lunes, febrero 29, 2016

Érika Martínez Cabrera*: Poema 5. Mestizaje y rebelión (La familia china, María del Carmen Colombo)



Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino de que el calor de sus hijas desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma paciencia por sus antepasados.

El miedo le hace pitar de una boquilla elongada hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es el opio de los pueblos con que carga su boquilla el que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.

“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de mi alma este biombo musical que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad.”

Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.

Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.




Dos movimientos metafóricos contrapuestos estructuran el poema 5:

1. El abanico que se cierra, que por la vía de la sinédoque, pasa a representar los valores de la figura paterna, los de la Tradición entendida
como un lastre temible y temeroso, represivo y conservador.

2. El moño que se suelta, que por la misma vía, pasa a representar a las figuras femeninas de La familia... y, con ellas, a la rebeldía contra los valores tradicionalistas que les impiden vivenciar de una forma mestiza la inmigración.

Partiendo de esa dialéctica, el padre se aferra a sus orígenes, se construye una armadura cultural que proteja su "diganidad" de "hombre chino": por ello, y siempre dentro de la lógica estandarizadora del orientalismo, sus sentimientos son un abanico, su alma un biombo y el gesto rebelde de su hija una sombrilla cerrándose. Las hijas, por el contrario, aparecen rodeadas del imaginario porteño: "Calientan la pava" (340), y su moño al soltarse es como un bandoneón.

El desfase ideológico del padre, la ortodoxia de su tradición y su excesiva veneración de los antepasados lo convierten en un ser anacrónico y desubicado, en una víctima fácil del exotismo. El miedo a perder las raíces le conduce a una sacralización de la cultura original, a la invención de una esencia que debe ser protegida. Curiosamente, mientras protege esa reliquia hueca, girando de forma obsesiva alrededor de ella, nombrándola hasta el infinito, va transformándose en el estereotipo cultural que se repite en Occidente, en un fetiche oriental.

El gesto rebelde de una de sus hijas quiebra la estampa china. El rechazo del rancio tradicionalismo de su padre devuelve a la vida a la chica, sin distanciarla fatalmente de su origen (recordemos que, no casualmente, es "la más china de las chicas"). Una vida que es tan paradójica y mestiza como ella, mujer emigrante. Como ambas cosas se rebela.

Pues bien, La familia china bebe de esa tradición literaria modernista en la que la Mujer y el Oriente no son ni una persona ni un lugar geográfico sino un conjunto de referencias extraídas de los textos (Said 2003, 204). En el interior de la familia, se abre sin embargo un espacio de mestizaje y rebeldía que aleja a sus miembros de la pureza y sumisión que les atribuye sistemáticamente su representación. En La risa de la Medusa dice Cixous: "El otro escapa a mi entendimiento. Está en otra parte, fuera: otro absolutamente. No se afirma. Pero, por supuesto, en la Historia, eso que llamamos ´otro´ es una alteridad que se afirma, que entra en el círculo dialéctico, que es el otro en la relación jerarquizada en la que es el mismo que reina, nombra, define, atribuye ´su´ otro" (1995, 25).

Consciente en este poema del despertar que trae "el calor de las hijas", el padre de La familia... "tiene miedo", intuye un desorden. "¿Qué saben ellas, tan chiquitas?", se pregunta. Y, mientras, ellas saben.


*Fragmento extractado de Carnaval negro: Veinte poetas argentinas de los años 80, (págs. 493 a 496), texto correspondiente a la tesis doctoral de la docente e investigadora española Erika Martínez Cabrera (dirigida por el doctor Álvaro Salvador Jofré), de la Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras del Depto de Literatura Española.

**Erika Martínez Cabrera es docente e investigadora de la Universidad de Granada. Entre sus diversos trabajos se encuentran: “La narrativa breve de Silvina Ocampo”, “Dos ventanas, una luz: la prosa de Sor Juana y Santa Teresa de Jesús; “El ser invisible. Poesía argentina de los años 80, escrita por mujeres”.


(340) Pava. F. fig. Recipiente de metal o de hierro esmaltado, con asa en la parte superior, tapa y pico, que se usa para calentar agua. (DHA).




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Vicente Huidobro*: Prefacio de Altazor

Imagen extractada de http://niunsololibro.blogspot.com.ar/



Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.

Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.

Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días.

La noche,   la noche del día, del día al día siguiente.

Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.

Una tarde cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas». He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.

Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcos iris.

Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuera dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me  lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós», con su pañuelo soberbio.

Hacia las dos, aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.

Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.

Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.

Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso como un ombligo.

«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.»

Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.

Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; lo días que tienen un oriente legítimo o reconstituido, pero indiscutible.

Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.

Después bebí un poco de coñac (a causa de la hidrografía).

Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas,  y los dientes de la boca, para violar las groserías que nos vienen a la boca.
«Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»

Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.

Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.

Mi paracaídas se enredó con una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.

Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.»

«Se debe escribir en una lengua que no sea materna.»

«Los cuatro puntos cardinales son tres; el sur y el norte.»

«Un poema es una cosa que será.»

«Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.»

«Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.»

«Huye del sublime externo si no quieres morir aplastado por el viento.»
«Si yo, no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»

Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.

Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.

Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
«Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?».

«Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.»

«Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.»

«Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.» «Digo siempre adiós, y me quedo.»

«Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.»

«Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.»

«Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.”

«Ámame.»

Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.

Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.

Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanca.

Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.

Ah, qué hermoso... qué hermoso.

Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles. Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.

Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.

De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.

Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.

La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.

Aquel que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.

Aquel que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
Aquel que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las pajamas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.

Aquel que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.

Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.

Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.

El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del repos agrícola.

Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.

Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.

El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.

Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.

Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.

Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.

Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.

Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.

La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.

Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir, y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.

Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.

Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.

Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.

¿Habéis oído? Ése es el ruido siniestro de los pechos cerrados.

Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.

Hombre, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el vértigo.

Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.

Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.

¿Qué esperas?

Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.

Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.



*Vicente García-Huidobro Fernández (Santiago, Chile, 10 de enero de 1893 - Cartagena, Chile, 2 de enero de 1948), más conocido como Vicente Huidobro, poeta chileno, iniciador y exponente del movimiento estético denominado “creacionismo”, es considerado uno de los más grandes poetas chilenos, junto con Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra y Pablo de Rokha.

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domingo, febrero 28, 2016

Torres Barthe Galería: Tiempos lúdicos

*Hace clik sobre la imagen para visualizar mejor los datos.

sábado, febrero 27, 2016

Carlos Battilana: El dulce porvenir



Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad
reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso
cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
–sí, con alegría–
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños
cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
–finalmente–
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto
yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
–ya ciego–
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar
amo
con pobreza
como pude
pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
–polvo del camino–
la única propiedad
con base
en lo real.



·        Poeta argentino. De su libro Un western del frío (Ed. Viajero insomne)

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viernes, febrero 26, 2016

Servicios: María del Carmen Colombo


Corrección, reescritura y edición de libros

María del Carmen Colombo
cotocolombo@gmail.com

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Taller de Poesía: comienzos mes de abril

Jonio González: Conocimiento




  1

 

¿Cómo brutalizas 

a un hombre? 

¿Cómo le tiendes la mano 

para que te la corte? 



¿Cómo haces descender 

la niebla 

sobre la montaña 

hasta cubrirla toda? 

   


   

El agua del deshielo 

arrastra hojas. 

El hombre que ha perdido 

la mano 

se detiene para hundir 

en ella 

aquello que le falta. 

No distingue lo distinto 

de lo semejante, 

la ausencia 

de lo que se tiene. 

Echa de menos 

cuanto sujetaba 

cuanto perdía 

las formas de lo innecesario 

de lo inevitable. 

   


   

Ahora esperas un viento de tormenta 

el artífice de la furia que desencadenaste 

lo que hizo que perdieras 

el volumen de los cuerpos 

y las cosas 

los cuerpos 

y las cosas 

el tiempo que es el tiempo 

que se tarda en poseerlas. 

   


Jonio González (1954, Buenos Aires. Argentina. Desde el año 1982 reside en Barcelona)

De: "La invención de los venenos", Ediciones en Danza, 2015.

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Homenaje a Juan Rulfo

Hablar de Literatura. 1986-2016. Homenaje a Juan Rulfo a 30 años de su muerte

26/02/16   19:00 
Finalización: 21:00

Rulfo y la Revolución Mexicana. Libros, fotos, filmes. Proyección de video. Comentarios y debate. Organiza departamento de Literatura y Sociedad. Coordina: Susana Cella
Sala Jacobo Laks. 19 hs.

Centro Cultural de la Cooperación

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jueves, febrero 25, 2016

Stephen Vizinzey: Importancia de la Literatura y arte en general



Gracias Mónica Sifrim

"Tolstói estableció una comparación muy profunda entre el arte y la comida: la gente que piensa que lo más importante de la comida es el placer que nos proporciona y la exquisitez de su elaboración no entiende que la verdadera función de la comida es nutrirnos. Lo mismo puede decirse del arte. Su función principal es cultivar nuestra conciencia, nuestra alma, hacernos conscientes de que formamos parte de la raza humana, de que no estamos solos. Sin embargo, los escritores jóvenes de hoy lo tienen difícil, porque la idea más popular entre la gente es que el arte sirve para entretener, es un espectáculo.
Yo tuve la suerte de nacer en Hungría, donde el arte se consideraba un alimento espiritual. A pesar de todas las tiranías que sufrimos, encontrábamos la libertad en el arte y la poesía. El poeta siempre hablaba de sí mismo y era el tribuno del pueblo: la voz que pronunciaba las cosas que el dictador de turno no quería oír. Los poetas que yo admiraba eran personas que hablaban en nombre del pueblo, de la nación, porque nosotros no teníamos ni democracia, ni un parlamento libre, ni libertad de prensa. Grandes poetas húngaros fueron asesinados, otros tantos se murieron de hambre, otros se suicidaron, pero dejaron un legado que a los diez u once años me permitió sentirme orgulloso de mí mismo como parte de la humanidad. Gracias a ese legado supe que no estaba solo.
Lo más importante del arte, de cualquier arte, aunque yo realmente solo puedo hablar del arte de la literatura, es pues que gracias a ella aprendemos dos cosas importantísimas: que no estamos solos y que podemos comunicarnos. Tolstói afirmó que la gente que no es consciente de su historia, que desconoce lo que ocurrió antes de que ellos nacieran, son salvajes. La literatura establece un vínculo entre el sujeto y la humanidad. La tiranía bajo la que yo vivía en Hungría me enseñó estas cosas.
Otra cosa que me inspiró es que tuve la suerte, en varias ocasiones –primero a los ocho años, luego a los trece, de nuevo a los veintidós–, de estar cerca de la muerte. Es muy importante ser consciente de tu propia mortalidad, porque si no lo eres es mucho más fácil que los demás te controlen. Ahora mismo estoy escribiendo una novela sobre el líder de la lucha contra la mafia en Italia en tiempos de Andreotti. Fue nombrado comisario antimafia y Andreotti, que no pudo impedirlo porque era demasiado popular después de haber liberado a un general norteamericano secuestrado, lo felicitó y le dijo: “Sin duda, hace falta muchísimo valor para asumir este puesto, porque debe saber que la mafia va a intentar matarle”.  El comisario le respondió: “¿Quiere decir que si me muestro sumiso viviré para siempre?”.
Los grandes crímenes de la humanidad, empezando por el nazismo, no habrían tenido lugar si todos hubiesen sido conscientes de su propia mortalidad. Hace poco estuve en el Museo del Prado y me sorprendí otra vez al ver cuántas calaveras se ven en sus cuadros: calaveras que nos recuerdan nuestra propia mortalidad, que forma parte de la vida. Sin embargo, si somos conscientes de nuestra propia mortalidad es mucho más fácil ser una persona libre e independiente, es mucho más fácil emitir los propios juicios sobre la vida y opinar por uno mismo. Y la literatura ayuda: un gran libro es como una partitura: solo el cincuenta por ciento del texto está escrito sobre el papel. Hay puntitos sobre el pentagrama, pero estos puntitos carecen de sentido hasta que los músicos interpretan lo que está escrito. En ese sentido, la lectura es una experiencia creativa. Nosotros somos como el intérprete, como el músico que lee la partitura y le da a lo escrito un significado adicional: completa una obra incompleta y la convierte en una realidad viva en nuestra cabeza, lo cual es extremadamente importante, incluso desde el punto de vista fisiológico.
Incluso los libros que son puro entretenimiento, como los libros policíacos, obligan al lector a pensar algo, aunque sea solo quién puede ser el asesino. Aunque sea la forma de literatura más popular y más fácil, el lector piensa y es mucho mejor leer estos libros que no leer nada. El cerebro necesita ejercicio, igual que el cuerpo. Y una mente que no se ejercita también tiene efectos sobre la salud y sobre el cuerpo. La forma más elevada de literatura es aquella en la que la partitura exige más esfuerzo mental por parte del lector: eso significa que es más difícil, que menos gente la entiende, pero es mucho más importante, ya que cuando completamos una novela así en nuestra mente también estamos ejercitando nuestra imaginación, y cuanto más ejercitemos nuestra imaginación más grande será. Y para la sociedad es tremendamente importante que la gente tenga imaginación: la matanza de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial no hubiese sido posible si la gente hubiera podido imaginar lo que supone que te quemen vivo o que te torturen. Todos los horrores del mundo se han dado porque muchas personas carecían de la capacidad de imaginar lo que suponían sus actos. Lo más terrible de la naturaleza humana es la incapacidad de imaginarse estas cosas. Y la literatura, el arte en general, nos ayuda a pensar fuera de nuestra propia mente, a imaginarnos cómo se siente la otra persona. La gente es buena o mala no en función de sus principios morales, sino en función de la capacidad que tenga para imaginar lo que supone ser otra persona.


*Escritor húngaro.

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miércoles, febrero 24, 2016

Mercedes Roffé: Situación para romper un hechizo

Gracias María Cristina Santiago



Acuéstate
-boca arriba
como si fueras a morir
o a darte a luz.

Remonta
la cuesta de los años
en lo oscuro.

Llega al umbral
traspásalo / sumérgete
en la honda, estrecha, escala del olvido.

Dime qué ves.
Enfréntalo / enfréntate
a quien eras antes aun de la memoria.

¿Te reconoces?
Continúa.
Sí, reconoces ahora el camino
que te ha traído hasta aquí.
Su nitidez lo delata
-un sueño azul que se proyecta en la pantalla azul del tiempo
y va cobrando sentido.

¿Te ves?
Pregúntale por qué y acéptala
-cualquiera sea la respuesta

-He venido a decirte adiós- responde.
No digas más que eso
sin saña
sin violencia
sin rencor alguno.

Intentará retenerte
volver a responder lo que ya sabes
lo que ya le has oído
quizás de otra manera.

Baja los ojos y crea
-con la mirada sólo-
un reguero en el suelo
-un surco de tierra húmeda y cenizas.

Verás alzarse un fuego
una pared de fuego
-un fuego frío-
entre tú y tu fracaso.
Despídete.
Dale la espalda.
Vuelve a tomar el camino
-el mismo:
el sueño azul sobre el azul del tiempo.

Remonta los peldaños de la escala honda, estrecha.
Llega al umbral
traspásalo y desciende
la pendiente oscura de los años

Vuelve a tu cuerpo
¿sientes?- un dolor en el vientre o en el pecho
como si algo de ti te hubiese sido arrancado
te anuncia que has vencido.

El dolor se irá
tu quedarás contigo.

(La memoria del hueco

te seguirá adonde vayas.)

* Poeta argentina, residente en Nueva York.

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