miércoles, julio 24, 2024

Lorca Federico Luna y panorama de los insectos

sábado, julio 20, 2024

Monica Sifrim*: Acerca del libro Poesía reunida de María del Carmen Colombo**, Hilos Editora

 

Poesía reunida de María del Carmen Colombo** (Hilos Editora)

Por Mónica Sifrim*



ACLARACIONES

Empiezo por citar informalmente a  la poeta Andi Nachon. Cuando recibió  el flyer de la presentación me mandó en respuesta un mensajito informal en el que me decía: “Qué fiesta este libro”. Efectivamente pienso que esta obra reunida es, por sobre todas las cosas, una fiesta de la poesía. Como lectores, traten de asistir. No se la pierdan.

María del Carmen Colombo es una de las tres editores de Hilos. Las otras dos son las poetas Dolores Etchecopar y María Mascheroni. El libro como objeto está editado con amor, cuidado y creatividad. La tapa, las fotos, el diseño de interior son muy hermosos y no han escatimado ningún esfuerzo. Felicito entonces también a las otras dos editoras.

Quiero decirles que también es una celebración para mí compartir este escenario con María del Carmen (de ahora en más denominada Coto) y con Fernando Noy, uno que sabe hablar y vivir en estado de poesía. Doy fe de que Noy adora la obra de Coto y que la ha apoyado desde siempre. Y a mí también. Entonces estamos entre camaradas, entre cómplices. Y en esta otra fiesta que es la presentación, nos podríamos  morir de risa y de cariño

Coto es una queridísima  amiga y compañera de ruta. Que sea mi amiga no me impide admirarla mucho. Y que sea mi amiga tampoco me impide envidiar la soltura y locura de su pluma.  No me resulta fácil entablar distancia crítica con algunos materiales que trabajamos juntas en épocas juveniles, especialmente me refiero a Blues del amasijo. Cuando la conocí, La edad necesaria ya estaba casi consolidado. Décadas después tuve el  placer y el orgullo de trabajar mano a mano con ella para editar en Ediciones Cienvolando, editorial a la que pertenezco junto con Adriana Chiattone y Eduardo Gomez, El Cuaderno de música, su único libro de narrativa, además del Los sueños del agua, un cuento para chicos que en verdad podría ser considerado un poema.

 Otra aclaración: Como en general conocía los textos, resultó impactsanre e intensa la experiencia de  leerlos todos juntos otra vez a otra edad, apreciar esa marea que fluye y va llevando de un libro al otro y también sorprenderme por esos puntos de contacto inesperados entre los distintos libros que una obra reunida  en un solo volumen facilita. Tal vez lo más novedoso,  en cuanto a los textos mismos, haya sido para mí el primer libro. En Obra reunida Coto recupera la versión original de La edad necesaria. En la de 1978, la que yo conocía, había cambiado poemas, puesto algunos, y quitado otros. Esa versión original que ahora reaparece es la que había recibido un importante premio organizado por la Fundación Argentina de Poesía. Ahora, así, completo, me pareció nuevo y extraordinario, de pocas palabras flotando en el blanco de la hoja, con poemas perfectos, líricos y a la vez cargados de misterio y sugestión. Es un libro completo y maduro, para nada escrito por una principiante.

Finalmente, este volumen lleva un prólogo extenso y sumamente lúcido  del enorme poeta Pablo Ananía que es en verdad en si mismo un ensayo exquisito sobre la poesía y vale la pena leerlo como tal  por separado y no solo ( pero también) en relación con los textos de Coto. Felicitaciones, Pablo Anania,

 

 ------------


Dice Mario Nosotti en una reseña reciente: “La poesía de María del Carmen Colombo es un laboratorio donde se intenta crear una sustancia inaudita. De los tubos de ensayo en donde se trasvasan intemperies, turbulencias, soledades, colores y erotismo, eclosiona una flor de ingravidez: “lo real invisible”, expresión que utiliza Pablo Ananía (cita Nosotti)  en el brillante prólogo a esta obra reunida, un acontecimiento para nuestra poesía.”

Vamos entonces a curiosear en los tubos de ensayo:

Ya en el primer libro de Colombo se percibe la tensión entre Lengua y Habla. Una huella potente de oralidad que hace presión en la sintaxis como cuando escribe por ejemplo:   Pero quién, por  favor quién/me llama desde un pozo” o, en el poema XI :”Yo no digo que vengas”. La impronta del hablar doméstico se percibe también en el léxico como cuando sentimos el golpeteo fugaz del habla por sobre la lengua con palabras como la gilada, el chamuyo el arañazo o menciones al plato de sopa y la pezuña. Esa  fuerza del habla, que crea tanta intimidad entre autor y lectores es, además, una de las tantas marcas que diferencian esta poesía de la estética pizarnikiana, un sello generacional casi inevitable (y no lo digo con desdén)  cuyas influencias por supuesto se perciben en algunos textos de La Edad necesaria.

Pero al mismo tiempo, el ancla a tierra, el ancla al barrio, y también al barro de ese barrio,  de batón y chinelas, no le impide nunca a Coto remontar la delicadeza inasibles del vuelo lírico ni la elevación del pensamiento religioso o metafísico. Ni tampoco la arrastra a esa comarca del coloquialismo que cundía en los 60 y los 70 y que ahora, la historia se repite, vuelve a hacer furor.  Coto ya comienza temprano a experimentar y a crear un tipo de metáfora que, como acota Ananía “Causa un daño irreparable al sentido común”.  Muy temprano se inaugura ese proceso de extrañamiento que va a ir profundizándose y, dirían los formalistas, desautomatizando nuestra percepción

Entonces ¿cuál es el lugar para hablar o, tal como pregunta la poeta en el ultimo verso del poema III, ¿Desde dónde te llamo? Algunos teóricos hablarían del yo lirico y del lugar de enunciación. Hay un personaje que reaparece en este libro con distintos ropajes: la expulsada. Y hay un sentimiento recurrente de humillación pública y escarnio: “la soga que ha colgado mi corazón en medio de la calle” (p71).  Aparecen puertas y ranuras como pasajes entre lo que deseábamos lograr y lo patético de nuestros resultados.

En este primer libro suena a menudo la primera persona del plural. Hay un nosotros, un pronombre que se entiende mejor cuando miramos la fecha de publicación del libro, a fines de los setenta, década rica en proyectos colectivos políticos y literarios que Coto atravesó en la compañía de sus compañeros del grupo de poetas El ladrillo: Jorge Boccanera, Adrián –Desiderato y Vicente Muleiro, Un nosotros literario y político, que también se presenta como fracaso, como una admisión de los  sueños perdidos: “Pobres muertos y pobres/ los que quedamos vivos”(p92) o “Y ahora nosotros/ con el fuego encendido de nuestra memoria vagamos entre oscuridad y oscuridad “(p94)

Dice Coto: “No tengo exactitud/ solo una clara turbulencia” (p91)

Esta afirmación nos adelanta lo que va a suceder en Blues del amasijo, editado en 1985 y reeditado en el 92. Es el comienzo de una lucha que nunca es afectada, nunca esnob, para pulverizar el lugar común en todos los niveles y, muy claramente, en la sintaxis que se va quebrando y en el mundo de imágenes que ahora prolifera y exagera.

Este libro comienza con poemas sobre la mirada. La poeta mira cómo ve, se contempla mirando. Por algo los primeros textos son  to see 1, to see 2. Ver una vez, pero ver de nuevo, reacomodar el foco y así decepcionarse.

 ¿Qué es un amasijo? Masa, pulpa, pasta, argamasa, pero también tropel, chanchullo, embrollo, revoltijo, fárrago y confusión. Su antónimo sería  desunión, separación, honradez, claridad, limpieza. Maria del Carmen Colombo elige, tal vez a su pesar y contra su voluntad, la atracción centrípeta del revoltijo, la turbulencia más que la exactitud.

Y qué clase de música es el blues que sugiere ante todo tristeza. En el amasijo no hay solo despliegue y felicidad. Aparecen divas de película de Hollywoood, pero el armiño es viejo y turbio, los ojos caen, los pájaros están disecados y cubren el palmo de espuma negra. Es tal la intensidad y la sensualidad del libro que en un momento estalla y  “la cabeza cae como un charco de nafta.” Y hay que volver a leer esos hermosísimos textos  para encontrarnos con una autora que no se regodea en el disturbio ni en la perturbación sino que entabla una conversación inquieta y profunda con sus propios objetos de deseo para buscar la claridad y la limpieza en su mirada y en su alma. Esa tensión palpita en Blues del amasijo

Alicia Genovese dice en “La doble voz

Se lexicaliza la idea de la ausente, la lejana, la que no sabe, la que es difícil de nombrar, la falta de nombre acertado, -y luego agrega Genovese en relación al bajo fondo y al tugurio en Blues del amasijo:

 (Es) un sitio doloroso donde se pierde identidad. Una fuerza centrípeta que empuja hacia un sitio doloroso donde a nadie se identifica y donde se pierde identidad

Conozco de memoria algunos de estos poemas, y nunca hasta ahora había percibido en ellos esa desolación. Hay un zafarrancho, indudablemente, un desfile, una murga. Divas de Hollywood, vampiresas, maquillaje, pestañas, vello púbico de color violeta. Pero la celebración está mirada como desde atrás de una vidriera, con la ñata contra el vidrio. Nos recuerdo al  artista como saltimbanqui del que habla Starovinski, o el artista como exiliado del mundo según el Tonio Kroger de Thomas Mann. Por algo, más adelante, en la página 172 nos encontraremos con un epígrafe de Discépolo que dice: “Como esas cosas que nunca se alcanzan”. Tal vez también por eso que la música elegida para acompañar el irresistible desenfreno sea una música triste, un blues. En el otro extremo del amasijo aparece el alma como aguantadero, una palabra muy particular y muy potente que también remite a la persecución política y al miedo.

 Los fabulosos personajes de Blues del amasijo son como máscaras del yo. El libro es exuberante, suntuoso, barroco, lleno de referencias intertextuales e intratextuales: Sally la luna, Marilyn Monroe, Gardel, Los Beatles. Ingrid Bergman, Conrad, la murga de los de Gaboto en la Boca, Juan Gelman. Hay poemas alusivos a distintas danzas populares, al peronismo, al Leonidas Lamborghini del solicitante desocupado, a Paul Celan. Pero todo eso es mirado desde afuera, como desde una cierta extranjería, por esa María a secas, la que no es Marilyn, como dice en el poema “Gardel y yo” Una chica de barrio de La Boca, una chica de barrio que va a reaparecer  en episodios de  su novela El cuaderno de música

Hay  tres presencias recurrentes en la poesía de Coto: y las tres están vinculadas con la materialidad del habla: el cuerpo  (que no es necesariamente un cuerpo idealizado), la política y el trabajo. Dice la autora en una entrevista: “Yo de chica en La Boca veía eso, esas imágenes de trabajadores, grúas, estibadores, caballos. Hay una influencia de ese paisaje, de ese contexto en mi educación.”

Tal vez por ese deseo de claridad y limpieza, de luminosidad y articulación que impedía la fuerza del amasijo, uno de los libros preferidos de Coto sea el que más se nutre del pensamiento abstracto, de lecturas filosóficas y reflexiones sobre la religiosidad. Martinez Cabrera señala que la encarnación es el modo en que habla lo mudo, La mudez  encarna en la figura del cabayo y la vaca (caballo al revés) que nos da Yo /vaca. Y montada en el lunfardo, DEL REVES, DEL VESRE, puede espiar el sitio donde mora la virgen. “Un modo de montar/ cuando fundo la palabra confundo caballo con jinete: una sola cosa.”

En la poesía ¿Qué es caballo? ¿Qué es jinete? Se trata de domar un animal, de dar forma al díscolo material de las palabras infinitas con la pobre mortal montura. Y al revés. Yo vaca, la que no pudo ser y da vueltas y vueltas alrededor de la casa. La cuestión de género aparece claramente en esa diferencia entre galopar seguro y sin pausa o el comer pasto y quedarse estática rumiando. Este dúo enfrentado se refiere al país, a la escritura y, por supuesto al género.  Finalmente, una escucha crujir en los papeles su mugido final.

En la segunda parte de este libro Coto se centra en lo religioso, el animismo que es también del orden de la creencia popular. La virgen que se viste bella, el interlocutor que llama: “ tengo problemas con el interlocutor” dice pero  ¿Cómo no va a tener problemas si el interlocutor es nada menos que Dios Padre, Jehová que, parco como siempre, cuando le preguntan quién es responde “Soy el que soy” y jugando con la idea bíblica  de la zarza ardiente, con su llama que arde y nunca se consume, le contesta por teléfono público ¿cuál es su problema? “arder cuando llamas”. A menudo  percibimos ese hilo tenso que es un rasgo de humor en un extremo y de patetismo en el otro.

Con un bello epígrafe de Pessoa pasamos a la segunda parte: “y canto la canción del infinito en un gallinero “.  En un tono cada vez  más vallejiano  llegamos a la virgen como gran gallina ponedora. Al caballo y la vaca, ahora se le suma la gallina.

A veces pienso que había que hacer antes todo un largo  recorrido previo para poder escribir La familia china, deshacerse, disolver definitivamente el yo.  Erica  Rivas dice que en La familia china se dinamita el yo confesional de la lírica. Dice Coto al respecto: “Ese libro salió de una manera un poco mágica. Los otros los había predicho más. Acá salió de un pujo. No tenía idea de lo que estaba haciendo, es el menos planificado de mis libros.”

La  familia china  lleva al clímax ese extrañamiento que mencionábamos antes. Es un delirio, un sueño meticuloso, obsesivo y prolongado, un estallido de la imaginación donde Lo chino y lo porteño se entrelazan de un modo misterioso;“El alma china de la familia china se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua”. Aparecen mucho los verbos de llenar, derramar, trasvasar. La madre china pone su mente adentro de una copita. También el acto de plegar, desplegar, desenrollar, un tapiz o un rodete o  la dualidad entre aparecerse y esfumarse p 210 “Mientras el viejo se esfuma como el firulete de humo del sahumerio”.

 La típica madre china dice (como las nuestras) “sacate el dedo de la boca, nena” o “Así es la vida”. El hermano chino dice “Ni olvido ni perdón” “Las mentes más realistas se ajustan al pan pan y al vino vino”. Cuando ven un arbolito de Navidad pronuncian I-ke-ba-na Todo el tiempo asistimos, como en un juego de espejos, a las miradas reciprocas. Finalmente no nos queda tan claro si lo chino es lo otro o nosotros somos lo otro mirados desde los ojitos rasgados de la familia china. O hay una zona liquida de intersección.

Aparecen también elaborados de otra manera motivos de otros libros,  El chino, bien machito, se disfraza de caballo para Carnaval, se agrandan las flores del batón maternal. Y la música: el canto, la vidala, el ritmo sincopado de las silabas. Es frecuente que al final de los fragmentos lo visual se deslice hacia lo auditivo, la copla del sentimiento que se esfuma en la vigilia (p214)  los chinos desgranan sonidos similares al de una flauta en fuga. No se sabe aquí qué es lo chino. Pero seguro que no es unívocamente la marginalidad o la otredad

Es una fiesta de la imaginación sin moraleja, sin didactismo y nunca sentenciosa. Onírica y a la vez realista, alucinatoria y razonada, con una rara manera de la razón sensorial. Si Coto, como asegura, no sabe lo que está escribiendo  es seguro que el lector no entiende lo que está leyendo pero no puede dejar de hacerlo, como hipnotizado. Es un exceso y todas las imágenes, visuales auditivas, táctiles, cinéticas, llegan al paroxismo. No me sorprende que, tal como dice la autora, después de La familia china se haya quedado en blanco.

Algo infantil tiene también este libro, algo de rápidas metamorfosis, de goce lúdico y alucinado al estilo del escritor polaco Bruno Schultz, de juego sin porqué.  Y una elaboradísima inocencia. No me resulta casual que luego escriba el libro para niños El sueño del agua, que es un poema apenas narrativo para niños y adultos que podría leerse como una criatura extremadamente estilizada, un destilado lirico de La familia china.

El cuaderno de música se publicó en 2016 en Ediciones Cienvolando y es el único libro de narrativa de la autora, quien, para escribirlo, contó con la ayuda del inolvidable amigo y maestro Hugo Corea Luna.

 “Soy una mujer de manos grandes” dice Magdalena (un nombre que remite nada menos que a Proust y a Jesucristo). Son manos para un teclado en el que cada tecla representa un día de la semana o un color del arco iris. La que toca el piano, cuando no entiende un libro se lo lleva a la oreja, como un caracol, para ver si lo puede escuchar. Su madre fue quien la incitó a tocar, pero su madre nunca la escuchaba. Luego cada capitulo lleva el titulo de las obras que toca. Y el lector debería ser capaz de escuchar las piezas musicales, todas conocidas, mientras lee el libro.  Como si se nos dijera que solo a través de la música puede decirse todo eso que el lenguaje no logra expresar. Como música vana, está aquel episodio de los militantes que la invitan a tocar cualquier cosa pero en volumen alto para que no se escuche afuera lo que se dice adentro. Música para tapar las palabras.

En la última sección, Primavera en mitad del invierno, se narran historias de familia en un barrio popular como la de su padre que trae un dresoir (se pronuncia dresua) y tratan de ubicarlo en la casa en medio de una inundación. Curiosamente, las historias de origen personal y familiar  autobiográfico se nos reservan no para el comienzo sino para el final de la obra reunida. El cuaderno de música es un bildungsroman. Es una novela de aprendizaje, de formación, un relato de cómo se deviene artista. Y si esta obra reunida se mordiera la cola, si fuera circular, volveríamos a los poemas del comienzo para disfrutar nuevamente de esas obras de arte cinceladas como por un orfebre de su libro inicial. Eso precisamente es lo que hace una artista, aquello que aprendió después de todo. Lo que da pie a la obra de una de las más apasionantes poetas argentinas.

                                          Contratapa del libro con pintura de Dolores Etchecopar

Poeta argentina,  egresada de la carrera de Letras de la UBA. Se desempeñó como periodista cultural, traductora y profesora. Coordinó ciclos de poesía, asistió a residencias de artistas y festivales internacionales. Recibió la Beca del Fondo Nacional de las Artes y la Beca Fulbright en Letras. Editó varios libros de poesía, entre ellos,: “Con menos inocencia” (1978); “Novela familiar” (1990); “Laguna” (1999), “El mal menor” (2008, obtuvo el Primer Premio Municipal de Poesía en la categoría obra inédita),  “Novela familiar”, 2012, “El talante de las flores” , 2014, y “Un Barco propio”, 2018.

** Texto leído en la presentación del libro Poesía reunida, de María del Carmen Colombo, el 12 de julio, en Casa de la Lecura.