Diego Muzzio: La guerra menor
Esparcidos
sobre el desolado campo de batalla se derriten
anzuelos
y dientes, los planos intrincados de trincheras
y
cañerías de un antiguo sistema de defensa concebido
en
las ciénagas del sueño; luego de estrangular al
búho
insomne que anida sobre mi ingle, degüello uno a
uno
los animales que vieron nacer esta guerra y la vieron
crecer,
para derramarse luego sobre ligustros y mesas,
baños
y habitaciones sucesivas, días y noches dentro del
árido
esqueleto del caballo de la muerte
registrando
lo que podría quedar por decir en el tiempo
después
de la muerte: como esa grabación que casualmente
encontré
entre viejas cintas, en la cual tres muertos
ríen
y hablan de cosas intrascendentes, sin sospechar
que
esas palabras serán lo único que quede de sus voces,
y
donde mi padre me dice: ¡Hablá,
decí algo...! ¿No vas
a hablar? ¡Hablá...!; o
la voz de su primo, olvidada años
más
tarde en el contestador telefónico, y que, aún después
de
muerto, repetía: Deje su mensaje...
un
mensaje para aquellos deshechos bajo la tierra, en un
lenguaje
impreciso, titubeante, como el de alguien que
emerge
de un coma prolongado y ha olvidado el significado
de
las palabras, y sólo alcanza a mover las manos y
la
cabeza, intentando defenderse de alguna amenaza invisible,
hundido
entre los helados despojos de una guerra
vertical,
carnívora, una guerra menor cuyo portátil
campo
de batalla he transportado sobre el hueco de mi
hombro,
en el filo de la ola que anida detrás de mí, allí
donde
los espíritus cortan las plantas de sus pies bajo la
lluvia
y miran manar la sangre y entablan treguas con las
mariposas
submarinas de sus brazos
*
pero
aún puedo verme inclinado sobre esos peces que
boqueaban
fuera del agua, intentando descifrar en sus
entrañas
las pornográficas tácticas de la muerte, trasladando
luego
el terror de esos ojos a unos ojos humanos,
asimilando
dócilmente la droga que inoculaba en mi
nuca
el ángel mensajero, uno de los más bajos, casi del
todo
idiota a juzgar por el devastado estado de su cráneo
y
las moscas que incesantes devoraban sus testículos; y
luego,
mientras la luz del sol dividía las escamas en espejos
diminutos,
vi sobre las palmas de mis manos los
planos
de una guerra
las
líneas imprecisas ensayando una deliberada arquitectura
de
batallas, tácticas de guerrilla y evasión, la teoría
pura
de la guerra yendo de unos pies pequeños y
empapados
a las altas mesas aladas, el jardín, las ubres
del
relámpago donde maman los recuerdos como ratas
recién
nacidas, los minutos moribundos que intercambian
hombres
de disímiles alturas, millones de minutos
en
los pubis y pechos y pelambres, la lepra aérea del
hambre
sobre el cráneo y su concreta pesadumbre
toda
la urdiembre de esta lúgubre guerra suspendida
como
un lago sobre mi cabeza en sombras, y el arduo
exorcismo
practicado día a día en el ladrido ultraterreno
de
esos fantasmas que como canoas destrozadas descienden
sobre
el agua de las noches para empollar, entre las
palabras
que su ausencia no borró del todo, los venenosos
panales
de la mutilación, la sangre incalculable de
los
peces y los días...
*
y
fluye así el pensamiento como un filo muy delgado
que
recorre sin cesar el mismo círculo; fluye, idéntico a
sí
mismo, distinto, preciso y veloz como la nieve que se
posa
en el simple estar mirando o en el dorso de las manos
que
mueven un manojo de sonidos; fluye así el pensamiento
entre
la densa infección que supura la belleza
de
todo lo mirado, todo aquello que anhelamos retener
en
la memoria y que no obstante cambia, se agrieta, deja
entrar
el agua y paisajes que se mezclan y apelmazan y se
hunden
como peces con tajos de asma a la deriva, peces
boqueando
en la desembocadura de mil sueños invertidos
bajo
el ansia aérea de los árboles
esos
peces arrastran mi desolación: enormes, ciegos bueyes
acuáticos
que olfatean la inminencia de un exilio
que
aguarda, exacto, en la oscura cavidad de las axilas,
detrás
de altos espejos inclinados hacia el hueso y el uso
de
los huesos y la permanencia estéril del espejo entre
las
manos, la estéril permanencia de los huesos de las
manos;
en esta habitación con libros donde unos mo50
nos
manosean los crudos clavos de la muerte, y donde
ataúdes
traslúcidos me conceden la visión de sus viajes
paralelos
hacia el centro mismo de la ausencia...
pero
sólo la ausencia nos revela lo real: lo real no es más
que
una apretada trama de ausencias; y así fluye el pensamiento
entre
los restos de la guerra, la tierra revuelta,
el lento
río de hierro que gira alrededor de mi cabeza
*Véase el libro: El sistema defensivo de los muertos, Hilos Editora.
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* Direcciones y teléfonos de algunas librerías en las
que se consiguen los libros de hilos editora en Capital:
Antígona: Av.
Callao 737, 4812-7364. Arcadia:
Marcelo T.de Alvear 1548, 5258-8801. Crack-up: Costa
Rica 4767, 4831-3502. De La Mancha: Corrientes
1888, 4372-0189. Del Mármol: Lavalle
2015, 4372-6065. Eterna Cadencia: Honduras
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1012, 4816-0221. Hernández: Av. Corrientes 1436, 4372-7845 y Av. Corrientes 1311, 4373-6106.
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1555, 4375-2341. Libros del Pasaje: Thames
1762, 4833-6637. Norte: Avda. Las
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