lunes, mayo 30, 2016
jueves, mayo 26, 2016
Garcilaso de la Vega: Soneto XX
Con
tal fuerza y vigor son concertados
para
mi perdición los duros vientos,
que
cortaron mis tiernos pensamientos
luego
que sobre mí fueron mostrados.
El
mal es que me quedan los cuidados
en
salvo destos acontecimientos,
que
son duros, y tienen fundamientos
en
todos mis sentidos bien echados.
Aunque
por otra parte no me duelo,
ya
que el bien me dejó con su partida,
del
grave mal que en mí está de contino;
antes
con él me abrazo y me consuelo;
porque
en proceso de tan dura vida
ataje
la largueza del camino.
Etiquetas: Garcilaso
miércoles, mayo 25, 2016
Leopoldo Marechal: Descubrimiento de la Patria
Dije
yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:
“La
Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los
apisonadores de adoquines
me
clavaron sus ojos de ultramar;
y
luego devoraron su pan y su cebolla
y
en seguida volvieron al ritmo del pisón.
2
¿Con
qué derecho definía yo la Patria,
bajo
un cielo en pañales
y
un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los
apisonadores de adoquines
escupieron
la palma de sus manos:
en
sus ojos de allende se borraba una costa
y
en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos
vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan
como el otoño: repletos de semilla,
vestidos
de hoja muerta.”
Yo
venía del sur en caballos e idilios:
“La
Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.
3
Una
lanza española y un cordaje francés
riman
este poema de mi sangre:
yo
también soy un hijo del otoño,
que
llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué
harían en el Sur y en su empresa de toros
un
cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con
la virtud erecta de la lanza
yo
aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con
el desvelo puro del cordaje
yo
descubrí la Patria y su inocencia.
4
La
Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo
la vi talonear los caballos frisones
en
tiempo de labranza;
o
dirigir los carros graciosos del estío,
con
las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los
hombres de mi estirpe no la vieron:
sus
ojos de aritmética buscaban
el
tamaño y el peso de la fruta.)
5
La
Patria era un retozo de niñez
en
el Sur aventado, en la llanura
tamborileante
de ganaderías.
Yo
la vi junto al fuego de las yerras:
¡estampaba
su risa en los novillos!
O
junto al universo de los esquiladores,
cosechando
el vellón en las ovejas
y
la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No
la vieron los hombres de mi clan:
sus
ojos verticales se perdían
en
las cotizaciones del Mercado de Lanas).
6
Yo
vi la Patria en el amanecer
que
abrían los reseros con la llave
mugiente
de las tropas.
La
vi en el mediodía tostado como un pan,
entre
los domadores que soltaban y ataban
el
nudo de la furia en sus potrillos.
La
vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña,
y trazando el orbe de sus juegos!
Y
la vi en el regazo de las noches australes,
dormida
y con los pechos no brotados aún.
7
Por
eso desbordé yo mi copa de tierra
y
un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por
eso no he logrado todavía
sacarme
de los hombros este collar de frutas,
ni
poner en olvido aquel piafante
cinturón
de caballos
ni
esta delicia en armas que recogí en Maipú.
8
Guardosos
de semilla,
vestidos
de hoja muerta,
los
hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con
el temblor sin sueño del cordaje
la
descubrí yo solo allá en Maipú.
Y
de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí
yo la piedad que se alarmaba
y
el miedo que nacía.
“La
Patria es un temor que ha despertado”,
me
dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña
y pintando el orbe de su infancia,
en
su mano derecha reposa la del ángel
y
en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El
temor de la Patria y su niñez
me
atravesó encostado (la cicatriz me dura).
9
Tal
fue la enunciación, el derecho y la pena
que
traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y
así les hablé yo a los inventores
de
la ciudad plantada junto al Río,
y
a sus ensimismados arquitectos,
o
a sus frutales hombres de negocio:
“La
Patria es un dolor en el umbral,
un
pimpollo terrible y un miedo que nos busca.
No
dormirán los ojos que la miren,
no
dormirán ya ell sueño de los bueyes.”
(Los
apisonadores de adoquines
masticaban
su pan y su cebolla.)
10
Y
así les hablé yo a los albañiles:
“La
Patria es un peligro que florece.
Niña
y tentada por su hermoso viento,
necesario
es vestirla con metales de guerra
y
calzarla de acero para el baile
del
laurel y la muerte”.
(Los
albañiles, desde sus andamios
hacían
descender cautelosas plomadas).
11
Y
dije todavía en la Ciudad,
bajo
el caliente sol de los herreros:
“No
solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus
costillas de barro, su frente de hormigón:
es
de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle
en la nariz el ciclón de los dioses.
La
Patria debe ser una provincia
de
la tierra y del cielo”.
12
Me
clavaron sus ojos en ausencia
los
amontonadores de ladrillos.
Los
abismados hombres de negocio
medían
en pulgadas la madera del norte.
Nadie
oyó mis palabras, y era justo:
yo
venía del Sur en caballos y églogas.
13
Y
descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
no
es el año ni el siglo ni la edad.
La
niñez de la Patria jugará todavía
más
allá de tu muerte y la de todos
los
herreros que truenan junto al río”.
14
La
Patria no ha de ser para nosotros
una
madre de pechos reventones;
ni
tampoco una hermana paralela en el tiempo
de
la flor y la fruta;
ni
siquiera una novia que nos pide la sangre
de
un clavel o una herida.
15
Yo
la vi talonear los caballos australes,
niña
y pintando el orbe de sus juegos.
La
Patria no ha de ser para nosotros
nada
más que una hija y un miedo inevitable,
y
un dolor que se lleva en el costado
sin
palabra ni grito.
16
Por
eso, nunca más hablaré de la
Patria.
Etiquetas: Marechal
martes, mayo 24, 2016
lunes, mayo 23, 2016
Noemí Ulla: Bailarina de tres brazos y El amigo de las palomas...
Con tres brazos la mujer bailaba. Dos se extendían para el lado izquierdo y el otro, quedaba solito del lado derecho. Se movía con agilidad y mucha gracia. Cuando llegó hasta mí pude ver que uno de los brazos de la izquierda no se articulaba; era de madera, fino como palo de escoba, pero ella lo movía con el otro desde el hombro y así daba la ilusión de que eran gemelos. En la cabeza llevaba unos velos que caían sobre la espalda y los hombros. Con seguridad que la cascada de esas gasas trastornaban la visión del brazo muerto y le prestaban movimiento.
Mi padre dijo con autoridad: No mires. Pero ya era tarde, había visto todo lo que mi padre no quería que viera. A su lado mi madre sonreía diciéndole que me dejara mirar y que así entendería. ¿Qué debía entender? me pregunté en silencio para no turbar el momento de fragilidad del diálogo de mis padres, en que él terminaba por admitir y ella por restarle importancia al espectáculo. ¿Y qué? —agregó mi madre—, no es más que un brazo de madera.
Y ahí se detuvo. Ella conocía todas las reglas del silencio, conocía el valor de la pausa para que mi padre midiera las palabras que ella decía mientras sus ojos verdes vagaban distraídos por la penumbra del circo. No había espectáculo de circo que papá no viera con toda la familia. Solía decirnos a los más chiquitos que en su infancia no lo habían llevado al circo y entonces, disfrutaba con nosotros de ver elefantes y damas chinas, la flor azteca y el juego de los cuchillos. A veces se volvía grande como con la mujer de los tres brazos y pensaba demasiado en nosotros, pero por suerte estaba ahí mamá para recordarle la infancia.
Cuando salimos del circo el parque se había poblado de personas y de sombras que debíamos atravesar. Era raro andar de noche por el parque, el que de día conocía tan bien por el andar de los cisnes y los patos del lago; se me ocurrió que se trataría de otro parque en otro lugar del mundo. Pregunté si estábamos lejos de casa para atender a la voz de mamá diciéndome “sí” e imaginar entonces que si me llegaba a perder en medio de los árboles ellos estarían a mi lado para salvarme. Después me dio por pensar que mi hermana mayor se las ingeniaría para tener tres brazos, ella siempre estaba inventando cosas que maravillaban a todos y yo no podía hacer más que quedarme en éxtasis viendo cómo sabía hacer los juegos más raros del mundo. Los altos faroles del veredón iluminaron de pronto unas caras conocidas a quienes mis padres saludaron con amabilidad, diciéndome que yo también debía saludar a los antiguos vecinos de la calle Catamarca. Saludé cuando ya habían pasado, saludé al aire y a los cisnes que se estarían deslizando ondulantes por el agua del lago. Pensé en el río y en los veleros que surcaban el agua dejándole dos colitas enruladas de ángulo agudo. Papá me preguntó si me habían gustado los números del circo y vi que le guiñaba un ojo a mamá, seguramente por el miedo que me habían dado los leones.
En el coche, sentada solita en el asiento de atrás, porque mis hermanos no habían querido ir al circo y ya tenían otros gustos, conversé con la mujer de los tres brazos. Le pregunté por qué le gustaba su brazo de palo y le conté las cosas que hacía mi hermana mayor. Mi padre, como siempre ocurría, me preguntó si estaba hablando sola otra vez. Ellos no podían verle el brazo de palo, ni ese brazo ni los otros ni a ella con sus largos velos, y me resultaba difícil decirles que ella estaba sentada en el coche conmigo, y que hablábamos, y que, como a mí, le daban cierta impresión los árboles del parque por la noche. Por fin comprendí que ella, tanto como yo, deseaba llegar a su casa, el circo, y la abandoné mirando cómo cruzaba la espesura.
Esa noche no fue una noche como tantas. Al llegar a casa, mis hermanos miraban televisión con los vecinitos del barrio. Papá se enojó muchísimo y cuando fuimos a la mesa mi hermana mayor le pidió disculpas con toda seriedad, mientras movía tres brazos como yo le había contado que hacía la mujer del circo. Papá quiso demostrar que estaba disgustado, pero muy pronto soltó la risa y se volvió a iluminar la noche.
El amigo de las palomas
El amigo de las palomas
Una mañana, al cruzar la calle Tucumán de espaldas a los Tribunales, encontré el nombre del paseo que tantas veces había recorrido sin descubrirlo. Las enormes letras del cartel anunciaban: Paseo Dr. Luciano Florencio Molinas. Pensé en mis lejanos compañeros de facultad, cuando ninguno de nosotros quería hacer la tesis de doctorado por considerarlo burgués y obsoleto. Años habían pasado, pero curiosamente unos días antes había oído decir en una mesa redonda de escritores, que jamás revelaban ni revelarían el título de doctor en los datos de sus libros. Las cosas no habían cambiado demasiado. Por suerte el revoloteo de unas palomas que se asentaron en un espacioso cantero en busca de granos, me sacó de esas reflexiones un tanto progresistas, o “progre” como se decía con dejo burlón en la actualidad. El hombre tomó un puñado de arroz y con firme ademán lanzó el alimento a las impacientes aves domésticas.
—Hace tres años que hago esto —dijo mientras caminaba elevando los brazos en dirección de las palomas y agregó enseguida —primero les traía un cuarto de arroz. Ahora son tres kilos.
Me pareció algo exagerado, y le contesté:
—Ellas lo esperan —pensando que hombre tan singular habría podido llevarles también otros granos de menor costo.
El hombre, siempre afirmado bajo el cartel de mi ilustre conciudadano, el estadista demócrata Dr. Luciano Florencio Molinas que daba nombre al paseo, precisó con seguridad:
El hombre, siempre afirmado bajo el cartel de mi ilustre conciudadano, el estadista demócrata Dr. Luciano Florencio Molinas que daba nombre al paseo, precisó con seguridad:
—Prefiero más dárselos a ellas que a la gente —y siguió de largo como si yo fuera otra paloma.
Se me dio por seguirlo. ¿Qué vivienda ocuparía el raro personaje, más amigo de las aves que de los hombres? A unas tres cuadras de allí lo vi entrar en un lujoso edificio de Avenida Santa Fe que no coincidía con su modesta apariencia. El encargado no era, ya que estaba limpiando la vereda un muchacho de mediana edad, a quien el amigo de las palomas saludó con reserva. No me atreví a preguntar al conserje de quién se trataba, no tenía el desparpajo ni la habilidad de Columbo y el hombre tampoco parecía dispuesto a la intriga, enfrascado como estaba en fregar la vereda. Pensé que era una anécdota más de la gran ciudad y seguí mi camino.
Horas más tarde debía encontrarme con el hombre que había sido el amor de mi juventud e imaginé cómo me comportaría, ¿como Charlotte Rampling frente a Jean Rochefort en el film que había visto en los últimos días De amor y desencuentro, donde la vacilación entre el amor y el odio acumulados durante tantos años de no verse, creaba en la protagonista una furia absurda, rayana en el patetismo? Decidí distraerme, llegaba la hora de las clases de italiano que debía dar al grupo de estudiantes.
Portami i girasoli ch’io gli trapianti
nel mio terreno bruciato dal salino
e mostri tutto il giorno agli azurri specchianti
del cielo l’ansietà del suo volto gialino.
Escuchábamos decir a Miguel, uno de los estudiantes, en la voz de Eugenio Montale y venían al recuerdo aquellos días de verano en que mi padre volvía del campo trayéndome la hermosa flor, dos girasoles, para ilustrar la clase de botánica con mis compañeras y la maestra de sexto grado.
Tendono a la chiarità le cose oscure,
si esauriscono i corpi in un fluire
di tinte: queste in musiche. Svanire
è dunque la ventura delle venture.
Volvía Montale en la voz de Anita, otra de las lectoras, y cada uno de los estudiantes daba a Montale la entonación particular que le sugería el famoso poema. Lo había llevado Miguel, pidiéndome que lo leyéramos y comentáramos en clase.
El sol iba cayendo con pereza mientras observábamos la tarde sin preocuparnos del calor del verano.
Cuando encontré al amor de mi juventud, sentado a la mesa de la amplia confitería, dejó a un costado el diario de la tarde y me recibió confundido. No fue fácil hablar al principio. Nos mirábamos a los ojos y cada uno de nosotros esperábamos a que el otro iniciara una conversación interrumpida durante muchísimos años. Él fue quien habló primero.
—¿Qué vas a tomar? —dijo con dulzura, y sentí que mil cuchillos herían mi corazón por haberlo defraudado. Apenas esas palabras en apariencia convencionales para lo que nos había reunido de nuevo, me trajo su paz, su estar más allá del mundo que nos rodeaba, siempre lejos de cualquier discordia, tal vez la misma lejanía con que había resuelto apartarse de mí. Para su criterio yo lo había engañado allá lejos en el tiempo, viéndome con un novio anterior durante nuestra primera ruptura.
Hablamos de nuestros hijos, los hijos de cada uno de nosotros, sin que nada turbara los sentimientos. Pero de pronto, como sacando conejos de la galera, él recordó a mi madre y a mis hermanas, en momentos muy precisos que detalló con calma. Después, mucho después, llegaron leves reproches. De ambas partes, y allí, por un instante, se nos quebró la voz y la noche. Sin embargo pude decir lo que quise, mientras él escuchaba con sabia mansedumbre argumentos que ya habían perdido todo sentido. También él dijo cosas inoportunas, pero en un momento me tomó una de las manos y balbuceó: ¡Cuánto tiempo!
Lo miré muy adentro de los ojos negros y afirmé entre el ir y venir de la gente que pasaba a nuestro alrededor: ¡Cuánto te quise! Él sonrió como solía hacerlo cuando estaba feliz, y ya en paz, nos separamos. No quise que me acompañara, solo por verlo irse. Ya habíamos partido nuestras vidas y así debimos aceptarlo. Vi su silueta. Alto, delgado y lento, caminó entre los plátanos y los jacarandaes. No hubo girasoles, tampoco lluvia de arroz para celebrar la unión que no fue. Como a palomo y paloma, nos arrulló la luz de la oscura noche.
*Noemí Ulla. Autora argentina de amplia trayectoria. Sus títulos recientes incluyen los libros de relatos Una lección de amor y otros cuentos (2005), En el agua del río (2007) y Nereidas al desnudo (2010), así como los ensayos Obsesiones de estilo(2004), De las orillas del Plata (2005) y Variaciones rioplatenses (2007). Es Académica de Número de la Academia Argentina de las Letras.
Etiquetas: Noemí Ulla
domingo, mayo 22, 2016
Reina Roffé: Despedida a Noemí Ulla
Nos informa la escritora argentina Reina Roffé:
Dolor inmenso. Mi querida y leal amiga de décadas, la magnífica escritora y académica NOEMÍ ULLA, para sus más cercanos, Quita, ha fallecido hoy alrededor de las 8 de la mañana, hora argentina.
Hemos estado unidas desde siempre, y muy especialmente en estos últimos años, en los que fue un gran apoyo para mí en momentos difíciles. Su sensibilidad y don de gente la distinguían.Una persona entera y noble hasta el final. Sé que vivimos heridos de mortalidad, pero ahora mismo, rabio, rabio contra la agonía de la luz, como bramaba el poeta Dylan Thomas. ¡Qué injusticia enorme es la muerte!
Me queda, como forma de consuelo, atesorar tantos y gratos encuentros y paseos que disfrutamos juntas en Madrid, en Buenos Aires y durante aquel viaje a Alemania, en 1987, tan rico en charlas y descubrimientos, que esta foto testimonia. Hasta pronto bella, amada y elegante amiga.
Etiquetas: Reina Roffé
Delmira Agustini: Las alas
Yo tenía...
¡dos alas!...
Dos alas,
que del azur
vivían como dos siderales
¡raíces!...
Dos alas,
con todos
los milagros de la vida, la Muerte
y la
ilusión. Dos alas.
fulmíneas
como el
velamen de una estrella en fuga;
dos alas
como dos
firmamentos
como
tormentas, con calmas y con astros...
¿Te acuerdas
de la gloria de mis alas?...
el áureo
campaneo
del ritmo;
el inefable
matiz
atesorando
el
Iris todo, más un Iris nuevo
ofuscante
y divino.
que
adorarán las plenas pupilas del futuro
(¡Las
pupilas maduras a toda luz!)... el vuelo...
El
vuelo ardiente, adorante y único,
que
tanto tiempo atormentó los cielos,
despertó
soles, bólidos, tormentas,
abrillantó
los rayos y los astros;
y
la amplitud: tenían
calor
y sombra para todo el mundo,
y
hasta incubar más allá pudieron.
Un
día, raramente
desmayados
a la tierra,
yo
me adormí en las felpas profundas de este bosque...
¡Soñe
divinas cosas!...
Una
sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y
no siento mis alas!
¿Mis
alas?...
-Yo
las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era
como un deshielo!
*Gran poeta uruguaya.
*Gran poeta uruguaya.
Etiquetas: Delmira Agustini
sábado, mayo 21, 2016
Jorge Castro Vega: Poemas
LO
QUE CONTÓ MÁS TARDE LA SERPIENTE
Desde luego, grita
golpea, destruye. Incluso
ha llegado a dormirse de puro
enojado.
Dormirse durante siglos, sin soñar
nada
nada en absoluto
y de repente despertar
entre aullidos, empapado en vinagre
con un par de clavos en las
manos.
En cuatro palabras:
vive furioso consigo mismo.
Y ya no queda nadie en el Edén
(salvo la música de Bach)
a quien pueda achacársele la culpa.
Desde que los echó, no juega
no canta, no baila.
Y ha dejado de rezar.
(El
mismo río, inédito)
NUNCA
CONTÉ OVEJAS
Porque no sabría que hacer
con la pata lastimada
de aquella que miró tan mansamente
cuando la separé del rebaño
y le ordené saltar con ojos llenos.
Cuentos las camas en que he dormido
por más de una semana. Es eficaz
y ajeno al asunto del madero
la esponja con vinagre y todo eso.
(Cosas que pasan, 1997)
ODISEA,
CANTO XXV
Te mando noticias de la noche
La noche salió de mi cuaderno
Y sin que pudiera evitarlo
Se perdió en el mar
He luchado con el mar
Toda la noche
(Poesía de sitio, 1985)
CONSTRUCCIÓN
Borradores:
Poemas
que otros escribieron
(Ladrillos en la Torre de Babel)
Para
que me escribiera yo
Torpe ladrillo en borrador
Que
nadie suba
Otros bajarán
A la hora de la resurrección o la locura
A
todos y a cualquiera
En un abrir y temblar los ojos
Nos
pasarán en limpio
(Poesía involuntaria, 1987)
* JORGE CASTRO VEGA (Montevideo, 1963), abogado, crítico literario y teatral. Ingresó al Poder Judicial en 1998; actualmente, se desempeña como juez en Montevideo. Publicó: Primera línea (1982), Poesía de sitio (1985), Poesía involuntaria (1987), Poesía certificada (1989), Poesía arbitraria- Antología personal (1989), Con motivo de Ana (1991), Un poco de sol (1993) y Cosas que pasan (1997). Sus textos han sido incluidos en diversas muestras y antologías; entre ellas: Antología Plural de la poesía uruguaya del siglo XX (W. Benavides, R. Courtoisie y S. Lago, Seix Barral 1995), Poésie uruguayenne du XXe siècle, (M. Renard, Editions Patiño 1998), Poesía uruguaya-Antología esencial (R. Courtoisie, Visor 2010). Se anuncia la publicación de un nuevo libro: El mismo río.
Etiquetas: Jorge Castro Vega
jueves, mayo 19, 2016
José Martí: Odio el mar
Odio el mar, sólo hermoso
cuando gime
Del barco domador bajo la
hendente
Quilla, y como fantástico
demonio,
De un manto negro colosal
tapado,
Encórvase a los vientos de la
noche
Ante el sublime vencedor que
pasa:—
Y a la luz de los astros,
encerrada
En globos de cristales, sobre
el puente
Vuelve un hombre impasible la
hoja a un libro.—
Odio el mar: vasto y llano,
igual y frío
No cual la selva hojosa echa
sus ramas
Como sus brazos, a apretar al
triste
Que herido viene de los
hombres duros
Y del bien de la vida
desconfía;
No cual honrado luchador, en
suelo
Firme y pecho seguro, al
hombre aguarda
Sino en traidora arena y
movediza,
Cual serpiente letal. —También
los mares,
El sol también, también
Naturaleza
Para mover al hombre a las
virtudes,
Franca ha de ser, y ha de
vivir honrada.
Sin palmeras, sin flores, me
parece
Siempre una tenebrosa alma
desierta.
Que yo voy muerto, es
claro: a nadie importa
Y ni siquiera a mí: pero por
bella,
Ígnea, varia, inmortal, amo la
vida.
Lo que me duele no es vivir:
me duele
Vivir sin hacer bien. Mis
penas amo,
Mis penas, mis escudos de
nobleza.
No a la próvida vida haré
culpable
De mi propio infortunio, ni el
ajeno
Goce envenenaré con mis
dolores.
Buena es la tierra, la
existencia es santa.
Y en el mismo dolor, razones
nuevas
Se hallan para vivir, y goce
sumo,
Claro como una aurora y
penetrante.
Mueran de un tiempo y de una
vez los necios
Que porque el llanto de sus
ojos surge
Más grande y más hermoso que
los mares.
Odio el mar, muerto enorme,
triste muerto
De torpes y glotonas criaturas
Odiosas habitado: se parecen
A los ojos del pez que de
harto expira
Los del gañán de amor que en brazos
tiembla
De la horrible mujer
libidinosa:—
Vilo, y lo dije: —algunos son
cobardes,
Y lo que ven y lo que sienten
callan:
Yo no: si hallo un infame al
paso mío,
Dígole en lengua clara: ahí va
un infame,
Y no, como hace el mar,
escondo el pecho.
Ni mi sagrado verso nimio
guardo
Para tejer rosarios a las
damas
Y máscaras de honor a los
ladrones:
Odio el mar, que sin cólera
soporta
Sobre su lomo complaciente, el
buque
Que entre música y flor trae a
un tirano.
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En el verso número 16
Carlos Javier Morales trae:
Firme y pecho seguro, al hombre
aguarda
En el verso número
20:
Para mover el hombre a las virtudes,
En el verso número 39
Carlos Javier Morales trae estos dos versos:
Lo imaginan más grande y más hermoso
Que el cielo azul y los repletos mares!—
Etiquetas: José Martí