Una
acuarela móvil (1985)
Una
acuarela móvil
a
Roberto Borja
Campaña
subtropical y acuática del norte de Corrientes,
con
primitivo gauchillaje, hombres de a caballo o de canoas,
poetas
anónimos y en estado natural, bárbaros de la belleza
de la
intemperie y de las más ardiente bondad, que son los
primeros
que influyeron en mí.
Llanura gateada, celeste, colorada, verde y
amarilla, que
se
vive probando en sangre contra las condicionesde la
nada,
entre un reverberar de ondas solares y lunares, con
sangrías
flotantes de degollaciones, en esterales, de antiguos
guerreros
criollos o de bandidajes.
Una
región aislada, recargada de lagunas con arenas de
oro
anaranjado y de grandes ríos-esteros, circulares o
alargados
como frutos tropicales, que se estrangulan de
su
propia belleza autonómica, y duermen –detenidos o
móvilmente-
una lujosa anacronía de todos los olores y
colores;
planos bajos de antiquísimos mares retirados, con
las
orillas cargadas de palmeras celestes, coloradas, verdes,
penetrando
o saliendo de las aguas.
Tierras
morenas-claritas o rojas-rubias como las dos
clases
de lechos, de cabellos y de piel de las primitivas
hadas
contrabandistas de tesoros para el amor, que por allí
peinaban
sus cabellos.
Resplandor
de mis bárbaras (1967-1985)
Joäo Guimaräes Rosa en la
muerte
A Lila Mora y Araujo y
Octavio Mora
Joäo
Guimaräes Rosa,
¿te
acordarás algún día de mí?
Cuando
los entendidos descomponen
novelas,
sertanejo,
¿me
recuerdas a mí?
Cuando
no huye el yacaré amarillo,
y el
agua del buritizal,
llena
de flores,
es muy
pesada,
¿me
recuerdas a mí?
Y
cuando la serpiente
la
especial,
cuando
desliza su corazón en la caliente
agua,
rememore
mi amor,
¿te
acordarás de mí?
Tú, y
yo, y el hada sexual de la naturaleza,
los
tres,
seres
sencillos,
dormimos,
alguna vez, sobre el
apero,
¿y el
agua?: no se nos escondía,
ardiendo,
terriblemente, en su leve
sexo.
Palmares
colorados
1
Te
evoco, palmar colorado del unílico
corazón
del hombre, esta noche.
Ven a
salvarme de las lianas del
Comercio.
De las
imbéciles Senadurías de la
tierra.
¿Tierra
que se desnuda en la tiniebla y
huye
para el centro?
¿El
centro solo obstaculizado por la
humedad?
¿O en
el invierno universal de los
sueños,
a la
sombra de las salvadoras realidades?
¿O en
el ataúd varado y balanceado por el
terror
en el infierno?
¡Oh,
no, yo te respondo, resplandor de mis
bárbaras!
2
A
veces, las brumas inemocionales,
las
del horizonte del País Mercantil,
velan
las lejanías de palmeras vestidas
de
corales.
Yo no
estoy entre estas gasas sombrías,
en
este humo de rosales podridos de la
ignorancia;
estoy
entre los vientos del cielo o del
contraamparo,
y nado
contra la corriente de vuestros
quebrantos,
pequeños
mercaderes unidos a la
fragancia
de los
nuevos poseedores de las
tierras:
en
cuyos despachos se alojan las sardinas
y el
verano meado por los cerdos.
3
No
podré salir nunca del hechizo natal
hasta
no haber terminado con las cóleras
y los
resplandores de los asesinatos
y las
miserias artificiales del
desamparo,
reverberando
en los paisajes aún más que
naturales.
Si no
logro quebrar estas desnutriciones,
estas
fantasmales imágenes de alcoholizaciones,
humilladas
y desenterradas frente al
copuleo
acuático de las esperanzas,
que no
me entierren bajo las brillantes
navegaciones-alteraciones
de este
paisaje:
que me
recuesten en el lejano este uruguayo,
donde
cante una barra de laguna que desemboca
en el
mar.
4
Aterrorizado
por los paisajes de la
poesía,
vuelve
a sangrarme la poesía por la
boca.
Yo ya
no escucho más que el retumbar
de los
negros del sol.
Viaje
estival con Lucio
-Aquí
ya empiezan a haber caballos-
me
decía.
Y el
viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre
los colores del agua de la infancia.
Estábamos
ya muy lejos de los bronces, los
mármoles
y los floreros pintados "al gusto de
la
familia" en los cementerios municipales.
Todo
aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren
casi fluvial nos envolvía.
Mi
pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las
manos las ramas de las estrellas y
el
resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde
sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías
y las antiguas guerras.
Era el
primer viaje solos en el tren marrón que
no
quiere morir.
Criollo
del Universo (1998)
Viaje
al Paraguay con Oliverio
Brillan
todos los pájaros y estamos viajando al
Paraguay.
Lejos
van quedando las costas del Plata y del
Atlántico,
Las
estaciones de andenes con aliento a zorrino
De la
Provincia de Buenos Aires,
y la
laguna del Tordillo.
A nuestro
costado una franja de todos los colores
de la
Cuenca del Plata aborda a nuestro barco.
Mi
padre y un changador alcohólico, de barbas
rojizas,
nos
saludan desde la brillante costa correntina.
Una
laguna se ha colocado –como sombrero celeste-
sobre
el camposanto donde viven.
El Río
de la Plata se le ha salido del sombrero,
Oliverio,
y
desborda en su camarote.
-Pero,
che, Madariaga, usted se ha meado todo un estero.
-No,
es el agua que usted recogió en la Bahía de
Samborombón,
y la
tenía guardada en su sombrero.
Derecho,
allá, donde el crepúsculo tiene volteada a
una
palmera,
está
mi rancho con techo de hojas de palmeras.
Al
regresar, entraremos en esos palmares, en una
volanta
celeste y negra:
la
misma que manejaba Anastasio Jenuario –un negro
rengo-,
conduciendo
a mi abuelo en 1881.
Aquel
es mi pedazo de recuadro del mundo recibido
Antiguamente
por las fieras.
-Che,
camarero.
El
paquebote se dirige a los esteros paralelos a la
costa.
Quiere
vararse en la parte florecida, colorada, verde
y
cremosa del estuario.
Hemos
varado, pero conozco algunos canoeros que,
Botando
con tacuaras rosadas y amarillas, nos
bajarán
en una costa firme.
Nos
haremos de montados para llegar a algún
puertecillo
natural.
Nuestro
barco recuperará la marcha.
Ya
estamos frente al puerto de Corrientes, y el postre
de la
tiniebla entera ya ha llegado.
Durmamos
una medianoche, hasta que los monos nos
devuelvan
la luna,
y no
habrá más peligro de vararse en un estero.
Asunción
baila ya su galopa del encuentro,
Arden
las mulatas verdes de ojos dorados.
¿Oye
el sonido multicolor del canto de ese pájaro,
Oliverio?
Es el
pájaro de una princesa guayaki, que se enjoyaba
con
los ojos de ese pájaro de infierno.
Estamos
en la bahía de Asunción y corre el fuego.
La
chiquilla de las naranjas canta en el alba,
descalza
y vestida de frutas enarenadas.
Estamos
entre jazmines y mosquiteros.
Vamos
a comernos todo el Mercado.
Raptemos
a:
una
burrera,
una
naranjera,
una
mendiguera,
una
india con las orejas llenas de
frutas,
una
galopera,
una
canoera,
una
tortera,
una
yuyera,
una
frutillera,
una
aguatera,
una
canera,
una
payesera,
una
cigarrera,
una
vendedora de coronas de agua
de
ananá,
para
beber toda la siesta.
Oliverio,
nos espían desde sus carpas
las
hechiceras:
serán
nuestras amigas,
nos
ofrecerán las mejores mujeres.
(Antes
de morir, Oliverio Girando me invitó a viajar con él a Paraguay. El
viaje no se llevó a cabo. Después nació este Sueño, en homenaje al gran poeta y
amigo)
Nicolás
Gumiliov
(Poeta
ruso muerto en 1921)
La sangrante
colina no pudo defenderte,
caíste
bajo el fuego de las hadas más
negras,
sobre
el viento del puente de guerra
tendido
en el abismo.
Tu
colina descendió con tu batalla en el
áspero
fuego del Diablo.
Entre
la niebla pasaba un carruaje venido
desde un
levísimo reino asiático,
con
olor al infierno.
En la
iglesia, bajo el puente, ha quedado
clavado
tu puñal de destierro.
Una
mujer bellísima, en el crimen del
rebelde,
alumbra
tus cabellos.
Yo
aguardo su mano de amante para adorarla
en el
jardín del fusilado.
Epitafio
Aquí
descansan los restos de un
caballo
alazán:
era
una rama púrpura de la
inmortalidad.
Planeta
azul
a mi
hijo Lucio
¡La
redonda e invisible jornada mía por la
eternidad!
El
planeta azul gira y tiene a la muerte como
reina
del todo.
No
provocar a la reina de infierno.
¡Póngale
un santo, amigo, a su bandido!
La
fuerza de la estrella del corazón sea tomada
de la
mano:
ella
es salvaje caridad de agua de cielo
que ha
bajado con los vientos de la infinitud,
y un
pequeño pedazo de ese cielo sangra y se
enciende
con un sueño terrestre.
Un
palmar sin orillas
El
muerto en la campaña del otoño
ha
vuelto a florecer en mi
memoria.
Ha
revuelto el rostro contra huellas,
y ha
arrancado la raíz del maíz terrestre
y
celestial,
crecido
en los parajes de sangre y
caballadas.
Para
nada ni a nadie reconozco en mi
memoria
un
poder mayor que el agua del País de la
Garza
Real,
o sólo
tal vez al color del padre muerto
que
vuelve a reclamar su derecho a un palmar
sin
orillas,
internándose
en un desaparecido mar.
Criollo del Universo
El
blanco océano gira en mi corazón
mientras
canta el otro océano de
plata
amarilla,
que se
desprende de las aguas del sol.
Ya es
muy tarde para ser sólo de una provincia,
y muy temprano para pertenecer,
todo,
al planeta del venidero y sangrante
resplandor.
Oh,
acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,
gaucho con trenzas de sangre,
mi padre,
y
ensíllame el mejor caballo ruano del
universo:
para
atravesar el agua de oro de la muerte,
y escucharme,
todo,
siempre en ti.
El
blanco océano solloza por la inmortalidad.