Joachim Gasquet: Cézanne. Somos un caos irisado
Fragmento extractado del blog: http://demispasosenlatierra.blogspot.com.ar/2014/02/somos-un-caos-irisado.html
"Anciana con un rosario", Paul Cézanne National Gallery, Londres |
"(...) Ya sabe usted que cuando Flaubert estaba escribiendo Salammbô, decía que veía púrpura. Bueno, pues cuando yo estaba pintando mi Anciana con un rosario, yo veía un tono Flaubert, una atmósfera, algo indefinible, un color azulino y rojizo que se desprende, me parece a mí, de Madame Bovary. De nada me servía leer a Apuleyo para desechar esa obsesión que por un momento temía que fuese peligrosa, demasiado literaria. No había manera. Ese gran azul rojizo me caía, me cantaba en el alma. Me bañaba entero en él.
YO: ¿Se interponía entre usted y la realidad, ente sus ojos y el modelo?
CÉZANNE: En absoluto. Flotaba, como en otra parte. Yo escrutaba todos los detalles de los vestidos, la cofia, los pliegues del delantal, descifraba el rostro hipócrita. Hasta mucho después no advertí que la cara era rojiza, el delantal azulado, como tampoco recordé hasta después de acabado el cuadro la descripción de la vieja sirviente en el círculo de labradores. Lo que intento plasmarle es más misterioso, se enmaraña en las raíces mismas del ser, en la fuente impalpable de las sensaciones, pero eso mismo es, creo yo, lo que constituye el temperamento y solo la fuerza inicial, id est, el temperamento, puede llevar a alguien hasta el objetivo que debe alcanzar. Antes le decía que el cerebro, libre, del artista debe ser como una placa sensible, un aparato registrador simplemente, en el momento en que trabaja, pero, tras diferentes baños de experiencia, esa placa sensible ha adquirido la receptividad necesaria para impregnarse de la imagen concienzuda de las cosas. Un largo trabajo, la meditación, el estudio, de los sufrimientos y las alegrías, la han preparado. Una meditación constante de los procedimientos de los maestros y, además, el medio en el que nos movemos habitualmente...ese sol, fíjese...El azar de los rayas, la marcha, la infiltración, la encarnación del sol en el mundo, ¿quién pintaría jamás eso? ¿Quién lo contará? Sería la historia física, la psicología de la Tierra. Todos más o menos, personas y cosas, somos simplemente un poco de calor solar almacenado, organizado, un recuerdo de sol, un poco de fósforo que arde en las meninges del mundo. Tendría usted que oír a mi amigo Marion al respecto. Yo quisiera desprender esa esencia. la moral dispersa del mundo es el esfuerzo que hace tal ver para volver a ser sol. Ésa es su idea, su sentimiento, su sueño de Dios. Por doquier un rayo golpea en una puerta obscura. Una línea por doquier circunscribe, mantiene un tono prisionero. Yo quiero liberarlos. Los grandes países clásicos, nuestra Provenza, Grecia, Italia, tal como los imagino, son aquellos en que la claridad se espiritualiza, en que un paisaje es una sonrisa flotando de inteligencia aguda...La delicadeza de nuestra atmósfera se debe a la delicadeza de nuestro espíritu. Están una en el otro. El color es el lugar en que nuestro cerebro y el universo se encuentran. Por eso parece tan dramático a los pintores verdaderos. Mire esta Sainte-Victorie. Qué impulso, qué sed imperiosa del sol y qué melancolía, por la noche, cuando toda a pesadez vuelve a caer...Esos bloques eran de fuego. Aún hay fuego en ellos. La sombra, el día, parece retroceder estremeciéndose, tener miedo de ellos; ahí arriba está la caverna de Platón: observe que, cuando pasan grande nubes, la sombra que cae de ellas se estremece sobre las rocas, como quemada, bebida al instante por una boca de fuego. Por mucho tiempo carecí del poder y del saber para pintar la Sainte-Victorie, porque imaginaba la sombra cóncava, como los otros, que no miran, mientras que, fíjese, es convexa, verdad, huye de su centro. En lugar de adensarse, se evapora, se fluidifica. Participa, toda azulada, en la vibración ambiente del aire. Como allí, a la derecha, en el Pilon du Roi, ve usted, al contrario, que la claridad se mece, húmeda, espejeante. Es el mar...Eso es lo que hay que expresar. Eso es lo que hay que saber. Ése es el baño de ciencia, podríamos decir, en el que hay que sumergir la placa sensible propia. Para pintar bien un paisaje, debo descubrir en primer lugar las capas geológicas. Piense que la historia del mundo data del día en que dos átomos se encontraron, en que dos torbellinos, dos danzas químicas, se combinaron. Veo subir esos grandes arco iris, esos prismas cósmicos, esa alba de nosotros mismos por encima de la nada, me saturo con ellos leyendo a Lucrecio. Bajo esa fina lluvia respiro la virginidad del mundo. Un agudo sentido de los matices me excita. Me siento coloreado por todos los matices del infinito. En ese momento mi cuadro y yo ya somos uno. Somos un caos irisado. Vengo ante mi motivo y me pierdo en él. Sueño, vagabundeo. El sol me penetra, sordo, como un amigo lejano, que reanima mi pereza, la fecunda. Germinamos. Cuando vuelve a caer la noche, me parece que no pintaré y que nunca he pintado. Necesito la noche para poder apartar los ojos de la tierra, de este rincón de tierra en el que me he fundido. Una buena mañana, el día siguiente, se me aparecen despacio las bases geológicas, se establecen capas, los grandes planos de mi tela, dibujo mentalmente su pedregoso esqueleto. Veo aflorar las rocas bajo el agua, pesar el cielo. Todo cae a plomo. Una pálida palpitación envuelve los aspectos lineales. Las tierras rojas salen de un abismo. Empiezo a separarme del paisaje, a verlo. Me desprendo de él con ese primer bosquejo, estas líneas geológicas. La geometría, medida de la tierra. Me embarga una tierna emoción. De las raíces de ese emoción suben la savia y los colores. Como una liberación. ¡La irradiación del alma, la mirada, el misterio exteriorizado, el intercambio entre la Tierra y el Sol, el ideal y la realidad, los colores! Una lógica aérea, coloreada, sustituye bruscamente la lóbrega, la tozuda geometría. Todo se organiza, los árboles, los campos, las casas. Veo: por manchas. La capa geológica, el trabajo preparatorio, el mundo del dibujo se hunde, se ha desplomado como en una catástrofe. Un cataclismo se ha apoderado de ella, la ha regenerado. Un nuevo período vive. ¡El de verdad! Aquel en el que nada se me escapa, en que todo es denso y fluido a la vez, natural. Ya solo hay colores y en ellos claridad, el ser que los piensa, esa subida de la Tierra hacia el Sol, esa exhalación de las profundidades hacia el amor. El genio consistiría en inmovilizar esa ascensión en un minuto de equilibrio, sin por ello dejar de sugerir su impulso. Quiero apoderarme de esa idea, de ese chorro de emoción, de ese vapor por encima de la hoguera universal. Mi tela pesa, un peso entorpece mis pinceles. Todo cae. Todo recae bajo el horizonte. De mi cerebro a mi tela, de mi tela hacia la tierra. Pesadamente. ¿Dónde está el aire, la ligereza densa? El genio consistiría en desprender la amistad de todas esas cosas al aire libre, en la misma subida, en el mismo deseo. Pasa un minuto del mundo. ¡Pintarlo en su realidad! Y para ello olvidarlo todo. Convertirse en sí mismo. Ser entonces la placa sensible. Dar la imagen de lo que vemos, una vez olvidado todo lo que ha aparecido ante nosotros.
YO: ¿Es posible?
CÉZANNE: Yo lo he intentado (...)"
"Cézanne. Lo que vi y lo que me dijo"
Joachim Gasquet
Gadir Editorial, 2009
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