William Blake: Los hombres/están enfermos de amor...
Cantos de
pájaros/perfumes de flores (Milton, II, Pl.31, vv 28-62)
Escucha al ruiseñor dar
comienzo a la canción de primavera:
la alondra, sentada en su lecho
terreno, cuando aparece
la aurora, lo escucha
silenciosa; luego, saltando
de los sonoros trigales ondulantes,
dirige el coro del día: trinos,
trinos, trinos
ascendiendo sobre las alas de
la luz dentro del vasto espacio,
repercutiendo contra el
adorable azul y reluciendo en le bóveda celeste,
su pequeñísima garganta trabaja
con inspiración; cada pluma
sobre el cuello, el pecho y las
alas vibran con el efluvio divino.
Toda la Naturaleza lo escucha
silenciosa, y el pavoroso sol
permanece inamovible sobre la
montaña mirando al pajarillo
con ojos de suave humildad y
maravilla y de amor y miedo.
Entonces, desde su verde
espesura, todos los pájaros empiezan
su canción sonora;
el tordo, el pardillo y el
jilguero, el petirrojo y el reyezuelo
despiertan al sol desde su
dulce ensueño sobre la montaña.
El ruiseñor ensaya de nuevo su
canción, y a través del día
y a través de la noche gorjea
exuberante, toda ave que canta
atiende su sonora armonía con
amor y reverencia.
Percibe los preciosos perfumes
de las flores,
nadie puede decir cómo desde un
centro tan pequeño brotan tales dulzuras,
olvidando que dentro de ese
centro la Eternidad ensancha sus puertas
por siempre perdurables, que
ferozmente custodian Og y Añak.
Primero, antes que rompa el
alba, el gozo se abre en las corolas
de las flores,
gozo hasta las lágrimas que el
sol naciente enjuga;
primero el tomillo silvestre
y la ulmaria, ondulando suave y
plumosa entre los juncos,
luz saltando sobre el aire,
conducen la alegre rondinela. Despiertan
a la madreselva durmiendo sobre
un roble (la ostentosa belleza
en algazara sobre el viento);
el blanco espino, del hermoso mayo,
abre sus mjil ojos adorables.
Escucha dormir aún a la rosa…
nadie se atreve a despertarla;
pronto abre las purpúreas cortinas de su lecho
y aparece con la majestad de su
belleza. Toda flor
-el clavel, el jazmín, el
alhelí, la clavelina de pluma,
el junquillo, el blando lirio-
abre sus cielos. Todo árbol,
flor y yerba pronto colman el
aire con una danza innumerable,
sin embargo, todo se concierta
dulce y adorable. Los hombres
están enfermos de amor.
*Véase: La música de la humanidad, Tusquets Editores, 1993.
** Trduc. Ricardo Silva-Santisteban.
Etiquetas: Poesía
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