Leopoldo Marechal: Descubrimiento de la Patria
Dije
yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:
“La
Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los
apisonadores de adoquines
me
clavaron sus ojos de ultramar;
y
luego devoraron su pan y su cebolla
y
en seguida volvieron al ritmo del pisón.
2
¿Con
qué derecho definía yo la Patria,
bajo
un cielo en pañales
y
un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los
apisonadores de adoquines
escupieron
la palma de sus manos:
en
sus ojos de allende se borraba una costa
y
en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos
vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan
como el otoño: repletos de semilla,
vestidos
de hoja muerta.”
Yo
venía del sur en caballos e idilios:
“La
Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.
3
Una
lanza española y un cordaje francés
riman
este poema de mi sangre:
yo
también soy un hijo del otoño,
que
llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué
harían en el Sur y en su empresa de toros
un
cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con
la virtud erecta de la lanza
yo
aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con
el desvelo puro del cordaje
yo
descubrí la Patria y su inocencia.
4
La
Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo
la vi talonear los caballos frisones
en
tiempo de labranza;
o
dirigir los carros graciosos del estío,
con
las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los
hombres de mi estirpe no la vieron:
sus
ojos de aritmética buscaban
el
tamaño y el peso de la fruta.)
5
La
Patria era un retozo de niñez
en
el Sur aventado, en la llanura
tamborileante
de ganaderías.
Yo
la vi junto al fuego de las yerras:
¡estampaba
su risa en los novillos!
O
junto al universo de los esquiladores,
cosechando
el vellón en las ovejas
y
la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No
la vieron los hombres de mi clan:
sus
ojos verticales se perdían
en
las cotizaciones del Mercado de Lanas).
6
Yo
vi la Patria en el amanecer
que
abrían los reseros con la llave
mugiente
de las tropas.
La
vi en el mediodía tostado como un pan,
entre
los domadores que soltaban y ataban
el
nudo de la furia en sus potrillos.
La
vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña,
y trazando el orbe de sus juegos!
Y
la vi en el regazo de las noches australes,
dormida
y con los pechos no brotados aún.
7
Por
eso desbordé yo mi copa de tierra
y
un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por
eso no he logrado todavía
sacarme
de los hombros este collar de frutas,
ni
poner en olvido aquel piafante
cinturón
de caballos
ni
esta delicia en armas que recogí en Maipú.
8
Guardosos
de semilla,
vestidos
de hoja muerta,
los
hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con
el temblor sin sueño del cordaje
la
descubrí yo solo allá en Maipú.
Y
de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí
yo la piedad que se alarmaba
y
el miedo que nacía.
“La
Patria es un temor que ha despertado”,
me
dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña
y pintando el orbe de su infancia,
en
su mano derecha reposa la del ángel
y
en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El
temor de la Patria y su niñez
me
atravesó encostado (la cicatriz me dura).
9
Tal
fue la enunciación, el derecho y la pena
que
traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y
así les hablé yo a los inventores
de
la ciudad plantada junto al Río,
y
a sus ensimismados arquitectos,
o
a sus frutales hombres de negocio:
“La
Patria es un dolor en el umbral,
un
pimpollo terrible y un miedo que nos busca.
No
dormirán los ojos que la miren,
no
dormirán ya ell sueño de los bueyes.”
(Los
apisonadores de adoquines
masticaban
su pan y su cebolla.)
10
Y
así les hablé yo a los albañiles:
“La
Patria es un peligro que florece.
Niña
y tentada por su hermoso viento,
necesario
es vestirla con metales de guerra
y
calzarla de acero para el baile
del
laurel y la muerte”.
(Los
albañiles, desde sus andamios
hacían
descender cautelosas plomadas).
11
Y
dije todavía en la Ciudad,
bajo
el caliente sol de los herreros:
“No
solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus
costillas de barro, su frente de hormigón:
es
de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle
en la nariz el ciclón de los dioses.
La
Patria debe ser una provincia
de
la tierra y del cielo”.
12
Me
clavaron sus ojos en ausencia
los
amontonadores de ladrillos.
Los
abismados hombres de negocio
medían
en pulgadas la madera del norte.
Nadie
oyó mis palabras, y era justo:
yo
venía del Sur en caballos y églogas.
13
Y
descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
no
es el año ni el siglo ni la edad.
La
niñez de la Patria jugará todavía
más
allá de tu muerte y la de todos
los
herreros que truenan junto al río”.
14
La
Patria no ha de ser para nosotros
una
madre de pechos reventones;
ni
tampoco una hermana paralela en el tiempo
de
la flor y la fruta;
ni
siquiera una novia que nos pide la sangre
de
un clavel o una herida.
15
Yo
la vi talonear los caballos australes,
niña
y pintando el orbe de sus juegos.
La
Patria no ha de ser para nosotros
nada
más que una hija y un miedo inevitable,
y
un dolor que se lleva en el costado
sin
palabra ni grito.
16
Por
eso, nunca más hablaré de la
Patria.
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