Silvia Guerra: La Ofelia de Millais
Para
Elías Uriarte
Para Verónica D`Auria
El
tálamo es un agua oscura y verde que parece que tiene transparencia.
Aquí
yace la bella entrecerrados ojos que dan cuenta de un vidrio milenario.
Las
flores esparcidas por el agua están tan frescas como si estuvieran vivas, y no
se
aprecia bien si algunas de las floridas ramas no caen de los arbustos de la
orilla. Hay piedras en el fondo y el vestido se borda dorado con ramaje y con
borlas que también son flores empastando el entorno de una inigualable
primavera. El verdor se trastoca hacia un azul de Prusia leve, como bajo, que
campea por la escena dando una pátina de aire oscurecido. ¿Qué hora será en
esta descripción?
La
luz, oblicua sobre un sauce, también tiñe unas varas acuáticas y el rostro de
la muerta envolviéndolo todo en una atmósfera extendida hacia esa misma luz que
lo ilumina.
¿En
qué momento suspendido de hojas y de flores y de rostro expuesto se expone esta
visión?
El
rostro de reseda, los labios entreabiertos, los ojos leves, las manos hacia
arriba de palmas extendidas. Hay un ligero corte en la línea del brazo que
sobresale de la línea del agua. Las palmas extendidas de ese modo, ¿piden,
esperan recibir, preguntan? Metálico el vestido – de oro recamado- el pelo
extenso a ambos lado del cuerpo que empapado se esboza y sobresale en partes:
el rostro, tan de seda y de cera por el que todavía campea un color, un rubor
de la vida una minucia de aire entre los labios, el blanco cuello, el
torso hasta los senos insinuados; la cintura la pelvis, se pierden bajo el
agua. Y sobre las piernas vuelve a flotar el vestido – un poco inflado de aire
y agua, se confunde con fondo o con orilla- sobre el oro crecen hojas y unas
rosas abandonadas de guirnalda.
Hay
una comunión entre la luz, las hojas y las flores, Ofelia muerta- las manos
hacia arriba, los ojos y la boca entreabierta- el agua. Hay algo de
expectante que se extiende e inquieta por la luz y la pátina del aire, por lo
vivo y lo muerto, por el instante en suspensión que se ofrece y la fuga
pertinaz del que el entreabierto ojo da cuenta.
***
*Silvia Guerra (Maldonado,
Uruguay, 1961). Ha publicado, entre otros libros: De la arena nace el agua (1987), Idea de la aventura (1990), La
sombra de la azucena (2000) y Nada de
nadie (2001), Estampa
de un tapiz (Plaquette,
Pen Press, NY, 2006). Ha coeditado la
correspondencia entre Gabriela Mistral y algunos escritores uruguayos, y en
2007 apareció en España Fuera
del relato. Una biografía aproximada de Lautréamont (Ed. Bassari).
Etiquetas: Silvia Guerra
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