C. G. Jung: James Joyce, la tenia...
(…) El libro (se refiere al Ulises) puede leerse desde el final, puesto que no
existe ni antes ni después, ni arriba ni abajo. Todo había sido antes así, o bien
habría de serlo en el futuro. Con igual placer puede leerse una conversación
desde el final, pues no destroza ninguna agudeza. Como conjunto, carece de
ellas, pero cada frase es una agudeza. Puede también dejarse de leer en medio
de una frase —la parte anterior de esa frase tiene todavía bastante raison d’étre para estar viva o
parecerlo. El carácter vermiforme que crea una cola para la cortada extremidad
de la cabeza, y una cabeza para la cola, impregna todo el libro.
Esta cualidad inaudita y torcida del espíritu
de Joyce muestra que su obra pertenece a la clase de los animales de sangre
fría, y en especial, a la de los gusanos, los cuales, si fuesen capaces de hacer
literatura, utilizarían para escribir, a falta de cerebro, el gran simpático .
Sospecho que algo semejante se da en
Joyce, es decir, pensamientos y sentimientos viscerales a consecuencia de
una intensa opresión de la actividad cerebral, que, en su caso, se encuentra
reducida esencialmente a la percepción.
Es preciso admirar en Joyce sin reserva la
actividad de los sentidos: lo que se ve y cómo lo ve, lo que escucha, huele y
palpa es sobremanera sorprendente, tanto interior como exteriormente.
El mortal corriente limítase, por lo
común, si es especialista en la percepción, en la esfera de los sentidos, o a
lo exterior, o a lo interior. Joyce conoce lo uno y lo otro. Las guirnaldas de
series de asociaciones subjetivas se enlazan y mezclan a las figuras objetivas
de una calle de Dublín. Lo objetivo y lo subjetivo, lo externo y lo interno, se
infiltran recíproca y constantemente; tanto, que a pesar de toda la claridad de
la imagen aislada, persiste en último término la duda de si se trata de una
tenia física o trascendental.
La tenia es en sí todo un cosmos vital, y
posee una fecundidad fabulosa; imagen que me parece horrenda, y sin embargo no
del todo inadecuada para los capítulos de Joyce.
En efecto, la tenia no puede producir otra
cosa que una nueva tenia, pero esta facultad la posee en abundancia inagotable.
El libro de Joyce podría contener lo mismo 1.470 páginas que un múltiplo de
esta cifra; sin embargo, su inmensidad no quedaría disminuida en una sola gota,
ni tampoco sería dicho lo esencial. Mas ¿quiere Joyce decir algo esencial? ¿Tiene
todavía ese prejuicio demodé una justificación de existencia? Oscar Wilde considera
la obra de arte como algo completamente inútil. En nuestra época, ni el
filisteo objetaría nada en contra de esta tesis; pero su corazón espera, no obstante,
algo «esencial» de la obra de arte. ¿Dónde se esconde esto en Joyce? ¿Por qué
no lo dice? ¿Por qué no lo muestra al lector, insinuándolo con gestos expresivos
—una semita sancta ubi stulti non errent?
(…)
De este pétreo inframundo álzase la visión
de la tenia, de movimientos peristálticos y ondulaciones serpentinas, que produce
un efecto monótono a causa de su eterna reproducción proglotídea. Cierto que ningún
proglótido es enteramente igual a los otros, aun cuando son parecidos hasta
confundirse. En cada una de las partes, por pequeña que sea, del libro, el propio
Joyce es, a la vez, él mismo y el contenido exclusivo del trozo. Todo es nuevo
y todo ha existido siempre desde el principio. ¡Suma subordinación a la naturaleza!
¡Qué opulencia y qué... tedio! Joyce me aburre hasta arrancarme lágrimas, pero
es un fastidio irritante, peligroso, como no podría producirlo ni aun la
trivialidad más enojosa. Es el tedio de la naturaleza, el monótono silbido del
viento en los acantilados de las Hébridas, la salida y la puesta del sol en el Sahara,
el bramido del mar (…)
*Véase Quién es Ulises, Santiago Rueda Editor.
1 Comments:
Algo más sobre "Ulises" de Joyce:
http://ramiropinto.es/escritos-literarios/ensayos/ulises-james-joyce/
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