viernes, marzo 28, 2008

Derivaciones: dibujos y pinturas de Jorge González Perrin

Por Judith Savloff
La vorágine asusta apenas se ingresa al universo que proponen los últimos dibujos-pintura de Jorge González Perrin (Punta Alta, Buenos Aires, 1954). Parece que ese caos hecho de lamparones en blanco y negro arrasará inevitablemente. Sin embargo, dejarse llevar en Derivaciones, el título de esta muestra, no equivale a perderse. En casi todas las piezas expuestas, creadas en 2007, asoman figuritas que resisten entre las manchas, entre las líneas y entre otras formas menos definidas, tétricas como cartílagos o difusas como malabares. Dada la furia imperante, se tiende a pensar en esas figuritas como detalles. Pero son importantes. Son un ancla. Un alivio. Un alivio temporal, dado que apenas el artista revele algunas coordenadas lo mejor será soltarlo. Sólo así, sin tierra firme ni salvataje, sucederá eso que el pintor Héctor Medici describió en el catálogo como el "instante en el que el nadador siente que el agua que lo rodea y él son una misma cosa". Antes de eso, cierto, los ojos se llenan de una furiosa sucesión de amasijos. Y parece que la confusión que arrastra corroerá para siempre. Porque, al principio de la recorrida, el de González Perrin es un mundo donde la Danza está representada por una roca-calavera inmensa alrededor de la cual resbalan algunos pequeños personajes, donde los Condenados al éxito caen en picada por una cascada, donde lo primero que se puede reconocer es una cuchilla afilada. Sin embargo, de a poco se empiezan a lucir también los blancos, las luces, algún toque de color, como el fondo rojo para La Mort. Y entre varias cejas fruncidas, entre la miradita perversa de La niña, se hacen lugar dos abrazos. Abrazo, Abrazo II. No se los puede llamar mimos. Son roces, contactos misteriosos, lúgubres, sudorosos. Tampoco les cabe la calificación de eróticos. Son gestos que el artista logra convertir en angelicales y viscerales al mismo tiempo. Estas imágenes desdibujan la línea del tiempo y el espacio. No sólo porque absorben a quien las observa: en ellas conviven El baño de los dioses y las cañerías subterráneas. Y estas imágenes borronean las certezas. El hueso de Danza podría ser un coccis. Pero si fuese una calavera convocaría la idea de la vanidad humana castigada con la muerte. Esa osamenta se usa tradicionalmente en las pinturas moralizantes, en el célebre espejo de Los embajadores pintados por Hans Holbein en 1533 y en Por el amor de dios, la pieza tapizada con diamantes por Damien Hirst que el año pasado cotizó en más de 70 millones de euros. ¿González Perrin caza lo fugaz en ese cráneo? ¿Muestra el imperio de lo volátil? Las preguntas se afilan, sin respuestas. Medici escribió: "No es orden lo que Perrin opone al caos, sino una poética y una ética". En otra pieza, Fragilidad, una silueta atrapa al sol. ¿O lo que tiene entre las manos es su reflejo? No hay consuelo en estas obras. Son unas de las imágenes más crudas y sensuales de las derivaciones de la conciencia.Links El erotismo es menos explícito y no abunda el humor, pero en el trabajo de Perrin está ese costado crudo pervertido por la belleza de los grabados de Alfredo Benavidez Bedoya (Buenos Aires, 1951). Con iguales salvedades, las obras de Perrin también se filian con los dibujos de La red del caos de Diego Perrotta (1973). Pero el artista diluye las formas, les borra los límites, confronta al orden. Por eso imprime el sello del avasallamiento, de la fragilidad a flor de piel, de las figuras porosas y chorreantes esculpidas por Alberto Giacometti (Suiza, 1901-1966). También puede evocarse el grotesco de Goya en versión difuminada. Y a través de los detalles asoma la caricatura tierna al estilo de Marc Chagall (Rusia,1887-Francia, 1985), de sus enamorados flotantes.

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