sábado, enero 02, 2021

Francisco Madariaga: El delito natal (1963)

 



Nueva arte poética

 

No soy el espectral, ni el sangriento, ni el cautivo,

    ni el libre, ni el trompudo de labios de lata, ni el

    acordeón del mar-ayer, ni la blancura del futuro,

   ni el bobalicón del espacio, ni la academia de los

   astros, ni el planetario de las correspondencias.

 

Yo soy aquel que tiene los deseos del celo de la tierra.

Aquel que tiene los cabellos del lado del amor.

El peinador de los pocos retratos de la desgracia.

El cacique de la boca arrojada sobre el lecho de

    la mujer que sangra.

 

¡Manantial para mis heridas!, que no son más que

    cosas de hadas.

¡Buen beber para mis ojos!, que no son más que

    sombras de desgracias, devueltas por el agua.

 

¡Loor terrestre a mis amigos y hermanas con temblores

    de bocas de duraznos, besadas por el agua!

 

 Carta de enero

I

Tengo ganas de leer algo hoy.

Me sangra la poesía por la boca.

 

Yo era estudiante y me adoraba la Naturaleza,

    pero estaba olvidado,

    me hería la plenitud del Universo,

    y ahora te sacudo a ti, montes de cabellos rojos,

    tierras paradas en aguardiente correntino,

    grandes balsas de agua alojadas en la boca.

 

El pavor es celeste, el líquido terreno es fuego,

    los pavos reales han sido capados por el sol,

    y yo ando por la siesta:

    provocador de las grandes fuentes sombrías,

     alojado en la voluntad animal.

 

2

¿Dónde pedir auxilio sino en la Tierra?

El mar es un cantor inseparable.

 

Pero tú tienes también llamaradas acuáticas,

    Tierra.

¡Acuarelas para quién sabe qué candor!

 

Yo soy un niño y nadie me podrá recibir,

    pero tengo coraje

    y ese nativo puro que arroja los paisajes

    por la nariz.

Tengo un collar para todo lo que arde.

 

3

¿El alba guaraní gime en mi memoria?

¡Oh francés degollado por las aguas!,

     en las ex bocas de las puntas celestes

     del paisaje desprendido.

 

Sin duda nadie cuida de mi memoria,

     ni le selecciona parajes ardientes.

Nadie utiliza mi falta de elegancia

    cuando expiro con la leche de las frondas

    sedientas.

 

Yo no quiero cantar países natales

     sino medallas de carne de sol,

     telas de la naturaleza,

     conciertos de las tumbas salvajes

     hijas de la ternura natural.

 

4

No digas al país de los bárbaros que estoy

    solo.

Un hombre natal mira mi precipicio con su justicia

    de tabaco y de hambre.

En el mediodía junto al río inclemente,

   el río sin pecado,

    el río rojo de pecho pronunciado hacia mi

    boca.

 

Escuchemos la memoria del celo absoluto.

Es la hora del bárbaro.

Escuchemos, mira: ¡el tric de mi sangre saliva!

¿Oyes el quejido inmoral del bello de mi pecho?

Yo estoy ebrio, cantan los loros del pantano;

    necesito perfumar mi sudor con el fuego.

 

¿Qué hay entre el ombligo de este hombre y el

   Príncipe Natural de la Delicadeza?

   

 

Sociedad al natural

 

1

En esta tarde en que llueve sobre el estero, emerge

     un espejo húmedo y escarlata-dorado frente

     a mi memoria.

Es el espejo del mirar de los hombres que, absorbido

    por los paisajes aún tropicales, devuelve al alma

    la delicadeza de una orfandad enfrentada con

    el honor de estos hombres y con el ingrato valor

    de sus miradas.

2

En la naturaleza más huraña y escondida a veces se

     reflejan, como en un húmedo cementerio de

    semblantes, todos los movimientos de las ciudades

    supercivilizados.

Un olor a miserias de Estafas inferiores se pudre en

     el resplandor del atardecer acuático, bordador

    de serpientes.

En las arañas de los juncos crece y llora un mendicante

    corazón de amor, y un ardor de mujeres estropeadas

    por una fiebre oscura se sumerge en el cristal

    podrido de la maraña.

    arriba, el trueno canta, pero ya derrotado por el

    deplorable amor de estos hombres.

 

3

La muerte había largado toda su sangre en el estero.

De golpe sentí terror frente al corredor donde soñaban

    los hombres bebidos con un alcohol descolorido

    y amargo.

¿Y los otros? Los del sol, los ciudadanos del movimiento

    y del orden, ¡qué conocen del sol! Solo su día

impuro y grosero, sus irradiaciones para mercaderes,

sus brillantes exteriores ajados por el espacio.

 

4

Las Estafas vomitaban en la muerte del día, y sólo las

   amparaban los pantanos más negados para el sol.

El trueno había caído, pudriéndose en el único rincón

    maldito del estero.

Sólo en el techo de alguna palmera el espeso mear de

    un tigre se recogía, encendiendo una gran lámpara

    que ayudaba a maravillarse a la pradera.

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