miércoles, diciembre 30, 2020

Francisco Madariaga: Las jaulas del sol, 1960

 


Versiones que Francisco Madariaga dio de los libros anteriores a la publicación de su obra reunida en 1988, extractada del libro El tren casi fluvial, Contradegüellos I



Los poetas oficiales

¿Amoldáis vuestra esfera a lo más íntimo del

         porvenir?

Perros enanos entecos, tenéis a vuestro servicio

           los escribientes nacionales, pajarracos de

          la patria.

Canasteros de los frutos del odio, no estoy

       arrepentido de tener a mi servicio las joyas

y los frutos del deseo.

 

Principitos destronados de toda sangre de

        descomposición en la naturaleza.

 

Eugenios, Equis, Clauditos, perritos de ceniza.

 

Los viajes reales

 

Sólo los amores podían reclinarme sobre su propio

      arpegio real de inocencia y de incendio.

 

Los fuegos de las graciosas tristísimas cuyo rostro

       se enciende y se apaga a la entrada de los túneles

con puertas de manzanos.

 

 La boca del mundo

Las cosas tienen un mulato carnero que las araña

        y las transforma.

Tienen un santo salido de un pantano que nos ahorca

         en los amaneceres de la sed.

 

El alba cálida

 

¡Se clarifica el día! Oh viejos Elementos, dadme

        un poco de agua.

La ciudad ha sido invadida por el mar, pero conserva

         todos sus ruidos, su tráfico.

Todos los rumores se han transformado en cánticos

        de pájaros.

 

Viejos árboles míos ¿Estaréis locos en la campaña?

A cualquiera lo meten en un ataúd de habitación

       delgada hundiéndose en el mar.

 

¡Que un mar cálido le tape todos los nidos al

         alba cálida!

Los ferrocarriles penetran en la arena. Uno,

       sordo revienta y se le abre un abismo de mar.

      ¡Candentes aventureros que nadie atrapa, hermanos

      que aún no han pasado bajo mis árboles!

 

Eh, monos, corregid vuestros errores: al alba cálida

     no se la mastica ni se la contempla. La virginidad

     de las  ramas de las últimas sombras que nunca

     ha visto a un hombre, no se la holla, monos.

     ¡Sacadle toda la boca para el alma!

 

Asnos que beben en el alba tímidamente porque hay

      bosques que los embriagan por la noche, me

      encuentro bajo el mar, en una estancia de calor

      esmeralda. De entre ola y ola brotan los pájaros

      como balas de sol y saltan velozmente hacia

      el infierno.

 

¡El alba cálida es el infierno, la iniciadora de todos

      los amores!

 

Allá en el fondo la presión ha bloqueado a mi alma

       a lo largo, en su ataúd habitación. La ha hecho

      entrar rápidamente, por los pies, en el cuadro

      verde más infinito.

 

Después, cayeron ferrocarriles de punta en la arena.

 

Alba cálida, alba cálida, ¿Por qué acudís a mí en esta

           habitación tan delicada?

Oh movimientos de las sombras, humedades del pañuelo

          de los niños, gorjeo del polvo del amor, jaulas

          mías colgadas en el bosque:

Una liana de oro fuerte de relámpago atrapado por

el bosque puede arrancar este ataúd habitación.

 

La tentación y el agua

 

La yegua sagrada, levantada por el fuego central

    levantada por el celo del agua, el esplendor de los

    cabellos, la boca ensangrentada.

 

Un golpe de saliva barajada se dispersa por su sangre y

    solo tiembla frente a los captadores del día.

 

Esta bestia, este virgo de mariposas y mareas, provoca,

    sin dolor, el aire reo del corazón que es el aliento de

    los vivos.

 

Cartas de invierno

 

La mirada de tamaño cantor rueda peligrosamente por

mi alma. Nadie ha llamado, pero surge de la espesura

del bosque con un inmenso invierno retrasado.

 

2

Los árboles de hace veinte años cantan para sus niños

una canción de primavera electrizada. Crujen en la

tormenta con el terror de las perdidas miradas

a la siesta, cuando en busca del amor la inocencia

se duerme en los caminos del bosque, besa los árboles

y las curvas de los odres.

 

¡Oh silbidos a la madre de lamaraña, llamadas desde

el agua, terrores de vacíos acuáticos poblados de

serpientes, abismos de aire negro y gritos de invierno

delante de nuestros caballos!

 

Pájaros del estero, llamándonos al fondo de otro reino

oculto debajo de todas las aguas, nadie sabe cuál es

vuestro lecho verdadero, pálidos de mirada criminal,

crueles hijos de las aguas que se apoderan

de las mañanas.

3

Hace veinte años que quiero relatar perdidas cosas.

No puedo iniciar nada que no sea el torpe vicio de

mi alma de grabarse y retocerse, o si no balas,

tajos del deseo, guaridas repentinas de la vida.


4

 Cohetes a la luz de la luna, cohetes de la infancia, pero

surgiendo de los pantanos, e los ojos de los gatos

monteses hundidos en el agua

¿Qué sé yo de la ciudad?

 

 

Las jaulas del sol

 

¡Oh niño de la siesta, sentado hasta en el aire

     de tu odio!

 

Lujoso y verdadero rey del hombre que incendia, que

    destapa, que acomete hasta en el velo natal el

    arco iris de calor su gran serpiente, su gran corriente,

    su profesión de ser arrodillado que se lanza porque

    así lo quiere el agua, las comarcas subidas a las

    hojas, todo lo recogido por las palmas por su gran

    alimento, su corriente de dios, su arrancamiento

    del seno de las joyas-mujeres.

 

Oh mío, pedazo de recuadro del mundo, recibido

    antiguamente por las fieras: en nosotros se levanta

    y camina, pero lo acosa el fuego -¡su velocidad

   elimina!- hacia donde resoplamos nuestras galas

  de enredos de todos los colores, los calores, los

   olores y las grandes pestañas destruidas de mi tigre

   en el corazón de una provincia.

3

Vengan allí a la casa del diamante calentado por

    el agua, al huerto donde el hombre se recoge

    para no caer del globo.

 

Un día, un paso, un día mil pasos, una bestia sueño,

    pero con todos los amores permitidos por su amor.

Ni una pérdida.

 

No, no, tribu mía de mi raza. Raza de ganancia y de lujo,

    acopladora, niveladora para el fuego, tambora para

    los vientos dementes que saben adorar.

 

Tenía un camino de patos y de rezos. Al fondo, el agua,

luego, los ojos de los hombres con sus telas

flotando sobre el sol y aquí la misma marca

de globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!

 

Oh madre de todos los amores, ven a mí, adórame con

   tus hijas. Tiernísima del bosque, ven a mí, yo tengo

    una bolsa de fuego cautivado por los gatos

    monteses pegada sobre el labio,

¡reviéntame en tu olor!

 

Cortina de cuero y olor a ojos de infierno matándome

   en el bosque.

 

No tienen puerta para huir los amores.

 

Círculo de sol repleto de pájaros; tranquilidad de María,

    la mecedora de la tarde.

 

 

 

Los correos natales

 

I

Especialmente sacado de la arena, de la arena

    con agua,

odias las tumbas peligrosas?

 

Color sagrado de los nidos perdidos en las lagunas

   de noviembre, ¡el agua es el deseo inmortal!

 

El bestio puro nace de los manantiales que sorprenden.

Nadie puede decir nada contra las siestas de la

   tierra,

no tengáis miedo de los pequeños monarcas

    de la siesta:

los niños ignorados por mi madre

    en el Templo del fuego.

 

Oh víctima de la casa roja tragando todo el sol,

    no has sabido defenderme de los viejos

     correos natales:

los pequeños de ojos de azufre y agua sangrante

    golpeando su unidad en mi pecho.

 

2

¡Comprensión en el coraje del país!

País, oh visita de la suerte, en el aire rodando con

    un alcor celeste del amor.

 

Nadie pregunta nada, pero los mandingas del paisaje

     preguntan por tus ojos.

 

Coraje y color para tus mujeres que germinan en

     la aurora más roja.

 

La tierra es un torbellino de la carne, una invasión

    del hervidero del corazón.

 

¿Tomar sol con los animales seria la ley de las

     mañanas?

El asaltante veraniego

 

Shas, shas, shas, ¡abrir el vientre de vuestros

    corresponsales!

Los miniaturistas cedían al alcohol sus pequeñas

    desgracias.

Un olor a remolino de cloro y viento en forma de

    dardo hacía huecos en la garganta.

 

¡Gangrenas infinitas para los comensales del salón

     nacarado con tendencia hacia el oro!

 

El vapor descubierto ilumina la memoria y el ocio

     encoleriza y purifica al asaltante veraniego

     que viaja vestido de pana levemente

mortuoria.

 

Adiós, adiós, indiecitos y monos, graznidos en

     los lechos, obsequios de las desgracias;

    el viento roe el aliento de las bestias

    y descubre a los pasajeros enfermos

    el ocio blanco y sangrante de la tierra.