Raúl González Tuñón: Lluvia
Entonces
comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas
veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces
cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas
espléndidas islas de extraños nombres.
De
cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De
cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila
corre a su lado por los canales del sueño.
Tú
venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No
habían despertado todavía al amor.
No
sabían nada de nosotros.
De
nuestro secreto.
Ignoraban
la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso
los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos,
tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de
ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en
nuestro compartido, en nuestro
apretado
destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te
quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te
quiero con toda la furia de la lluvia.
Te
quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún
tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo
los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú
estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real,
numerosa, pero tan mía.
Yo
te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh,
visitante.
Ya
es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales
luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ambos
nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni
en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque
la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos
cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo
seamos
sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin
fin de una pasión irremediable.
Oh,
visitante.
Estoy
lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy
tocado de tu destino.
Al
extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al
extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin
embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al
caer
sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el
asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los
automóviles,
ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de
nuestra
esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La
lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y
acaso
esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima,
recóndita
alegría.
Estoy
tocado de tu destino.
Oh,
lluvia. Oh, generosa.
Etiquetas: Raúl González Tuñon
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