jueves, diciembre 30, 2010

Ricardo Zelarayán, nuestra despedida al poeta

Quince minutos después

A Celia, siempre

Estaba ordenando las cosas para salir...
Y mientras ordenaba mis cosas
veía al lobo,
al lobo que fui
y no sé si al lobo que seré...
La palabra "cinzas",
una palabra en una canción de Wilson Simonal,
me atrae...
Una palabra que no puede traducirse como cenizas, en castellano.
Una palabra que resplandece como los ojos de los gatos en la oscuridad.
O los faros de los coches en la ruta pavimentada,
cuando la noche se hace madrugada
entre Córdoba y Villa María.
Salí de mi casa para verte,
con todas esas cosas en la cabeza...
lobo aullando junto a la "cinza" resplandeciente...
ojos de gato en la oscuridad,
faros de coches sonámbulos que se acercan y se alejan de Córdoba.
Y llegué quince minutos después...
No quisiste hablar.
"Ya se me va a pasar", dijiste.
Y durante un tiempo largo nos miramos en silencio.
El plato vacío,
el tuyo y el mío,
eran más blancos que nunca.
Y después vino el pedido.
!A llenar el plato!
!Tu plato y el mío!
Y empezaste a hablar...
!Y hablamos!
Después de comer, un paseo.
El sol no estaba...
pero en ese momento, qué importancia tenía?
Yo me sentía un inmenso pancito de azúcar
rodeado de árboles muy verdes.
Los trenes que pasaban a lo lejos
eran un poco tus caricias tímidas,
tus miradas
Un perro trataba de jugar al fútbol
con dos chicos.
Un avioncito con motor giraba y giraba.
El paseo, el descanso, era un vuelo.
Y después el cine.
Un cine de domingo nublado.
Un cine de madera blanca,
donde la película, buena y todo,
al fin y al cabo,
fue lo de menos.
Después salimos.
Nos bastaban apenas
unas pocas palabras.
Y después...
Después siempre.
Pero yo recuerdo.

Carlos Drummond de Andrade: Campo, chino y sueño

A João Cabral de Melo Neto


El chino recostado
en el campo. El campo azul
y rojo. El campo,
el mundo y todo
tienen el aire de un chino
recostado, dormido.
¿Cómo saber si está soñando?
El sueño es perfecto. Crecen
hormigas, fluyen peces,
brillan estrellas.
Y los árboles murmuran cualquier cosa
incomprensible. Hay un chino
que duerme en el campo. Hay un campo
colmado de sueño y de antiguas confidencias.
Recuéstate sobre tu oído, oye el murmullo
del sueño en marcha. Oye las nubes, la tierra.
El campo duerme y da forma a un chino
de suave rostro inclinado
en el vacío del tiempo.

*Traducción de Iván García.
* CAMPO, CHINÊS E SONO
A João Cabral de Melo Neto

O chinês deitado/no campo. O campo é azul,/roxo também. O campo,/o mundo e todas as coisas/têm ar de um chinês/deitado e que dorme./Como saber se está sonhando?/
O sono é perfeito. Formigas/crescem, estrelas latejam,/peixes são fluidos./E árvores dizem qualquer coisa/que não entendes. Há um chinês/dormindo no campo. Há um campo/cheio de sono e antigas confidências./Debruça-te no ouvido, ouve o murmúrio/
do sono em marcha. Ouve a terra, as nuvens./O campo está dormindo e forma um chinês/de suave rosto inclinado/no vão do tempo.

*Carlos Drummond de Andrade (Brasil, 1902-1985). Poeta y narrador brasileño. Publicó: Alguna poesía (1930), Brezal de las almas (1934), Sentimiento del mundo (1940), Confesiones de Minas (1944), La rosa del pueblo (1945), El gerente (1945), Poesía hasta ahora (1947), Cuentos de aprendiz (1951), Hacendero del aire (1954), La vida pasada en limpio (1959), Lección de cosas (1962), La bolsa o la vida (1966) Los buenos tiempos (1968).

miércoles, diciembre 29, 2010

No al cierre de la Biblio de los Chicos y Revista Imaginaria


La Biblio de los Chicos:
Esta biblioteca digital que dejará de publicarse reúne textos de literatura para chicos, presentados en forma digital e ilustrados por calificados dibujantes. Cada semana se incorporaban varios textos nuevos, organizados según dos criterios: por nivel de experiencia en la lectura: primeros lectores, lectores intermedios y lectores expertos. Por género: cuentos, poesías, leyendas, poesías tradicionales, etc.
Cada texto se podía leer y reproducir (gratuitamente) en dos formatos: PDF: para imprimir con buena calidad y nitide, HTML: para ver en pantalla.
Como información adicional para lectores y mediadores de la lectura (padres, docentes, bibliotecarios), los textos estaban acompañados por las biografías de autores e ilustradores.
La Biblio se inició en el año 2005 y llegó a tener alrededor de mil textos entre poesías, cuentos, teatro e historietas producidas por los integrantes de Banda Dibujada. Recibía mensualmente alrededor de 95.000 visitas desde 116 países. Convocó a muchos de los mejores escritores, escritoras y dibujantes principalmente de Argentina, pero también de otros países como Uruguay, Venezuela y España.
Guía de Letras:
Esta guía, que también dejará de publicarse, es un completísimo directorio de recursos en Internet, orientado a la enseñanza de la literatura y la promoción de la lectura en diversos ámbitos (bibliotecas, centros comunitarios, ONGs, escuelas). Los links estaban acompañados por reseñas e imágenes representativas de esos recursos. En los últimos años, publicaba artículos sobre diversos temas relacionados con la literatura.
La Guía se inició en el año 2004 y recibía unas 20.000 visitas mensuales desde 64 países del mundo.
En el año 2009 recibió el Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro de Argentina como mejor página de periodismo en Internet.
Por la calidad de sus contenidos, por su enorme difusión en los países de habla hispana, por sus aportes para la promoción de la lectura, por su historia y por los premios que han recibido, es importante que estas páginas continúen llegando a sus miles de lectores: niños y niñas, adolescentes, padres, docentes, promotores de la lectura, especialistas y público en general.

¡No las dejemos caer! Juntemos firmas y expliquemos a las personas responsables de Educared info@ft.educared.org.ar, el portal educativo de la Fundación Telefónica, por qué deben continuar con ellas.
CAMPAÑA DE APOYO A IMAGINARIA, LA BIBLIO DE LOS CHICOS y GUÍA DE LETRAS

Por favor, sumen su firma para que Telefónica no cierre la Biblio de los Chicos y Revista Imaginaria:

No al cierre de la Biblio de los Chicos
No al cierre de La Biblio de los Chicos

martes, diciembre 28, 2010

Scott Fitzgerald: El Crack up, III


Manéjese con cuidado

Abril de 1936


He hablado en estas páginas de cómo un joven excepcionalmente optimista experimentó el derrumbamiento de todos los valores, una quiebra de la que apenas se enteró hasta mucho después de que se produjera. He relatado el período sucesivo de desolación y de necesidad de seguir, aunque sin el apoyo de las conocidas heroicidades de Henley, tipo: «Mi cabeza está ensangrentada, pero no doblegada”. Pues una revisión de mis responsabilidades espirituales indicaba que yo no tenía una cabeza individual que se doblegara o no. Una vez había tenido corazón, pero eso era casi lo único de lo que podía estar seguro.

Por lo menos había un punto de partida para salir de la ciénaga en la que me revolcaba: «Sentía…, por tanto existía”. En una época u otra había habido muchas personas que me habían respetado, acudían a mí en momentos difíciles o me escribían desde muy lejos, confiando implícitamente en mis consejos y en mi actitud hacia la vida. El más estúpido de los tratantes en chabacanerías o el más desaprensivo Rasputín capaz de influir en el destino de muchas personas, ha de tener cierta personalidad, conque el asunto se convirtió en la búsqueda del porqué y en qué había yo cambiado, dónde estaba la grieta a través de la que, sin yo mismo saberlo, mi entusiasmo y mi vitalidad se habían estado escapando de modo prematuro y constante.

Una noche de cansancio y desesperación hice mi maleta y me fui hasta un lugar situado a más de mil kilómetros para pensar en eso. Tomé una habitación de a dólar en un pueblo triste donde no conocía a nadie y gasté todo el dinero que llevaba encima en un surtido de carne en lata, galletas saladas y manzanas. Pero no me dejen sugerir que el cambio de un mundo más bien lleno de cosas a un relativo ascetismo era una Búsqueda Magnífica —yo sólo quería tranquilidad absoluta para pensar en por qué se había desarrollado en mi una actitud triste hacia la tristeza, una actitud melancólica hacia la melancolía y una actitud trágica hacia la tragedia—, por qué había llegado a identificarme con los objetos de mi horror o compasión.

¿Parece una distinción sutil? No lo es; una identificación semejante supone la muerte de todo logro. Es algo como eso lo que les impide funcionar a los locos. Lenin no soportó voluntariamente los sufrimientos de su proletariado, ni Washington los de sus tropas, ni Dickens los de sus pobres de Londres.

Y cuando Tolstoi intentó tal fusión con los objetos de su interés, resultó algo falso y un fracaso. Menciono estos casos porque son los de los hombres que nos resultan más conocidos.

Era una bruma peligrosa. Cuando Wordsworth decidió que «había muerto una gloria de la tierra», no sintió impulsos de morirse con ella, y Keats, la partícula vehemente, nunca cejó en su lucha contra la tuberculosis, y ni en sus últimos momentos renunció a la esperanza de estar entre los poetas ingleses.

Mi auto inmolación era algo empapado en oscuridad. Resultaba perfectamente evidente que no era moderna, aunque la viera en otros, la viera en una docena de hombres de honor e industria después de la guerra. (Se lo oí a ustedes, pero es demasiado fácil: entre esos hombres había marxistas.) He estado cerca de un famoso contemporáneo mío que jugó con la idea de la Gran Huida durante seis meses, presencié cómo otro, igual de eminente, se paró meses en un manicomio incapaz de soportar ningún tipo de contacto con sus semejantes. Y de los que se rindieron y sucumbieron podría hacer una lista.

Esto me llevó a la idea de que quienes han sobrevivido, han logrado algo así como la fuga total. Se trata de un término muy amplio y no mantiene paralelismo con la fuga de una cárcel cuando uno seguramente se dirige hacia una cárcel nueva o se verá obligado a volver a la de antes. Los famosos «evadirse» o «huir de todo» son una excursión dentro de una trampa, hasta si la trampa incluye a los Mares del Sur, que sólo son para los que quieren pintarlos o navegarlos. Una fuga total es algo de lo que uno no puede recuperarse; es algo irreparable porque el pasado deja de existir. Así, dado que no podía seguir cumpliendo con las obligaciones que me había impuesto la vida o que me había impuesto yo mismo, ¿por qué no romper la cáscara vacía que llevaba cinco años fingiendo que rompía? Debía seguir siendo escritor porque se trataba de mi única manera de vivir, pero debería renunciar a cualquier intento de ser persona, de ser amable, justo o generoso. Había multitud de monedas falsas que pasan por ahí en vez de éstas, y yo sabía dónde las podría conseguir a cinco el dólar. En treinta y nueve años un ojo observador ya ha aprendido a distinguir dónde se agua la leche y se añade arena al azúcar, dónde se pasa una baratija de cristal por un diamante y la escayola por piedra. Ya no habría más entrega de mí mismo, toda entrega quedaría proscrita a partir de entonces y tendría un nuevo nombre, y ese nombre era Derroche.

La decisión hizo que me sintiera exuberante, lo mismo que cualquier cosa que sea a la vez auténtica y nueva. Como una especie de comienzo había todo un montón de cartas que tenía que tirar a la papelera en cuanto volviera a casa, cartas que pedían algo a cambio de nada: leer el manuscrito de éste, conseguir la publicación del poema de aquél, hablar gratis por la radio, hacer notas de presentación, conceder esta entrevista, ayudar en el argumento de esta obra de teatro, en esta situación familiar, llevar a cabo este acto de consideración o caridad.

El sombrero del ilusionista estaba vacío. Sacar cosas de él había sido durante largo tiempo una habilidad manual, y ahora, para cambiar de metáfora, estaba después del nombre final de la lista de ayudas, y para siempre.

La abominable sensación de ímpetu continuaba.

Me sentía como esos hombres con ojos como platos que solía ver en el tren de cercanías de Great Neck quince años atrás, hombres a quienes no preocupaba si el mundo se hundiría en el caos al día siguiente o si sus casas se salvaban. Ahora yo era uno de ellos, alguien con sencillos principios que decían:

«Lo siento, pero los negocios son los negocios.»

0:

«Debería de haberlo pensado mejor antes de meterse en ese lío.»

0:

«No soy la persona indicada para eso.»

Y una sonrisa... ¡Sí, me conseguiré una sonrisa! Todavía estoy trabajando esa sonrisa. Debe combinar las mejores cualidades de un director de hotel, de una vieja comadreja experimentada en sociedad, de un director de colegio en día de visitas, de un ascensorista de color, de un marica marcándose un perfil, de un productor consiguiendo material a mitad del precio de su valor en el mercado, de una experta enfermera al empezar en un nuevo empleo, de una modelo en su primer anuncio, de un extra esperanzado que pasa cerca de la cámara, de una bailarina de ballet con un dedo del pie infectado, y por supuesto, el gran resplandor de amable agrado común a todos los que, desde Washington a Beverly Hills, tienen que existir en virtud de la mueca.

La voz también, estoy trabajando la voz con un profesor. Cuando la haya perfeccionado, la laringe no producirá tono alguno de convicción, exceptuada la convicción de la persona a quien hablo. Dado que su deber principal será el de sonsacar la palabra «sí», mi profesor (un jurista) y yo nos estamos concentrando en eso, pero en horas extra. Estoy aprendiendo a infundirle esa dureza cortés que hace a las personas sentir que, lejos de ser bienvenidas, ni siquiera son toleradas y que en todo momento se hallan bajo constante y mordaz análisis. Tales situaciones, naturalmente, no coincidirán con la sonrisa. Esto lo reservaré exclusivamente para esos de quien no tengo nada que obtener, gente vieja y gastada, o jóvenes que luchan. A ellos no les importará qué diablos—, de todos modos es lo que consiguen la mayor parte de las veces.

Pero basta. No es un asunto frívolo. Si uno de ustedes fuera joven y se le ocurriera escribirme solicitando verme para aprender a ser un lúgubre literato que escribe obras sobre el estado de agotamiento emocional que a menudo se apodera de los escritores en sus comienzos —si fuera usted tan joven y tan fatuo como para hacer eso—, ni me molestaría en acusar recibo de su carta, a no ser que estuviera usted relacionado con alguien muy rico e importante. Y si usted se estuviera muriendo de hambre junto a mi ventana, saldría rápidamente y le sonreiría y diría algo (a no ser que sólo le diera la mano) y me quedaría por allí hasta que alguien sacara una moneda para telefonear a la ambulancia, y eso si es que viera que había en eso algo provechoso para mí.

Por fin ya he llegado a ser sólo un escritor. La persona que persistentemente he intentado ser se convirtió en tal carga que la he «soltado» con tan poco remordimiento como el de una negra que suelta a su hombre el sábado por la noche. Déjese a las buenas personas funcionar como tales, que los médicos tan agobiados de trabajo mueran en servicio activo, con una semana de «vacaciones» al año que pueden dedicar a ocuparse de los asuntos de su familia; y que los médicos con poco trabajo se ocupen de casos de a dólar cada uno; déjese que maten a los soldados para que entren inmediatamente en el Valhala de su profesión. Este es su contrato con los dioses. Un escritor no necesita de semejantes ideales a menos que se los forje para sí mismo, y este escritor ha renunciado. El viejo sueño de ser un hombre completo, en la tradición de Goethe-Byron-Shaw, con un toque norteamericano de opulencia, una especie de combinación de J. P. Morgan, Topham Beauclerk y san Francisco de Asís, ha sido relegado al montón de basura de las hombreras que un día utilizó un joven estudiante en el campo de fútbol de Princeton y de la gorra de ultramar nunca usada en ultramar.

¿Y qué? Esto es lo que ahora pienso: que el estado natural del adulto consciente es una infelicidad específica. También pienso que en un adulto el deseo de ser de mejor fibra de la que es, «un esfuerzo constante» (como dicen los que se ganan el pan diciéndolo), sólo termina por añadirse a esa infelicidad con el fin de nuestra juventud y esperanzas. Mi propia felicidad, en el pasado, a menudo se acercaba a algo así como a un éxtasis que no podía compartir ni siquiera con la persona a la que más quería, sino que tenía que agotarla caminando por tranquilas calles y callejas, y de él sólo quedaban fragmentos que destilar en los renglones de un libro, y creo que mi felicidad, o talento para el autoengaño o lo que se quiera, era una excepción. No era lo natural sino todo lo contrario —tan artificial como la Era de Prosperidad—; y mi experiencia reciente marcha en paralelo con la ola de desesperación que azotó a la nación cuando se terminó la Era de Prosperidad.

Me las arreglaré para vivir con la nueva sabiduría, aunque me haya llevado varios meses estar seguro del hecho. Y lo mismo que el risueño estoicismo que ha permitido al negro norteamericano soportar las condiciones intolerables de su existencia le ha costado su sentido de la verdad, en mi caso hay también un precio que pagar. Ya no me gustan el cartero, ni el tendero, ni el editor, ni el marido de mi prima, y a su vez yo les desagrado a ellos, conque la vida nunca volverá a ser muy agradable, y el letrero de Cave Canem está permanentemente colgado justo encima de mi puerta. No obstante trataré de ser un animal correcto, y si me tiran un hueso con bastante carne, hasta puede que les lama la mano.

Etiquetas:

lunes, diciembre 27, 2010

Scott Fitzgerald: El crack up, fragmento II

Encólese

Marzo de 1936

En un artículo anterior, el autor de estas líneas narró el momento en que se dio cuenta de que lo que tenía delante de él no era el plato que había pedido para sus cuarenta años. De hecho —dado que él y el plato eran uno—, se describió como un plato cuarteado, del tipo de los que uno se pregunta si vale la pena conservar.
El director consideró que el artículo sugería demasiadas cosas pero no las observaba de cerca, y probablemente muchos lectores pensaron lo mismo, y siempre hay esos para quienes toda revelación personal es despreciable, a menos que termine con una noble acción de gracias a los dioses por el Alma Inconquistable.
Pero yo ya llevaba demasiado tiempo dándoles las gracias a los dioses, y dándoles las gracias por nada. Quería meter un lamento en mis historias sin tener ni siquiera el fondo de los montes Euganeos para darle color. No había ningún monte Euganeo al alcance de la vista.
A veces, sin embargo, al plato cuarteado hay que guardarlo en la despensa, hay que mantenerlo en servicio como menaje de la casa. Nunca se lo podrá volver a calentar en el horno ni juntar con los demás platos en el fregadero; no se sacará cuando haya visitas, pero servirá para poner galletitas avanzada la noche o para guardar restos de comida en la heladera...
De ahí esta secuela; la continuación de la historia de un plato cuarteado.
Ahora bien, la cura tipo para alguien que se hunde, es pensar en quienes se encuentran en la auténtica miseria o sufren físicamente, esto es en todo momento remedio para la melancolía y consejo diurno bastante saludable para todos. Pero a las tres de la mañana, un paquete olvidado posee la misma importancia trágica que una sentencia de muerte, y la cura no funciona, y en una verdadera noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana, día tras día. A esa hora la tendencia es negarse a hacer frente a las cosas tanto como sea posible retirándose a un sueño infantil, pero uno continuamente se ve apartado de ese sueño debido a sus diversos contactos con el mundo. Uno afronta esas situaciones con tanta rapidez y cuidado como es capaz y se retira una vez más al sueño, esperando que las cosas se ajustarán por sí solas debido a una gran gracia espiritual o material. Pero mientras persiste la retirada hay menos y menos oportunidades de que exista esa gracia; uno no espera que se desvanezca ni un solo pesar, sino más bien espera ser testigo involuntario de una ejecución, la desintegración de la propia personalidad...
A menos que la locura o las drogas intervengan, esta fase llega, eventualmente, a un callejón sin salida, y viene seguida de una calma vacía. En este punto uno puede tratar de calcular lo que ha perdido y lo que le queda. Sólo cuando me llegó esa calma, me di cuenta de verdad que había pasado por dos experiencias paralelas.
La primera vez fue hace veinte años, cuando dejé Princeton en segundo curso con un certificado donde se me diagnosticaba malaria. Se supo, gracias a los rayos X una docena de años después, que había sido tuberculosis, un caso leve, y al cabo de unos cuantos meses de reposo volvía a la universidad. Pero había perdido algunos puestos, el principal fue la presidencia del club Triangle, además de una idea para una comedia musical, y también, había perdido un curso. Para mí la universidad ya no volvería a ser la misma. Ya no habría insignias de honor, ni medallas, después de todo. Una tarde de marzo me pareció que había perdido todas y cada una de las cosas que quería, y esa noche fue la primera vez que anduve a la caza del espectro de la feminidad, lo cual, durante cierto tiempo, hace que todo parezca sin importancia.
Años más tarde comprendí que mi fracaso como persona importante en la universidad había estado bien —en vez de asistir a comités, me aficioné a la poesía inglesa— cuando tuve idea de qué se trataba, me dediqué a aprender a escribir. Seguir el principio de Shaw de que «si no consigues lo que te gusta, será mejor que te guste lo que consigues» fue una salida afortunada, pero en aquel momento me resultó duro y amargo comprender que mi carrera como líder de hombres había terminado.
Desde ese día nunca he sido capaz de despedir a un mal criado y me sorprende e impresiona la gente que lo puede hacer. Cierto viejo deseo de dominio personal quedaba roto y se esfumaba. La vida que me rodeaba era un solemne sueño, y yo vivía de las cartas que escribía a una chica de otra ciudad. Un hombre no se recupera de tales sacudidas, se convierte en una persona distinta y, eventualmente, esta nueva persona encuentra cosas nuevas de las que ocuparse.
El otro episodio paralelo a mi situación presente tuvo lugar después de la guerra, cuando había vuelto a sobrepasar mis límites. Fue uno de esos amores trágicos condenados por la falta de dinero, y un día la chica terminó con ellos basándose en el sentido común. Durante un largo verano de desesperación escribí una novela en lugar de cartas, de modo que la cosa terminó bien, pero terminó bien para una persona distinta. El hombre con dinero contante y sonante en los bolsillos que se casó con la chica un año después, abrigaría siempre una desconfianza constante, una animosidad hacia la clase acomodada, no la convicción de un revolucionario, sino el odio latente de un campesino. En todos estos años siguientes nunca he sido capaz de evitar el preguntarme de dónde sacaban el dinero mis amigos, ni de no pensar que en un momento determinado podría haberse ejercido una especie de droit de seigneur para entregarle a uno de ellos a mi novia.
Durante dieciséis años viví bastante más como esta última persona, desconfiando de los ricos, pero trabajando por dinero con el que compartir su movilidad y la gracia que algunos de ellos añadían a sus vidas. Durante este tiempo muchos de los caballos que montaba habitualmente fueron alcanzados y derribados —recuerdo el nombre de algunos— , “Orgullo deshinchado”, “Esperanzas frustradas”, “Deslealtad”, “Exhibicionismo”, “Golpe bajo”, “Nunca más”. Y al rato ya no tenía veinticinco años, luego ni siquiera treinta y cinco, y nada era igual de bueno. Pero en todos estos años no recuerdo ni un momento de desaliento. Vi a hombres honestos pasar por estados de ánimo de abatimiento suicida —algunos de ellos se rindieron y murieron—; otros se adaptaron y siguieron hasta alcanzar un éxito mayor que el mío: pero mi moral nunca se hundió por debajo del nivel del auto desprecio cuando tuve que añadir algún feo alarde personal.
La aflicción no tiene necesariamente relación con el desaliento; el desaliento tiene un germen propio, tan diferente de la aflicción como la artritis es diferente de una articulación rígida.
Cuando un cielo nuevo dividió al sol la primavera pasada, al principio no lo relacioné con lo que había pasado hacía quince o veinte años. Sólo gradualmente fue surgiendo un indudable parecido de familia —un sobrepasar los límites, un arder de la vela por ambos extremos—; un recurrir a recursos físicos que de hecho no dominaba, como un hombre desbordando su cauce. En su impacto, este golpe fue más violento que los otros dos, pero era del mismo tipo; una sensación de que me encontraba de pie a la hora del crepúsculo en una extensión desierta, con un rifle descargado entre las manos y sin dónde disparar. No hay problemas, simplemente un silencio con sólo el sonido de mi propia respiración.
En este silencio había una enorme irresponsabilidad hacia toda obligación, una deflación de todos mis valores. Una creencia apasionada en el orden, un menosprecio de motivos y consecuencias en favor de la conjetura y la profecía, una sensación de que la artesanía y la industria tendrían su sitio en cualquier mundo, una por una, estas y otras convicciones fueron barridas. Vi que la novela, que en mi madurez era el medio más potente y dócil para transmitir pensamiento y emoción de un ser humano a otro, estaba quedando subordinada a un arte mecánico y público que, tanto en manos de los comerciantes de Hollywood como en las de los idealistas rusos, sólo era capaz de reflejar los pensamientos más vulgares, las emociones más obvias. Era un arte en el que las palabras estaban subordinadas a las imágenes, donde la personalidad se volvía tan inservible que llegaba hasta el inevitable nivel bajísimo de la colaboración. Ya hacia 1930 tuve la corazonada de que el cine sonoro convertiría incluso al novelista que más vendiera en algo tan arcaico como las películas mudas. La gente todavía leía, aunque sólo fuera el libro del mes del profesor Canby —niños curiosos husmeaban la basura de míster Tiffany Thayer en la librería de los drugstores—, pero había una irritante indignidad, que para mí casi se había convertido en obsesión, en aquel ver a la fuerza de la palabra escrita subordinada a otra fuerza, una fuerza más reluciente, una fuerza más grosera...
Pongo eso como ejemplo de lo que me obsesionaba durante la larga noche; era algo que ni podía aceptar ni combatir, algo que tendía a hacer inoperantes mis esfuerzos, como las cadenas de tiendas han liquidado al pequeño comerciante, una fuerza exterior, invencible... (Tengo la sensación de que ahora doy una conferencia, pues miro un reloj que está en el escritorio delante de mí y veo cuántos minutos más...)
Bueno, cuando hube alcanzado ese período de silencio, me vi forzado a tomar una medida que nadie adopta voluntariamente jamás: me vi obligado a pensar. ¡Dios mío, vaya si era difícil! Había que mover grandes baúles secretos. Durante la primera pausa, me pregunté exhausto si había pensado antes alguna vez. Al cabo de largo tiempo llegué a las siguientes conclusiones, tal y como las escribo aquí:
1. Que había pensado muy poco, excepto en los problemas de mi oficio. Durante veinte años una determinada persona había sido mi conciencia intelectual. Se trataba de Edmund Wilson.
2. Que otro hombre representaba lo que yo pensaba que era la «buena vida», aunque sólo lo viera una vez cada diez años, y desde la última podrían haberle colgado. Tiene negocios de pieles en el noroeste y no le gustaría que su nombre apareciese aquí. Pero en situaciones difíciles he tratado de pensar en lo que hubiera pensado él, en cómo habría actuado él.
3. Que un tercer contemporáneo mío ha sido mi conciencia artística; yo no he imitado su contagioso estilo, porque mi propio estilo, tal y como es ahora, se formó antes de que él hubiera publicado nada, pero me sentía empujado hacia él cuando me encontraba en peligro.
4. Que un cuarto hombre había llegado a dictarme mis relaciones con otras personas cuando tales relaciones iban bien: cómo comportarme, qué decir. Cómo hacer que la gente, al menos durante un momento, fuera feliz (al revés de las teorías de la señora Post sobre cómo hacer que todos se sientan incomodísimos mediante una especie de vulgaridad sistemática). Esto siempre me dejaba confuso y hacía que deseara salir a emborracharme; pero este hombre del que hablo había entendido el juego, lo había analizado y había ganado, y su palabra a mí me bastaba.
5. Que mi conciencia política casi no había existido a lo largo de diez años, salvo como elemento de ironía en mis argumentos. Cuando volvió a interesarme el sistema dentro del que debía de funcionar, fue un hombre mucho más joven que yo quien despertó mi interés, con una mezcla de pasión y de aire puro.
Conque ya no había un «Yo» —ni una base sobre la que organizar la propia estima—, salvo mi ilimitada capacidad para el trabajo duro que parecía haber dejado de tener. Era raro no tener un yo: ser como un niño pequeño al que han dejado solo en una casa enorme y que sabía que ahora podía hacer todo lo que quisiera, pero descubría que no quería hacer nada...
(En el reloj ha pasado la hora y apenas he abordado mi tesis. Tengo algunas dudas de si esto sea de interés general, pero si alguien quiere saber más, todavía queda mucho, y el director me lo dirá. Si ya han tenido bastante, díganmelo —pero no demasiado alto, porque tengo la sensación de que alguien, no estoy seguro de quién, duerme profundamente—, alguien que podría haberme ayudado a mantener la tienda abierta. No es Lenin, y tampoco es Dios.)

Etiquetas:

Scott Fitzgerald: El crack-up, fragmento...


Febrero de 1936


Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea—los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen venir, de fuera—, los que uno recuerda y le hacen culpar a las cosas, y de los que, en momentos de debilidad, habla a los amigos, no hacen patentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre tan sano. El primer tipo de demolición parece producirse con rapidez, el segundo tipo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente.

Antes de seguir con este relato, permítaseme hacer una observación general: la prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo. Esta filosofía se adecuaba con los comienzos de mi edad adulta, cuando vi a lo improbable, lo no plausible, a menudo lo «imposible», hacerse realidad. La vida era algo que uno dominaba si tenía algo bueno. La vida se rendía fácilmente ante la inteligencia y el esfuerzo, o ante el porcentaje que se pudiera reunir de ambas cosas. Parecía una cuestión romántica ser un literato de éxito, uno nunca iba a ser tan famoso como una estrella de cine, pero la notoriedad que lograra probablemente seria más duradera, uno nunca iba a tener el poder de un hombre de firmes convicciones políticas o religiosas, pero indudablemente sería más independiente. Desde luego, en la práctica de su profesión, uno estaría permanentemente insatisfecho... pero, por mi parte, yo no habría elegido ninguna otra.

Mientras transcurrían los años veinte, con mis propios veintes marchando un poco por delante de ellos, mis dos pesares juveniles —no ser lo bastante alto (o lo bastante bueno) para jugar al fútbol en la universidad, y no haber sido enviado a ultramar durante la guerra—, se resolvieron en ensueños infantiles de heroísmos imaginarios que al menos servían para hacerme dormir en las noches de inquietud. Los grandes problemas de la vida parecían solucionarse por sí mismos, y si el asunto de solucionarlos era difícil, le dejaba a uno demasiado cansado para pensar en problemas más generales.

La vida, diez años atrás, en gran medida era una cuestión personal. Me veía obligado a mantener en equilibrio el sentido de la inutilidad del esfuerzo y el sentido de la necesidad de luchar; la convicción de la inevitabilidad del fracaso y la decisión de «triunfar», y, más que estas cosas, la contradicción entre la opresiva influencia del pasado y las elevadas intenciones del futuro. Si lo lograba en medio de los males corrientes —domésticos, profesionales y personales—, entonces el ego continuaría como una flecha disparada desde la nada a la nada con tal fuerza que sólo la gravedad podría a la postre traer la a tierra.

Durante diecisiete años, con uno en el medio de deliberado no hacer nada y descanso, las cosas siguieron así, con la única perspectiva agradable de una nueva tarea para el día siguiente. Estaba viviendo con ahínco, también, pero:

—Hasta los cuarenta y nueve años todo irá perfectamente —decía—. Puedo contar con eso. Pues un hombre que ha vivido como yo es lo más que puede pedir....

Y entonces, diez años antes de los cuarenta y nueve, de repente me di cuenta de que me había desmoronado prematuramente.
II
Ahora bien, un hombre puede derrumbarse de muchas maneras —puede derrumbarse mentalmente—, en cuyo caso los otros le despojan de la capacidad de decisión; o corporalmente, cuando uno no puede sino resignarse al blanco mundo del hospital; o a causa de los nervios. William Seabrook en un libro nada simpático cuenta, con cierto orgullo y un final de película, cómo se convirtió en una carga pública. Lo que le llevó al alcoholismo o tuvo relación con él, fue un colapso de su sistema nervioso. Aunque quien esto escribe no estaba tan atrapado —en esa época llevaba seis meses sin probar ni siquiera un vaso de cerveza—, estaba perdiendo sus reflejos nerviosos... demasiada rabia y demasiadas lágrimas.
Por otra parte, para volver a mi tesis de que la vida mantiene una ofensiva variable, la conciencia de haberse derrumbado no coincidió con un golpe sino con un período de tranquilidad.
No mucho antes había estado en la consulta de un gran médico y escuchado una grave sentencia. Con lo que, mirando hacia atrás, parece cierta ecuanimidad, yo había seguido con mis cosas en la ciudad en la que entonces vivía, sin que me importara mucho, sin pensar en lo mucho que había dejado por hacer, o en lo que pasaría con esta y aquella responsabilidad, como hace la gente en los libros; estaba bien cubierto y en cualquier caso sólo había sido un mediocre celador de la mayoría de las cosas dejadas en mis manos, incluidos mi talento.
Pero sentí un fuerte impulso súbito de que debía estar solo. No quería ver a nadie en absoluto. Había visto a demasiada gente durante toda mi vida —yo era medianamente sociable—, pero tenia una tendencia más que mediana a identificarme a mí mismo, mis ideas, mi destino, con todos aquellos con quienes entraba en contacto. Siempre estaba salvando o siendo salvado, en una sola mañana podía pasar por todas las emociones atribuibles a Wellington en Waterloo. Vivía en un mundo de enemigos inescrutables y de inalienables amigos y partidarios.
Pero ahora quería estar absolutamente solo, conque me las arreglé para aislarme parcialmente de las obligaciones habituales.
No fue una época desgraciada. Me marché y había menos personas. Descubrí que estaba más que cansado. Podía estar tumbado, y me alegraba hacerlo, durmiendo o dormitando en ocasiones hasta veinte horas diarias y en los intervalos trataba resueltamente de no pensar —en cambio hacía listas—, hacia listas y las rompía, cientos de listas: de jefes de caballería y de jugadores de fútbol y de ciudades, de canciones populares y pitchers de béisbol, y de épocas felices y aficiones y casas donde viví, y de cuántos trajes había tenido desde que dejé el ejército y de los pares de zapatos (no contaba el traje que compré en Sorrento y que encogió, ni los zapatos y la camisa de vestir y el cuello duro que llevé de un sitio a otro durante años y que no me puse nunca, porque los zapatos se humedecieron y cuartearon y la camisa y el cuello se pusieron amarillos y apestaban a almidón). Y listas de mujeres que me gustaron, y de las veces que había dejado que me desairaran personas que no eran mejores que yo ni en carácter ni en capacidad.
... Y entonces, de repente, por sorpresa, me encontré mejor.
... Y me rompí como un plato viejo en cuanto oí las noticias.
Ese es el auténtico final de este relato. Lo que había que hacer tendría que apoyarse en lo que se suele llamar el «abismo del tiempo». Baste decir que al cabo de una media hora de solitario abrazarme a la almohada, empecé a darme cuenta de que durante dos años mi vida había sido un despilfarro de recursos que de hecho no poseía, que había estado hipotecándome física y espiritualmente hasta el cuello. ¿Qué era el pequeño don de vida que se me devolvía en comparación con eso…?, cuando una vez había sido orgullo de orientación y confianza en una independencia permanente...
Me di cuenta de que en esos dos años, con el objeto de preservar algo —tal vez un sosiego interior, tal vez no—, me había apartado de todas las cosas que acostumbraba amar, que cada acto de la vida, desde lavarse los dientes por la mañana hasta la cena con un amigo, se había convertido en un esfuerzo. Comprendí que durante largo tiempo no me habían gustado personas ni cosas, sino que sólo seguía con la vacilante y vieja pretensión de que me agradaban. Incluso comprendí que mi amor hacia los que me eran más cercanos se había convertido sólo en un intento de amar, que mis relaciones informales —con un editor, un vendedor de tabaco, el hijo de un amigo— eran solamente lo que yo recordaba que debían ser, de otros días. En el mismo mes llegaron a molestarme cosas tales como el sonido de la radio, los anuncios de las revistas, el chirrido de las vías férreas, el muerto silencio del campo —sentia desprecio ante la blandura humana, y de inmediato (si bien secretamente) hostilidad hacia el esfuerzo—, odiando la noche en la que no podía dormir y odiando el día porque se encaminaba hacia la noche. Ahora dormía sobre el lado del corazón porque sabía que cuanto más pronto lo cansara, aunque fuera un poco, más pronto llegaría esa bendita hora de la pesadilla que, como una catarsis, me permitiría encarar mejor el nuevo día.
Había ciertos sitios, ciertas caras a las que podía mirar. Como la mayoría de los del Medio Oeste, nunca había tenido más que prejuicios raciales muy vagos, siempre había sentido una inclinación secreta hacia las encantadoras rubias escandinavas que se sentaban en los porches de Saint Paul, pero no habían ascendido económicamente lo necesario para formar parte de lo que entonces era la buena sociedad. Eran demasiado guapas para ser «pollitas» y habían dejado demasiado pronto la dehesa para ocupar un lugar bajo el sol, pero me recuerdo caminando ante manzanas de casas sólo para echar una ojeada a sus brillantes cabellos; el resplandeciente mechón de una chica a la que nunca conocería. Esto son chismorreos urbanos, desagradables.
Se apartan del hecho de que en aquellos últimos días no podía soportar la visión de celtas, ingleses, políticos, extranjeros, virginianos, negros (claros ni oscuros), cazadores, empleados de comercio y clase media en general, todo tipo de escritores (evitaba con muchísimo cuidado a los escritores porque son capaces de perpetuar los problemas como nadie puede hacerlo), y de todas las clases en cuanto clases y de la mayoría de las personas en cuanto miembros de su clase...
Tratando de aferrarme a algo, me gustaban los médicos y las niñas de hasta aproximadamente los trece años y los niños bien educados de unos ocho años. Tenía paz y felicidad con estas pocas categorías de personas. Olvidaba añadir que me gustaban los viejos, hombres de más de setenta años, a veces de más de sesenta, si sus rostros parecían trabajados por el tiempo. Me gustaba la cara de Katharine Hepburn en la pantalla, sin importarme lo que se decía de su pretenciosidad, y la cara de Miriam Hopkin, y los viejos amigos si los veía sólo una vez al año y podía recordar sus fantasmas.
Todo más bien inhumano e insuficiente, ¿verdad? Bueno, hijos míos, ése es el auténtico síntoma del desmoronamiento.
No es un cuadro agradable. Fue inevitablemente llevado de acá para allá dentro de su marco y expuesto ante diversos críticos. Uno de ellos sólo puede ser descrito como una persona cuya vida hace que las vidas de los demás parezcan muertas, incluso esta vez en que interpretaba el papel usualmente poco atrayente de consoladora de Job. A pesar del hecho de que este relato haya terminado, permítaseme añadir nuestra conversación como una especie de posdata:
—En vez de compadecerte tanto, escucha —dijo. (Siempre dice «escucha» porque mientras habla piensa, piensa de verdad.) Conque dijo—: Escucha. Supongamos que no fuera una grieta que hay en ti..., supongamos que fuera una grieta del Gran Cañón.—¡La grieta está en mí! —dije yo heroicamente.
—¡Escucha! El mundo sólo existe a tus ojos... La idea que tienes de él. Puedes hacer que sea tan grande o tan pequeño como quieras. Y estás tratando de ser un individuo pequeño e insignificante, ¡por Dios, si alguna vez me derrumbara yo, trataría de conseguir que el mundo se viniera abajo conmigol ¡Escucha! El mundo sólo existe a través de tu aprehensión de él, de modo que es mucho mejor decir que no eres tú quien tiene la grieta, sino el Gran Cañón.
—¿Ya se ha tomado la niñita a todo su Spinoza?
—No sé nada de Spinoza. Lo que sé es...—Habló, entonces, de viejas heridas suyas que parecían, al contarlas, que habían sido más dolorosas que la mía, y de cómo les había hecho frente, superándolas, derrotándolas.
Reaccioné un poco ante lo que me decía, pero soy un hombre que piensa despacio, y se me ocurrió simultáneamente que de todas las fuerzas naturales, la vitalidad es la única incomunicable. En días en que la savia vital le llegaba a uno como un articulo libre de impuestos, uno trataba de distribuirlo —pero siempre sin éxito—; para seguir mezclando metáforas, la vitalidad nunca «prende». Se la tiene o no se la tiene, igual que la salud u ojos pardos u honor o voz de barítono. Podría haberle pedido un poco de la que ella tenía, pulcramente envuelta y lista para cocinar y digerir, pero no la habría obtenido jamás ni aunque me quedara allí mil horas con el cuenco de hojalata de la autocompasión. Sólo podía alejarme de su puerta, caminando con mucho cuidado como si fuera de loza cuarteada, y penetrar en el mundo de la amargura en el que me estaba construyendo una casa con los materiales que allí se encuentran, y recordarme, una vez que me he alejado de su puerta, que:«Sois la sal de la tierra. Pero si la sal ha perdido su sabor, ¿con qué se la salará?» Mateo: 5-13.
*Escritor norteamericano, autor, entre otras obras, de El gran Gatsby.

Etiquetas:

Roberto Arizmendi nos saluda con una hermosa carta

El poeta mejicano Roberto Arizmendi nos ha enviado esta hermosa carta que queremos compartir con todos los lectores de este blog:
"Pareciera que el tiempo se acorta para poder construir un mundo digno para los hijos y las generaciones venideras. Serán ellos, entonces, los artífices de un mundo nuevo; pero nuestra razón, el pensamiento, la reflexión o la palabra que podamos ofrecerles, será la culminación de la experiencia acumulada, la observación atenta de los años o el acucioso indagar sobre lo esencial para encontrar las nuevas luces, la esperanza, el faro guía que conduzca a otro horizonte diferente.

No hay duda que el futuro es algo que se construye, sin remedio, con el actuar constante de los días. Esa es la historia: una acumulación de actos que abonan o una construcción a base de aportes significativos para que el tiempo tome su ruta y perfile nuevos rumbos. No es la historia el recuento del pasado, sino la reflexión del pretérito vivido, algo que se construye a diario y construye también el porvenir aún sin nombre.

Habremos de aprender a caminar, a amar, a hacer de lo cotidiano un ciclo de esperanza, a recorrer el sendero de otra forma, porque el medio ambiente, el clima, la relación entre seres humanos, la esencia del ser, los valores y destinos, pareciera que están en el momento de ser de nuevo definidos y descritos para un nuevo tiempo que se anuncia.

Aportemos todos a ese destino de construir el nuevo mundo que aguarda a ser definido y perfilado por las generaciones que emergen en la vida.

Digamos a tiempo nuestro tiempo, afirmemos con convicción nuestros valores, hablemos sin recelos de lo que a partir de la experiencia creemos es la esencia de la vida, del ser, de la existencia, como aporte para el mundo que apunta ya, con otras formas. Qué mejor oportunidad de reflexión cuando ya se anuncia el inicio de la segunda década del siglo XXI, cuando nos aprestamos a celebrar las fiestas de fin de año y la llegada, siempre esperada, de un año nuevo pleno de ilusiones y esperanzas. Un abrazo por el gozo de celebrar un tiempo nuevo."
Coyoacán, diciembre de 2010 - enero de 2011.
http://www.robertoarizmendi.com

miércoles, diciembre 22, 2010

Joaquín Gianuzzi: Poética


La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertar esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía es lo que está viendo.

*De Señales de una causa personal, 1977.

Etiquetas:

lunes, diciembre 20, 2010

Sei Shônagon: Cosas sórdidas


El revés de un bordado.

El interior de la oreja de un gato.

Crías de ratón, todavía sin pelo, que salen retorciéndose de su guarida.

Las junturas de un abrigo de piel que no han sido todavía cosidas.

La oscuridad de un lugar que da la sensación de no estar demasiado limpio.

Una mujer poco atractiva que cuida a muchos niños.

Una mujer que se enferma y permanece doliente durante un largo tiempo. En el recuerdo de su amante, no especialmente devoto de ella, debe de parecer casi sórdida.

*De El libro de la almohada, Adriana Hidalgo Editora, 2006.

Cintio Vitier: Niños...


Noche mía estrellada
girando cristalina:
nunca me has sido tú impasible (esa calumnia),
no fuiste indiferente nunca a mi dolor.

Bañado en lágrimas
o sudando espanto te he buscado, y siempre
comprendiste como nadie mi dolor.

Nos hablamos
con un lenguaje que no existe todavía:
estas palabras son su prehistoria.
Tú relatas tu gloria, yo mi nada,
tú relatas tu nada, yo mi gloria.

Los dos somos los niños del dolor.

*Cintio Vitier (Cayo hueso, Cuba, 1921). Ensayista, narrador y crítico, doctor en Leyes. Formó parte de la revista Orígenes (1944-1956). Publicó, entre otros, los siguientes libros de poemas: La voz arrasadora, Examen del maniqueo, Compromiso, Torre de marfil.Obtuvo el Premio Nacional de Literatura 1988, el Premio Juan Rulfo 2002, el título de Oficial de Artes y Letras de Francia y la medalla de la Academia de Ciencias de Cuba.

Etiquetas:

miércoles, diciembre 15, 2010

Poetas con Cristina

Poetas con Cristina

Agrupación fundada el 20 de noviembre de 2010: Apoyamos un proyecto de país nacional y popular. Construimos con poesía.
Nuestra página busca reunir a todas y todos los poetas que apoyen al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, para convertirse en un espacio de información, debate, reflexión y construcción política.
¡Ya somos más de 1.800!
http://www.facebook.com/profile.php?id=100001920223810&ref=ts



Poetas con Cristina nos vamos a ver y conocer, el viernes 17 de diciembre a las 19, (puntualmente), en Comunarte de Almagro: Castro Barros 236 (a dos cuadras de Rivadavia y Medrano). Todos invitados: solamente necesitamos que traigan algo de comer, y vino, cerveza o gaseosa.
Sabemos que no todos los amigos/as de Poetas con Cristina son escritores, por lo tanto queremos invitar especialmente a aquellos adherentes "no poetas", no será una reunión de poetas sino una reunión de Poetas como agrupación, serán bienvenidos absolutamente todos.

El arte desarma tu cabeza: arte en vivo + muestra

Para este domingo 19 de diciembre, a las 15, en el Patio del Aljibe del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, la editorial Pequeño Editor (www.pequeñoeditor.com; http://www.pequenoeditor.blogspot.com/) ha organizado una jornada durante la cual escritores, pintores, poetas, niños y adultos armarán un puzzle gigante.
Se trata de la creación de una obra plástica y literaria en vivo. Artistas, narradores y poetas pintarán y escribirán para dar forma a un gran rompecabezas que el público podrá armar y desarmar.
Participan:
Imagen: Leo Arias, Bianki, Augusto Costhanzo, Delines, Jorge Doneiger, Cecilia Gandolfo, Isol, Sergio Kern, Sergio Langer, Silvia Lenardón, Liniers, Lucas Nine, Daniel Roldán, Pablo Sapia, Cristian Turdera.
Palabra: María del Carmen Colombo, Rodolfo Edwards, Raquel Franco, Ruth Kaufman, Cecilia Pisos, Franco Vaccarini, Daniel Wapner.
Música: Dañel Mirkin Frois y sus Soundchiches

Héctor Viel Témperley: Tus pezones


Porque tus pezones son
del color de tus párpados,
van pesadas las horas
por la calle.

Hacia su último mar
de zoológico ardiendo
van pesadas las horas,
las mentiras, el sueño.

Y he encogido las piernas
hasta el alba al sentir
como naves
saliendo por el aire.

Y ha quedado mi brazo
duro
de alzar un ancla.
Y ha quedado mi mano
hinchada y escondida,
hueca como la almohada,
porque son tus pezones
del color de tus párpados
y del color que tienen
los pezones
de la ternera muerta
apenas nace.

Héctor Viel Temperley (Buenos Aires,1933-1987). Publicó: Poemas con caballos (1956), El nadador (1967), Humanae vitae mia (1969), Plaza Batallón 40 (1971), Febrero 72-Febrero 73 (1973), Carta de marear (1976), Legión extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986).

Etiquetas:

martes, diciembre 14, 2010

Macedonianos 2010: entrega de premios del Concurso Nacional Macedonio Fernández

El próximo sábado 18 de diciembre se realizará la entrega de premios y diplomas del VII Concurso Nacional Macedonio Fernández, que tuvo como jurado a los escritores Silvia Camerotto, Roberto Ferro y Carlos Pereiro en narrativa, y María del Carmen Colombo, Jorge Boccanera y Javier Adúriz en poesía.
Este concurso cuenta con el apoyo instituional y económico de la Fundación Médica de Lomas de Zamora. Idea y coordinación general de Roxana Palacios.
El premio único para cada género consiste es la edición de 500 libros más la suma de 3.000 pesos, que serán entregados a los escritores: Gonzalo Martínez Methol por su libro La intemperie (el frío de la especie), narrativa, y Fredy Yzzed, por su libro La sal de la locura, poesía.
La Fundación Médica de Lomas de Zamora se reserva el derecho a la cantidad de 100 libros para su circulación gratuita en bibliotecas, centros culturales y encuentros literarios.
Finalistas de poesía: La hija desierta, María del Carmen Sánchez. El abandono, Paula Inés Aramburu. No hay zapatos en Babilonia, Fabián Vique. De dónde traigo tanta sed, Mariana Riera. Mapas, mapas, María de la Paz Garberoglio. Revelaciones de otras criaturas, Jorge Daniel Santkovsky. Sitiados de ánimo, Alicia Márquez. Epitafios sin garantías, Gustavo José Rodríguez.
Finalistas de narrativa: Emir, Un poco más lejos, Marcelo Brignole. Fulano Zutano, Oficios, Patricio Hernán Agüed Pedro Luna, La intemperie, Gonzalo Javier Martínez Methol Iribarren, El subsuelo y otros cuentos, Nicolás Barrasa Elzevir, La foto en la tercera página, Néstor Sebastián Chilano.
Al finalizar serviremos un vino de honor. Fundación médica de Lomas de Zamora, Colombres 420, Lomas de Zamora.

Etiquetas: ,

lunes, diciembre 13, 2010

Antifichus, presentación del álbum-libro


En el marco del relanzamiento de Variables gráficas, la editorial Pequeño Editor presenta Antifichus: la presentación se realizará el 15 de diciembre, a las 19, en el CCEBA, Paraná 1159.
Participan: Juan Carlos Romero, Langer, Enrique Longinotti, Ral Veroni y los hermanos Rapa, Sole y Andrea Carballo desde Madrid.
Charla, proyecciones, intercambio de fichus y brindis final.
Compilación: Andrea, Sole y Rapa Carballo. Textos: GAN y Andrea Carballo. Prólogos: Juan Sasturain Enrique Longinotti Rodrigo Fresán.
Una tarde, Andrea, Sole y Rapa Carballo encontraron en un altillo una colección de viejas figuritas escolares de episodios históricos. Las ordenaron, las mimaron, las clasificaron… Finalmente notaron que había demasiados huecos y se propusieron llenarlos y crear un antimanual de imágenes nuevas, que contara con nuevos ojos los episodios clave de la historia argentina. Más de 100 artistas de todo el mundo respondieron a la convocatoria con más de 500 imágenes, que se exponen en este álbum-libro.

Casa de la Lectura: Bajando del blog

Nos llega esta invitación para todos aquellos que quieran leer sus poesías y mostrar su blog.
Esta actividad se desarrollará el día miércoles 15 de diciembre, a las 20, en Casa de la Lectura, Lavalleja 924, de esta ciudad de Buenos Aires.

Los interesados pueden presentar su blog narrando una pequeña autobiografía para que su participación no quede en una lectura estática (obviamente se aceptan otras propuestas).
La idea es fusionar lectura con imágenes, si tienen fotos o algún video en el blog (habrá cañón para proyectar). Además, pueden combinar poemas con música en vivo.

La duración estipulada para cada participante será de 5 a 7 minutos. En el caso de que sobre tiempo quienes quieran repetirán la lectura, de esta manera se respetan los tiempos, porque el horario del encuentro es de 20 a 21.30.

Coordina esta edición de Bajando del blog: Sergio Fombona.
www.sergiofombona.blogspot.com

sábado, diciembre 11, 2010

H. A. Murena: Canción cantada por lo bajo...


Glicinas

El gran poeta
Li Po
nunca escribió
ningún poema

Miraba ramos
de glicinas

Reía siempre
a veces
lloraba
también

Espejo
de lo creado

Eso fue todo

24 de enero de 1975


El fermento del bronce

Desde
la explanada
contemplando
las hortensias
de la vejez.

¡Durar!
canción
cantada
por lo bajo.

Pero
salvaje
es aquel
que sabe
estar solo.

Plenitud
de la uva
cuando
contra
el paladar
la lengua
aprieta.

Azares nocturnos

¿qué sería
la circunferencia
sin centro?
En este cuarto
lunar
acaso
hable
a solas.
Pero
no hablo
a solas.

La palabra
única
realidad
que poseo
y la realidad
real
arroyo púrpura
que corre
bajo
la palabra.

*H.A. Murena (Argentina, Buenos Aires, 1923-1975).

Etiquetas:

viernes, diciembre 10, 2010

Susana Arévalo: Retrato oval

En la ciudad de Córdoba, tuve el privilegio de encontrarme con Susana Arévalo, una de las poetas más destacadas de la poesía argentina actual. A continuación, va un hermoso texto de Susana.

Retrato oval

Oh, de asombro
O de rostro, de hálito, de ensueño

Él
precedido por el remordimiento
Con su narguile

Ella
su basilisco
su belladona

Él:
Hueles a almizcle hueles
a mandrágora
a serrallo
a cinabrio
a abencerrajes

Coro:
O de rostro, de velo, de desvelo
Leemos los Stupra
O de candor

Ella: faro
él bruma, sesgo
del deseo

Él, hasta qué punto
piel, ungüento
hasta qué punto, ansia

Él: faro
ella piel, piel
ungüento

Ella hasta qué punto
bruma, sesgo
hasta qué punto

Ella, él
de toda embriaguez viuda
Viuda de toda viudez
de toda viudez ebrio
Ebrio de toda embriaguez

*Susana Arévalo (Córdoba, Argentina, 1952). Poeta y arquitecta (Universidad Nacional de Córdoba). Formó parte del grupo Raíz y Palabra, publicó Cenotafio (1987), Libro de anémona (Alción, 1997), Macrocosmo (1998), Dédalo (1999), El texto es el tatuaje (Alción, 2001) y Poemas / Poèmes (publicación conjunta y CD en castellano y francés, Abrapampa, París, 2003). Obtuvo el Primer Premio Municipal Luis de Tejeda por su libro Dédalo.

Etiquetas:

lunes, diciembre 06, 2010

Pen Press, plaquettes de poesía

Si andás por Nueva York este miércoles 8 de diciembre y tenés ganas de escuchar poesía, podés darte una vuelta por la New York Public Library Mulberry Branch, 10 Jersey St, Soho, a las 18.15 pm (en punto!)para participar en la siguente actividad que organizan Pen Press Plaquettes de Poesía & Pen Press Reading Series 2010-2011 en colaboración con la NYPL Mulberry Branch:

Se trata de la presentación del libro de Eduardo Mitre, Pasos y voces. Nueve poetas contemporáneos de Bolivia. Ensayo y antología (La Paz, Plural Editores, 2010)


Eduardo Mitre y Alina Chocano leerán poemas de cuatro de los poetas antologados: EDUARDO NOGALES GUZMÁN (1959), RUBÉN VARGAS PORTUGAL (1959), MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN (1972) y MÓNICA FREUDENTHAL (1978).


Referencias
Eduardo Mitres (Oruro, 1943): Se doctoró en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh con una tesis sobre la poesía de Vicente Huidobro. Entre su obra poética, figuran: Morada (1975), Ferviente humo (1976), Líneas de otoño (1993), Camino de cualquier parte (1998), El paraguas de Manhattan (2004), Vitrales de la memoria (2007) y Al paso del instante (2009), estos tres últimos publicados por Pre-Textos de Valencia. Su obra crítica más reciente es Pasos y voces. 9 poetas contemporáneos de Bolivia (2010). La editorial Le Cormier, de Bruselas, ha publicado dos antologías bilingües de su poesía: Mirabilia (1983) y Chronique d’un retour (1997). Actualmente enseña en Saint John’s University, de Nueva York. Es Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua. Ha sido colaborador de la revista Vuelta y actualmente lo es de Letras Libres.

EDUARDO NOGALES GUZMÁN (Oruro, 1959) Entre sus libros de poesía figuran La nave iluminada (1990), Los deseantes del arca (1999), El jardín de las lentitudes (2003) y El último cabaret (2004). Recibió, entre otros, el premio Franz Tamayo de poesía. Ejerce el periodismo y trabaja en la implementación de desarrollo rural educativo.

RUBÉN VARGAS PORTUGAL (La Paz, 1959). Poeta y ensayista. Fue por varios años colaborador de la revista mexicana Vuelta. Tiene publicados dos libros de poesía: Señal del cuerpo (1986) y La torre abolida (2003). Es director de la revista de literatura Alejandría, una de las más importantes de Bolivia.

MÓNICA VELÁSQUEZ GUZMÁN (La Paz, 1972). Entre sus obras figuran Tres nombres para un lugar (1995), El viento de los náufragos (2005) e Hija de Medea (2007), que obtuvo el premio nacional de poesía Yolanda Bedregal. Ha elaborado la antología de poesía boliviana Ordenar la danza (2004). Es docente de la carrera de Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés.

MÓNICA FREUDENTHAL (Madrid, 1978). Ha colaborado en diversas revistas literarias. Actualmente trabaja en el Centro Cultural Simón I. Patiño, de La Paz. Ha publicado los libros Hardware (2004) y El filo de de las hojas (2007). Forma parte del consejo editorial de la revista La mariposa mundial.


www.edicionespenpress.com

sábado, diciembre 04, 2010

Club Atlético Nueva Chicago: Las batallas de los gigantes


El jueves 9 de diciembre, a las 20.30, se presentará el libro Las batallas de los gigantes, de Emiliano Lentini. La cita es en el Polideportivo del Club.

Depto. de Cultura y Educación
Club Atlético Nueva Chicago
República de Mataderos

miércoles, diciembre 01, 2010

Poetas con Cristina

Poetas con Cristina

Ya somos 1.324!
Y tenemos ya, también, como todo proyecto
exitoso, nuestros primeros detractores: se
trata de escritores muy cool, fieles representantes
de la estética de los años noventa.


Buscanos en Facebook

Brindis y tres presentaciones tres

. Viernes 3 de diciembre, entre las 20 y 22. La Casa de la Lectura invita a un brindis. Habrá performances por las artistas plásticas: Guadalupe Neves y Las muñecas clínicas. Lavalleja 924. Libre y gratuito.
. Martes 7 de diciembre, a las 19.30, se presentará el libro La isla (Editorial Bajo La Luna), de la poeta Mercedes Araujo. La cita es en el Bar Rodney, Rodney 400, esquina Jorge Newbery, de esta capital.


. Martes 7 de diciembre, a las 19.30, en Café Monserrat, San José 524. Macedonia Ediciones presentará el libro de poemas Donde la sed, del poeta Carlos Dariel (Primer Premio de Poesía 2009 del Fondo Nacional de las Artes). Hablará: Leopoldo Castilla. La lectura de poemas estará a cargo del autor.
. Martes 7 de diciembre, a las 19.30, en la ciudad de La Plata. Presentación del libro Desocupez, del poeta Emiliano Cruz Luna. Hablrá: Martín de Souza.
La cita es en Pasaje Dardo Rocha, Sala Vicepresidencia.