Rainer María Rilke: Encajes...
(…) Yo también estaba muy agitado cuando
aparecían los encajes. Estaban enrollados en un cilindro de madera que el
espesor del encaje impedía ver. Y ahora los deshacíamos con lentitud y
mirábamos los dibujos desenrollarse y nos asustábamos un poco cada vez que
alguno terminaba. ¿Se detenían tan rápidamente?
Primero había bandas de trabajo italiano, piezas
coriáceas con hilos estirados, en las que todo se repetía sin cesar, con una
clara evidencia como un jardín aldeano. Y después, de pronto, una larga serie
de miradas nuestras quedaba enrejada en el encaje de aguja veneciana, como si
fuésemos claustros, o más bien prisiones.
Pero el espacio se hacía libre y se
veía lejos, en el fondo de jardines que se hacían cada vez más artificiales,
hasta que todo ante los ojos se volvía frondoso y tibio, como en un
invernadero: plantas fastuosas que no conocíamos desplegaban hojas inmensas,
lianas extendían sus brazos unas hacia otras como si un vértigo las hubiese
amenazado, y las grandes flores abiertas de punto Alencon turbaban todo con su
polen extendido. De pronto, agotado y turbado uno estaba fuera y hacía pie en
una larga pista de las Valenciennes, y era invierno, de madrugada, y había
escarcha. Y se lanzaba a través de las frondas cubiertas de nieve de los Binche,
y llegaba a lugares en los que aún no había andado nadie; ¡las ramas se
inclinaban tan extremadamente hacia el suelo!; quizás había una tumba allí
debajo, pero nos lo ocultábamos el uno al otro. El frío se estrechaba cada vez
más contra nosotros, y mamá terminaba diciendo cuando llegaba el fino encaje de
bolillos: “ ¡Oh!, ahora nos vienen cristales de hielo a los ojos”,
y era cierto, pues dentro de nosotros hacía mucho calor.
Suspirábamos los dos de pena por tener que
enrollar de nuevo los encajes. Era un trabajo largo, pero que no queríamos
confiar a nadie.
“Piensa si hubiésemos tenido que hacerlo
nosotros”, decía mamá; y tenía un aire verdaderamente aterrado. Y, en
efecto, yo no me lo figuraba. Me sorprendía pensando en animalitos que hilan
siempre y que en cambio los dejan en reposo. Pero no; naturalmente eran
mujeres.
“Seguro que han ido al cielo las que han
hecho esto”, decía yo, penetrado de admiración. Recuerdo, pues esto me
extrañó, que desde hacía tiempo yo no había preguntado nada sobre el cielo. Mamá
suspiró cuando los encajes estuvieron reunidos de nuevo.
Después de un instante, cuando yo ya había
olvidado lo que acababa de decir, pronunció con lentitud: "¿Al cielo? Creo
que están enteras aquí dentro. Cuando se mira así, esto podría ser una beatitud
eterna. ¡Se sabe tan poco de todo esto!”.
*Rilke. Los cuadernos de Malte.
Editorial Losada, Buenos Aires. Traducción: Francisco Ayala.
4 Comments:
RIlke, MAESTRO. Gracias por recordarlo
Abrazo
Maravilloso texto. Un poco de cielo extrapolado en el mundo, también, por qué no, la literatura.
Maravilloso texto. Un poco de cielo extrapolado en el mundo, también, por qué no, la literatura.
PIBE, dOLORES, gracias por sus comentarios y por visitar este blog. Abrazos!
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