Rita González Hesaynes: Dos poemas
El amante suplica una gracia
apártate de las garras de las cosas
y ven a posarte aquí en la ventana
como un ave jurásica
esbelta y solitaria
ante esta misma lluvia
que tantas eras hace
enjoyaba las rocas con idénticos átomos
mira las alturas como has mirado siempre
los domicilios de los hombres
los palacios de los himenópteros
la arena multicolor en la tormenta
háblame
transfórmame
quiero que me conduzcas
a la sabiduría
cuéntame de la lluvia
de la enredadera que se niega al verdor
de la destrucción y la creación
y el nuevo orden mundial
y el precio del platino en occidente
pero sobre todo de la lluvia
cada gota se arroja
de la masa imprecisa de los nimbos
para recordarnos nuestro amor absoluto
hemos cambiado sin vergüenza de pieles
nos hemos enlazado a través de los ciclos
con todas las gotas de este mundo
es preciso acordarse, avezuela jurásica
de los días antiguos
de la lluvia sagrada que conoce
los nombres sempiternos
apártate de las garras de las formas
aprende a comandarlas
como el tiempo y el ciego
con la palabra dulce del amante
que suplica una gracia
enséñame las técnicas secretas
para enjoyar las rocas
en las sendas mundanas
sobre el pueblo tu sombra se proyecta en el cielo
reconozco tus ojos en la lluvia
tantas veces seremos una esfera imperfecta
girando en el espacio
y tantas veces no
observa con fijeza el ojo único que me brilla en
la frente
que se mire a sí misma la lluvia y el planeta
y el astro y la materia oscura que llevamos a
cuestas
recordémonos como siempre hemos sido
arenilla que el océano criba
fundida y refundida
en el tibio crisol de los terrestres
en jarrones y copas y ventanas vivientes
cristalería proteica que refleja los soles
recipientes mortales de la lluvia
La cena de los monstruos
Esa noche vinieron los monstruos a buscarme.
Les destrocé la tráquea y los fui amontonando
en un trance salvaje en la cocina.
Afilé las cuchillas, despellejé los cuerpos
y herví su carne en grandes ollas grises.
Por las habitaciones circulaba un aroma
siniestro y delicioso. Sobre un mantel a cuadros
con cubiertos de plata los devoré en silencio
y fueron agridulces los bocados, lo juro,
algunos tenían sabor a viaje y a trofeo y a
brote,
otros a grillos muertos y teatros vacíos
y todo lo comí, como si no hubiera
otro pan en el mundo.
Porque acaso no haya otro pan en el mundo
que los monstruos.
*Rita González Hesaynes (Azul, Argentina, 29 años). Estudiante de Letras, traductora. Publicó: ¡Oh mitocondria!
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