Miguel Ángel Bustos: El Himalaya o la moral de los pájaros
"Lo que yo intenté (…) fue cortar todo lo que había hecho hasta
ahora: el poema corto, muy breve. Hacer el poema largo, narrativo, una epopeya
de mitologías. (…) Busqué construir una especie de códice, apoyado en un texto
y en dibujos. Lograr lo equivalente a un ideograma chino o japonés.
Pintar el verbo es mi obsesión. Obedecemos a un idioma abstracto, como en todo
Occidente, no tenemos jeroglíficos, como los mayas. Yo quise que este libro se
abriera y se leyera como los sacerdotes mayas o aztecas cuando abrían a pleno
sol sus códices y leían las figuras o jeroglíficos trasmutados así: el dibujo
era verbo, y el verbo dibujo. 'Los sacerdotes aquellos que en la Casa de las Palabras
abren ruidosamente los códices', dice un viejo poema maya. (…)"
Extractado de un reportaje al autor, incluido en Miguel Ángel Bustos
prosa 1960-1976, Ed. Del CCC.
1
Himalaya boca callada, piedra
mentira. Ah, moral de los pájaros: sí, ilumina.
Que recuerde, el primer juego-juguete que vino a mí y ya no se irá de mí por nunca fue un cristal; pero qué cristal; algo líquido y duro que no caía por milagro del arco bronce que lo ataba.
Bajo el agua es más que el agua porque está detenido y es móvil. Si toco una llama con mi cristal, soy invierno: el fuego gira y no es su resplandor ya más. Por hábito y piedad cada tanto lo arrojo en las brasas para que devore y llene el Fulgor con su siesta de infierno.
Que recuerde, el primer juego-juguete que vino a mí y ya no se irá de mí por nunca fue un cristal; pero qué cristal; algo líquido y duro que no caía por milagro del arco bronce que lo ataba.
Bajo el agua es más que el agua porque está detenido y es móvil. Si toco una llama con mi cristal, soy invierno: el fuego gira y no es su resplandor ya más. Por hábito y piedad cada tanto lo arrojo en las brasas para que devore y llene el Fulgor con su siesta de infierno.
6
No, yo no voy en este cuerpo
que me lleva, ni toco en el agua un elemento que fluye y se estanca hasta
morir. A quien ves, cuando me miras, es aquel rostro que te doy por miedo jamás
ver tu calavera que finge ojos verdes, húmedos lentos sobre tu boca que recita
letanías entre incienso y campanas que están en mí. Oigo tu voz idéntica en
vos, ajena a mi memoria que te quiere inmóvil. Si me siguieras, si llegaras a
mi cristal. En su casa de Fulgores, ¿quién podría decir: yo, me siento el yo de
mi rostro para vos? Estaría en vos y hablaría a aquel mi cuerpo que cree
poseerme. Terrible si alguna de tus almas, huyendo de la eternidad que nos
persigue en la infinita repetición, no siente la ausencia, la ausencia del
viento y el sonido caer en cuerpos imaginarios, muertos y errantes en la noche
inmortal.
Si alguien me preguntara qué soy; porque ciertas sombras marean; le diría: no soy todo, ni nada, ni algo. Con mi cristal soy el planeta que te lleva por mares a tierras de oro y rapiña y el horizonte te lo doy yo.
Si alguien me preguntara qué soy; porque ciertas sombras marean; le diría: no soy todo, ni nada, ni algo. Con mi cristal soy el planeta que te lleva por mares a tierras de oro y rapiña y el horizonte te lo doy yo.
9
Tocaremos la luna. Poseeremos el cráneo del Sol.
Qué patria o cielo verbal ilumina al fuego
en su casa de líquidos esmaltes; carro de Elías,
purificación de las ciudades muertas, árbol místico de la sangre, agua y sombra transparente, vitral de dioses aniquilados.
Sol antiverbal. Sol carnívoro en sonidos o silencios en el horizonte frío de la tierra sin pájaros.
Sol tigre.
Tocaremos la luna. Poseeremos el cráneo del Sol.
Qué patria o cielo verbal ilumina al fuego
en su casa de líquidos esmaltes; carro de Elías,
purificación de las ciudades muertas, árbol místico de la sangre, agua y sombra transparente, vitral de dioses aniquilados.
Sol antiverbal. Sol carnívoro en sonidos o silencios en el horizonte frío de la tierra sin pájaros.
Sol tigre.
[De El Himalaya o la moral de los pájaros, Libro Primero,
El Sol A ntiverbal]
En aquel tiempo del triste colegio, en aquel que jamás recuerdo; soñaba con
tigres y pájaros en lucha y mi corazón era el desierto y el cielo, el sol y la
luna de aquel mundo final.
Llegó hasta mí un sacerdote, llegó y me dijo: por lo que piensas morirán
tus ojos, tu piel será maldita, como la piel de las momias, amarás a dios en
todo lo que te destruya. Me senté junto al muro más cruel y lloré la lepra del
cielo. Cayó mi corazón, lo perdí. Y reyes ya de sangre pájaros y tigres me
acosan para siempre y todas mis aguas, todos mis ríos, huyen muertos hacia el atroz
y calmo Mar de las Tinieblas.
Y el ángel de la locura, el ángel de la fiebre mira, en mí al monte
coronación del Verbo; escribo para que me sea dado el Silencio.
[De: El Himalaya
o la moral de los pájaros, Libro Segundo, Mare Tenebrarum]
Etiquetas: Miguel Angel Bustos, Poetas
1 Comments:
Miguel Angel es el hermano que Alejandra no tuvo.
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