Poesía reunida de María del Carmen
Colombo** (Hilos Editora)
Por Mónica Sifrim*
ACLARACIONES
Empiezo por citar informalmente a la poeta Andi Nachon. Cuando recibió el flyer de la presentación me mandó en
respuesta un mensajito informal en el que me decía: “Qué fiesta este libro”.
Efectivamente pienso que esta obra reunida es, por sobre todas las cosas, una
fiesta de la poesía. Como lectores, traten de asistir. No se la pierdan.
María del Carmen Colombo es una de las tres editores de Hilos. Las otras dos son las poetas
Dolores Etchecopar y María Mascheroni. El libro como objeto está editado con
amor, cuidado y creatividad. La tapa, las fotos, el diseño de interior son muy
hermosos y no han escatimado ningún esfuerzo. Felicito entonces también a las
otras dos editoras.
Quiero decirles que también es una
celebración para mí compartir este escenario con María del Carmen (de ahora en
más denominada Coto) y con Fernando Noy, uno que sabe hablar y vivir en estado
de poesía. Doy fe de que Noy adora la obra de Coto y que la ha apoyado desde
siempre. Y a mí también. Entonces estamos entre camaradas, entre cómplices. Y
en esta otra fiesta que es la presentación, nos podríamos morir de risa y de cariño
Coto es una queridísima amiga y compañera de ruta. Que sea mi amiga
no me impide admirarla mucho. Y que sea mi amiga tampoco me impide envidiar la
soltura y locura de su pluma. No me
resulta fácil entablar distancia crítica con algunos materiales que trabajamos
juntas en épocas juveniles, especialmente me refiero a Blues del amasijo.
Cuando la conocí, La edad necesaria ya estaba casi consolidado. Décadas
después tuve el placer y el orgullo de
trabajar mano a mano con ella para editar en Ediciones Cienvolando, editorial a
la que pertenezco junto con Adriana Chiattone y Eduardo Gomez, El Cuaderno
de música, su único libro de narrativa, además del Los sueños del agua,
un cuento para chicos que en verdad podría ser considerado un poema.
Otra aclaración: Como en general
conocía los textos, resultó impactsanre e intensa la experiencia de leerlos todos juntos otra vez a otra edad,
apreciar esa marea que fluye y va llevando de un libro al otro y también sorprenderme
por esos puntos de contacto inesperados entre los distintos libros que una obra
reunida en un solo volumen facilita. Tal
vez lo más novedoso, en cuanto a los
textos mismos, haya sido para mí el primer libro. En Obra reunida Coto recupera
la versión original de La edad necesaria. En la de 1978, la que yo
conocía, había cambiado poemas, puesto algunos, y quitado otros. Esa versión
original que ahora reaparece es la que había recibido un importante premio
organizado por la Fundación Argentina de Poesía. Ahora, así, completo, me
pareció nuevo y extraordinario, de pocas palabras flotando en el blanco de la
hoja, con poemas perfectos, líricos y a la vez cargados de misterio y
sugestión. Es un libro completo y maduro, para nada escrito por una
principiante.
Finalmente, este volumen lleva un
prólogo extenso y sumamente lúcido del enorme
poeta Pablo Ananía que es en verdad en si mismo un ensayo exquisito sobre la
poesía y vale la pena leerlo como tal
por separado y no solo ( pero también) en relación con los textos de
Coto. Felicitaciones, Pablo Anania,
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Dice Mario Nosotti en una reseña reciente:
“La poesía de María del Carmen Colombo es un laboratorio donde se
intenta crear una sustancia inaudita. De los tubos de ensayo en donde se
trasvasan intemperies, turbulencias, soledades, colores y erotismo, eclosiona
una flor de ingravidez: “lo real invisible”, expresión que utiliza Pablo Ananía
(cita Nosotti) en el brillante prólogo a
esta obra reunida, un acontecimiento para nuestra poesía.”
Vamos entonces a curiosear en los
tubos de ensayo:
Ya en el primer libro de Colombo
se percibe la tensión entre Lengua y Habla. Una huella potente de oralidad que
hace presión en la sintaxis como cuando escribe por ejemplo: “Pero
quién, por favor quién/me
llama desde un pozo” o, en el poema XI :”Yo no digo que vengas”. La impronta del hablar doméstico se percibe
también en el léxico como cuando sentimos el golpeteo fugaz del habla por sobre
la lengua con palabras como la gilada, el
chamuyo el arañazo o menciones al plato de sopa y la pezuña. Esa fuerza del habla, que crea tanta intimidad entre
autor y lectores es, además, una de las tantas marcas que diferencian esta
poesía de la estética pizarnikiana,
un sello generacional casi inevitable (y no lo digo con desdén) cuyas influencias por supuesto se perciben en
algunos textos de La Edad necesaria.
Pero al mismo tiempo, el ancla a
tierra, el ancla al barrio, y también al barro de ese barrio, de batón y chinelas, no le impide nunca a Coto
remontar la delicadeza inasibles del vuelo lírico ni la elevación del
pensamiento religioso o metafísico. Ni tampoco la arrastra a esa comarca del coloquialismo
que cundía en los 60 y los 70 y que ahora, la historia se repite, vuelve a
hacer furor. Coto ya comienza temprano a
experimentar y a crear un tipo de metáfora que, como acota Ananía “Causa un daño irreparable al sentido común”. Muy temprano se inaugura ese proceso de
extrañamiento que va a ir profundizándose y, dirían los formalistas,
desautomatizando nuestra percepción
Entonces ¿cuál es el lugar para
hablar o, tal como pregunta la poeta en el ultimo verso del poema III, ¿Desde dónde te llamo? Algunos teóricos hablarían
del yo lirico y del lugar de enunciación. Hay un personaje que reaparece en
este libro con distintos ropajes: la expulsada. Y hay un sentimiento recurrente
de humillación pública y escarnio: “la soga
que ha colgado mi corazón en medio de la calle” (p71). Aparecen puertas y ranuras como pasajes
entre lo que deseábamos lograr y lo patético de nuestros resultados.
En este primer libro suena a
menudo la primera persona del plural. Hay un nosotros, un pronombre que
se entiende mejor cuando miramos la fecha de publicación del libro, a fines de
los setenta, década rica en proyectos colectivos políticos y literarios que
Coto atravesó en la compañía de sus compañeros del grupo de poetas El
ladrillo: Jorge Boccanera, Adrián –Desiderato y Vicente Muleiro, Un nosotros
literario y político, que también se presenta como fracaso, como una admisión de
los sueños perdidos: “Pobres muertos y pobres/ los que quedamos vivos”(p92) o “Y ahora nosotros/ con el fuego encendido de
nuestra memoria vagamos entre oscuridad y oscuridad “(p94)
Dice Coto: “No
tengo exactitud/ solo una clara turbulencia” (p91)
Esta afirmación nos adelanta lo que va a suceder en Blues
del amasijo, editado en 1985 y reeditado en el 92. Es el comienzo de una lucha
que nunca es afectada, nunca esnob, para pulverizar el lugar común en todos los
niveles y, muy claramente, en la sintaxis que se va quebrando y en el mundo de
imágenes que ahora prolifera y exagera.
Este libro comienza con poemas
sobre la mirada. La poeta mira cómo ve, se contempla mirando. Por algo los
primeros textos son to see 1, to see 2. Ver
una vez, pero ver de nuevo, reacomodar el foco y así decepcionarse.
¿Qué es un amasijo? Masa, pulpa, pasta,
argamasa, pero también tropel, chanchullo, embrollo, revoltijo, fárrago y
confusión. Su antónimo sería desunión,
separación, honradez, claridad, limpieza. Maria del Carmen Colombo elige, tal
vez a su pesar y contra su voluntad, la atracción centrípeta del revoltijo, la
turbulencia más que la exactitud.
Y qué clase de música es el blues
que sugiere ante todo tristeza. En el amasijo no hay solo despliegue y felicidad.
Aparecen divas de película de Hollywoood, pero el armiño es viejo y turbio, los
ojos caen, los pájaros están disecados y cubren el palmo de espuma negra. Es
tal la intensidad y la sensualidad del libro que en un momento estalla y “la cabeza
cae como un charco de nafta.” Y hay que volver a leer esos hermosísimos
textos para encontrarnos con una autora que
no se regodea en el disturbio ni en la perturbación sino que entabla una conversación
inquieta y profunda con sus propios objetos de deseo para buscar la claridad y
la limpieza en su mirada y en su alma. Esa tensión palpita en Blues del
amasijo
Alicia Genovese dice en “La
doble voz”
Se lexicaliza la idea de la ausente, la lejana, la que no sabe, la que es
difícil de nombrar, la falta de nombre acertado, -y luego agrega Genovese en
relación al bajo fondo y al tugurio en Blues del amasijo:
(Es) un sitio doloroso donde se
pierde identidad. Una fuerza centrípeta que empuja hacia un sitio doloroso
donde a nadie se identifica y donde se pierde identidad “
Conozco de memoria algunos de
estos poemas, y nunca hasta ahora había percibido en ellos esa desolación. Hay
un zafarrancho, indudablemente, un desfile, una murga. Divas de Hollywood, vampiresas,
maquillaje, pestañas, vello púbico de color violeta. Pero la celebración está mirada
como desde atrás de una vidriera, con la ñata contra el vidrio. Nos recuerdo al artista como saltimbanqui del que habla Starovinski,
o el artista como exiliado del mundo según el Tonio Kroger de Thomas Mann. Por
algo, más adelante, en la página 172 nos encontraremos con un epígrafe de Discépolo
que dice: “Como esas cosas que nunca se
alcanzan”. Tal vez también por eso que la música elegida para acompañar el
irresistible desenfreno sea una música triste, un blues. En el otro extremo del
amasijo aparece el alma como aguantadero, una palabra muy particular y muy
potente que también remite a la persecución política y al miedo.
Los fabulosos personajes de Blues del
amasijo son como máscaras del yo. El libro es exuberante, suntuoso,
barroco, lleno de referencias intertextuales e intratextuales: Sally la luna,
Marilyn Monroe, Gardel, Los Beatles. Ingrid Bergman, Conrad, la murga de los de
Gaboto en la Boca, Juan Gelman. Hay poemas alusivos a distintas danzas
populares, al peronismo, al Leonidas Lamborghini del solicitante desocupado, a
Paul Celan. Pero todo eso es mirado desde afuera, como desde una cierta extranjería,
por esa María a secas, la que no es Marilyn, como dice en el poema “Gardel y
yo” Una chica de barrio de La Boca, una chica de barrio que va a reaparecer en episodios de su novela El cuaderno de música
Hay tres presencias
recurrentes en la poesía de Coto: y las tres están vinculadas con la
materialidad del habla: el cuerpo (que
no es necesariamente un cuerpo idealizado), la política y el trabajo. Dice la
autora en una entrevista: “Yo de chica en La Boca veía eso, esas imágenes de
trabajadores, grúas, estibadores, caballos. Hay una influencia de ese paisaje,
de ese contexto en mi educación.”
Tal vez por ese deseo de claridad
y limpieza, de luminosidad y articulación que impedía la fuerza del amasijo, uno
de los libros preferidos de Coto sea el que más se nutre del pensamiento
abstracto, de lecturas filosóficas y reflexiones sobre la religiosidad. Martinez
Cabrera señala que la encarnación es el modo en que habla lo mudo, La
mudez encarna en la figura del cabayo y
la vaca (caballo al revés) que nos da Yo /vaca. Y montada en el lunfardo, DEL
REVES, DEL VESRE, puede espiar el sitio donde mora la virgen. “Un modo de montar/ cuando fundo la palabra
confundo caballo con jinete: una sola cosa.”
En la poesía ¿Qué es caballo? ¿Qué
es jinete? Se trata de domar un animal, de dar forma al díscolo material de las
palabras infinitas con la pobre mortal montura. Y al revés. Yo vaca, la que no
pudo ser y da vueltas y vueltas alrededor de la casa. La cuestión de género
aparece claramente en esa diferencia entre galopar seguro y sin pausa o el
comer pasto y quedarse estática rumiando. Este dúo enfrentado se refiere al
país, a la escritura y, por supuesto al género. Finalmente, una escucha crujir en los papeles
su mugido final.
En la segunda parte de este libro
Coto se centra en lo religioso, el animismo que es también del orden de la
creencia popular. La virgen que se viste bella, el interlocutor que llama: “ tengo problemas con el interlocutor”
dice pero ¿Cómo no va a tener problemas
si el interlocutor es nada menos que Dios Padre, Jehová que, parco como siempre,
cuando le preguntan quién es responde “Soy el que soy” y jugando con la idea
bíblica de la zarza ardiente, con su llama
que arde y nunca se consume, le contesta por teléfono público ¿cuál es su problema? “arder cuando llamas”.
A menudo percibimos ese hilo tenso que
es un rasgo de humor en un extremo y de patetismo en el otro.
Con un bello epígrafe de Pessoa pasamos a la segunda
parte: “y canto la canción del infinito en un gallinero “. En un tono cada vez más vallejiano llegamos a la virgen como gran gallina
ponedora. Al caballo y la vaca, ahora se le suma la gallina.
A veces pienso que había que
hacer antes todo un largo recorrido previo
para poder escribir La familia china, deshacerse, disolver
definitivamente el yo. Erica Rivas dice que en La familia china se
dinamita el yo confesional de la lírica. Dice Coto al respecto:
“Ese libro salió de una manera un poco mágica. Los otros los había predicho
más. Acá salió de un pujo. No tenía idea de lo que estaba haciendo, es el menos
planificado de mis libros.”
La familia china lleva al clímax ese extrañamiento que mencionábamos
antes. Es un delirio, un sueño meticuloso, obsesivo y prolongado, un estallido
de la imaginación donde Lo chino y lo porteño se entrelazan de un modo
misterioso;“El alma china de la familia
china se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del
agua”. Aparecen mucho los verbos de llenar, derramar, trasvasar. La madre
china pone su mente adentro de una copita. También el acto de plegar, desplegar,
desenrollar, un tapiz o un rodete o la
dualidad entre aparecerse y esfumarse p 210 “Mientras
el viejo se esfuma como el firulete de humo del sahumerio”.
La típica madre
china dice (como las nuestras) “sacate el dedo de la boca, nena” o “Así es la
vida”. El hermano chino dice “Ni olvido ni perdón” “Las mentes más realistas se
ajustan al pan pan y al vino vino”. Cuando ven un arbolito de Navidad pronuncian
I-ke-ba-na Todo el tiempo asistimos, como en un juego de espejos, a las miradas
reciprocas. Finalmente no nos queda tan claro si lo chino es lo otro o nosotros
somos lo otro mirados desde los ojitos rasgados de la familia china. O hay una
zona liquida de intersección.
Aparecen también elaborados de
otra manera motivos de otros libros, El
chino, bien machito, se disfraza de caballo para Carnaval, se agrandan las
flores del batón maternal. Y la música: el canto, la vidala, el ritmo sincopado
de las silabas. Es frecuente que al final de los fragmentos lo visual se
deslice hacia lo auditivo, la copla del
sentimiento que se esfuma en la vigilia (p214) los
chinos desgranan sonidos similares al de una flauta en fuga. No se sabe
aquí qué es lo chino. Pero seguro que no es unívocamente la marginalidad o la
otredad
Es una fiesta de la imaginación
sin moraleja, sin didactismo y nunca sentenciosa. Onírica y a la vez realista, alucinatoria
y razonada, con una rara manera de la razón sensorial. Si Coto, como asegura, no
sabe lo que está escribiendo es seguro
que el lector no entiende lo que está leyendo pero no puede dejar de hacerlo,
como hipnotizado. Es un exceso y todas las imágenes, visuales auditivas,
táctiles, cinéticas, llegan al paroxismo. No me sorprende que, tal como dice la
autora, después de La familia china se haya quedado en blanco.
Algo infantil tiene también este
libro, algo de rápidas metamorfosis, de goce lúdico y alucinado al estilo del
escritor polaco Bruno Schultz, de juego sin porqué. Y una elaboradísima inocencia. No me resulta
casual que luego escriba el libro para niños El sueño del agua, que
es un poema apenas narrativo para niños y adultos que podría leerse como una
criatura extremadamente estilizada, un destilado lirico de La familia china.
El cuaderno de música se publicó en 2016 en Ediciones
Cienvolando y es el único libro de narrativa de la autora, quien, para
escribirlo, contó con la ayuda del inolvidable amigo y maestro Hugo Corea Luna.
“Soy una mujer de manos grandes” dice
Magdalena (un nombre que remite nada menos que a Proust y a Jesucristo). Son
manos para un teclado en el que cada tecla representa un día de la semana o un
color del arco iris. La que toca el piano, cuando no entiende un libro se lo
lleva a la oreja, como un caracol, para ver si lo puede escuchar. Su madre fue
quien la incitó a tocar, pero su madre nunca la escuchaba. Luego cada capitulo
lleva el titulo de las obras que toca. Y el lector debería ser capaz de
escuchar las piezas musicales, todas conocidas, mientras lee el libro. Como si se nos dijera que solo a través de la
música puede decirse todo eso que el lenguaje no logra expresar. Como música
vana, está aquel episodio de los militantes que la invitan a tocar cualquier
cosa pero en volumen alto para que no se escuche afuera lo que se dice adentro.
Música para tapar las palabras.
En la última sección, Primavera
en mitad del invierno, se narran historias de familia en un barrio popular
como la de su padre que trae un dresoir (se pronuncia dresua) y tratan de
ubicarlo en la casa en medio de una inundación. Curiosamente, las historias de
origen personal y familiar autobiográfico se nos reservan no para el
comienzo sino para el final de la obra reunida. El cuaderno de música es
un bildungsroman. Es una novela de aprendizaje, de formación, un relato de cómo
se deviene artista. Y si esta obra reunida se mordiera la cola, si fuera
circular, volveríamos a los poemas del comienzo para disfrutar nuevamente de esas
obras de arte cinceladas como por un orfebre de su libro inicial. Eso
precisamente es lo que hace una artista, aquello que aprendió después de todo.
Lo que da pie a la obra de una de las más apasionantes poetas argentinas.
Contratapa del libro con pintura de Dolores Etchecopar
* Poeta argentina, egresada de la carrera de Letras de la UBA. Se
desempeñó como periodista cultural, traductora y profesora. Coordinó ciclos de
poesía, asistió a residencias de artistas y festivales internacionales. Recibió
la Beca del Fondo Nacional de las Artes y la Beca Fulbright en Letras. Editó
varios libros de poesía, entre ellos,: “Con menos inocencia” (1978); “Novela
familiar” (1990); “Laguna” (1999), “El mal menor” (2008, obtuvo el Primer
Premio Municipal de Poesía en la categoría obra inédita), “Novela familiar”, 2012, “El talante de las
flores” , 2014, y “Un Barco propio”, 2018.
** Texto leído en la presentación del libro Poesía reunida, de María del Carmen Colombo, el 12 de julio, en Casa de la Lecura.