Fernando Pessoa: Libro del desasosiego de Bernardo Soares...
Cuando
vine por primera vez a Lisboa, había, en el piso de encima de donde vivíamos,
un sonido de piano tocado en escalas, aprendizaje monótono de la señorita que
nunca vi. Descubro hoy que, mediante procesos de infiltración que desconozco,
guardo aún en las bodegas del alma, audibles se abren la puerta de allá abajo,
las escalas repetidas, tecleadas, de la señorita hoy señora otra, o muerta o
encerrada en un lugar blanco en donde verdean negros los cipreses.
Yo era un
niño, y hoy no lo soy; el sonido, sin embargo, es igual en el recuerdo al que
lo era en la realidad, y tiene, perennemente presente, si se levanta de donde
finge que duerme, el mismo lento tecleo, la misma rítmica monotonía. Me invade,
de considerarlo o sentirlo, una tristeza difusa, angustiosa, mía.
No lloro
la pérdida de mi infancia; lloro el que todo, y en ello la infancia (mía), se
pierda. Es la fuga abstracta del tiempo, no la fuga concreta del tiempo --que
es mío, que me duele en el cerebro físico por la recurrencia repetida,
involuntaria, de las escalas del piano del piso de arriba, terriblemente
anónimo y lejano. Es todo el misterio de que nada dura lo que martillea
repetidas cosas que no llegan a ser música, pero que son nostalgia, en el fondo
absurdo de mi recuerdo.
Insensiblemente, en un erguirse visual,
veo la salita que nunca he visto, donde la aprendiz que no he conocido está
todavía hoy relacionando, dedo a dedo cuidados, las escalas siempre iguales de
lo que ya está muerto. Veo, voy viendo más, reconstruyo viendo. Y todo el hogar
del piso de arriba, nostálgico hoy pero no ayer, se va alzando ficticio desde
mi contemplación desentendida.
Supongo, sin embargo, que en todo esto
soy translaticio, que la nostalgia que siento no es precisamente la mía, ni
precisamente abstracta, sino la emoción interceptada de no sé qué tercero, para
quien estas emociones, que en mí son literarias, fuesen -como diría Vieira
[237] - literales. Es en mi suposición de sentir en la que me duelo y angustio,
y las nostalgias, a cuya sensación se me marean los ojos propios, es por
imaginación y otredad como las pienso y siento.
Y siempre, con una constancia que viene
del fondo del mundo, con una persistencia que estudia metafísicamente, suenan,
suenan, suenan, las escalas de quien estudia piano, por la espina dorsal física
de mi recuerdo. Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles
diferentes; son personas muertas que me están hablando, a través de la
transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que hice o no
hice, ruidos de regatos de noche, ruidos allá abajo, en la casa quieta.
Tengo ganas de gritar dentro de la
cabeza. Quiero parar, machacar, romper ese imposible disco gramofónico que
suena dentro de mí, en una casa ajena, torturador intangible. Quiero mandar
pararse al alma, para que ella, como vehículo que me […] siga hacia delante
sólo y me deje. Enloquezco de tener que oír… Y por fin soy yo, en mi cerebro
odiosamente sensible, en mi piel pelicular, en mis nervios a flor de piel, las
teclas tecleadas en escalas, oh piano horroroso y /personal/ de nuestro
recuerdo.
Y siempre, siempre, como en una parte
del cerebro que se volviese independiente, suenan, suenan, suenan las escalas
allá abajo, allá arriba, de la primera casa de Lisboa donde vine a vivir.
3-12-1931
*Libro del desasosiego de Bernardo Soares. Traduc.:Ángel Crespo.
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