martes, abril 02, 2013

Diego Muzzio: La guerra menor



Esparcidos sobre el desolado campo de batalla se derriten
anzuelos y dientes, los planos intrincados de trincheras
y cañerías de un antiguo sistema de defensa concebido
en las ciénagas del sueño; luego de estrangular al
búho insomne que anida sobre mi ingle, degüello uno a
uno los animales que vieron nacer esta guerra y la vieron
crecer, para derramarse luego sobre ligustros y mesas,
baños y habitaciones sucesivas, días y noches dentro del
árido esqueleto del caballo de la muerte

registrando lo que podría quedar por decir en el tiempo
después de la muerte: como esa grabación que casualmente
encontré entre viejas cintas, en la cual tres muertos
ríen y hablan de cosas intrascendentes, sin sospechar
que esas palabras serán lo único que quede de sus voces,
y donde mi padre me dice: ¡Hablá, decí algo...! ¿No vas
a hablar? ¡Hablá...!; o la voz de su primo, olvidada años
más tarde en el contestador telefónico, y que, aún después
de muerto, repetía: Deje su mensaje...

un mensaje para aquellos deshechos bajo la tierra, en un
lenguaje impreciso, titubeante, como el de alguien que
emerge de un coma prolongado y ha olvidado el significado
de las palabras, y sólo alcanza a mover las manos y
la cabeza, intentando defenderse de alguna amenaza invisible,
hundido entre los helados despojos de una guerra
vertical, carnívora, una guerra menor cuyo portátil
campo de batalla he transportado sobre el hueco de mi
hombro, en el filo de la ola que anida detrás de mí, allí
donde los espíritus cortan las plantas de sus pies bajo la
lluvia y miran manar la sangre y entablan treguas con las
mariposas submarinas de sus brazos

*
pero aún puedo verme inclinado sobre esos peces que
boqueaban fuera del agua, intentando descifrar en sus
entrañas las pornográficas tácticas de la muerte, trasladando
luego el terror de esos ojos a unos ojos humanos,
asimilando dócilmente la droga que inoculaba en mi
nuca el ángel mensajero, uno de los más bajos, casi del
todo idiota a juzgar por el devastado estado de su cráneo
y las moscas que incesantes devoraban sus testículos; y
luego, mientras la luz del sol dividía las escamas en espejos
diminutos, vi sobre las palmas de mis manos los
planos de una guerra

las líneas imprecisas ensayando una deliberada arquitectura
de batallas, tácticas de guerrilla y evasión, la teoría
pura de la guerra yendo de unos pies pequeños y
empapados a las altas mesas aladas, el jardín, las ubres
del relámpago donde maman los recuerdos como ratas
recién nacidas, los minutos moribundos que intercambian
hombres de disímiles alturas, millones de minutos
en los pubis y pechos y pelambres, la lepra aérea del
hambre sobre el cráneo y su concreta pesadumbre

toda la urdiembre de esta lúgubre guerra suspendida
como un lago sobre mi cabeza en sombras, y el arduo
exorcismo practicado día a día en el ladrido ultraterreno
de esos fantasmas que como canoas destrozadas descienden
sobre el agua de las noches para empollar, entre las
palabras que su ausencia no borró del todo, los venenosos
panales de la mutilación, la sangre incalculable de
los peces y los días...

*
y fluye así el pensamiento como un filo muy delgado
que recorre sin cesar el mismo círculo; fluye, idéntico a
sí mismo, distinto, preciso y veloz como la nieve que se
posa en el simple estar mirando o en el dorso de las manos
que mueven un manojo de sonidos; fluye así el pensamiento
entre la densa infección que supura la belleza
de todo lo mirado, todo aquello que anhelamos retener
en la memoria y que no obstante cambia, se agrieta, deja
entrar el agua y paisajes que se mezclan y apelmazan y se
hunden como peces con tajos de asma a la deriva, peces
boqueando en la desembocadura de mil sueños invertidos
bajo el ansia aérea de los árboles

esos peces arrastran mi desolación: enormes, ciegos bueyes
acuáticos que olfatean la inminencia de un exilio
que aguarda, exacto, en la oscura cavidad de las axilas,
detrás de altos espejos inclinados hacia el hueso y el uso
de los huesos y la permanencia estéril del espejo entre
las manos, la estéril permanencia de los huesos de las
manos; en esta habitación con libros donde unos mo50
nos manosean los crudos clavos de la muerte, y donde
ataúdes traslúcidos me conceden la visión de sus viajes
paralelos hacia el centro mismo de la ausencia...

pero sólo la ausencia nos revela lo real: lo real no es más
que una apretada trama de ausencias; y así fluye el pensamiento
entre los restos de la guerra, la tierra revuelta,
el lento río de hierro que gira alrededor de mi cabeza

*Véase el libro: El sistema defensivo de los muertos, Hilos Editora. 
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* Direcciones y teléfonos de algunas librerías en las que se consiguen los libros de hilos editora en Capital: Antígona: Av. Callao 737, 4812-7364. Arcadia: Marcelo T.de Alvear 1548, 5258-8801. Crack-up: Costa Rica 4767, 4831-3502. De La Mancha: Corrientes 1888, 4372-0189. Del Mármol: Lavalle 2015, 4372-6065. Eterna Cadencia: Honduras 5574, 4774-4100. Guadalquivir: Callao 1012, 4816-0221. Hernández: Av. Corrientes 1436, 4372-7845 y Av. Corrientes 1311, 4373-6106. La Barca: Av. Scalabrini Ortíz 3048, 4806-0395. Liberarte: Av. Corrientes 1555, 4375-2341. Libros del Pasaje: Thames 1762, 4833-6637. Norte: Avda. Las Heras 2225, 4803-3944 y/o 4807-2039.Prometeo: Av. Corrientes 1916, 4952-4486/8923 y Honduras y Gurruchaga, 4833-1771.

1 comentario:

Juan dijo...

uff!