Francisco Madariaga: El pequeño patíbulo
A continuación, algunos poemas del libro primero El pequeño patíbulo de 1954, dedicado a su padre.
Se trata de las últimas versiones que Francisco Madariaga dio de los libros anteriores a la publicación de su obra reunida en 1988, extractada del libro El tren casi fluvial, Contradegüellos I
La
selva liviana
El
sonido de un tren que se ahoga en la catarata
de las hojas.
Al
fondo de la selva liviana y los cocoteros se
hunde el nivel del llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso
entero del saco de perfume de la gracia.
Estoy
entre la espada del paisaje y el ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando
el aullido de mi candor: mi nueva
fiesta.
2
A
paladas, silbatos.
El
tren se encierra en sí al borde de los esteros
nocturnos.
Su
polvo ciudadano tiene miedo a la gran
humedad de la tierra,
al aire cálidamente eléctrico,
a los cisnes del negro vapor nocturno
de la
herida
del mundo.
3
La
imaginación arde envuelta en las ruedas
de un ten desorientado.
Bananas
y bananas caen al aire.
Una
mujer desnuda a una escopeta en un templo,
Roe lentamente
en el anillo de su corazón.
Frutera
de la desgracia, frutera del destino.
Rehén
de la colina
Oh
candoroso embriagado entre loros,
entre
isletas subiendo hasta el nivel de la
colina,
canta
en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y
cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las
fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta,
viejo rehén de la colina.
Arde,
candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al
viento,
al
gemido del clima en el olor áspero y cruel de
las arañas del estero,
en
aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.
2
Asombra
al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz
de la humedad.
Ah
colgado sediento de unos ojos,
duerme,
duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus
ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso
tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé
piadoso con el otro límite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión
de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.
Lágrimas
de un mono
Yo
quiero cautivar tu desesperación, oh mono
adiós.
Tiemblas
tanto en tus islas negras, oh mono
adiós.
En los
embarcaderos el color encendido en tus
ojos tiene tanta fe.
Oh
mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya
tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu
odio virginal es idéntico a cuando se cruza
mi alma con el mundo.
Cenit
con reportaje
Carruaje
celeste de la cuadrilla del sol
se derrumba
en las laderas calientes.
Con un
don infernal de encanto y de sonido
lloras
entre los hombres tu desacuerdo
con el
lenguaje,
con el
manantial de la luz diaria herida
que el hombre pobre reparte entre
sus hijos.
Pasajera
mulata
Mulata,
lo radioso está totalmente entregado
al movimiento.
Amor
es tu piel de pus de vidrio repartiendo
los dones calientes de la vida,
dando
a cada hombre su parte,
a cada
mundo su parte.
El
horizonte con el astro volteado como un
viejo padrillo entre las rosas.
Mi
piel de fantasma atormentado por tanta
madurez.
Mi sed
de carozo astral donde desangran los
tesoros
del mar y de la tierra.
Ella
es como el cautiverio de una gran
perla con gran pánico.
Y ese
campesino formidable e imbécil que
la acompaña, con cierto hedor lejano
de radiante lepra.
Mala
suerte redonda y letal de esa enorme
mujer donde se aspira la criatura y el
diamante.
Plaza
de viajeros
1
Y
dominemos.
Las
aventuras tiemblan junto a los
carruajes.
Enderecemos
nuestras esclavas hacia el
candor.
Están
apostadas como leves mujeres hienas
contra las ruedas de septiembre
y
parecen estar corrompiendo el pudor de
un pasajero de alto rango,
un
caballero blanco en sus anillos y en
sus ojos.
Después
de muchos días de ausencia quiere
volver
a corromper el mundo.
Iniciemos
otra vez mi antiguo hombre,
otra
vez a mi amor.
Otra
vez el que cambiaba segundo a segundo.
Una
manera de amar me sacude la belleza.
1
Las
máquinas del transporte automotor se desnivelan
en mi alma
y tú
tienes que corromperlas con tu gracia.
Guitarrera
dormida en los planteles junto a mi
ventana, acostúmbrate a que quiero
viajar
siempre con el origen del amor en mi pecho,
junto
a la tolerable delicadeza terrestre de los
trenes.
2
El
ejercicio lejano de los resplandores de los
trenes,
otra
equivocación del puro deseo entre la niebla.
Tarda
en caer cantando el último tranvía de
la noche.
Ah
ciudad de locura gastada, la pequeña ramera
aún necesita de la aurora perfecta.
Y yo
espero con mi manantial de ácidos de sol.
El
comercio solar
Limpiamente
destituido en el fuego,
alúmbrame, alúmbrame obrera
del día.
Entre
los animales y los hombres,
debajo de estos paraguas para
el sol, me estremece el ladrillo.
¡Y éstos
que me limitan y hace pequeño
el canto!
Una
juventud huía alegre hacia los campos
de gracia.
Inútil
hubiera sido corresponder a esa
hermosura sin intentar esa lascivia
con un agua encendida en las paredes
del alma,
con una
veloz carrera de soldado hacia las
margenes del mar.
Y un
envilecimiento radiante del deseo.
Última
pasajera atravesando el puente moderno
de la tierra a la sombra,
con
sombrilla de té de atardecer.
Allí,
junto a la escalera sin edades,
rompiente
para cualquier cultura ardiente
de los pechos,
tú,
incrustada en el ataúd de los
relámpagos.
Larga aparecida.
El
verdadero país
¿Es
otra la alegría?
Por
las veredas ardientes de pronto me estremezco
de mi armonía en este instante.
¿Qué
atentado lúgubre arroja el equilibrio de su
claro destino?
¿Qué
mecánica de orden inclemente y perfecto
sonido, qué irrupción metálica de golpe
nos devuelve a la sombra de las canallas
herencias de sol negro?
Tiembla
el asilo de la vida.
Virtuoso
bebedor del agua del diamante, tiéndete
a bramar contra el enorme globo rojo
de la
idea.
Ese
tambor de sangre es tu país.
A un
poeta y amante oficial
Le
digo a una mujer que se estremezca ante dios
como ante una culebra en el amanecer.
Que
sienta que la Ley es como un vestido viejo
ceñido por cobardes alrededor de su
cintura.
Tejido
dedicado de la miseria.
Mosquitero
de la sangre obediente contra las
deidades dulces de un trópico de
carne,
vidrio y ocio.
Cristal
de la comedia contra los alaridos de los
puros.
Traidor
de la delicadeza del instinto.
Pretendiente
bólido del diamante principado del
arte.
Amigos
peligrosos
¿Y
cómo no adoráis a esos hombrecitos que
enloquecen de andrajos al final de
sus años?
Demonios
de los cristales, con la baba celeste
de la demencia en el cerebro.
Kleist,
Hölderin, sentaos mis amigos al borde
del color de verano sonriente de mi
cama, en
mi habitación de luz color de ojos
de can
colérico al borde del pantano.
Mi
habitación con el perfume de la luz.
Arte
poética
No
podríamos sostenernos con esta piel y este
polvo gemebundo, guitarrera de
grandes
desgracias.
Solo
no hay trampa para la orden de hacer fuego
hasta que todo arda.
Los
puentes están artillados y solo los cruzan
caballeros blancos vestidos con el
aire de
un muerto que posee la victoria final.
Totalmente
entorpecidos por la belleza de su
sangre.
El
pequeño patíbulo
Ten el
valor perfecto de tu gracia, criatura
para errar con tu alegría al fondo del
orgullo,
con un
valor de júbilo sordo para cantar a lo
perdido
cuando
ya se ha cruzado en la memoria el pequeño
patíbulo vibrando para la suerte de onza
de
odio del encaminado.
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