Carmen Pardo Salgado: Las formas del silencio
http://www.uclm.es/artesonoro/olobo3/Carmen/formas.htmlCarmen
Pardo Salgado
s formas del silencio
s formas del silencio
Es
preciso perderse para empezar a escuchar.
Es preciso hacer el silencio en la escucha y en la mirada para descubrir
las formas del silencio.
El silencio se escribe, se ofrece a la escucha. En la escritura
musical el silencio es figura y cada nota figurada posee su recíproca
figura silenciosa, la figura de pausa. Una figura que mide el silencio.
En
el lenguaje verbal también se grafía el silencio.
Así, los puntos suspensivos dejan colgado el discurso, lo
suspenden. Pero el valor de estos puntos depende de la palabra que
los antecede.
Tanto
el silencio del lenguaje como el silencio que se introduce en la
música suelen ser respiraciones que reclaman la atención.
Respirar será crear el hueco en el que la atención
puede desplegarse. El silencio es entonces como un suspiro, el nombre
con el que la tradición francesa del s.XVIII designaba al
silencio del valor de una negra en música. El silencio de
negra es un suspiro, el de corchea medio suspiro, el de semicorchea
un cuarto de suspiro... (1)
Y en este suspirar tal vez sea posible modificar la forma
en que se escucha, transformar el oído.
Aprender
a escuchar, aprender a escuchar el silencio y el sonido van a provocar
una autoalteración. Esta es como es sabido, la enseñanza
que nos brinda el músico norteamericano John Cage quien de
modo magistral enseñó a escuchar las formas del silencio.
Unas formas que requieren destruir la grafía del lenguaje,
de la memoria, para mostrar que silencio y sonido siempre están
en continuidad.
1.
Y en el centro... el silencio
En 1937, en una charla realizada en Seattle, el músico afirmaba: "Si la palabra "música" se considera sagrada y reservada para los instrumentos de los siglos dieciocho y diecinueve, podemos sustituirla por otro término más significativo: organización de sonido" (2). Esta definición, empleada asimismo por el músico francés Edgar Varèse, expresaba la voluntad de transformar la composición musical en un lugar de organización donde tuvieran cabida todos los sonidos: los ruidos y el silencio. De este modo, la música del s.XX se fue alejando de un sistema composicional que, comúnmente, era designado con la metáfora de la arquitectura.
En 1937, en una charla realizada en Seattle, el músico afirmaba: "Si la palabra "música" se considera sagrada y reservada para los instrumentos de los siglos dieciocho y diecinueve, podemos sustituirla por otro término más significativo: organización de sonido" (2). Esta definición, empleada asimismo por el músico francés Edgar Varèse, expresaba la voluntad de transformar la composición musical en un lugar de organización donde tuvieran cabida todos los sonidos: los ruidos y el silencio. De este modo, la música del s.XX se fue alejando de un sistema composicional que, comúnmente, era designado con la metáfora de la arquitectura.
En
el interior de esa metáfora, el silencio posee un valor
cuantitativo: la figura que lo representa y que indica por cuanto
tiempo se debe interrumpir la nota, así como un valor
que podría llamarse intensivo y que depende del lugar
que ocupa el silencio en la composición. El modo en que
se escucha el silencio en esas construcciones viene determinado,
generalmente, por la manera en que se atiende al sonido. Pero,
se podría asimismo, escuchar el sonido que continúa
en función del silencio que le precede. No obstante,
esta segunda posibilidad solía quedar relegada y cuando
se hablaba del silencio en música, se acostumbraba a
afirmar que la función del silencio consistía
en concurrir al sentido de la melodía. En consecuencia,
el silencio se convierte en una pausa cargada de intención.
El silencio es entonces ese suspirar que capta la atención
con una intención prefijada, un silencio que puede crear
expectativas, un silencio que interrumpe...
Este
procedimiento, se encuentra todavía prendido en la dualidad
entre sonido y silencio. En este sentido, se acostumbra a aludir
al efecto o efectos que puede provocar el silencio. Unos efectos
que están anclados en un silencio que es solamente concebido
como ausencia de sonido.
Frente
a este silencio marcado con las huellas de la ausencia, los
sonidos de la composición musical se presentan, por así
decirlo, ocupando los tiempos fuertes, los tiempos que obtienen
la máxima audiencia. El engarce entre los sonidos, sabiamente
conducidos, puede producir entonces lo que en el barroco se
denominaban los afectos, o en el romanticismo la expresión
musical. Pero ¿qué ocurre cuando la composición
se inicia con un silencio?, ¿cuando el silencio ocupa los
tiempos fuertes?
Se
produce un contratiempo que puede dotar de una nueva dimensión
a esa efectividad del silencio, que lo sitúa en un obrar
indeterminado aún, en un estado de indecisión.
Esta indecisión del estado silencioso, en el que aquello
que se escucha es a veces pensado como si fuera el silencio
mismo, es lo que se anuncia cuando se hace del silencio una
efectividad mayor. Se trata entonces de un silencio que se iguala
al Vacío, a la Nada, pero que aún puede ser inscrito
en la dualidad entre sonido y silencio. Sin embargo, sólo
hay que seguir escuchando para darse cuenta de que después,
cuando el sonido se inicia, las indecisiones van cobrando forma
y el silencio suele ser relegado a los tiempos débiles
de la composición prolongando el sonido, aunque bien
podría mostrar también su continuidad con él.
El
silencio como continuidad es aquél que descubre el hombre
que se ha liberado de su memoria, de sus gustos y emociones.
Ese silencio es entonces centro; un centro que pone en cuestión
el establecimiento de cualquier relación; un centro que
ciertamente es ahora, nada.
El
interés por el silencio hace mella en Cage con el conocimiento
de la tradición musical de la India, que considera que
el sonido siempre continúa. De ella tomaría el
músico en los años cuarenta su inclinación
por ese centro sin color que separa las emociones blancas, (lo
heroico, lo erótico, lo alegre, lo maravilloso) y las
negras (el miedo, la cólera, el disgusto y la preocupación).
En el centro sin color, la tranquilidad que libera de los gustos
y disgustos.
En
el centro se encuentra el silencio de Cage, ese nuevo oído
que aprendió a acallar su voz para abrirse a todos los
sonidos.
2. En el porche de Charles Ives
La imagen es conocida, Charles Ives sentado en el porche delante
de su casa, contemplando las montañas y escuchando "su propia
sinfonía".
Para
escuchar esa sinfonía, para escuchar la Naturaleza se requiere
el silencio del oído. Con él se quiere prestar atención
al modo en que debe hacerse el silencio en uno mismo, un requisito
necesario a toda escucha.
La
palabra silencio proviene del latín "silere", callar,
estar callado. Lo que se calla es la intencionalidad, pero no para
entrar en la escucha de un silencio que debe ser escrito con mayúsculas,
como si se trata de un silencio ontológico, sino simplemente
para oír.
El
silencio del oído será, siguiendo a Cage, el silencio
de la escucha dirigida. Si se presta oídos al mundo, el oído
se llena de sonidos. Siempre hay sonidos, ruidos, un perro que ladra,
el viento que pasa, el teléfono que suena, los coches a distintas
velocidades sobre el asfalto, o los pájaros que cantan. "Esto
es lo que llamo silencio" afirma Cage, "es decir un estado
libre de intención, porque —por ejemplo- siempre tenemos
sonidos; y en consecuencia no disponemos de ningún silencio
en el mundo. Estamos en un mundo de sonidos. Le llamamos silencio
cuando no encontramos una conexión directa con las intenciones
que producen los sonidos. Decimos que es un mundo silencioso (quieto)
cuando en virtud de nuestra ausencia de intención, no nos
parece que haya muchos sonidos. Cuando nos parece que hay muchos,
decimos que hay ruido. Pero entre un silencio silencioso y un silencio
lleno de ruidos, no hay una diferencia realmente esencial. Esto
que va del silencio al ruido, es el estado de no-intención,
y es este estado el que me interesa".
(3)
Atender
al silencio es escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa
desapercibido. Para ello es preciso parar la actividad que urge
y dirige hacia lo que se debe hacer o escuchar. Se hace necesario
detener la rueda del dharma y escuchar, explicará Cage. (4)
Detener
la rueda de la escucha intencional es lo que propuso el músico
hace ya cincuenta años cuando compuso 4'33''. Su título,
como es sabido, indica la duración de la interpretación:
33’’, 2’40’’ y 1’20’’. El
pianista, en su estreno David Tudor, indicaba el inicio de cada
parte cerrando la tapa del piano y el final abriéndola.
Con
4’33’’ se atiende al sonido, al silencio sonoro
que siempre coexiste en el espacio de ejecución de una obra
musical. Esta obra que, ciertamente, incitó la cólera
de muchos oyentes, pretendía abrir la escucha a todos los
sonidos, mostrar que lo que denominamos silencio está regido
por la intencionalidad. Se trataba pues, de aprender a escuchar,
de no tapiarse los oídos con unos sonidos prefijados y atender
a todos los sonidos que se acallan con la palabra silencio.
Pero
4’33’’, como Cage afirmaba, supone aún
una escucha medida, por eso el músico compone diez años
después 0’00’’, otorgando todo el tiempo
a la escucha. Y en ese tiempo cero, el silencio es como la esfera
de H. D. Thoreau. Una esfera en la que cada sonido es como una burbuja
en su superficie. (5)
3. La esfera del silencio
La
esfera del silencio está repleta de sonidos, tal y como el
músico comprendió cuando se introdujo en la cámara
anecoica de la Universidad de Harvard a primeros de los cincuenta.
Pero escuchémosle a él: "Fue después de
llegar a Boston cuando fui a la cámara anecoica de la Universidad
de Harvard. Todo el mundo que me conoce, conoce esa historia. La
explico continuamente. En cualquier caso, en aquella habitación
silenciosa, escuché dos sonidos, uno agudo y otro grave.
Después le pregunté al ingeniero responsable por qué,
siendo la habitación tan silenciosa, había escuchado
dos sonidos. Me dijo: 'Descríbalos'. Lo hice. Me dijo: 'El
agudo era el funcionamiento de su sistema nervioso. El grave era
la circulación de su sangre.'" (6).
Esta experiencia le muestra que el silencio no existe como posibilidad
de vivencia, que siempre hay sonido.
Desde
aquí, escuchar el silencio puede ser también hacer
de uno mismo una cámara anecoica, componer en sí mismo
el 0’00’’ que permita escuchar más
allá de lo que se quiere y debe escuchar, escuchar sin prejuicios.
Porque, ¿qué ocurre cuando uno se queda en silencio?
Se escucha esa voz alta o baja que siempre se pega al cuerpo y a
la que, por economía, suele asignársele el nombre
de uno mismo. Se escuchan las ideas que rondan la cabeza, lo que
se ha vivido, tal vez lo que se espera vivir, se escucha el propio
cuerpo.
Pero
es posible sumergir todas esas voces, ruidos, sonidos, en la esfera
de Thoreau, y aprender de ese centro sin color que también
es el olvido, para estar en la continuidad. En la esfera del silencio,
el oído ha sido transformado, es un oído permeabilizado
en el que toda burbuja sonora tiene cabida.
En
la esfera de Thoreau el silencio es sonoro. Tal vez como en las
esferas de Pitágoras que componían ese música
inaudible que representaba la máxima sabiduría. Sin
osar alcanzar tal sabiduría, la escucha que Cage propugna,
guarda al menos con la música de las esferas una cierta analogía.
Se proponen como eso, una escucha que descubre la armonía
que surge cuando se tiende de veras el oído. Por ello, en
la esfera del silencio pueden surgir todas las formas de un silencio
siempre sonoro, de un silencio como el de 4'33'', como el
de 0'00''...
______________________________________
(1)
Rousseau J. - J., "Dictionaire de Musique", Oeuvres
Complètes, vol. V, París, Bibliothèque
de la Pléiade, 1995, entrada "silence".
(R)
(2)
Cage J., "El futuro de la música: credo", Escritos
al oído, Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos
Técnicos, Colección de Arquilectura, 38, 1999, p.
52. (R)
(3)
Cf., John Cage talks to Roger Smalley and David Sylvester, entrevista
en la B. B. C., diciembre de 1966, publicada en el programa de concierto
del lunes 22 de mayo de 1972 en el Royal Albert Hall en Londres.
(R)
(4)
En conversación con St. Montague, "Interview manuscrit
(1982)", en Kostelanetz, R., Conversing with Cage, Nueva
York, Limelight, 1988. (R)
(5)
Citado en Zwerin M., "Silence, Please, for John Cage",
International Herald Tribune, 24 septiembre de 1982. Incluido en
Kostelanetz R., Conversing with Cage, op. cit. (R)
(6) Cage, J., "Cómo pasar, patear, caer
y correr" (1959), Escritos al oído, op. cit.,
p. 93. (R)
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