Hilda Guerra: LA MISIÓN DE LAS ARTES (Occidente – Oriente)
Es innegable que en los principios de la
historia la humanidad presentaba señales
de
barbarie. En ese período de transición, entre los desintegradores de átomos y
el esfuerzo de muchos por mejorar la calidad de vida, es imprescindible que los
artistas –encargados de elevar los espíritus- a través de la belleza, logren el
equilibrio “izunome”.
El Museo de Bellas Artes M.O.A. de Atami
(Japón) es un reflejo de esto último. Programado por Mokichi Okada, es un
complejo que reúne varios edificios. Está construido pensando en el hombre del
futuro.
Cavado
dentro de la montana, se sube por tres escaleras mecánicas que desembocan en la
cima a un hall central, donde un juego de luces de colores –rayo Laser-
asombra. Una pirámide es el punto central de un espectáculo de ritmos
cambiantes y matices que abarcan toda la gama del arco iris, tiñendo las
escaleras de entrada de distintas tonalidades y figuras.
Allí se conjuga un Manet con la Bahía de
Sagami, las xilografías japonesas con los inmensos ventanales suspendidos de
aproximadamente cinco pisos (se destrozarían si estuviesen apoyados), el marco
del océano Pacífico con obras que forman parte del Tesoro Nacional de ese país:
algunas de las cuales se expusieron en nuestro Museo de Bellas Artes y la
Biblioteca Nacional Argentina entre el 13 al 25 de octubre de 1995. Fue una
Exposición de Obras Selectas del Museo bajo la denominación: Tesoros del Arte
Japonés inspirados en el Hombre y La Naturaleza.
La arquitectura de este Museo está al servicio
de la naturaleza en forma de cuadros vivientes, con pinos enmarcados. Cuenta
con Casa para la Ceremonia del Té –Ippaku-an- cuyo tejado se realiza con
láminas de cobre, y la Sala Dorada es una réplica de la construida por el
generalísimo Toyotomi Hideyoshi, salas de video y audiovisuales, escaleras para
días de lluvia, restaurante, Teatro Noh –con sistema de traducción simultánea en
tres idiomas.
Nos enfrentamos a cada instante con una visión
amplia “daijo” entre la fibra de vidrio y el jarrón con diseño de glicinas de
Nonomura Ninsei, el cemento donde fueron colocados doscientos treinta paneles
en forma de pétalos, con la estatua de la diosa Bodhisattva o la diosa
Avalokitesvara o el espacio situado a la salida del túnel-galería denominado
Plaza Moore, donde se exhibe la escultura “El Rey y la Reina” de Henry Moore.
Uno de los escultores más notables que ha dado el siglo XX.
Además de los mármoles de Italia, Grecia, Cuba,
Portugal, India e Irán. Una serie de
paisajes de Hirohique Ando (perteneciente al periodo Edo) un desnudo de Goyo
Hashiguti (era Taisho) o el Canal de Venecia de Hiroshi Yoshida (1926).
Desde un marco natural de bambúes se domina el
Monte Iwato, una cascada artificial de trece metros de ancho por ocho de alto
vierte tres mil litros de agua por minuto. Además de la floresta de pinos y el
jardín de los cerezos.
Como si estuviera flotando en la bahía se
divisa la isla Hatsushima, y es fácil en este clima, sentir que el grado más
alto de creatividad se puede representar con una sola flor.
Este Museo es uno de los más visitados del
Japón y uno de los pocos donde se reúnen obras de Oriente y Occidente.
Las artes elevan el espíritu a través de la
contemplación y no dudamos que el objetivo de esta creación es la formación de
un mundo mejor: el prototipo de un Paraíso Terrestre.
Etiquetas: Hilda Guerra
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