Francisco Madariaga: Las jaulas del sol, 1960
Versiones que Francisco Madariaga dio de los libros anteriores a la publicación de su obra reunida en 1988, extractada del libro El tren casi fluvial, Contradegüellos I
Los
poetas oficiales
¿Amoldáis
vuestra esfera a lo más íntimo del
porvenir?
Perros
enanos entecos, tenéis a vuestro servicio
los escribientes nacionales,
pajarracos de
la patria.
Canasteros
de los frutos del odio, no estoy
arrepentido de tener a mi servicio las
joyas
y los
frutos del deseo.
Principitos
destronados de toda sangre de
descomposición en la naturaleza.
Eugenios,
Equis, Clauditos, perritos de ceniza.
Los viajes reales
Sólo los amores podían reclinarme sobre su propio
arpegio real de inocencia y de incendio.
Los fuegos de las graciosas tristísimas cuyo rostro
se enciende y se apaga a la entrada de los túneles
con puertas de manzanos.
Las
cosas tienen un mulato carnero que las araña
y las transforma.
Tienen
un santo salido de un pantano que nos ahorca
en los amaneceres de la sed.
El
alba cálida
¡Se
clarifica el día! Oh viejos Elementos, dadme
un poco de agua.
La
ciudad ha sido invadida por el mar, pero conserva
todos sus ruidos, su tráfico.
Todos
los rumores se han transformado en cánticos
de pájaros.
Viejos
árboles míos ¿Estaréis locos en la campaña?
A
cualquiera lo meten en un ataúd de habitación
delgada hundiéndose en el mar.
¡Que
un mar cálido le tape todos los nidos al
alba cálida!
Los
ferrocarriles penetran en la arena. Uno,
sordo revienta y se le abre un abismo de
mar.
¡Candentes aventureros que nadie atrapa,
hermanos
que aún no han pasado bajo mis árboles!
Eh,
monos, corregid vuestros errores: al alba cálida
no se la mastica ni se la contempla. La
virginidad
de las ramas de las últimas sombras que nunca
ha visto a un hombre, no se la holla,
monos.
¡Sacadle toda la boca para el alma!
Asnos
que beben en el alba tímidamente porque hay
bosques que los embriagan por la noche,
me
encuentro bajo el mar, en una estancia de
calor
esmeralda. De entre ola y ola brotan los
pájaros
como balas de sol y saltan velozmente
hacia
el infierno.
¡El
alba cálida es el infierno, la iniciadora de todos
los amores!
Allá
en el fondo la presión ha bloqueado a mi alma
a lo largo, en su ataúd habitación. La
ha hecho
entrar rápidamente, por los pies, en el
cuadro
verde más infinito.
Después,
cayeron ferrocarriles de punta en la arena.
Alba
cálida, alba cálida, ¿Por qué acudís a mí en esta
habitación tan delicada?
Oh
movimientos de las sombras, humedades del pañuelo
de los niños, gorjeo del polvo del
amor, jaulas
mías colgadas en el bosque:
Una
liana de oro fuerte de relámpago atrapado por
el
bosque puede arrancar este ataúd habitación.
La
tentación y el agua
La
yegua sagrada, levantada por el fuego central
levantada por el celo del agua, el
esplendor de los
cabellos, la boca ensangrentada.
Un
golpe de saliva barajada se dispersa por su sangre y
solo tiembla frente a los captadores del
día.
Esta
bestia, este virgo de mariposas y mareas, provoca,
sin dolor, el aire reo del corazón que es
el aliento de
los vivos.
Cartas
de invierno
La
mirada de tamaño cantor rueda peligrosamente por
mi
alma. Nadie ha llamado, pero surge de la espesura
del
bosque con un inmenso invierno retrasado.
2
Los
árboles de hace veinte años cantan para sus niños
una
canción de primavera electrizada. Crujen en la
tormenta
con el terror de las perdidas miradas
a la
siesta, cuando en busca del amor la inocencia
se
duerme en los caminos del bosque, besa los árboles
y las
curvas de los odres.
¡Oh
silbidos a la madre de lamaraña, llamadas desde
el
agua, terrores de vacíos acuáticos poblados de
serpientes,
abismos de aire negro y gritos de invierno
delante
de nuestros caballos!
Pájaros
del estero, llamándonos al fondo de otro reino
oculto
debajo de todas las aguas, nadie sabe cuál es
vuestro
lecho verdadero, pálidos de mirada criminal,
crueles
hijos de las aguas que se apoderan
de las
mañanas.
3
Hace
veinte años que quiero relatar perdidas cosas.
No
puedo iniciar nada que no sea el torpe vicio de
mi
alma de grabarse y retocerse, o si no balas,
tajos
del deseo, guaridas repentinas de la vida.
4
surgiendo
de los pantanos, e los ojos de los gatos
monteses
hundidos en el agua
¿Qué
sé yo de la ciudad?
Las
jaulas del sol
¡Oh
niño de la siesta, sentado hasta en el aire
de tu odio!
Lujoso y verdadero rey del hombre que
incendia, que
destapa, que acomete hasta en el velo natal el
arco iris de calor su gran serpiente, su gran corriente,
su profesión de ser arrodillado que se lanza porque
así lo quiere el agua, las comarcas subidas a las
hojas, todo lo recogido por las palmas por su gran
alimento, su corriente de dios, su arrancamiento
del seno de las joyas-mujeres.
Oh
mío, pedazo de recuadro del mundo, recibido
antiguamente por las fieras: en nosotros se
levanta
y camina, pero lo acosa el fuego -¡su
velocidad
elimina!- hacia donde resoplamos nuestras
galas
de enredos de todos los colores, los calores,
los
olores y las grandes pestañas destruidas de
mi tigre
en el corazón de una provincia.
3
Vengan
allí a la casa del diamante calentado por
el agua, al huerto donde el hombre se
recoge
para no caer del globo.
Un
día, un paso, un día mil pasos, una bestia sueño,
pero con todos los amores permitidos por su
amor.
Ni una
pérdida.
No,
no, tribu mía de mi raza. Raza de ganancia y de lujo,
acopladora, niveladora para el fuego,
tambora para
los vientos dementes que saben adorar.
Tenía
un camino de patos y de rezos. Al fondo, el agua,
luego,
los ojos de los hombres con sus telas
flotando
sobre el sol y aquí la misma marca
de
globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!
Oh
madre de todos los amores, ven a mí, adórame con
tus hijas. Tiernísima del bosque, ven a mí,
yo tengo
una bolsa de fuego cautivado por los gatos
monteses pegada sobre el labio,
¡reviéntame
en tu olor!
Cortina
de cuero y olor a ojos de infierno matándome
en el bosque.
No
tienen puerta para huir los amores.
Círculo
de sol repleto de pájaros; tranquilidad de María,
la mecedora de la tarde.
Los
correos natales
I
Especialmente
sacado de la arena, de la arena
con agua,
odias
las tumbas peligrosas?
Color
sagrado de los nidos perdidos en las lagunas
de noviembre, ¡el agua es el deseo inmortal!
El
bestio puro nace de los manantiales que sorprenden.
Nadie
puede decir nada contra las siestas de la
tierra,
no
tengáis miedo de los pequeños monarcas
de la siesta:
los
niños ignorados por mi madre
en el Templo del fuego.
Oh víctima
de la casa roja tragando todo el sol,
no has sabido defenderme de los viejos
correos natales:
los
pequeños de ojos de azufre y agua sangrante
golpeando
su unidad en mi pecho.
2
¡Comprensión
en el coraje del país!
País,
oh visita de la suerte, en el aire rodando con
un alcor celeste del amor.
Nadie
pregunta nada, pero los mandingas del paisaje
preguntan por tus ojos.
Coraje
y color para tus mujeres que germinan en
la aurora
más roja.
La
tierra es un torbellino de la carne, una invasión
del hervidero del corazón.
¿Tomar
sol con los animales seria la ley de las
mañanas?
El
asaltante veraniego
Shas,
shas, shas, ¡abrir el vientre de vuestros
corresponsales!
Los
miniaturistas cedían al alcohol sus pequeñas
desgracias.
Un
olor a remolino de cloro y viento en forma de
dardo hacía huecos en la garganta.
¡Gangrenas
infinitas para los comensales del salón
nacarado con tendencia hacia el oro!
El
vapor descubierto ilumina la memoria y el ocio
encoleriza y purifica al asaltante
veraniego
que viaja vestido de pana levemente
mortuoria.
Adiós,
adiós, indiecitos y monos, graznidos en
los lechos, obsequios de las desgracias;
el viento roe el aliento de las bestias
y descubre a los pasajeros enfermos
el ocio blanco y sangrante de la tierra.
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