domingo, enero 07, 2018

Diane Waskoski*: Gracias a mi madre por las clases de piano


Pintura original Zhana Veil
                                               Gracias Flora Levi*


El alivio al poner los dedos sobre las teclas
como si caminando en la playa
encontraras un diamante
tan grande como un zapato;

como si
acabaras de construir una mesa de madera
y el olor del aserrín estuviera en el aire,
tus manos secas y ásperas;

como si
hubieras eludido
al hombre en la oscuridad que te ha estado siguiendo
todo la semana;

el alivio
de poner tus dedos en el teclado
tocando los acordes de
Beethoven
Bach,
Chopin
una tarde en que no tenía con quién hablar,
en que los suaves suéteres con forma de anuncios de revista
y el cabello de clase media, republicano, limpio y brillante
entraba a las casas alfombradas
y me dejaba sola
con los pisos desnudos y unos pocos libros

Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar a diario
en una oficina gris
en garajes y compañías de agua
le quitaba la crema a su café a los 40
para perder peso. Su pesado cuerpo
escribía sus delicados libros de bibliotecaria
sola, sin un hombre que mirara su rostro
su cuerpo, su prematuro cabello blanco
enamorado
Quiero agradecerle a mi madre
por trabajar y pagar siempre
mis clases de piano
antes de pagar el préstamo al Banco de América
o comprar la despensa
o arreglar nuestro viejo y ruidoso Ford.

Yo era una niña tranquila
con miedo de entrar sola a una tienda
con miedo al agua
al sol
a las hierbas sucias en los traspatios
con miedo al mal aliento de mi madre
y con miedo a las visitas ocasionales de mi padre
al saber que volvería a marcharse
con miedo a no tener dinero
con miedo a mi torpe cuerpo
que sabia
nadie amaría jamás

Pero atravesé tocando
en el viejo piano vertical
que obtuvimos por $10,
toqué a través del miedo
a través de la fealdad,
de crecer en un mundo de comprar en tiendas de baratijas,
y un deseo de amar
un mundo sin amor.

Toqué a través de una cara fea
y de tardes, días, veladas y noches solitarias,
incluso mañanas, vacía
como una lata de café oxidada,
toqué a través del susurro de la primavera
y quise que todo a mi alrededor brillara como una ola angosta
en una playa lisa al atardecer en el sur de California,
Toqué a través de
un sombrero vacío de mi padre en el closet de mi madre
y una cama en la que dormía sólo de un lado,
sin arrugar nunca una pulgada
del otro
esperando
esperando.

Toqué a través de los honores escolares
el único lugar en que podía
hablar
el salón de clases,
o en mis clases de piano, el canario de la señora Hillhouse siempre
cantaba más por mi talento,
como si hubiera dejado una parte de mi cuerpo al entrar
a su casa
y buscara ahora cada pieza de marfil
en el teclado, deslizaba mis dedos en crestas negras
y por suaves rocas
me preguntaba dónde perdí mis órganos,
o mi boca que a veces se abría
como una amapola de California,
ancha y con contrastes,
hermosa en grandes campos,
cerrada por completo día y noche,

Toqué a través de cada edad,
pero todas parecían eternas
o tal vez siempre
viejas y solitarias,
solo quería una cosa, rodeada por las polvosas hojas
con olor amargo de los naranjos,
solo quería ser tocada por el hombre que me amara,
que estuviera ahí cada noche
para poner su larga y fuerte mano en mi hombro,
cuyas caderas despertaría junto a mí en la mañana,
cuyo bigote podría peinar un rostro hasta dormir,
soñando con pianos que hicieran el sonido de Mozart
y Schubert sin pedir
que la vida absorbiera todo
lo que tienes a diario,
sin pedir el vacío
de una pequeña vida tímida.

Quiero agradecer a mi madre
por dejarme a veces despertarla a las 6 de la mañana
cuando practicaba mis clases
y por asegurarse de que tuviera un piano
en donde dejar mis libros de la escuela, todas las tardes.
No he tocado el piano en 10 años,
tal vez por miedo a que el poco amor que he logrado recoger
como polvo, del fondo de los bolsillos
se pierda,
se escape,
hacia la caverna terriblemente vacía que soy
si la vuelvo a abrir por completo, alguna vez.
El amor es un hombre
con bigote
que me abraza dulcemente cada noche.
que siempre está ahí cuando necesito tocarlo;
no podría conocer el doloroso
estruendo de la música del pasado
que su amor evita que golpee, que sacuda,
que retumbe en mi cerebro
que hace todo lo posible para destrozar la precaria materia gris
cuando estoy sola;
él no escucha al canario de la señorita Hillhouse cantar para mi,
cómo le gusta el sonido de mi clase esta semana,
decirme,
confirmarme lo que dice mi maestra,
que tengo un talento para el piano
que pocos de sus alumnos tenían.
Cuando toco al hombre
que amo
quiero agradecerle a mi madre
por las clases de piano
durante todos esos años,
que mantienen el recuerdo de Beethoven,
un atormentado hombre sordo,
en mi mente;
de la belleza que puede venir
incluso de un horrible
pasado.


*Diane Wakowski, Escritora norteamericana (California, 1937).
** Nos aclara Flora Levi: "Presentamos, en versión del poeta y traductor Iván Viñas (Ciudad de México, 1981) un largo poema de la escritora norteamericana Diane Wakowski (California, 1937). Ha sido identificada con los llamados “deep image poets”, con los poetas beat y con la poesía neoconfesional. Ha merecido distinciones como el William Carlos Williams Award"..

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