Marcel Proust: La pálida madrépora*
"Indudablemente, en
esos años pasados no sólo era la visión total del grupo la que carecía de
perfecta nitidez, como noté yo el día antes, sino el grupo mismo. Entonces esas
niñas eran aún muy jovencitas y se hallaban en ese grado elemental de formación
en que la personalidad no puso aún a cada rostro su sello. Estaban todas
apretadas unas contra otras, como esos organismos primitivos en los que el
individuo no existe por sí mismo y está constituido antes por el polípero que
por cada uno de los pólipos que entran en su composición. A veces una de las
niñas empujaba a la que tenía al lado y la hacía caerse al suelo, y entonces
una risa alocada, que parecía la sola manifestación de su vida personal, las
agitaba a todas simultáneamente, borrando y confundiendo aquellos rostros
indecisos y parleros en la masa de un racimo único, tembloroso y chispeante. En
un retrato viejo que luego, andando el tiempo, me dieron ellas, y que he
conservado, su tropa infantil constaba ya del mismo número de figurantas que la
.procesión femenina que habían de constituir más adelante; y se da uno cuenta
de que ya entonces debían de formar las chiquillas en la playa un manchón
particular que atraería la atención; pero, en dicho retrato sólo se las puede
distinguir individualmente por medio del razonamiento, dejando campo libre a
todas las transformaciones posibles durante la juventud, hasta ese límite en
que las formas reconstituidas invaden ya otra personalidad que es menester
diferenciar asimismo, personalidad cuyo lindo rostro tiene probabilidades,
gracias a la concomitancia de una buena estatura y un pelo rizado, de haber
sido antaño esa bolita gesticulante y avellanada que nos presenta el retrato
viejo; y como la distancia recorrida en poco tiempo por los caracteres físicos
de cada muchacha privaba de un criterio seguro para distinguirlos, y además
como ya entonces estaba muy marcado en ellas aquello que de común y colectivo
tenían, solía ocurrir a sus mejores amigas que en ese retrato las confundían
unas con otras, hasta el punto que para decidir las dudas había que recurrir a
un detalle de indumento que según alguna de ellas era exclusivamente suyo.
Desde aquel tiempo, tan diferente del día en que me las encontré yo en el
paseo, tan diferente, pero no muy distante, acostumbraban entregarse a la risa,
como pude ver la anterior mañana; pero esa risa no era ya aquella intermitente
y casi espasmódica de la infancia, aquella risa en la que antes se hundían a
cada momento sus cabecitas para volver a surgir después, al modo de los bloques
de pececillos del Vivonne, que se dispersaban y desaparecían por un instante y
se juntaban en seguida; ahora sus fisonomías eran ya dueñas de sí; los ojos se
clavaban en el blanco que perseguían, y el día antes fue lo indeciso y
tembloroso de mi percepción primera lo que confundió indistintamente –como
hacía la hilaridad de antaño y la fotografía descolorida– las esporas, ahora
individualizadas y desunidas, de la pálida madrépora. "
*Fragmento
extractado de: "A la sombra de las muchachas en flor", En busca del
tiempo perdido. Galerna.
Traducc.: Pedro Salinas.
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