Cloto
Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora
un fino entretejido se suspende: alguien
habla de dos, otros de cifras que son inmensas cantidades.
La ascendencia se pierde en estratos
que no tienen demasiada importancia.
Se nombran los caminos, los pazos los pequeños jilgueros.
Se camina sonriendo por la empinada cuesta
Con las botas sucias del barro del camino.
Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes
de un aire
que ahí arriba se dice que es purísimo.
Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.
aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío
me preguntan algo que no entiendo, no entiendo qué me dicen
no entiendo qué hago ahí, por qué me siguen.
Y yo no sé qué hacer, y ellos, tampoco.
Láquesis
Es un prisma. Es un prisma que gira.
Es un prisma que fragmenta la luz, la descompone.
Es un sueño la luz.
Es un sueño la luz que se repite.
Es un espacio verde, que se hiciera
Hay dos amordazados en la luz
en el preciso verde.
Gira una vez el prisma y se hizo tarde.
Gira una vez la luz y hay un zapato suspendido en la
esquina un montón de arañitas verdes, casi transparentes
que caminan incendiándose el lomo
sobre una tela casi transparente
que no deja respirar a los que de una manera
casi transparente
empiezan a quemarse.
Afuera, alguien salta tratando de mirar por la ventana
un golpe apenas en el vidrio, una marca de sangre.
Y es la luz, los irisados tonos de la angustia.
Crujiendo, desde la lluvia verde
Casi transparente.
*
En cruz, la cara. Y cabrío el resplandor sol
de planicie, de cóncavo acabado.
Enorme la extensión y esos espejos quietos
en trozos, que centellean una parte del cielo
hacia la nada. Evadida
se ahuyenta, indivisa
se vuelve
retenido fulgor
al surtidor de péndulo ubicado
tras la vara de sauce y una concentración
que a veces extenúa.
La voluntad, buscando entre rincones obtusos
obtener
líquido mineral que fluya que enamore que belleza
deje al descubierto en raíz, en origen y en superficie
ornamentada o lisa atravesando el espesor
la espesura partiendo y encordada
quedando, la cara en cruz
No importa.
*
Una vez arrancada pediría
dos piedras, arboleda, dulce trino
Como la pana verde y dulce del manzano
Como el recuerdo de las cabras cayendo
hacia el abismo del desembarcadero.
Y la balsa que mecida abanicaba aquella madre muerta
aquellos ojos quietos y pintados
aquella boca muda para siempre.
Si quisiera gritar ¿para qué muerte?
Atropo
Ni mía.
Ni de nadie. Nada.
Yescas, hojillas. Viento de hoja seca.
En la mañana azul, la blanca brisa y el perverso anhelo
El ir queriendo, la cabeza la cara con eczemas, al viento.
Baja por esa soleada correntada nítida y precisa
en el perfil, en el medio atroz de la figura.
El agua en la mirada que se enfrenta y es un rostro sin
alma
que se escapa para llenar ese otro rostro de silencio
para llenarlo con el hilo libado de los sueños, en la
niebla.
La sombra sin atrás, sin cuerpo que refleje, la pura
sombra.
La sombra pura que maltrecha de sí logra extenderse, asirse
sobre un suelo, cubrir la heroica superficie agreste
eber hacia el desierto como un canto como un sonido
/largo,
una oquedad nimbándose desde el cobre central,
/dulcísimo
metal, que envuelva.
Y afuera entre las casas, dispersamente lejos
conjunto de hábitos, manteles, pequeños telares
enardecidos
de gardenias. Y afuera lejos, la tarde que se curva
las primeras estrellas. ¿Para siempre?
Pensarás, es el Báltico. Pero no.
Es la sombra y el ruido de marea esparcida
Y la pleamar que deja las huellas en la arena.
Pensarás ahora ese hueso frontal que si estiro la mano
no lo alcanzo, y sin saberlo nunca extrañarás ahora
como mi tacto entraña. Y detrás de ese hueso la acentuación
sobre la cuarta sílaba simétrica en esas frases de palabras
largas. La subordinación.
La mar después de vuelta porque siempre recordamos lo primero
que esparcido en la ávida penumbra, inunda.
Aún sobre el final, aún en esa parte angosta de la cita, el paso
el corazón primero vuelve.
El Báltico, primero.
Y no vas a saberlo, pero igual acontece
Esto de darse vuelta a la pared tratando de dormir
Esto de darse vuelta y murmurar "ahora tengo cuarenta"
Y afuera el mar inalcanzable, el rumor, la marea la noche
Que murmura.
*Silvia Guerra (Maldonado, Uruguay, 1961). Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: De la arena nace el agua (1986), Idea de la aventura (1990), Replicantes Astrales Serie de los Premios (1993), La sombra de la azucena, (2000), Nada de nadie (2001), Estampas de un tapiz (2006). En coautoría, con Verónica Zondek: El ojo atravesado I y El ojo atravesado II (2007), Fuera del relato. Una biografía aproximada de Lautréamont, (2007).