En el Mariano Acosta, donde pasé cinco años de mi vida, me hablaron de Freud, de John Dewey, de Descartes, de Esopo, de Baudelaire, todo lo cual, sin duda, fue para mi oro en polvo. Y lo digo muy seriamente, pues si algo descubrí a lo largo del camino como maestro es que a los chicos y a los adultos con los que he trabajado siempre les encantó que les platique de otras historias, de otras geografías, de otras voces, de otras músicas, porque ellas les permitían soñar e imaginar paisajes más allá de los que les ofrecían sus vidas cotidianas.
El único problema fue que cuando salí de la escuela no tenía ni idea de donde quedaba Villa Lugano, el barrio donde empecé a trabajar. En ese momento de dramática tensión supe que, en no pocas ocasiones, para la escuela que nos formaba, Paris o Milán y su escala eran menos ajenas que los barrios de la ciudad en la que todos vivíamos y pocos conocíamos.
Así que esa parte de la historia y la geografía la tuve que aprender sobre la marcha, de la mano de otros y otras maestros y maestras con los que empezamos a vivir en la verdadera ciudad de Buenos Aires, o sea la de todos sus rincones, la de todos sus vecinos, la de todos sueños, alegrías, dolores, éxitos y fracasos de sus habitantes.
Dos años en la Villa 20 de Lugano fueron suficientes para aprender cual era el oficio que amaba y qué voces me acompañarían. El tiempo sin duda ha borrado algunas, eso es inevitable. Haré el recuento de las voces imborrables que todavía me acompañan: la del negrito Juan Carlos por ejemplo, con su guitarra y la tonada tucumana de la abuela que también era su madre, las de Mario y Bienvenido y sus matices tarijeños, la de Myriam y su guaraní dulce, ya algo aporteñado, la de Diego y su entonación cochabambina, la de Blanca y su castellano chaqueño guaranítico. También hubo un Ledesma, no mi compañero de la escuela primaria, sino mi alumno boliviano paceño que se emocionaba al cantar canciones rancheras mexicanas. Todos fuimos de algún modo sus alumnos de canto.
En Villa Lugano aprendí algo de una vez y para siempre: que no hay escuela sin comunidad, que puede haber comunidad sin escuela, que la escuela puede ser compañera de la comunidad, que la escuela también puede ser una herida en la comunidad. Que todo eso es posible, que no hay que perderlo nunca de vista y que uno debe decidir el andarivel en el que quiere transitar su oficio.
Dan vuelta también por ahí las voces de varios adultos del barrio: Cacho y Tito Muñoz, dos hermanos inseparables, metalúrgicos y compañeros de un sindicalista histórico: Don Lorenzo Miguel. Hablar de ellos es escuchar la entonación porteña de los márgenes de la ciudad europea, la entonación que tanto desprecio genera en el centro o en los barrios acomodados de la ciudad blanca.
Ellos y varios de sus amigos levantaron los muros de la escuela en la que trabajamos. Y nosotros, los maestros, fuimos sus peones, porque de construcción sabíamos poco y nada.
Digo nosotros y el plural corresponde, pues esos dos años compartí la vida y las aulas con Eduardo y con Daniel. Decir Eduardo es escuchar la entonación del Parque De los Patricios. Decir Daniel era escuchar la entonación suave y pausada de un muchacho de clase media que había decidido que el mundo era mas grande que Villa Crespo, donde vivía con sus padres. Eduardo fue asesinado por la dictadura. Daniel hoy sigue dando clases en la Universidad de Buenos Aires. Y yo ando aquí contándoles estas cosas por si a alguno de ustedes se interesa en ellas.
viernes, agosto 14, 2020
Carta Colectiva al Ministro de Cultura ante los hechos sucedidos contra el colectivo de poetas
Carta Colectiva al Ministro de Cultura ante los hechos sucedidos contra el colectivo de poetas
11 de agosto de 2020
Al Ministro de Cultura de la Nación, Sr. Tristán Bauer:
Mediante la presente, lxs abajo firmantes manifestamos nuestro repudio a los dichos de la directora del Fondo Nacional de las Artes, arquitecta Diana Saiegh, quien en una entrevista pública descalificó al colectivo de poetas que días atrás había expresado su disconformidad frente a la restricción con que se planteó este año el Concurso de Letras promovido por tal entidad. Estas declaraciones, que fueron parte de una constante actitud de rechazo y tergiversación del FNA hacia los reclamos de un sector de lxs escritorxs, tuvieron lugar el sábado 8 de agosto de 2020 en el programa de la TV Pública, Los siete locos, conducido por Cristina Mucci.
Dada la asimetría de poder que le otorga el ejercicio de un cargo público, facilitador, por otra parte, del acceso a los medios de comunicación hegemónicos, consideramos de gravedad los términos que eligió Diana Saiegh para referirse a nosotrxs y responder a la situación de forma defensiva, ofensiva y renegatoria: "Los poetas se quejaron porque están acostumbrados a que el Fondo sea una especie de proveedor permanente", dijo la funcionaria. Parece increíble tener que aclarar que lxs poetas de ningún modo vivimos del Estado. Esto, además de una mentira, es una afirmación que revela un desconocimiento total de la actividad. Por el contrario, tenemos que poner plata de nuestro bolsillo para publicar ediciones de no más de 300 ejemplares, o para hacer nuestros propios ciclos de lectura y generar así espacios de difusión. Cuando somos invitados a un festival solemos pagar todos o casi todos los gastos. Muchxs dictamos talleres para sobrevivir. Los escasos concursos públicos nacionales que se nos ofrecen son los que permiten cierta visibilidad o prestigio local. Muchxs poetas mueren y sus obras suelen perderse por no poder ser reeditadas, a menos que haciendo un gran esfuerzo sean rescatadas por una pequeña editorial independiente. En palabras de Juan Gelman: "Mi madre tenía razón, de la poesía no se vive. Se puede vivir para la poesía, pero de ella no. No en mi caso por lo menos. Siempre hay que tener, lo que se llama, el segundo oficio para vivir”.
Creemos que la poesía es un campo específico dentro de la literatura, que requiere por tanto sus propios criterios de política cultural, atentos a esa especificidad. Quienes nos abocamos activamente a la promoción de la lectura y la escritura de poesía (generando programas en escuelas, colecciones de poesía, traducciones, mesas de lecturas, en las bibliotecas populares sostenidas por el esfuerzo colectivo de las organizaciones comunitarias y alfabetizando en las calles y barrios) lo hacemos en la mayoría de los casos sin recurso alguno por parte del Estado. Es más, no han existido durante toda la pandemia programas destinados a colaborar con la continuidad de dichas actividades. Por lo tanto, distamos de considerar al FNA como un “banco”, tal como ha dicho la funcionaria, sino como lo que es: un organismo autárquico dependiente del Ministerio de Cultura, destinado al fomento de las Artes.
Una andanada de escraches, agresiones y acusaciones varias se habían lanzado días antes de la aparición de Saiegh en Los siete locos contra quienes, en las redes sociales, cuestionamos la propuesta del Concurso de Letras en su edición 2020 (incluso algunxs trabajadorxs de la palabra optaron por el silencio, por temor a perder las pocas oportunidades laborales o de reconocimiento que se nos ofrecen). Se entenderá entonces que las declaraciones de la funcionaria solo sumaron al asunto más estigmatización.
La controversia se había originado cuando la directora del FNA, asesorada por la titular del área de letras, Mariana Enríquez, con anuencia del directorio (así lo manifestó ella) modificó las reglas de los certámenes anuales, históricamente libre para todxs lxs autorxs. En esta oportunidad, se decidió acotar la convocatoria a tres áreas temáticas (Ciencia ficción, Fantástico y Terror), que muchxs de nosotrxs entendemos que son infrecuentes dentro de la poesía. Esta limitación es compartida por gran cantidad de narradorxs que también quedaron fuera de juego.
Tal vez sea sólo casualidad, pero como casi todxs sabemos, la directora del área de Letras cultiva en su producción literaria las mismas temáticas que promovió para el concurso. Temáticas que, por otra parte, pensamos más afines al mercado editorial y multinacional que a la realidad diversa de la escritura. El criterio excluyente lo asume la misma Enriquez que declaró en Infobae Cultura: "(…) Pero ponele que sea un sesgo que a muchos les parece que deja de lado. Por supuesto que todo sesgo es una decisión que es una intervención, es decir ‘voy a poner foco en este género’, que yo considero que en Argentina le falta estímulo. Y eso va a dejar de lado a otros que yo creo que tienen mayor legitimidad y estímulo". En lugar de incluir, excluye sin hacer mea culpa alguna.
Como colectivo, no aceptamos el intento de pedido de disculpas de Saiegh, publicado en La Nación, en la nota de Daniel Gigena del día 10 de agosto. No creemos que se tratara simplemente de "herir sensibilidades", como dijo, sino de confirmar con su opinión la invisibilización de nuestro reclamo. Expresiones como que se deje avanzar a las nuevas autoridades "sin tanta presión ni crítica" creemos que son amedrentadoras y discordantes con la política democrática de un gobierno popular. Quienes trabajamos por una cultura crítica nos oponemos fuertemente a este tipo de operaciones.
No se nos escapa la dificultad de llevar adelante un concurso en esta época y saludamos a medidas de apoyo como las Beca Sostener, que el FNA ha implementado, así como también la propuesta de los premios federales. Pero la solicitada que publicamos el día 27 de julio y que contó con 457 firmas, apuntaba a señalar las condiciones implícitamente excluyentes respecto de este concurso en particular para el amplio espectro de la poesía argentina. El ajuste que se lleva adelante reduce no solo el número de lxs postulantes sino también de lxs trabajadorxs. De doce premios se pasó a nueve este año y el certamen de poesía fue eliminado, excluyendo a los tres jurados expertos en la materia y a lxs prejuradxs. Visibilizar lo inaceptable de tal arbitrariedad institucional es nuestro reclamo central.
En un primer momento, cuando recién se publicaron las bases, supusimos que era un error de parte del FNA que la protesta de lxs compañerxs haría que fuera corregido rápidamente. Nada de eso ocurrió. Por el contrario, se nos presentó a lxs poetas como adversarios desde una visión elitista y conservadora que nos asume como una suerte de parásitos estatales (este tipo de razonamientos fueron típicos del gobierno anterior y no creímos que volveríamos a escucharlos).
Para terminar, resulta necesario remitirnos nuevamente a la función del Estado, que es promover y proteger los bienes culturales y simbólicos de la sociedad. Al mismo tiempo, la función de un gestor cultural debe superar sus propios gustos e intereses para contribuir al bien común, permitiendo que todas las ideas puedan desarrollarse y todos los grupos ser representados en lugar de agredidos usando para eso el poder del aparato mediático.
Lxs aquí firmantes exigimos, entonces, una rectificación del rumbo de las decisiones que el FNA ha tomado en torno al concurso nacional y un desagravio público.
domingo, agosto 09, 2020
Olga Orozco: "Boca que besa no canta"
Boca que besa no canta: Reportaje a la poeta argentina Olga Orozco

Ella dice que habla en endecasílabos, con la medida de su respiración. Dice también que nunca se sintió poeta. Que su poesía ha sido una apuesta esperanzada y sin esperanza a la vez, apenas una aproximación, una búsqueda de respuesta a cada interrogante. Sin embargo, la que habla es Olga Orozco, la autora de libros como Los juegos peligrosos, Museo salvaje, La noche a la deriva. Su casa llena de luz es el lugar de encuentro, la escena propicia para la conversación.