Felisberto Hernández: Genealogía...
"A José
Pedro Bellan"
I
Hubo una vez en el espacio una línea horizontal infinita. Por ella se
paseaba una circunferencia de derecha a izquierda. Parecía como que cada punto
de la circunferencia fuera coincidiendo con cada punto de la línea horizontal.
La circunferencia caminaba tranquila, lentamente e indiferentemente. Pero no
siempre caminaba.
De pronto se paraba: pasaban unos instantes. Después giraba lentamente
sobre uno de sus puntos. Tan pronto la veía de frente como de perfil. Pero todo
esto no era brusco, sus movimientos eran reposados. Cuando quedaba de perfil se
detenía otros instantes y yo no veía más que una perpendicular. Después
comenzaba a ver dos líneas curvas convexas juntas en los extremos y cada vez
las líneas eran más curvas hasta que llegaban a ser la circunferencia de
frente. Y así, en este ritmo, se paseaba la joven circunferencia.
II
Pero una vez la circunferencia violentó su ritmo. Se detuvo más tiempo que
de costumbre: quedó parada con el perfil hacia mí y el frente hacia la línea
infinita. Parecía observar en el sentido opuesto de su camino. Pasó mucho
tiempo sin ver nada a lo largo de la línea infinita. Pero la intuición de la
circunferencia no erró: de pronto, con otro ritmo violento, de andar brusco, de
lados grandes, se acercaba un vigoroso triángulo. La circunferencia giró sobre
uno de sus puntos y los demás volvieron a coincidir con los de la horizontal en
el mismo sentido de antes.
III
Pero el ritmo de la circunferencia fue distinto al de antes: no era
indiferente ni tan lento. Poco a poco iba tomando la forma de una elipse y su
ritmo era de una gracia ondulada. Tan pronto era suavemente más alta o
suavemente más baja. El vigoroso triángulo se precipitaba regularmente
violento. Pero su velocidad no prometía alcanzar a la elipse. Sin embargo la
elipse se detuvo un poco hasta que el precipitado triángulo estuvo cerca.
Esa misma corta distancia los separó mucho tiempo y nada había cambiado
hasta que el triángulo consideró muy bruscos sus pasos: prefirió la
compensación de que fueran más numerosos y más cortos y se volvió un moderado
pentágono.
IV
Ahora, hecho un pentágono era más refinado, menos brusco, pero no más
veloz, ni menos torturado de problemas. Su marcha era regular a pesar de la
contradicción de sus deseos: ser desigual, desproporcionados sus pasos,
arrítmico. Y pensó y pensó durante mucho tiempo sin dejar de marchar tras la
suave serenidad de la elipse. La elipse no se cambió más, además era sin
problemas, espontáneamente regular y continuada. Y todo esto parecía excitar
más al pentágono que de pronto resolvió el último problema volviéndose un
alegre cuadrilátero.
V
Pero una vez, la elipse rompió la inercia de su ritmo. Hasta en este trance
fue serena. A pesar de la velocidad y de la brusca detención hizo que sus
curvas suavizaran esta última determinación. El cuadrilátero no fue tan dueño
de sí mismo. No pudo romper tan pronto su inercia. Al llegar junto a la elipse
pareció como que se produjo un eclipse fugaz, y el cuadrilátero se adelantó.
Recién después de haber dejado a la elipse muy atrás, pudo detenerse. Pero
entonces la elipse reanudó su ritmo con la misma facilidad que lo dejó, se
produjo un nuevo eclipse y el cuadrilátero quedó tras ella a la misma distancia
de antes.
VI
La elipse volvió a detenerse. El cuadrilátero volvió a llegar hasta la
elipse. El eclipse volvió a ocurrir.
Pero fue el último: fue el eclipse eterno. La elipse quedó encerrada entre
el cuadrilátero en un vértigo de velocidad. Fueron muy armoniosas las curvas de
la elipse entre los ángulos del cuadrilátero y así pasaron todo el tiempo de
sus vidas jóvenes. Cuando fueron viejos no se les importó más de la forma y la
elipse se volvió una circunferencia encerrada en un triángulo. Marcharon cada
vez más lentamente hasta que se detuvieron. Cuando murieron el triángulo
desunió sus lados tendiendo a formar una línea horizontal. La circunferencia se
abrió, quedó hecha una línea curva y después una recta. Los dos unidos fueron
otra línea superpuesta a la que les sirvió de camino. Y así, lentamente se
llenó el espacio de muchas líneas horizontales infinitas.
Narraciones incompletas 1. Ediciones Siruela, 1990, Madrid
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