Olga Orozco: Últimos poemas*: Un relámpago apenas
Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los
renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso
de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del
tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el
último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
—ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel
sin fin—
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si
dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la
distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo
del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más
lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si
soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán
guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del
mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los
rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un
relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te
arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del
vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad
multiplicada.
*Véase el libro: Últimos poemas, Ed. Brughera, febrero 2009.
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los
renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso
de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del
tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el
último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
—ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel
sin fin—
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si
dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la
distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo
del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más
lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si
soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán
guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del
mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los
rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un
relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te
arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del
vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad
multiplicada.
*Véase el libro: Últimos poemas, Ed. Brughera, febrero 2009.
Etiquetas: Olga Orozco
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home