Pezzoni: César Vallejo
Fragmentos
de la lectura acerca de la obra del poeta peruano César Vallejo
realizada por el profesor Enrique Pezzoni, titular de la
Cátedra Teoría Literaria de la Carrera de Letras, de junio de 1987.IV
Contra
el secreto profesional
Algunos
textos en prosa
Este
libro CV lo escribió en Europa. Se trata de cuasi relatos, trabajados en forma
de escenas, pero con los mismos elementos simbólicos que aparecen en sus
poemas. Es el caso de “lánguidamente su licor”, un seudo relato, de la escena
original, la casa materna, la madre, el padre y los hermanos. La madre es
aquella con la cual el sujeto que fue aparece fusionado y a la cual retorna
imaginariamente. Ese sujeto no puede verse aún en el espejo como
constituyéndose., separado de la madre y el padre –y la ley paterna--. El
título resulta muy misterioso.
El
afuera golpea y la vivencia es que quiere invadir la casa.
"LÁNGUIDAMENTE SU LICOR
Tendríamos
ya una edad misericordiosa, cuando mi padre ordenó nuestro ingreso a la
escuela. Cura de amor, una tarde lluviosa de febrero, mamá servía en la cocina
el yantar de oración. En el corredor de abajo, estaban sentados a la mesa mi
padre y mis hermanos mayores. Y mi madre iba sentada al pie del mismo fuego del
hogar. Tocaron a la puerta.
—Tocan
a la puerta! —mi madre.
—Tocan
a la puerta! —mi propia madre.
—Tocan
a la puerta! —dijo toda mi madre, tocándose las entrañas a trastes infinitos,
sobre toda la altura de quien viene.
—Anda,
Nativa, la hija, a ver quien viene.
Y,
sin esperar la venia maternal, fuera Miguel, el hijo, quien salió a ver quién
venia así, oponiéndose a lo ancho de nosotros.
Un
tiempo de rúa contuvo a mi familia. Mama salió, avanzando inversamente y como
si hubiera dicho: las partes. Se hizo patio afuera. Nativa lloraba de una tal
visita, de un tal patio y de la mano de mi madre. Entonces y cuando, dolor y
paladar techaron nuestras frentes.
—Porque
no le deje que saliese a la puerta, —Nativa, la hija—, me ha echado Miguel al
pavo. A su pavo.
¡Qué
diestra de subprefecto, la diestra del padre, revelando, el hombre, las
falanjas filiales del niño! Podía así otorgarle las venturas que el hombre
deseara más tarde. Sin embargo:
—Y
mañana, a la escuela, —disertó magistralmente el padre, ante el público semanal
de sus hijos.
—Y
tal, la ley, la causa de la ley. Y tal también la vida.
Mamá
debió llorar, gimiendo a penas la madre. Ya nadie quiso comer. En los labios
del padre cupo, para salir rompiéndose, una fina cuchara que conozco. En las
fraternas bocas, la absorta amargura del hijo, quedó atravesada.
Mas,
luego, de improviso, salió de un albañal de aguas llovedizas y de aquel mismo
patio de la visita mala, una gallina, no ajena ni ponedora, sino brutal y
negra. Cloqueaba en mi garganta. Fue una gallina vieja, maternalmente viuda de
unos pollos que no llegaron a incubarse. Origen olvidado de ese instante, la
gallina era viuda de sus hijos. Fueron hallados vacíos todos los huevos. La
clueca después tuvo el verbo.
Nadie
la espantó. Y de espantarla, nadie dejó arrullarse por su gran calofrío
maternal.
—¿Dónde
están los hijos de la gallina vieja?
—¿Dónde
están los pollos de la gallina vieja?
¡Pobrecitos!
¡Dónde estarían!"
El
padre aparece como la ley que ordena ir hacia afuera. Las dos figuras padre/madre
están absolutamente contrapuestas. El padre ordena y manda afuera. La madre es
la la tarde lluviosa, el yantar de oración, lo que mantiene en el adentro.
“Tocaron
a la puerta”: es la irrupción del afuera, y allí aparecen los tres
calificativos de la madre: “mi madre, mi propia madre, toda mi madre”, hay que
tener en cuenta la gradación, en cuanto al anhelo de retener.
“dijo
toda mi madre, tocándose las entrañas”: el anhelo de fusión es prácticamente
obvio.
“lo
ancho de nosotros”: el reciento familiar
es lo ancho lo autosuficiente.
“Mamá
salió”: La salida de la madre resulta inversa, es una salida que de alguna
manera trata de convertirse en un regreso hacia el interior.
Tenemos
entonces una situación dramática, el interior, la protección, la madre opuesta
a la ley paterna que proyecta hacia afuera.
“fina
cuchaea que conozco” la descripción del
acto de comer puesto en el acto de la “fina cuchara”, imperturbable ante esa
situación de ruptura y desgarramiento.
Y
de pronto irrumpe la parte regocicante, la dimensión humo9rística, porque en
medio de los poemas tensos, de padecimientos, hay siempre una vena irrisoria a
través del absurdo que mueve a risa. La risa que también constituye un elemento
corrosivo. Sobre todo en el final con la aparición de esa gallina “maternalmente
viuda de unos pollos que no llegaron a incubarse”. Se contrapone la imagen de
la madre a la gallina frustrada en definitiva. La gallina viuda de sus hijos es
la irrisón traspuesta, el hu´ñerfano se trapone en la imagen irrisoria, brutal
y cómica de una gallina privada de sus hijos.
En
este seudo relato se observa el recinto familiar hendido y la fisura, la
rrupción del exterior implica la desaparición, el triunfo de esa ley inexorable
que lo ha proyectado hacia afuera, fuera de la entraña.
Se
podría agregar que en los textos de Vallejo se presenta la desjerarquización de
las categorías temporoespaciales, trastor no la secuencia
presente-pasado-futuro. También se trastocan las relaciones espaciales, como
sucede en el relato “Negación de Negaciones”, en el cual aparece la imagen de
la ciudad como el encierro y el anhelo de no encontrar rumbo fijado, ya que no
significarían la salida sino una ficción de salida.
Ese
texto comienza con “Quiero perderme por falta de caminos…”:
“Quiero
perderme por falta de caminos. Siento el ansia de perderme definitivamente, no
ya en el mundo ni en la moral, sino en la vida y por obra de la vida. Odio las
calles y los senderos que no permiten perderse. La ciudad y el campo son así.
No es posible en ella la perdida que no la perdición, de un espíritu. En el
campo y en la cuidad, se esta demasiado asistido de rutas, flechas y señales para
poder perderse. Uno esta allí indefectiblemente situado. Al revés de lo que le
ocurrió a Wilde, la mañana que iba a morir en París, a mi me ocurre en la
cuidad amanecer siempre rodeado de todo, del peine, de la pastilla de jabón, de
todo. Amanezco en el mundo y con el mundo, en mi mismo y conmigo mismo. Llamo e
inevitablemente me contestan y se oye mi llamada. Salgo a la calle y hay calle.
Me hecho a pensar y hay pensamiento. Esto es desesperante.”
Se
lee la contradicción de ese sujeto, encerrado en el mundo, sin posibilidad de
salida, y que persiste en la negación de falsas salidas. Su ideal es la pérdida
o la perdición.
Una
página después buscará otra imagen. Para ese estar situado en el mundo,
condenado, fijado en un lugar con el anhelo de perderse de sí. Ese sujeto que
no puede dar cuenta de sí, quiere perderse de sí.
La
imagen con la que va a trabajar en este otro texto es la del sombrero.
“Todas
las cosas llevan su sombrero. Todos los
animales llevan su sombrero. Los
vegetales llevan también el suyo. No hay en este mundo nada ni nadie que no lleve la cabeza cubierta.
Aunque los hombres se quiten el
sombrero, siempre queda la cabeza
cubierta de algo que podríamos llamar el
sombrero innato, natural y tácito de cada persona. Desde el punto de vista del hombre, los sombreros se clasifican en sombreros naturales y sombreros artificiales. Se
llama sombrero natural aquel que nace con cada
persona y que le es inseparable aún después de la muerte. En el esqueleto, la presencia del sombrero natural y tácito es palpable. Se
llama sombrero artificial
aquel que se adquiere en las
sombrererías y del cual podemos
separarnos momentánea o eternamente. En el esqueleto, la falta de
este sombrero artficial es, asimismo, evidente.”
Se
podría relacionar este símbolo del sombrero con el del Nombre. El nombre es
como el sombrero, es lo que fija, lo que sitúa, lo que encierra al sujeto. Esto
lo vamos a poder encontrar en el poema II de Trilce, cuando se trata de
categorías temporales.
II
(Trilce)
Tiempo
Tiempo.
Mediodía
estancado entre relentes.
Bomba
aburrida del cuartel achica
tiempo
tiempo tiempo tiempo.
Era
Era.
Gallos
cancionan escarbando en vano.
Boca
del claro día que conjuga
era
era era era.
Mañana
Mañana.
El
reposo caliente aún de ser.
Piensa
el presente guárdame para
mañana
mañana mañana mañana
Nombre
Nombre.
¿Qué
se llama cuanto heriza nos?
Se
llama Lomismo que padece
nombre
nombre nombre nombrE.
Todo
lo que nos hiere, que no encierra es todo lo que padece Nombre. Los nombres que
son intercambiables, que fijan límites. En el caso del texto del sombrero, el
nombre es aquello que nos limita, que nos hiere, que hasta hace las veces de
nosotros y por lo tanto puede robarse. Alguien puede robarnos nuestro nombre.
Teoría
de la reputación
“He
estado en la famosa taberna "Sztaron" de la calle de Seipel, en Budapest, taberna,
según se murmura, de una secreta
firma bolchevique y cuyo gerente,
Ossag Muchay, es tan cortés con
la clientela. Muchay ha estado conmigo un gran rato, conversando y bebiendo absintio de Viena, esa destilación religiosa
y armada, color de convólvulo, que extraen de una extraña
gramínea salvaje, llamada "dístilo dormido". La taberna, esta
tarde, se ha visto visitada por muy
contados parroquianos, que entraban,
estirando los miembros, bebían malvadamente ante el mostrador y se iban
con gran perfección. Dos
muchachas jugaban en un rincón de la
planta baja, un juego de dulce de hierro,
con pequeñas tortugas de capa y cintas de colores. A la entrada de la misma
sala, platicábamos el buen Muchay
y yo. Hablábamos de las supersticiones del Asia Menor, de las salobres ciencias de aprehensión de las
hechicerías. Me despedí de Muchay y abandoné la taberna. Avancé hacia la
esquina y tomé la calle de Praga, que apareció invadida de gente. La
multitud observaba por sobre los tejados
las maniobras de la policía. Entereme, por crecidas puntuales y menguantes de
viñeta, que se perseguía a un delincuente de un alto delito, que nadie
sabía precisar. Un grupo de gendarmes salió de una de las torres de la iglesia
de Ravulk, conduciendo preso a un hombre.
Al
descender el prisionero las gradas del
atrio, pude verle entre la muchedumbre, trajeado de una pelliza en losanges,
los ojos enormes, perrazo de gran estimación, que acabase de morder a una reina. Hasta el comisariado fui
detrás de esta
gente. E1 comisario interrogó al
preso, en tono de legal indignación: -¿Quién es usted? ¿Cuál es su nombre?
-Yo
no tengo nombre, señor, -dijo el preso.
Se ha averiguado en Beben, aldea donde vivía el aherrojado, por su nombre, sin
conseguirlo. Nadie da razón de
nada que se relacione con
sus antecedentes de familia. En sus
bolsillos tampoco se ha sorprendido
papel alguno. Lo único que está
probado es que residía en Beben, porque todo el mundo le ha
visto allí a diario, caminar por las
calles, sentarse en los garitos, leer
periódicos, conversar con los transeúntes. Pero
nadie conoce su nombre.
¿Desde
cuándo vivía en Loeben? Se ignora, por
otro lado, si es húngaro o extranjero.
He vuelto a la taberna de Ossag Muchay
y le he
referido el caso en todos sus detalles y aun dándole la
filiación minuciosa del preso. Muchay me ha dicho:
-Ese
individuo carece, en verdad, de nombre. Soy yo quien guarda su
nombre. ¿Quiere usted co-
nocerlo? Me tomó par el brazo, subimos al segundo piso y me condujo a un escritorio. Allí extrajo de un diminuto
estuche de acero un retazo de papel, donde aparecía, en trazos gruesos y
resueltos, pero tan enredados que era imposible descifrarlos, una firma delineada
con tinta verde rana, de la que usan los campesinos de Hungría. Argumenté
a Mu- chay :
-1%
puede acaso tomar el nombre de una persona y esconderlo en un estuche, como una simple sortija o un billete?. . .
-Ni
más ni menos -me respondió el tabernero.
-¿Y
qué explicación tiene todo esto? ¿Cuál
es, en resumen, ese nombre?
-Usted
ni nadie puede saberlo, pues este nombre es ahbra de mi exclusiva posesión.
Puede usted conocerlo, mas no saberlo. . .
-¿Se
burla usted de mí, señor
Muchay?
-De
ninguna manera. Aquel hombre perdió su
nombre y él mismo, aunque quisiera
darlo, no puede ya saberlo. Le es absolutamente imposible, en tanto no
tenga en su poder la firma que usted está viendo
aquí.
-Pero
si él la trazó. Le será fácil trazar
otra y otras.
-No.
El nombre no es sino uno solo. Las
firmas son muchas, sin duda, mas
el nombre está en una sola de las
firmas, entre todas.
Sus
inesperadas sutilezas de billar empezaron a hacerme palos. Muchay, en
cambio, hablaba sin vacilaciones.
Encendió su pipa con dos centellas de pedernal
croata. Cerró su estuche de acero y me invitó a bajar.
-La
vida de un hombre, -me dijo, descendiendo la escalera- está revelada toda
entera en uno solo de sus actos. El
nombre de un hombre está también revelado en una sola de sus firmas. Saber ese acto representativo, es
saber su vida verdadera. Saber esa
firma representativa, es saber su nombre
verdadero.
-¿Y
en qué se funda usted para creer que la firma que usted posee es la
firma representativa de ese hombre?
Además, ¿qué importancia tiene el saber el nombre verdadero de una persona? ¿No
se sabe,
acaso, el nombre verdadero de todas las personas?
-Escuche usted, -me argumentó Muchay, dando inflexión
prudente a sus palabras-, el nombre
verdadero de muchas personas se ignora.
Esta es la causa por la cual, en lugar de apresar al obre- ro de Loeben, no se
ha apresado al patrón de la fábrica donde éste trabajaba.
-¿Pero
usted sabe el delito de que se le acusa?
-De
un atentado contra el
Regente Horthy.
Bajé
los ojos, dando viento a mis
órganos medianos y me quedé Vallejo ante Muchay.”
El
hombre sale a la calle y están persiguiendo a un delincuente que no tiene
nombre. Cuando le preguntan el nombre responde “Yo no tengo nombre”. El
personaje Vallejo vuelve a la taberna y
el dueño le confirma que ese individuo carece en realidad de nombre y que es
él, Muchay, quien lo guarda. Muchay extrae de un cofre de cuero un retazo de
papel donde está escrito ese nombre. Le han robado el nombre.
Es
cuiosa la doble perspectiva que plantea Vallejo acerca del nombre. Por un lado
el nombre identifica de alguna manera. Pero está la otra versión: que me lo
pueden robar. “ Y me quedé Vallejo ante Muchay”: se quedan los nombres
enfrentados.
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