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Foto: Daniel Gradar. |
Poema
En recuerdo de un viaje a la
ciudad de México, desde Acapulco, a través del desierto, un día de noviembre.
1
A
un paso del precipicio los pies no sienten
la
velocidad del vehículo que corre
bajo
el aire de noviembre.
Las
curvas de la carretera se abren de par en par
envueltas
en el juego de las piedras,
en
anillos de piedras y cactus.
Que
ahora entre en la ciudad
como
si la noche hablara llamando al fantasma
y
la evidencia de cada geografía inexistente
pudiera
hacerse tan real
como
el espacio de un mantel—
la
cinta atada al cansancio,
al
completo abandono, la persistencia.
Pero
éste es el lugar
y
sé que algo quedará
en
este borroso punto de despojos,
mientras
espero la ciudad,
bajo
la sombra de Tenochtitlán,
hueso
y concha
en
el límite donde podría morir.
2
¿Cuánto
hace que partí?
Tomaba
té y después los árboles
empezaron
a desaparecer
al
lado de mi ventanilla.
¿Cuánto
hace que partí?
La
noche también viajaba
de
un continente a otro,
de
un país a otro.
—Acude
a lo dócil, inclínate,
mi
tiempo crea la pasión.
El
hechizo es un muro flotante,
separará
siempre el viento, el ojo mágico,
separará
tu voz, la constelación de los rostros.
¿Cuánto
hace que partí
de
la tierra desnuda y sin memoria,
de
lo húmedo en lo alto del mar,
de
la noche túnel cavada?
3
Hace
un día casi, en auto recorría otro paisaje.
Foránea
en planicies de arenisca,
a
lo largo de rutas infinitas.
Color
de almendra el polvo,
se
abre a las serpientes miméticas, sutiles,
que
no pueden verse sin prestar atención a lo obvio.
(Es
mi anhelo entrar en el corazón de México
—ya
bebí sangre de chili,
y
gota a gota el agave
entra
en mi lengua, se sella en el aliento.)
En
el nudo, mi entrada en el secreto:
cómo
el cielo comerá al desierto,
lo
disolverá en una sola sustancia
sin
la convulsión de lo húmedo, lo árido.
La
estación de la víbora espera en esta arena,
mi
sol despojado, sol rayo
para
un espacio esculpido a fuego.
La
luz en anillos cae dorada en sus fauces
y
me absorbe.
4
La
distancia se moldea con los objetos,
retrocede
y avanza—
fuego
fatuo de la Reina de senos desnudos,
en
mi mano deja ahora un cristal
tallado
cuidadosamente a la hora sexta,
mientras
el viento recorre curvas irreales.
—Sin
sol no podré despertar,
sin
sol, Reina, no podré besarte.
5
El
terror del desierto me aísla.
Quieta,
yerta en el umbral de las montañas,
un
hilo de sed se refleja en el cielo de vidrio
convertido
en lana, en soplo cálido y seco
—el
silencio no hubiera elegido entrar en el polvo
pero
ahora es la serpiente quien está en los párpados,
y
florece en el cuello en gruesos pétalos,
carnívoro
reflejo de las vísceras,
del
fruto viscoso, bulbo,
espíritu
animal envuelto en el color,
y
un poco más en luz enmarcando la meseta.
El
terror me aísla. Estoy en un espejo
y
mi cuerpo puede transformarse
antes
de que la navaja corte el rayo,
antes
de que mi ojo se desnude.
6
La
ciudad se acerca.
Voy
por la carretera como si durmiera
en
un relámpago.
¿Cuánto
hace que partí?
El
ardor roe la sed, el hambre, el dolor.
Un
suave polvo impregna tu vestido y el cabello
se
ha vuelto gris —gris de liquen,
de
piedra húmeda
(¿o
es que acaso debo pensar en lo húmedo
para
esconder la aridez, o desplazarla?)
Duermo
en un relámpago
y
sé que olvido la muerte
como
si olvidara un sueño rápido,
el
instante en el vértice de los signos.
Al
final del viaje
habrá
que tejer en el viento—
y
sobre este desierto
todo
lo dicho alguna vez se expande,
móvil,
continuo.
(En
Revista “tsé-tsé”, Nº 3, Buenos Aires, 1996-1997)
Urbs
dixit
Esperaba
una llamada cuando
en
pleno Buenos Aires fueron liberados
y
desapareció todo vestigio
—proverbial
astucia.
Brotaron
los temores
(a
veces conviene callarse).
A
la misma hora y a metros del lugar,
recolección
de basura,
máquinas
tragamonedas
y
en esos paseos, tolderías y colchones,
juegos,
bancos, cestos, bebederos,
vecinos
que venden sus propias pertenencias
y
sueñan con volver al empleo
—una
emoción social,
una
emoción ligada al propio yo.
La
noche avanza en el bar:
dos
voces para respirar otro aire.
El
país de donde había salido
ya
no existía
—existe
sólo en el pasado
(está
en la mira, aguarda).
A
la misma hora y a metros del lugar,
sobre
el caracol del paso a nivel, rezaron,
y
un tren aminoró su marcha.
Soportar
demoras o no poder viajar,
o
hacer una huelga, cortar un puente.
Una
fuerza fuera de control:
con
guantes y uniformes desfilaron
en
la calle peatonal
paralela
al muro de ladrillos.
Brotaban
los temores
—la
violencia es hija de la violencia.
(Los
versos de este poema son frases extraídas sin modificaciones de artículos y
noticias sobre Buenos Aires, aparecidos en los diarios “La Nación”, “Clarín” y
“Página 12” durante la semana del 21 al 27 de abril de 2003.)
(En “Mandorla”, N° 5, Univ. de California
(EE.UU), 2005)
*
Boomerang
Naturae
Ahora
que el desierto avanza,
la
sequía avanza,
empezaste
a recordar el lugar
en
que el hilo ovillado
tiene
la punta
—la
sed impetuosa confía en su fin.
En
los escombros de los terrones desgranados
lo
exuberante es un sueño de afrenta:
talada
está la selva para que crezca
necesidad
de opulencia
y
los otros sean otros
siempre
tenaces para atravesar
el
destino con sus dientes.
(En “Poesía
manuscrita II”, Buenos Aires, 2009)
*
Ella
dijo…
—Ella
dijo: allí la naturaleza es venerada, respetada, nos sentimos enlazados,
pensamos en la unidad con ella; así la vivimos.
Tiembla
la tierra, el mar arrasa, el poema se conforma, se teje, porque en el hambre y
la sed y la pobreza, el poema continúa.
—Ella
dijo: hay una puerta o un biombo que separa su palabra de mi boca,
la
puerta está cerrada, el biombo está abierto, desplegado, y allá su voz y aquí
mi lamento, al ver en las garras la tiza que dibuja el círculo.
La
puerta está cerrada, el biombo abierto,
y
yo a bocanadas trato de respirar,
de
ver en la pantalla lo que dejó la ola,
el
caballo yendo a galope de monstruo.
—Ella
dijo que perdió a su amigo, que dejó mensaje, que lo recuerda sin lágrimas.
Mira
la luna, la luna crece como el mundo.
Y
yo digo: ¿qué mundo,
ese
de caparazón de miel, tan nada y también dios?
(En
Ed. Color Pastel, Buenos Aires, 2012)
*
Espiral
—Para
considerar el método, su cumplimiento
y
el despojado motivo que empieza.
—Para
considerar el método, la explicación
que
va a llegar al comienzo o al final
—indeseable
y a la vez liberador—
el
jardín seco,
la
estación del caligrama en la arena,
la
costa que sigue y sigue,
una
cinta que envuelve y separa cada instante
como
prisma que gira
y
en cada cara un ojo-dios
que
será representación de imperio.
Ahora
ese punto donde estoy
fermenta
la semilla de un comienzo
y
es rama que va avanzando en capas
de
palabras separadas de los cuerpos
que
en vértigo esconden el sentido
—periferia
al final porque siempre se encierra y se agota,
enredaderas
de la nada en la laca del tiempo o su zumbido
desde
el principio incompleto y llama de las causas.
Buenos
Aires, 2014 (inédito)
*
Etiquetas: Liliana Ponce