Alberto Vanasco: "Roberto Artl y su época", texto de introducción al libro Los lanzallamas
ROBERTO ARLT Y SU ÉPOCA
Por Alberto Vanasco
“Roberto Arlt pertenece a una generación de escritores latinoamericanos que, nacidos hacia las postrimerías del siglo XIX, empiezan a realizar, en la tercera década de este siglo, una literatura atenta a la realidad social y física de América del Sur.
Los novelistas de esta generación que sobresalen son: José Eustasio Rivera (1889-1928), quien publica en 1925 La vorágine, en la que describe la vida y el paisaje de los llanos del Orinoco y de la selva del Amazonas; Ricardo Güiraldes (1886-1927), que en 1926 da a conocer Don Segundo Sombra, donde relata las vicisitudes existenciales de un gaucho de la pampa argentina; Rómulo Gallegos (1884-1969), que en Doña Bárbara (1929) narra la vida en las sabanas venezolanas; Jorge Icaza (1906), quien denuncia en Huasipungo (1934) las formas de explotación de los indios en la meseta ecuatoriana. Y Roberto Ant, nacido en 1900, que es entre todos ellos el que ha de novelar el drama urbano de América Latina.
No es casual que el escritor de los conflictos ciudadanos sea un habitante de Buenos Aires, ciudad que no sólo es la más extensa y populosa de Sudamérica, sino que por sus características culturales y económicas constituye un orbe aislado y autónomo. Ubicada en la desembocadura de dos grandes ríos, cuyas cuencas abarcan una tercera parte del continente, Buenos Aires es una ciudad que tiene su propia música, que es el tango, un dialecto particular, que es el lunfardo, y hasta un medio público de transporte original, que es el colectivo. Y este cosmos se divide además en territorios menores, cada uno con su personalidad y carácter, que son sus cien barrios.
Al borde de la tierra, fija sus ojos en Europa, y levantada junto al río, con diques, vías de ferrocarril y factorías, se aísla del agua. En resumen, una isla, un universo estanco sin paisajes ni playas. La vida nocturna y el fútbol acaparan sus emociones,
En esta ciudad nació y vivió Roberto Arlt, quien, además, congregaba en su personalidad los principales conflictos sociales y culturales de un hombre de su tiempo, era hijo de inmigrantes y procedía de la pequeña burguesía, la cual, debido al acelerado movimiento de clases que experimentó la sociedad argentina a principios de siglo, debió soportar agudos problemas sociales, culturales y económicos, que son los que en última instancia reflejan las novelas de Arlt.
Su padre se llamaba Karl Arlt y había nacido en Poznan, una ciudad disputada por austríacos y polacos. Su madre, Catharine Iobstraibitzer, era oriunda de Trieste, encrucijada también de idiomas y nacionalidades. El padre, por lo tanto, hablaba alemán, y la madre, italiano. El matrimonio tuvo primero una hija, cuyo nombre fue Luisa. Luego nació Roberto, el 2 de abril de 1900, a quien le adjudicaron, además, los nombres de Godofredo Christophersen. Lecturas caóticas y ávidas, provenientes en su mayor parte de las ediciones baratas y bastardas de la época, junto a momentáneos trabajos en los menesteres más diversos, fueron sentando las bases de su destino de escritor A esto se sumó, como sublimante, una desastrosa relación con los padres. Y asimismo una primera frustración al no poder ingresar en la Escuela de Mecánica de la Armada. A partir de este momento su vocación se vuelca definitivamente hacia la literatura.
A los 16 años, cuando publica su primera colaboración en La Revista Popular, que dirige don Juan José de Soiza Reilly, se siente ya consagrado y señalado. A los veinte da a la imprenta su primera tentativa novelística, El diario de un morfinómano, que no reconoció luego en su bibliografía. Al año siguiente hace un viaje a Córdoba por motivos de trabajo y conoce allí a Carmen Antinucci, con quien se casa en 1922. Su hija Mirta Electra nace en Cosquín, centro importante de residentes tuberculosos, donde deben establecerse por algún tiempo. Arlt no tuvo conocimiento hasta después de casados de la enfermedad de su mujer, y este embuste familiar es otro de los graves factores que contribuirán a acentuar la acrimonia de su carácter. En esos años escribe El juguete rabioso, su primera obra de importancia, editada en 1926, donde transmuta casi todos los episodios significativos de su existencia hasta ese momento,
En Buenos Aires, a la sazón, se lleva a cabo una renovación literaria que es motivada por la declinación del modernismo. Este nuevo florecimiento de la actividad poética y novelística se manifiesta a través de dos vertientes: el grupo denominado de Florida, como alusión a la calle céntrica en torno a la cual actuaba, y cuyas coordenadas creadoras eran la estética y la expresión individual; y el de Boedo, por el barrio suburbano en que residía la mayor parte de sus animadores, y que se caracterizaba por su predilección por los temas sociales y realistas, y las formas populares de expresión. Cada uno de estos grupos desatendía, desde luego, lo que el otro más cuidaba.
Roberto ArIt fue reconocido y favorecido, curiosamente, por los participantces de ambas tendencias, y gozó de la amistad de los más destacados entre ellos. En el grupo de Boedo, de Elías Castelnuovo, Roberto Mariani y Leónidas Barletta. En el de Florida, de Ricardo Güiraldes, Carlos Mastronardi, Conrado Nalé Roxló y Córdoba Iturburu. Es en la revista, en cuya dirección se encuentra precisamente Ricardo Güiraldes junto a Pablo Rojas Paz, Brandán Caraffa y Jorge Luis Borges, donde se publican los primeros capítulos de El juguete rabioso. Empieza por ese entonces a trabajar como cronista policial en el diario Crítica, el vespertino más popular de Buenos Aires, y esa práctica periodística le ha de deparar tanto el arsenal fabuloso de caracteres y peripecias de la fauna urbana que volcará en sus novelas, como el vocabulario heterogéneo y pintoresco de su lenguaje narrativo.
Pero es en la Editorial Haynes, que publica el matutino El Mundo, donde Roberto Arlt adquirirá popularidad como periodista, con una notoriedad que en vida nunca le darían sus libros. Fue llevado a la Editorial Haynes por Conrado Nalé Roxlo, que dirigía en dicha casa la revista Don Goyo. Pasó casi en seguida a integrar el equipo de redacción del diario El Mundo, y el director, Carlos Muzio le encargó una serie de notas firmadas, sus famosas “Aguafuertes”, que pronto le darían reputación de columnista original y espontáneo No eran pocos los que se suscribían al diario sólo para leer sus notas.
Esos fueron los años de plenitud y realización para Roberto Arlt. Tenía 28 años, no pasaba apremios económicos, el trabajo que hacía le entusiasmaba y se sentía lleno de fuerzas, de inspiración, de confianza. Se pone entonces a trabajar, ahora sí, en una novela en serio, como las de los maestros que admiraba, con plan, trama, acción y mensaje. La escribe de un solo impulso, sin releer ni corregir los originales, que prácticamente va entregando a la imprenta a medida que los mecanografía. Pero avanza en su redacción con seguridad y exactitud, como si ya tuviera pensadas cada una de las situaciones o frases con que las describiría, como “si Dios o el Diablo estuvieran junto a uno dictándole inefables palabras”, según diría después en el prólogo de Los lanzallamas.
La primera parte de la novela aparece en 1929 con el título de Los siete locos. El libro consigue atraer la atención de otros escritores como así también de muchos lectores atentos, y obtiene además un tercer premio municipal. Su autor no se detiene allí. Continúa con el desarrollo de las situaciones sin perder intensidad ni amplitud y al año siguiente concluye la segunda parte, a la que titula Los lanzallamas, y que aparece en 1931.
Se encuentra en ese momento en el pináculo de su carrera y en el apogeo de su vida. Se separa, además, en esa época, de su mujer, y otra vez ve abiertas ante él todas las posibilidades para rehacer su vida. Pero 1930, desafortunadamente, fue un año crucial para los argentinos, y para casi todo el resto del mundo, y por lo tanto, también, y sobre todo, para Roberto ArIt. Una crisis internacional, un golpe de Estado en la Argentina y el descubrimiento del teatro como autor son tres hechos que marcarán en esa fecha su vida definitivamente. El colapso financiero que convulsionó la economía mundial hacia 1930 ha sido ya suficientemente estudiado. Sus efectos se hicieron sentir también en la Argentina, a los que se sumaron factores agravantes propios de los medios de producción del país. Uno de ellos, tal vez el más importante, se hallaba relacionado con el precio de la carne, el principal producto de exportación de la Argentina. Desde principios de siglo el auge económico argentino había dependido de la carne vacuna. La invención, por parte de Charles Tellier, de las cámaras frigoríficas, enriqueció a los ganaderos argentinos que pudieron llevar su producción al mercado internacional, y a través de los ganaderos todo el país experimentó una prosperidad que llegó casi al esplendor. De esa época data el legendario personaje argentino con fama de millonario que vive en París, derrochando fortunas, como el conocido protagonista de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Blasco Ibáñez. De esa época también la divulgación del tango en el mundo, pero sobre todo en la capital francesa, detrás de la prodigalidad de las familias ganaderas. Esa expansión económica, y el bienestar general resultante, persistieron hasta fines de la Primera Guerra Mundial. A partir de 1918 las nacionces lesionadas por los efectos del conflicto bélico deben dedicarse a restaurar sus finanzas, y las demandas mundiales de carne se reducen sustancialmente. Para la Argentina se inicia una lenta crisis, con las consecuencias sociales y políticas que le son inherentes, y esa paulatina desintegración será la que Arlt reflejará en sus novelas. En 1930 el ciclo se cierra con el colapso económico internacional, y la Argentina entra en un oscuro túnel que durará diez años, los que han sido denominados La Década Infame. Desde entonces las cosas para Ant ya no fueron ni tan fáciles ni tan satisfactorias. Era como si al ver ahora crudamente al descubierto las ruindades que había denunciado no se sintiera capaz de consignarlas en el papel. Termina y publica en ese mismo año de 1931 otra novela, El amor brujo, que marca ya una sensible declinación. La fuerza, la imaginería, el idioma explosivo de los libros anteriores han desaparecido; es una historia rosa contada desmañadamente, sin convicción ni grandeza, y con presunción de tremendismo. Publica además dos libros de cuentos, El jorobadito, en 1933, El cazador de gorilas, 1941, en algunos de cuyo relatos restallan algunas veces las mejores cualidades estilísticas de su autor. Pero en uno de ellos, titulado precisamente “Escritor fracasado”, Arlt parece hacer genialmente la radiografia de su incapacidad de volver a ser el creador vigoroso que había sido. Por último, el teatro se convirtió en la actividad con que disimuló su decadencia como narrador, o en el medio de expresión que realmente lo cautivó y terminó por alejarlo de su vocación de novelista.
Su dedicación al teatro se originó en forma casual. En 1930, Leonidas Barletta había estrenado en el Teatro del Pueblo, fundado por él, una pieza breve basada en la escenificación de uno de los episodios capitales de Los siete locos, bajo el título de El humillado. La acogida favorable que el público brindó a este espectáculo, el interés y el entusiasmo que los actores demostraron por sus personajes y el calor humano, además, que halló entre ellos, lo estimularon para que se pusiera a escribir directamente para la escena, y en este nuevo género obtuvo éxitos si no clamorosos al menos persistentes. No obstante, el teatro vocacional no representaba en aquellos tiempos ninguna solución económica, ni mucho menos, para ninguno de sus integrantes, y el único intento que realizó Arlt de incorporarse al teatro comercial, en 1936, con su obra en tres actos El fabricante de fantasmas, concluyó en un fracaso rotundo. En total fueron siete las piezas que escribió para el teatro. Por todo ello, para sostenerse económicamente, Arlt se complicó en una serie de maquinaciones financieras, entre cándidas y fantásticas, fundadas en inventos y negocios quiméricos, que no dieron ningún fruto, como era de suponerse, y que sólo contribuyeron a agravar su zozobra pecuniaria. Fueron como siempre sus colaboraciones periodísticas, artículos y cuentos, los que le permitieron sostenerse económicamente durante todos esos años. En 1939 conoce en la Editorial Haynes a la secretaria del director de la revista El Hogar. Ella se llama Elizabeth Mary Shine, y se casan poco después. El 26 de julio de 1942, Roberto Arlt muere de un ataque cardíaco. Tres meses después nace su hijo Roberto.
Arlt vivió un momento singular y significativo de la sociedad a que pertenecía, y lo supo captar en sus obras. Formó parte, además, de una generación de intelectuales que por primera vez en la Argentina pretendió vivir de su actividad de artistas, de escritores, de creadores, y si de algún modo lo consiguieron fue a costa del sacrificio de sus sueños y ambiciones personales. Fue por lo tanto un testigo de su época y su obra constituye un alegato en que defendió el derecho humano a la dignidad, a la independencia, sobre todo a la pureza, y en que fustigó todas las formas de la mezquindad, de la bajeza, de la perversión en que puede sumirse el hombre. Por haber vivido en el vórtice de una conmoción general que sacudió con violencia inusitada las estructuras sociales de su país, y por haber sabido reflejar esa realidad en sus escritos, Roberto Arlt pudo llevar a cabo una de las obras más originales, profundas y vigorosas de la literatura argentina.”