martes, enero 08, 2013

Julia Magistratti, La vista de Claudia Masin



A continuación, transcribimos el texto de la poeta María Julia Magistratti leído en ocasión de la presentación del libro La vista (Hilos Editora, 2012) de la poeta Claudia Masín.

"Es muy complicado, para los que comenzamos a escribir en los 90, esto es a publicar nuestros primeros libros, tener un referente contemporáneo. Es decir, alguien a quien admirar sin más. Ya no recuerdo cuando la conocí a Claudia, o sea, cuando conocí sus poemas. Solo se, que desde aquel momento, admiré y disfruté de su poesía como lo hacía con tantas poetas que ya no estaban, poetas de generaciones precedentes. Era un alivio saber que había alguien, de la misma edad, con la misma vocación, que fuera como un faro, una referente. Una joven que le decía a la poesía que por aquellos años emergía como la poesía de nuestra generación, que había un camino, había una ética, había una otra sensibilidad.
Quiero recordar esta escena primera, porque sé que muchos de los presentes van a estar de acuerdo conmigo. Claudia, escribía comprometida con la poesía, con una altura de coraje en el decir, el coraje de una voz propia y distinta. Un coraje que tenía que ver con un estado de receptividad, que estaba hecho de muchas voces solas y aisladas. No de las altisonancias.
Creo profundamente en que la poesía en la que cree Claudia. En su gesto de libertad y de desobediencia. Creo en la poesía que combate en medio de la oscuridad por alumbrar belleza.
Y en la poesía, justamente en la poesía, respeto a los que para todo no todo está “todo bien”, a los que no son ni minimalistas, ni hiper, ni posts, ni neos… Creo en los embarrados, los alertas, los receptivos, los inundados de mundo, los desobedientes. Los que siguen en soledad peleándole una palabra al silencio.
Y ahora vuelvo a la escena primera. Cuando conocí la poesía de Claudia, reconocí en ella ese gesto de lirismo desesperado. Ese estado de receptividad. Y había que tener coraje para ser lirico en tiempos de shopping. Y hay que tener mucho más coraje para permanecer receptivo, porque presupone, que vas a ser golpeado.
Otra escena que quiero recrear es la siguiente, ustedes la recordaran: Argentina, fines de 2001 y verano de 2002. Crisis, corralito, estallido social, cacerolas y saqueos en los supermercados, el “que se vayan todos”, un presidente que se iba en un helicóptero dejando el saldo de más de 30 muertos en las calles, ollas populares, asambleas, la sucesión de 4 presidentes en menos de un mes…
La Vista, el libro que aquí tenemos, se gestó en esos meses. En nada menos que en esos meses. Poner en contexto este libro no es un dato menor de la realidad. Su lectura no puede, no, permanecer en una sola dimensión, sino que hay toda una dimensión social, política sobre la que este libro echa luz. Había una época que se hundía inexorablemente, y había una poeta que estaba escribiendo, estallaba. A 11 años de su publicación, leer La Vista se transforma en el hallazgo de dos cosas: una poesía de altísimo valor por un lado y por el otro, un libro que es hito, mojón de época.
No es menor el dato del año en que fue concebido el libro. Años de disolución, de pérdidas y de la urgente necesidad de encontrar un nuevo rumbo. Y un contenido para ese nuevo rumbo.
La escuche a Claudia citar a Helene Cixous: "Tenemos que politizar la poesía. Lo necesitamos. Si queremos existir vivas, llegar a ser contemporáneas de una rosa y de los campos de concentración, tenemos que pensar lo intenso de un instante de vida, de cuerpo, y los tormentos de las hambrunas.(…). Escribir poéticamente es acercarse a los otros en lo que tienen de más vivos, más mortales, más moribundos".
Estoy hablando de la voz de una mujer, de una mujer corrida por el vértigo de un mundo en disolución que hace el ultimo, desesperado gesto de asirse al arte, (ella mira en ese breve tiempo las películas de las que hará referencia el libro) para comprender y para luego estallar en el poema.
La rodea una realidad infame, ella puede y sabe remontarse a la latitud lejana para traer de ahí, los restos luminosos y vivos que habrán de “abrigarnos” en el momento que todo falte y que habrán de orientarnos en medio de un mundo exaltado que se ha roto en mil pedazos. La Vista reúne poemas que no tienen interrupción. Palabra que no hace conciliaciones, que va al límite de una época desbocada. Es un lirismo desobediente. Un lirismo que guerrea con la poesía de su tiempo, que va a contramano de una generación desorientada. Una palabra de mujer que se deshabita de la palabra codificada, canónica y reaparece con una suavidad embravecida, encarnada. Masin empodera lo sensible. Politiza lo que se calla. Una palabra templada al calor de la libertad de una infancia en la provincia, y que contiene la desmesura, esto es, todo el contenido.
Apartada del ruido exterior, Claudia hace un examen, el de penetrar debajo de la superficie, allí donde se reúnen las cosas perdidas, las cosas extraviadas, las cosas a las que no supimos o no pudimos darles valor, las cosas moribundas. No es una poesía crepuscular, que se despide del mundo decadente, sino una poesía del amanecer de un tiempo nuevo. Y tiene por tanto una función ética y una función social: mostrarnos una a una las pequeñas partículas, las piezas de un collar roto. Un mundo roto de significados, un mundo que pide a gritos un nuevo sentido, una orientación. No hay un discurso de totalidades, sino la tarea de una tejedora, hilo por hilo, hasta recomponer la malla final, la red que nos contenga del desasosiego.
Es un trabajo de apasionada y todo apasionado es generoso por antonomasia.
En La vista existe la pérdida, Claudia Masín hablaba de pérdidas, la poesía es el terreno de celebración de la pérdida, no en un sentido melancólico, sino como una manera de recobrar lo perdido a través de una escritura que nos permita soportar esa pérdida (dixit Claudia Masin).
La vista arranca con un poema:
“Todo lo que perdemos suma una cifra
única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo,
algo que no estaba destinado a perderse,
tu cifra sería inexacta para siempre.

La operación de Claudia sobre el sentido es tremendamente física. A riesgo de todo. Sobre la superficie plana de la pantalla de cine, ella va con un bisturí, le hace una autopsia a las imágenes que le han quedado reverberando. Y pone todo el cuerpo a disposición: poner el cuerpo no es poner solamente el presente del cuerpo, sino que es poner a disposición la infancia, sus recuerdos, y también los amores, el dolor, y las maneras de provocar la esperanza, la vida y su inmediato continuum, lo que debe permanecer inalterado y lo que debe ser transformado.
La operación profunda es contra el olvido. Digo que la poesía de Claudia Masìn es valiente: no es una materia dócil, porque implica soportar la memoria del daño. Una memoria que exige ver en la oscuridad. Y soportar la carga de ser el que no olvida.
Ser el que no olvida, por otro lado, es toda una definición de época. En esos tiempos, al 2001 me refiero, no entraban al parnaso de los jóvenes poetas, los que acarreaban con la memoria. Por eso La Vista, la poderosa vista, la de los ojos bien abiertos en medio de la noche mas oscura. La vista de los vigías que saben que no pueden deslumbrarse por su propio sueño (“Crìa Cuervos”), la que intercambia historias y no quiere que llegue el fin de tu relato (el fin de todos los relatos) porque está la vida en su tránsito de lo preciso a la distorsión, el agua cristalina que se va transformando en la complejidad de una ciénaga Y ella va a hacer todos los esfuerzos para no extraviar la vista, para no deslumbrarse, para mirar con ojos niños, ojos, por otra parte, que están adiestrados para mirar sobre aquello que pierde los contornos, para no perder los caminos. En las propias palabras de la poeta “La mirada vive, en lo que ve/una segunda vida, más real que la primera, más intensa” (Una película de amor).
Hay un poema en el libro Geología, que es un libro anterior a La vista, donde Claudia expresa:
como quien dice voy a averiguar sola
lo que nadie me sabe contar,
voy a clasificar todos los géneros

de dolor que conozco como si fueran piedras
Esa indagación sigue estando presente en la escritura de La vista. Ustedes van a encontrar todas las formas de madres posibles, todas las formas de padres posibles y sobre todo, todas las formas de ser “hijos”. La multiplicidad que asume el Uno en su condición de existencia. Una condición de existencia que está herida. La función de la poesía de Claudia es sostener la caída. No evitarla. Sino desplegar su “poder sustentatorio” (este término es de la cita que abre el libro, de Djuna Barnes) en el inexorable descenso de aquello que siempre está a merced de la desaparición.
Claudia lo hace con maestría. La palabra Abrigo, que es el titulo de otro de sus libros, es un poco la llave para comprender La vista.
Porque reúne a los desamparados, a los abandonados, a los que esperan, los que están solos, los que no tienen voz, los que ya no tienen ojos para ver, todo lo que está desnudo y roto. Y aquí, otro símbolo de época. La poesía de Claudia los contiene, les da “abrigo” aunque no para tranquilizarlos, docilizarlos, sino para calentar sus huesos, devolverles la fuerza, templarlos. Escuchen si no, este tramo final del poema “Déjame entrar”: “(…) porque lo que ha sido tocado una vez por una fuerza incontrolable/llevara esa fuerza en sí, podrá liberarse de ella solamente/cuando sobre lo que más ame/descargue ese rayo que se le ha quedado adentro”.
Toda la poesía de Masìn es como un rayo de esos que se desploman en la tierra, iluminando todo, con su música de rayo, con su temblor, con su electricidad y su belleza.
En El Gran Pez, Claudia pregunta: “Es posible recuperar lo que no fue tenido?”. Hay en toda La vista, una fuerza enorme por vivir. Son poemas del desgarro, son los poemas que recogen los pedazos, son la obra de alguien que se ha propuesto la tarea de construir, con una generosidad sin límites, la belleza arrebatada. Como si la tarea hubiera sido liberar a lo puro de la corrupción, para que sea posible de nuevo en el mundo aquello que ahora, a la luz de los acontecimientos, parece imposible. Una poesía abierta y comprensiva de la vulnerabilidad de los otros, pendiente de los temblores del otro. No hay en toda la poesía de Claudia un espacio de egoísmo, de un yo que se celebra a sí mismo, de soberbia. Absolutamente no lo hay. Releo sus poemas, una y mil veces, y siento que nos da la mano poema a poema.
Dame la mano, no me sueltes/ no me dejes volver de allá sin nada, hagamos/ como si todas las cosas que hemos deseado fueran ciertas/”.
Podría enumerar aquí, las propiedades “curatorias” de la poesía de Claudia. Ya lo he hecho, de alguna manera. Para aquellos que no creen en los milagros o en las medicinas, les recomiendo que encuentren en la lectura de este libro, además, sus propiedades musicales.
Les decía antes, que es una lirica desesperada y agrego, que canta con música de latido de corazón, con música de rayo.
El azar es ecuánime- solías decir-/ todos encontramos al menos una vez/lo que siempre hemos buscado. Ya no te creo:/ el azar, por definición, es injusto. Hay/ una vez, sí, pero una sola, y lo demás es el deseo/ de que vuelva” (Detrás de la puerta).
Todos estamos heridos. Somos semejantes en la herida.
Les hablaba al principio que La Vista, reeditada y revisitada al calor del presente, cobra un segundo valor, un valor de época. Ser el canto de los sobrevivientes, de aquellos que no se dejaron doblegar por la metralla de una década de saqueo que iba de vacío en vacío, antipolitica, antipoetica. Hay un reconocimiento de sobrevivientes, una esperanza que se vuelve irreversible.
“El camino es interminable,/ te decía, da vueltas y vueltas alrededor del mundo/ y en alguna de esas vueltas los que estaban/ destinados a perderse, se encuentran”
Son las líneas de “Mi mundo privado”, uno de los más bellos poemas de este libro.
Recordando a Huidobro “Hay que saltar del corazón al mundo/ Hay que construir un poco de infinito para el hombre”, sentí al leer este libro que, de alguna manera, la poesía de Claudia Masín estaba interpelándonos en lo más profundo, que nos alcanzaba las vendas, los remedios, las aguas curativas, como quien, después haber sido herido, se dispone a lavarse a sí mismo y en ese gesto nos lava a todos, para preparar al cuerpo, nada menos, que para volver a amar."

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