martes, septiembre 13, 2016

Liliana Ponce: Poemas...


Foto: Daniel Gradar.



Estos poemas fueron extractados de Eurasia hoy (http://eurasiahoy.com/10082015-liliana-ponce-sus-respuestas-y-poemas), del reportaje de Rolando Revagliatti a la poeta, titulado: “Liliana Ponce: sus respuestas y poemas”


Poema

En recuerdo de un viaje a la ciudad de México, desde Acapulco, a través del desierto, un día de noviembre.

1

A un paso del precipicio los pies no sienten

la velocidad del vehículo que corre

bajo el aire de noviembre.

Las curvas de la carretera se abren de par en par

envueltas en el juego de las piedras,

en anillos de piedras y cactus.

Que ahora entre en la ciudad

como si la noche hablara llamando al fantasma

y la evidencia de cada geografía inexistente

pudiera hacerse tan real

como el espacio de un mantel—

la cinta atada al cansancio,

al completo abandono, la persistencia.

Pero éste es el lugar

y sé que algo quedará

en este borroso punto de despojos,

mientras espero la ciudad,

bajo la sombra de Tenochtitlán,

hueso y concha

en el límite donde podría morir.

2

¿Cuánto hace que partí?

Tomaba té y después los árboles

empezaron a desaparecer

al lado de mi ventanilla.

¿Cuánto hace que partí?

La noche también viajaba

de un continente a otro,

de un país a otro.

—Acude a lo dócil, inclínate,

mi tiempo crea la pasión.

El hechizo es un muro flotante,

separará siempre el viento, el ojo mágico,

separará tu voz, la constelación de los rostros.

¿Cuánto hace que partí

de la tierra desnuda y sin memoria,

de lo húmedo en lo alto del mar,

de la noche túnel cavada?

3

Hace un día casi, en auto recorría otro paisaje.

Foránea en planicies de arenisca,

a lo largo de rutas infinitas.

Color de almendra el polvo,

se abre a las serpientes miméticas, sutiles,

que no pueden verse sin prestar atención a lo obvio.

(Es mi anhelo entrar en el corazón de México

—ya bebí sangre de chili,

y gota a gota el agave

entra en mi lengua, se sella en el aliento.)

En el nudo, mi entrada en el secreto:

cómo el cielo comerá al desierto,

lo disolverá en una sola sustancia

sin la convulsión de lo húmedo, lo árido.

La estación de la víbora espera en esta arena,

mi sol despojado, sol rayo

para un espacio esculpido a fuego.

La luz en anillos cae dorada en sus fauces

y me absorbe.

4

La distancia se moldea con los objetos,

retrocede y avanza—

fuego fatuo de la Reina de senos desnudos,

en mi mano deja ahora un cristal

tallado cuidadosamente a la hora sexta,

mientras el viento recorre curvas irreales.

—Sin sol no podré despertar,

sin sol, Reina, no podré besarte.

5

El terror del desierto me aísla.

Quieta, yerta en el umbral de las montañas,

un hilo de sed se refleja en el cielo de vidrio

convertido en lana, en soplo cálido y seco

—el silencio no hubiera elegido entrar en el polvo

pero ahora es la serpiente quien está en los párpados,

y florece en el cuello en gruesos pétalos,

carnívoro reflejo de las vísceras,

del fruto viscoso, bulbo,

espíritu animal envuelto en el color,

y un poco más en luz enmarcando la meseta.

El terror me aísla. Estoy en un espejo

y mi cuerpo puede transformarse

antes de que la navaja corte el rayo,

antes de que mi ojo se desnude.

6

La ciudad se acerca.

Voy por la carretera como si durmiera

en un relámpago.

¿Cuánto hace que partí?

El ardor roe la sed, el hambre, el dolor.

Un suave polvo impregna tu vestido y el cabello

se ha vuelto gris —gris de liquen,

de piedra húmeda

(¿o es que acaso debo pensar en lo húmedo

para esconder la aridez, o desplazarla?)

Duermo en un relámpago

y sé que olvido la muerte

como si olvidara un sueño rápido,

el instante en el vértice de los signos.

Al final del viaje

habrá que tejer en el viento—

y sobre este desierto

todo lo dicho alguna vez se expande,

móvil, continuo.

                                        (En Revista “tsé-tsé”, Nº 3, Buenos Aires, 1996-1997)


Urbs dixit



Esperaba una llamada cuando

en pleno Buenos Aires fueron liberados

y desapareció todo vestigio

—proverbial astucia.

Brotaron los temores

(a veces conviene callarse).

A la misma hora y a metros del lugar,

recolección de basura,

máquinas tragamonedas

y en esos paseos, tolderías y colchones,

juegos, bancos, cestos, bebederos,

vecinos que venden sus propias pertenencias

y sueñan con volver al empleo

—una emoción social,

una emoción ligada al propio yo.

La noche avanza en el bar:

dos voces para respirar otro aire.

El país de donde había salido

ya no existía

—existe sólo en el pasado

(está en la mira, aguarda).

A la misma hora y a metros del lugar,

sobre el caracol del paso a nivel, rezaron,

y un tren aminoró su marcha.

Soportar demoras o no poder viajar,

o hacer una huelga, cortar un puente.

Una fuerza fuera de control:

con guantes y uniformes desfilaron

en la calle peatonal

paralela al muro de ladrillos.

Brotaban los temores

—la violencia es hija de la violencia.

(Los versos de este poema son frases extraídas sin modificaciones de artículos y noticias sobre Buenos Aires, aparecidos en los diarios “La Nación”, “Clarín” y “Página 12” durante la semana del 21 al 27 de abril de 2003.)

                                  (En “Mandorla”, N° 5, Univ. de California (EE.UU), 2005)

*

Boomerang Naturae


Ahora que el desierto avanza,

la sequía avanza,

empezaste a recordar el lugar

en que el hilo ovillado

tiene la punta

—la sed impetuosa confía en su fin.

En los escombros de los terrones desgranados

lo exuberante es un sueño de afrenta:

talada está la selva para que crezca

necesidad de opulencia

y los otros sean otros

siempre tenaces para atravesar

el destino con sus dientes.

                                   (En “Poesía manuscrita II”, Buenos Aires, 2009)

*

Ella dijo…

—Ella dijo: allí la naturaleza es venerada, respetada, nos sentimos enlazados, pensamos en la unidad con ella; así la vivimos.

Tiembla la tierra, el mar arrasa, el poema se conforma, se teje, porque en el hambre y la sed y la pobreza, el poema continúa.

—Ella dijo: hay una puerta o un biombo que separa su palabra de mi boca,

la puerta está cerrada, el biombo está abierto, desplegado, y allá su voz y aquí mi lamento, al ver en las garras la tiza que dibuja el círculo.

La puerta está cerrada, el biombo abierto,

y yo a bocanadas trato de respirar,

de ver en la pantalla lo que dejó la ola,

el caballo yendo a galope de monstruo.

—Ella dijo que perdió a su amigo, que dejó mensaje, que lo recuerda sin lágrimas.

Mira la luna, la luna crece como el mundo.

Y yo digo: ¿qué mundo,

ese de caparazón de miel, tan nada y también dios?



(En Ed. Color Pastel, Buenos Aires, 2012)

*

Espiral

—Para considerar el método, su cumplimiento

y el despojado motivo que empieza.

—Para considerar el método, la explicación

que va a llegar al comienzo o al final

—indeseable y a la vez liberador—

el jardín seco,

la estación del caligrama en la arena,

la costa que sigue y sigue,

una cinta que envuelve y separa cada instante

como prisma que gira

y en cada cara un ojo-dios

que será representación de imperio.

Ahora ese punto donde estoy

fermenta la semilla de un comienzo

y es rama que va avanzando en capas

de palabras separadas de los cuerpos

que en vértigo esconden el sentido

—periferia al final porque siempre se encierra y se agota,

enredaderas de la nada en la laca del tiempo o su zumbido

desde el principio incompleto y llama de las causas.

                                                 Buenos Aires, 2014 (inédito)

*


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