Kurt Vonnegut: Seguirás siendo llorada vieja muerte...
Todo esto sucedió, más o menos. De todas formas, los partes de guerra son bastante
más fieles a la realidad. Es cierto que un individuo al que conocí fue fusilado, en
Dresde, por haber cogido una tetera que no era suya. Igualmente cierto es que otro
individuo, al que también conocí, había amenazado a sus enemigos personales con
matarlos por medio de pistoleros alquilados. Y así sucesivamente. He cambiado los
nombres de los personajes. Es cierto que volví a Dresde, con dinero de
Guggenheim (Dios le bendiga), en 1967. La ciudad se parecía un poco a Dayton, Ohio,
Kurt Vonnegut Matadero 5 aunque con muchos más espacios libres. Su
suelo debía de contener toneladas de harina de huesos humanos.
Volví allí con un viejo camarada de la guerra, Bernard V. O'Hare, y nos hicimos
amigos del taxista que nos llevó hasta el matadero donde nos habían encerrado una
noche como prisioneros de guerra. Su nombre era Gerhard Müller y nos dijo que
había sido prisionero de los americanos durante algún tiempo. Le preguntamos qué
tal se vivía bajo el comunismo, y él respondió que al principio era terrible
−pues todo el mundo tenía que trabajar muchísimo, aparte de que no había ni
cobijo ni alimentos ni ropas adecuadas−, pero que ahora las cosas estaban mucho
mejor. Tenía un apartamento, pequeño aunque muy agradable, y su hija recibía
una educación excelente. La madre quedó calcinada en el bombardeo de Dresde.
Como suena.
En Navidades envió una postal a O'Hare cuyo texto decía:
«Deseo que usted y su familia, así como su amigo, pasen unas felices Navidades y un
próspero Año Nuevo, y espero que nos encontraremos nuevamente, si la casualidad
lo permite, dentro de un taxi, en un mundo de paz y libertad.»
Me gustó mucho eso de «si la casualidad lo permite».
Me disgustaría decir lo que este asqueroso librito me ha costado en dinero, malos ratos
y tiempo. Cuando volví a casa después de la Segunda Guerra Mundial, hace veintitrés
años, pensé que me sería fácil escribir un libro sobre la destrucción de Dresde, ya que
todo lo que debía hacer era contar lo que había visto. También estaba seguro de que
sería una obra maestra o de que, por lo menos, me proporcionaría mucho dinero,
por tratarse de un tema de tal envergadura.
Pero cuando me puse a pensar en Dresde las palabras no acudían a mi mente, al
menos no en número suficiente para escribir un libro. Y tampoco ahora, que me he
convertido en un viejo fatuo con sus recuerdos, sus manías y sus hijos ya
crecidos, tengo palabras para hacerlo.
Pienso en lo inútil que me ha resultado el recuerdo de Dresde, en lo tentador que ha
sido el tema para muchos escritores, y me acuerdo del famoso estribillo:
Había en Estambul un joven
Que así interpelaba a su herramienta:
«Me quitaste la salud
Y mi hacienda arruinaste,
Y ahora todo es poco para ti,
¡Vieja loca!»
Y también me acuerdo de la canción que sigue:
Mi nombre es Yon Yonson.
Trabajo en Wisconsin,
En una serrería
Y cuando voy por la calle,
La gente me pregunta:
«¿Cómo te llamas?»
Y yo contesto:
«Mi nombre es Yon Yonson,
Trabajo en Wisconsin...»
Y así hasta el infinito.
Al paso de los años, la gente que he conocido me ha preguntado muchas veces
en qué trabajo, y por lo general yo he contestado que la obra más importante que
tengo entre manos es un libro sobre Dresde.
Una vez le dije eso a Harrison Starr, el productor de cine, y él levantó las cejas
inquiriendo:
−¿Es un libro anti-guerra?
−Sí −contesté−. Me parece que sí.
−¿Sabes lo que les digo a las personas que están escribiendo libros anti-guerra?
−No. ¿Qué les dices, Harrison Starr?
−Les digo, ¿por qué no escriben ustedes un libro anti-glaciar en lugar de eso?
Lo que quería decir es que siempre habría guerras y que serían tan difíciles de eliminar
como lo son los glaciares. Desde luego, también yo lo creo.
Además, aunque las guerras no siguieran siendo como los glaciares, seguirás siendo
llorada, vieja muerte. (...)
* Fragmento de Matadero Cinco. Ed. Anagrama.
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